Dieciséis años y catorce días. Ese fue el tiempo que Yassin al-Haj Saleh estuvo encarcelado en las celdas de Asad padre. Sin embargo, el escritor sirio no es un hombre roto, a pesar de que su esposa y su hermano desaparecieron hace tres años secuestrados por islamistas radicales. Ni siquiera ahora, que Alepo está en ruinas. “En la cárcel, me volví inmune a la desesperación”.
Nuestra entrevista termina cuando Yassin al-Haj Saleh, de 55 años, tiene que subir al escenario. El escritor sirio ha sido invitado a Bruselas por el European Endowment for Democracy. Mientras las bombas caían inmisericordes sobre Alepo –la ciudad donde estudió Medicina hace mucho tiempo-, ha venido a Bruselas para pedir atención hacia la única parte en este conflicto que está siendo constantemente olvidada: el pueblo sirio. Pero antes, quiere decirnos algo más.
“En esta última hora, he notado que esperabais que tuviera respuesta para todas las preguntas posibles”, dice, ya desde la puerta. “Es algo que me sucede habitualmente: como soy sirio, la gente piensa que lo sé todo sobre este conflicto. Pero cada vez es más difícil explicar lo que sucede sobre el terreno. Lo que hay en mi país no es una guerra civil. Se ha convertido en un complejo conflicto internacional en el que participan decenas de países”. Levanta las manos. “No tengo todas las respuestas”.
Sin embargo, Saleh es un testigo privilegiado. El 30 de marzo de 2011, dos semanas después de que empezara la revolución siria, decidió pasar a la clandestinidad en Damasco. En la lucha contra Bashar al-Asad, el escritor no escatimó esfuerzos ni se mordió la lengua. Saleh había experimentado ya de primera mano los horrores de los Asad. En 1980, cuando tenía 19 años, fue encarcelado por el régimen de Hafez al-Asad, el padre de Bashar. No le dejaron libre hasta 1996, cuando tenía 35.
No fue el final de su calvario. En 2013, la situación en su propio país se volvió demasiado peligrosa para él, por eso se trasladó a Estambul, donde sigue viviendo. Poco después de su marcha, su esposa, Samira Khalil, fue secuestrada en Siria por un grupo islamista radical. Saleh no sabe nada de ella desde entonces. Ese mismo año, pocos meses antes del secuestro de Samira, los terroristas del Estado Islámico se llevaron a su hermano Firas. También él desapareció sin dejar rastro.
Saleh ha seguido activo todo este tiempo. En Estambul, cofundó Hamish, la Casa de la Cultura Siria. También sigue siendo un escritor prolífico, publicando libros, ensayos y artículos de opinión, principalmente en publicaciones árabes. Se le define a menudo como la “conciencia” de la revolución siria. Es un hombre encantador, de ojos melancólicos y maravillosa sonrisa, aunque cada día le resulte más duro mostrar esa sonrisa. En las últimas semanas y meses ha observado con aversión todo lo que estaba pasando en Alepo.
“La situación me afecta muy profundamente”, explica. Nuestra entrevista se desarrolla en inglés, una lengua que Saleh aprendió en la soledad de sus años en la cárcel. “Hice la enseñanza secundaria en Alepo. Viví en la ciudad durante siete años. Conozco los barrios que están siendo bombardeados y a la gente que está muriendo allí. Es terrible. Pero es mucho más que un drama personal. Frente a nuestros ojos, en tiempo real, una de las ciudades más antiguas del mundo está siendo destruida. Alepo es una de las cunas de la civilización. El silencio ensordecedor de la comunidad internacional lo hace mucho peor aún. Apartan la mirada para no ver un sufrimiento indecible y masivo. Al hacerlo así, la humanidad está aniquilándose a sí misma.
-De Standaard (DS): ¿De qué forma?
-Yassin al-Haj Saleh (YHS): En un primer momento, una persona es asesinada y el hecho se ignora. Después, se mata a diez personas, a mil, y se sigue ignorando todo. Ahora hay ya medio millón de víctimas en Siria. Mirar hacia otro lado sólo es posible para los que pueden desconectar su sensibilidad del sufrimiento humano. Para justificar su postura, utilizan el más reprobable de los argumentos: los sirios son atrasados, extremistas, terroristas, etc. La gente es asesinada y calumniada. Esto es, de hecho, un doble asesinato. El drama de Alepo perseguirá al mundo durante décadas.
