Por: Liliana Medina de Luzon
Profundas inhalaciones sin sorbos comedidos apresuran en el torrente sanguíneo la rápida agrupación para dar origen a una nueva composición química, donde la desleal hemoglobina del cuerpo siente más simpatía por el Monóxido de Carbono que por el incoloro Oxigeno, producido con tanto amor y desvelo por las complacientes plantas, en un ejercicio que le es tan noble y natural, como la puesta del sol todas las mañanas.
El hecho es que aunque la fotosíntesis oxigénica de los organismos fotoautótrofos oxigénicos hagan su mejor gala en el ambiente utilizando agua (H2O) y dióxido de carbono (CO2) del medio ambiente para crear Oxigeno (O2) y, recrear nuestros pulmones con sus compuestos orgánicos. Usted, amigo, que desconoce a la coqueteante caboxihemoglobina que habita en su cuerpo y crece con cada intensa inhalación, hace un desdén soberbio e irrespetuoso para que los órganos de su cuerpo no obtengan los beneficios de ese 21% de oxígeno que producen los mencionados fotoautótrofos.
En ese punto se mezclan un sinfín de elementos que dejan de reconocer el derecho de sus pulmones por tener dentro de él, al oxígeno, sólo por no poder expresarse, por no poder elegir, por no tener voz y decirle a usted, sujeto arrogante: ¡Alto!, no quiero carboxihemoglobina, quiero oxígeno para vivir más tiempo los dos.
Y tal como en la novela Frankenstein de Mary Wollstonecarft Shelley, el sujeto que aspira también “aspira” crear un moderno Prometeo en su organismo; pero éste no tiene comparación con algún otro en la ciencia ficción. Por decirlo de otro modo, es un monstruo autentico creado en sus entrañas y, por no poder verlo lo cree inofensivo, pues bien, el Frankenstein tiene un proceso para su nacimiento, ¿quiere saberlo? Estoy ansiosa por contárselos…
Hmmm… Ya veo… Ahora tienen dudas de saber, he nombrado la presencia de un monstruo y eso en nuestro subconsiente nos produce miedos ¿Quién no ha temido alguna vez a los monstruos que asechan en la oscuridad? Lo desconocido nos atemoriza (algunas veces). Tan desconocido y oscuro como nuestro cuerpo por dentro; solo lo conocemos por un eco o una ilustración de algún libro, salvo los bendecidos médicos que pueden adentrarse en nuestro ser corpóreo y escudriñarlo para salvarnos de lo que nuestros silenciosos órganos se quejan y advierten al paso del terco proceder del ser humano.
La imaginación es ávida para recrear a un Frankenstein pero no atina a saber cómo es o será la abominable “carboxihemoglobina”. Un excelso químico dirá con sus lentes en descanso sobre el hueso de su nariz: “La carboxihemoglobina es una proteína, resultante de la unión de la hemoglobina con el monóxido de carbono el cual una vez en la sangre tiende a unirse”, y nos la representará de esta manera:
o su forma básica COHb
Quedaremos fascinado ante estos simbolos del argo científico que siempre nos adentran en un mundo casi incomprensible que nos recuerda a nuestros pininos en la Química de bachillerato en el liceo, cuando soñabamos ser cientificos o grandes doctores. Al tiempo que nos iniciabamos en el pronto hábito del fumar, inducido por variables que van desde la incitación de amigos fumadores, aprobación social, medios de comunicación, padres protectores, comunidad, elementos culturales, curiosidad, entre tantos otros.
