Por ÁNGELA ESCALLÓN EMILIANI
Directora Fundación Corona
Llevo un par de años revisando si el Día de la Madre alguien expresa la opinión de los miles de mujeres que como yo, por designio o decisión, no fuimos madres. Por eso escribí esta nota para reflexionar sobre la condición femenina no ligada a la maternidad.
Tengo 55 años y desde los 18, por una serie de problemas de salud y de un tormento de exámenes, médicos y hospitales, un doctor pronunció la frase que me acompañaría como un fantasma el resto de mi vida: “Usted es muy joven y la ciencia cambia mucho, pero por ahora le informo que no podrá tener hijos”.
Se apoderó de mí, por años, la sensación de que mi vida sería incompleta. Sentía un vacío en mi abdomen, que no podría mantener ninguna relación porque mi carencia sería decisiva para el desengaño. Me hacía la pregunta que acompaña a los fracasos: ¿por qué yo?, ¿por qué me pasa esto a mí?
Como un vergonzoso secreto guardé esto por mucho tiempo, revalué la educación instintiva de las hembras como reproductoras, de las niñas de mi generación que desde pequeñas paseamos coches, arrullamos muñecas y jugamos a los papás mientras nadie le advierte a uno que estas son solo una de las posibilidades.
Soy parte de una numerosa familia en la que tener hijos es como lavarse los dientes. Natural, sin problemas, espontáneo. Ligado al deseo, a la frase de pareja “se llegó el momento”, a la obligada relación matrimonio-hijos.
Tengo la fortuna de contar con un marido al que no le preocupó esto. Su claridad y franqueza desde que lo conocí, a los pocos meses del diagnóstico, han permanecido durante 30 años de matrimonio. Su certeza de que lo importante en la vida es compartirla como es ha sido parte de la fuerza para mi cambio.
Pero mi deseo de ser madre permanecía. Por varios años hicimos un tratamiento de fertilización. Mi conciencia me exigía un camino donde el arrepentimiento no tuviera espacio por no haber intentado.
Vi a muchas parejas sufrir como nosotros. No solo la complejidad de los medicamentos, tiempos y condiciones rigurosas, sino el dolor, la desilusión y la desesperanza cuando no funciona. Y el vacío crece.
Tras un largo periodo de terapia, de la mano de un gran maestro, encontré la respuesta a lo evidente, como algunas veces pasa con las complejidades del alma.
Entendí que la vida es lo que tenemos y no lo que nos falta. Puede sonar trivial pero es una convicción y un reto. Entendí que mi riqueza interior radicaba en la esencia de mi ser y no en lo que se suponía debía hacer. Las luchas tienen un límite y nace de conocer nuestras limitaciones y aceptarnos. No es una resignación, porque si de algo me precio es de vivir cargada de desafíos y sueños.
Me sorprenden las personas a las que llamo ‘insaciables’, a las que les parece que todo puede y debe ser distinto y se pasan su vida en una carrera contra sí mismas, guiadas por la insatisfacción, en la búsqueda de algo más, sin valorar lo que ya tienen. No son pocos. El egoísmo de muchos impera. Es devastador aquellos que solo miran la competencia y la ambición; es una condición muy solitaria. Los límites existen y radican en nuestra propia capacidad de estar satisfechos con lo que somos.
Como siempre, hay paradojas. Miles de niños sufren, son abandonados, sus padres no alcanzan a atenderlos, mientras miles de parejas desean cuidarlos, realizan engorrosos trámites en adopciones que toman demasiado tiempo y se encierran en su propio dolor, sin saber que es el motor para dar y recibir, para apoyar a aquellos niños que tanto desean.
Veo con orgullo mi recorrido. Sin sentir mi carencia veo la vida, el destino, mi familia, mis satisfacciones profesionales y personales, y a mis amigos, que me han dado muchos hijos.
Tengo 28 sobrinos que son mi tesoro y que a su vez ya tienen natural y espontáneamente 23 niños, 9 ahijados, varios hijos por elección, nuevos amigos jóvenes y cómplices. A través de ellos vivo a diario la dura tarea de ser padre y de ser hijo. A través de ellos entiendo lo que yo no conozco y las realidades tan distintas que vivimos.
Por eso en las vísperas del día de la Madre, cuando los huérfanos lloran y los hijos domesticadamente celebran, quiero compartir con ustedes, como todos los días, celebramos el día de la fe en nosotros mismos, en nuestra responsabilidad de ser dueñas de nuestra propia piel e hijas de nuestra propia vida.
Fuente: http://www.eltiempo.com/bogota/mujeres-que-deciden-no-ser-madres/16584477
Imagen tomada de: http://www.cuartopodersalta.com.ar/4podwp/wp-content/uploads/2016/02/maternidad-juan-miguel-bueno.jpg