-DS: Vd. conoce a mucha gente allí. ¿Todavía anhelan la libertad? ¿O sólo esperan que la guerra pueda terminar ya?
-YHS: ¿Acaso pueden escoger? Anhelan el final de esta guerra y anhelan la libertad.
-DS: ¿No cree que hay sirios que aceptarían de nuevo a Asad con tal de que las bombas dejaran de caer?
-YHS: No, una gran mayoría de sirios quiere que se vaya. No le respeta ni la gente que le muestra lealtad de forma ostensible. También ellos quieren un cambio político. Y ese cambio es sólo posible si la dinastía Asad desaparece. Uno debe tener en mente que Siria tenía una forma muy especial de dictadura: el clan Asad no gobernaba el país, eran sus amos. Nosotros, los ciudadanos, éramos sus esclavos. Su estrategia para Siria es clara: o Asad o nadie. Si Asad no puede aferrarse al poder, entonces todo el país –que llevan décadas saqueando- debería desaparecer del mapa.
Pienso que los sirios están ante todo agotados. No ven ya ninguna perspectiva de cambio. Este conflicto se agrava cada año. 2016 ha sido más sangriento que 2015, que fue peor que 2014, etc. Seguimos cayendo cada vez más profundamente en el infierno. No hemos recibido nunca apoyo o protección significativa de aquellos podían habernos apoyado y protegido. El mundo ha abandonado a los sirios.
-DS: ¿Cree que los sirios que se manifestaron contra Asad en 2011, habrían tomado la misma decisión si hubieran sabido entonces lo que saben hoy?
-YHS: Pienso que sí. Los sirios se sentían alentados por las revoluciones en Túnez, Egipto, Libia, Yemen y Bahréin. Estaban convencidos de que el mundo no iba a quedarse de brazos cruzados si el régimen les golpeaba con dureza. Eso ya había sucedido antes, en los primeros años de la década de 1980: Hafez al-Asad mató a miles de sirios en Hama, un crimen horrible del que tenemos un recuerdo fresco. Nos levantamos de nuevo en 2011, y pensábamos que era imposible una segunda Hama. Bien, nos equivocamos. Por ahora, la cifra de muertos en Siria es veinte veces la de Hama o más.
-DS: En la primavera de 2011, Vd. mismo estaba convencido de que Bashar al-Asad sería destituido a finales de año.
-YHS: En aquellos días, comparé la revolución con un embarazo. Confiaba en que duraría nueve meses, más o menos. Pero necesita de mucho más tiempo, la lucha está lejos de acabar.
-DS: El ejército sirio controla ya todo Alepo, por vez primera en cuatro años. ¿Es un punto de inflexión importante?
-YHS: Quizá, pero no es realmente el fin de la guerra. A propósito, no fue el ejército sirio el que conquistó Alepo. El trabajo lo hicieron los rusos, los iraníes, Hizbollah. Incluso me pregunto cuántos soldados de Asad participaron realmente en la batalla.
Desde el atentado del 18 de julio de 2012, cuando la cúpula de oficiales y jefes de inteligencia del régimen de Asad fueron asesinados en Damasco, todo el mundo se involucró en Siria. ¿No es absurdo que de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, cuatro estén combatiendo en Siria? Rusia, EEUU, Francia y el Reino Unido, todos ellos están implicados. ¿No es absurdo que haya en Siria yihadistas activos de decenas de países distintos?
Se ha convertido en un conflicto global. Perdimos nuestra soberanía hace ya bastante tiempo. Los iraníes y los rusos son ahora los verdaderos amos de Siria.
-DS: Asad parece controlar mucho más todo que hace dos o tres años, aunque tenga que agradecérselo a Rusia y a Irán. ¿Ve alguna posibilidad de que pueda reajustar su actitud en una dirección más humana?