Sin embargo, a lo interno y lo externo de cada sujeto se impone un proceso interesante de dominación ajeno a la razón; se aplica la fuerza del que más manda en el organismo para decidir que entra en él y de qué forma; el cerebro, las creencias, las convicciones, las costumbres, el cuerpo, la personalidad, la sociedad y la cultura, todos ellos demarcan lo que el individuo es y, alguno de ellos decide de forma arbitraria lo que necesita para sí. En este ejemplo particular, los mudos órganos dentro de nuestro cuerpo no pueden impedir que su representante legal, con cédula de identidad o ID, haya decidido dosificarlos al compás del residuo que desprende la quema del extremo de un cilindro pequeño y delgado llamado: Cigarrillo. En consecuencia, los efectos y el grito sordo de los órganos se traducen en alguna patología que deberá tratarse el sujeto y eventualmente optará por redimensionar a ese cerebro que percibe ahora la nueva realidad: mitigando algunas creencias; cambiando convicciones; aislando costumbres; queriendo a su cuerpo; cambiando parte de su personalidad (rasgos y cualidades); construyendo una sociedad más sana; cambiando rasgos culturales (desde el concepto de cultura de la antropología) de su dinámica natural.
En este punto del escrito ya el sujeto ha aspirado el Monóxido de Carbono (CO, producto de la combustión que generó al quemar la planta seca (o el material orgánico) y aunque la prescripción se haga para la nicotina (droga legal y presente en el cigarrillo), se desestima al CO que vertiginosamente se combina con la sangre (en vez del oxígeno) para ser repartido por todo el organismo; la razón es su fácil acoplamiento para conformar la proteína y la consecuencia es la hipoxia o mejor conocido como la disminución del nivel de oxígeno en la sangre y tejidos, por el mal transporte del O2 a dichos tejidos. Una vez que Hemogoblina y Monoxido de Carbono se conocen, se casan… Es sencillamente, amor a primera vista y a diferencia de la realidad, este matrimonio si es para toda la vida, pues, la nueva proteína es tan fuerte que no tiene revés, es decir, su creación es irreversible, más que el Frankenstein de Shelley. Este nuevo monstruo puede llegar a ser realmente un sujeto egoísta al apropiarse despiadadamente de toda la hemoglobina que consiga a su paso y generar nuevos matrimonios inseparables… Hasta que la muerte nos separe…
No obstante, por muy fatídico y alarmante que parezca este escrito, es la síntesis de una clase magistral o un relato (como se quiera apreciar) con propósito, intencionalidad, cotidianidad, didáctica, propiciado aquella tarde en el aula 9 en la clase de Química Orgánica III de la Facultad de Ciencias de la Universidad Central de Venezuela; en donde todos los presentes estábamos concentrados escuchando atentamente al profesor Companigone, quién por instantes logró dejarnos atónitos con la descripción de un proceso químico. Apenas convirtiendo un apéndice de una unidad curricular, en la clase de química orgánica en su máximo esplendor y más allá de la estructura molecular que analizábamos nos invitaba a entender, pensar y repensar sobre una práctica socialmente aceptada: El fumar.
Una controversial clase sobre una proteína, impartida de forma distinta me convence desde el rol de estudiante (que fui en aquel momento), que el maestro tiene gran influencia sobre sus alumnos haciendo de ésta un escenario propicio para la participación, la disciplina, la comunicación, la motivación, el descubrimiento, el entusiasmo.
Por ende, el papel didáctico del docente del que habla Zabalza (1999) interviene no sólo en la formación profesional sino en la formación humana, logrando que todo el entorno que rodea al aprendiente se transforme, se redimensione. Por ello, la calidad de la enseñanza es un espacio predestinado a la calidad del aprendizaje y, la investigación didáctica que se genera es indispensable en el perfeccionamiento continuo.
¿Cuántos de ustedes olvidarán a la Carboxihemoglobina ahora?
¿Cuántos de ustedes les interesara conocer más sobre sus consecuencias en el organismo, luego de haber leído este relato?
¿Cuántos de ustedes ahora pueden identificar la estructura química de la Carboxihemoglobina?
Yo hoy después de más de 15 años de esa tarde, jamás la olvide… Al punto de comentar esa fascinante experiencia de aprendizaje con ustedes…