-YHS: Estoy muy convencido de que Asad actuará de forma aún más represiva. Cuando su padre aplastó a la oposición en los primeros años de la década de 1980, una oleada de fascismo barrió el país. Decenas de miles de personas fueron encarceladas, torturadas, humilladas. Esta vez no va a ser diferente. Cuando se aplasta una revolución, los regímenes actúan siempre incluso con más brutalidad que antes. En Egipto, la situación es peor tras el golpe del general Sisi de lo que estaba con Mubarak. En las cárceles están violando a las mujeres e incluso a los hombres. Esto no sucedía antes.
-DS: Vd. pasó 16 años en la cárcel con Asad padre. ¿Cómo le cambiaron esos años?
-YHS: No sólo me “cambiaron”, esta palabra no es lo suficientemente contundente como para describir aquellos años. Aquellos 16 años fueron mi segunda infancia. En ese sentido, uno podría definirlos como un privilegio. Tener dos infancias es un privilegio, ¿no es verdad? ¿Quién puede decir que creció dos veces? Tengo un conjunto doble de recuerdos. A menudo retrocedo a mis años de escolar en Raqqa, a los amigos de mi niñez. Cerca de esos recuerdos veo imágenes de mi tiempo en la cárcel y de mis colegas allí.
-DS: Para empezar, ¿por qué le arrestaron?
-YHS: Porque era miembro de un Partido Comunista que se oponía al régimen. Cuando terminé en la cárcel, desde luego que no tenía ni idea de que estaría allí tanto tiempo.
Ahora veo esa experiencia formativa como un proceso de emancipación. Todo el mundo tiene prisiones en su interior, prejuicios y limitaciones que uno no puede superar. Me dieron dieciséis años para luchar contra todo eso. Se podría decir que conseguí mi verdadero diploma en la cárcel. Aprendí más en las celdas de Hafez al-Asad que en la universidad de Alepo.
-DS: Estuvo encarcelado en la infame prisión Tadmor, que es conocida como…
-YSH: (interrumpiendo) Era el lugar más horrible sobre la Tierra.
-DS: ¿Cuánto tiempo permaneció allí?
-YHS: Once meses y dieciséis días. Un período terrible. Tadmor no era una prisión, era un campo de concentración. Allí se torturaba a todo el mundo, se le hacía pasar hambre, se le humillaba, y lo mismo pasó conmigo. No lo hacían para castigarnos o conseguir información. Algunos de los presos llevaban en la cárcel más de quince años y seguían siendo torturados y así durante años. No tenía ningún sentido. Era una forma de disciplinar a toda la sociedad. Era un lugar donde todos los sirios estaban siendo humillados. Era una fábrica donde la esencia del régimen de los Asad, el miedo, se producía a escala industrial.
-DS: Estuvo en la cárcel durante dieciséis años. Sin embargo, cuando se inició la revolución en 2011, decidió participar y pasar a la clandestinidad. Podría haber decidido en aquel momento que ya había cumplido con su deber.
-YHS: Ese sería un razonamiento vergonzoso. Uno no acaba nunca de cumplir con su deber. Guardar silencio no era una opción.
En los años anteriores a la revolución, también escribía artículos. Pero, desde luego, no podía mostrarme demasiado tajante. Nunca escribí falsedades, pero no podía llamar por su nombre a ciertas cosas. En marzo de 2011 ya no quise seguir haciendo eso. Pasé a la clandestinidad para dejar atrás cualquier forma de autocensura. Sentí que habíamos llegado a un punto de inflexión histórico.
Quizá había otro factor en juego. Durante mis años en la cárcel, me había vuelto adicto, por decirlo de algún modo, a esas experiencias. Al principio de la revolución, tuve el sentimiento de que se me había dado una segunda oportunidad para cambiar. Para mí, esa es la verdadera libertad: cambiarte a ti mismo. Si sigues siendo la misma persona durante ochenta años, es que estás viviendo realmente tras las rejas. Pero, si soy honesto, tengo que decir que nunca pensé que la lucha fuera a ser tan larga, tan dura y tan costosa.
-DS: ¿Fue un error?
-YHS: No.
-YHS: Pero pagó un precio muy alto.
-YHS: Por supuesto que nunca pensé que secuestrarían a mi mujer y a mi hermano. Por eso el precio fue tan alto. A nivel personal, pasé por una guerra civil. Desde 2013, no sé nada de Samira ni de Firas.
-DS: ¿Mereció la pena?
-YHS: No. Son dos “obligaciones” que chocan la una contra la otra. No podía sino implicarme en la lucha por el cambio político en Siria. Pero eso me llevó a una tragedia personal total.
En la cárcel, solían ponernos en situaciones que nos desgarraban. El régimen se ofreció a liberarme en varias ocasiones, pero a cambio de que firmara un documento que me robaba la dignidad. Hicieron una propuesta de este tipo cuando tenía veintitantos años… Era muy difícil no firmarla. A esa edad, cuando eres tan joven, no quieres estar en prisión. Pero no la firmé.
Ahora, ni siquiera tengo el lujo de poder escoger. Mis enemigos me han robado el privilegio de rendirme. Lo que hace inevitable que continúe luchando. Si no, me arriesgaría a dejar a Samira y a Firas sin su dignidad. No puedo rendirme. Soy su representante ahora.
-DS: Su mujer y su hermano fueron secuestrados por islamistas radicales. ¿Vio venir el peligro?
-YHS: En mayo de 2012, escribí un largo ensayo en el que advertía de la aparición del “nihilismo militante”, como lo llamé en aquella época. En sus comienzos, la revolución en Siria fue en gran medida no violenta. Pero como el régimen respondió de forma tan implacable y como la ayuda internacional no se materializó, el modelo de los yihadistas fue ganando terreno. Cuantos más cadáveres aparecían en las calles –una vez en Duma, en 2013, vi 26 cuerpos en un mismo día-, más atractivo resultaba el islamismo militante. Especialmente en un país como Siria, donde la mayoría religiosa sunní llevaba años siendo reprimida.
Así fue cómo desembocamos en una escalada de miedo y violencia. Los sirios estaban cada vez más indignados, frustrados, desesperados. Los salafíes proporcionaban una respuesta a un deseo de destrucción. Destruir al régimen y al mundo entero. Y a uno mismo. Las organizaciones yihadistas salafíes son manifestaciones autodestructivas en nuestras sociedades contemporáneas. Los suicidas-bomba son la encarnación de esta tendencia.
-DS: Parece que ahora, en el campo de batalla, los islamistas radicales como el Estado Islámico y Al-Qaida están perdiendo.
-YHS: Ese es el único aspecto positivo que podemos ver en todo lo que está sucediendo ahora. Quizá sea este el Waterloo de los islamistas. Pero no nos equivoquemos: incluso si así sucediera, la situación no va a mejorar. Hay un país destruido. Medio millón de personas han sido asesinadas. Doce millones de sirios están forzosamente desplazados. Aunque uno quisiera borrar esos hechos, sencillamente, no es posible.
-DS: ¿Cree que la “Guerra contra el Terror”, definida ahora como la lucha contra el Estado Islámico, se ha convertido en una prioridad esencial para Occidente?
-YHS: Se trata de una guerra posdemocrática. No hay un comienzo claro, ni un enemigo claramente definido, ni un juego final claro. Es una guerra que lleva a un estado de emergencia perpetuo. Las democracias occidentales están ya sufriendo mucho por esta razón. Y es algo muy peligroso.
Al mismo tiempo, se permite que continúe en el poder el hombre que entre marzo de 2011 y agosto de 2013 había torturado hasta la muerte a más de diez mil personas. ¿Por qué la guerra contra el EI es mucho más importante que la lucha contra Bashar al-Asad? De hecho, el mensaje que Occidente envía al pueblo de Siria es muy claro: pensamos que nuestras vidas son mucho más importantes que las vuestras.
-DS: ¿Siente que Occidente les está sacrificando?
-YHS: No, peor aún, hemos sido sacrificados y despachados como seres irrelevantes. En agosto de 2013, Asad perpetró asesinatos masivos contra su propia población con armas químicas. Después de esa acción, EEUU y Rusia concluyeron cobardemente un acuerdo que autorizaba al verdugo a irse de rositas a cambio de destruir sus armas químicas. Ambas partes salvaron la cara, pero el mismo pueblo que había perdido 1.466 vidas justo unas semanas antes se quedó muy decepcionado. Pero fue aún peor: el régimen consiguió un laissez-passer para proseguir su masacre con otras armas. Eso es exactamente lo que Asad hizo: arrojó cantidades masivas de bombas de barril y antibúnker. Incluso continuó utilizando armas químicas porque de alguna manera se las arregló para no entregarlas en su totalidad.
En mi punto de vista, la reacción a ese ataque con gas venenoso es el peor crimen internacional de las pasadas décadas. Fue un ataque gigantesco contra la verdad. Nadie puede decir que no sabía. Sucedió justo ante los ojos de la comunidad internacional.
-DS: Los críticos occidentales sostienen con frecuencia que la oposición siria no consiguió los apoyos necesarios porque los opositores a Asad estaban divididos entre sí. ¿Compartes ese argumento?
-YHS: No. Claro que la oposición estaba dividida. ¿Cómo no iba a estarlo, después de décadas de dictadura? ¿Esperaba alguien realmente que de repente apareciera en escena una oposición unida con una mente abierta, un discurso moderado y un plan de acción potente? ¡Qué hipocresía! ¿Vamos a culpar a las víctimas de ser débiles? Pueden también recordar que antes de la revolución ningún líder mundial tuvo nada crítico que decir cuando Bashar ocupó el puesto de su padre. (La ex Secretaria de Estado de EEUU) Madeleine Albright fue incluso a Damasco a estrecharle la mano. Y ningún partido izquierdista ni comunista hizo ruido alguno en todos esos años sobre el destino de la república en Siria. Ninguno de ellos.
-DS: ¿Sigue siendo comunista?
-YHS: No, aunque sigo siendo de izquierdas. Si hay algo en lo que destacan la mayor parte de mis antiguos compañeros a nivel mundial es en su completa ignorancia sobre Siria. Sus puntos de vista sobre el mundo se han quedado totalmente obsoletos. Los conocimientos de los que presumen se basan en recuerdos. Recuerdan principalmente los viejos días en que en el Oriente Medio había un país supuestamente socialista llamado Siria. Algo que, en primer lugar, ha sido siempre un disparate. A partir de 1980, como máximo, ese disparate se convirtió en autoengaño. Es altamente sorprendente que la vieja izquierda, cuando discute sobre Siria, exprese casi los mismos puntos de vista que la derecha populista.
-DS: ¿Y la nueva izquierda?
-YHS: Los socialdemócratas son menos arcaicos, pero se han concentrado completamente en Occidente y han perdido sus creencias internacionales en algún lugar del camino.
-DS: Vd. es ahora un refugiado, ¿qué piensa de la forma en que Europa está manejando la crisis de refugiados?
-YHS: ¿Para quién es realmente una crisis? ¿Para los refugiados o para Europa? [de forma categórica] El problema real es que la gente se vio obligada a abandonar su país, sus hogares y sus familias, después de llevar ya años abandonados. Desde luego que esa gente quiere ir ahora a países como Alemania o Suecia. ¿Por qué Turquía, el Líbano o Jordania son lugares más lógicos para albergarles? Esos refugiados son extremadamente racionales: saben que tienen menos posibilidades en nuestra región que en Europa.
-DS: ¿Todavía cree que hay una forma de salir del rompecabezas sirio?
-YHS: No mientras Asad siga en el poder. Parece inevitable una gran conferencia internacional, que tenga como objetivo encontrar una nueva mayoría política para Siria. Si tenemos que continuar con Asad, habrá un resentimiento enorme.
-DS: ¿Confía aún en volver a Siria algún día?
-YHS: Mis esperanzas no son muy grandes. Pero después de todos esos años en prisión, me he vuelto inmune a la desesperación. Tenía entonces veinte años. Debería haber seguido en la universidad, conocido amigas, disfrutado de fiestas. Todo ese tiempo perdido no volverá nunca. Entonces, todo eso me desesperaba. Ahora me siento liberado para siempre de esos sentimientos de desesperación. Porque sigo en la lucha.
Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=221934