Por: Ignacio Perez
En veinticinco días, la primera ministra británica ha destrozado una ventaja de veinte puntos sobre el Partido Laborista y la ha dejado en solo cuatro. Un Reino Unido en estado de shock acude este jueves a las urnas y, dejando a un lado los atentados, los expertos siguen sin explicarse cómo Theresa May ha cometido tantos fallos.
A Theresa May no le queda nada con qué taparse. Sus errores, la campaña y los recientes ataques terroristas han arrasado con todo y la han dejado desnuda frente al votante británico. Se había creído ya la refundadora del Partido Conservador, un nasty party convertido en algo más amable, más justo, más social. Estaba segura de que el electorado británico quería escuchar lo mal que estaban las cuentas estatales y los sacrificios que quedaban por hacer, les gustase o no. Y pensaba incluso que, pese a sus titubeos, su voz quejumbrosa, sus lapsus y su nula expresividad corporal, sonaba hasta convincente. Pero no. La verdad y el pasado han emergido con fuerza y han arrasado ese armazón de lideresa maternal que su equipo de campaña ha intentado crear.
Pese a ello, es muy probable que Theresa May gane mañana. Estaríamos hablando, no obstante, de una de las victorias más amargas y denigrantes que se recuerdan. En menos de un mes, Theresa May ha destruido la ventaja de veinte puntos que el Partido Conservador tenía sobre el Partido Laborista y la ha dejado, según la última encuesta de YouGov, en tan solo cuatro. Dieciséis preciados puntos convertidos en polvo y barridos del mapa.
Los expertos no creen que esos cuatro puntos de diferencian tengan una traducción real en las urnas.“Las encuestas acaban dando peso al voto joven porque no saben cómo se va a comportar; no obstante, a la hora de la verdad, es el sector que menos acude a las urnas”, precisa David Cowling, experto en Opinión Pública del King’s College London. Los cuatro puntos de diferencia son improbables, pero los analistas sí que apuestan por una reducción de los veinte puntos iniciales a una horquilla que va de los catorce a los once. Además, intuyen que va a haber un repunte de la abstención y de los votos en blanco y nulos a modo de protesta por la decepción y desconfianza que les produce tanto Theresa May como Jeremy Corbyn.
El declive de Theresa May comenzó la soleada tarde de 18 de mayo en Halifax, una pequeña ciudad al norte del país asfixiada por el cierre masivo de fábricas textiles, y alcanzó su cénit este pasado sábado, en el puente de Londres, tras un atentado perpetrado por tres fundamentalistas islámicos conocidos por la policía británica. Durante esa soleada tarde de mayo, la premier británica presentó el programa electoral de su partido, un documento calificado por muchos analistas como un auténtico “suicidio político”. Noventa hojas plagadas de silencios, frases ambiguas y, sobre todo, letra pequeña. Los cinco días previos a la votación, el terrorismo islámico y la inmigración han centrado los debates y han surgido peligrosas dudas sobre la gestión que May hizo del Home Secretary, el Ministerio del Interior británico, cuando, de 2010 a 2016, fue su máximo responsable.
Una concatenación de fallos, ataques fortuitos y arrogancia que, juntos, conforman la estrategia perfecta para ganar unas elecciones de forma mediocre cuando, hace tan solo veinticinco días, las encuesta vaticinaban una mayoría jamás vista en la Cámara de los Comunes. Así es cómo lo ha conseguido:
1.Ha reducido en 21.500 el número de policías que patrullan las calles
Por cautela o por respeto, tras el atentado de Mánchester, los partidos de la oposición se contuvieron a la hora de relacionar los atentados en suelo británico con los recortes que May llevó a cabo en el Ministerio del Interior y en el Cuerpo de Policía. Esta vez no lo han hecho y han conseguido desviar la atención mediática hacia el pasado de May como home secretary.
Jeremy Corbyn, líder laborista, habla de un recorte del 18% en el Ministerio de Interior y de una reducción de 21.500 policías en seis años. Los oficiales de este cuerpo se dividen entre los que aseguran que, con más efectivos, pueden frustrarse más ataques y los que opinan que ataques como los de las pasadas semanas son imposibles de prever por muchos policías que tengas. Mientras, May calla y, cuando la ponen demasiado contra las cuerdas, se defiende argumentando que las partidas destinadas a servicios secretos y lucha antiterrorista nunca disminuyeron. Aun así, es consciente de los fallos que ha habido y de lo difícil que es explicar a los ciudadanos británicos que, aunque la policía tenía fichados a los terroristas y uno de ellos apareció en un programa de televisión sobre yihadismo, no se pudo hacer nada por evitar el atentado.
Por lo general, un atentado en vísperas de unas elecciones suele favorecer a las fuerzas conservadoras de un país. Algunos estudiosos hablan de hasta un 2% de aumento en la intención de voto. En España, tras el 11M y la actuación del Gobierno de José María Aznar, no fue así, y, en las pasadas elecciones francesas, tampoco se vio un incremento significativo en los porcentajes que obtuvo Marine Le Pen. Inglaterra va camino de ser una nueva excepción, un imprevisto que no favorecerá ni a la derecha ni a la izquierdaya que, entre amplias capas del electorado, no sienta bien que Jeremy Corbyn llamara “amigos” a Hezbolá y a Hamas, ni que, tras los atentados de Niza, se opusiera a una concesión del parlamento británico que permitía a los policías disparar de manera preventiva a sospechosos en el caso de que vieran signos de ataque terrorista.
2. Les ha dicho a los ancianos que se van a quedar sin casa a cambio de sus cuidados
Tiene gracia que, cerca del cuartel general de los conservadores en Halifax, el lugar escogido por Theresa May para presentar su programa electoral, haya un monumento a la Halifax Gibbet, la guillotina que hizo famosa a esta localidad en toda Inglaterra y que siguió decapitando cabezas hasta bien entrado el siglo XVII. Theresa May también salió decapitada de esta ciudad, bastión del laborismo más próximo a Corbyn, y, paradójicamente, su sentencia de muerte aparecía escrita en la página 65 de su manifiesto: A long-term plan for elderly care, un plan a largo plazo para el cuidado de nuestros mayores.
En la actualidad, todos los mayores con activos que no superen las 23.250 libras –de esta cifra se excluye el precio de la vivienda– tienen derecho a asistencia a domicilio gratuita. Esto, al Estado británico, le supone un coste anual de 16.400 millones de libras y se estima que, para 2040, el número de personas que pueden optar a esta ayuda va a cuadruplicarse.
El sistema está en crisis y Theresa May, lejos de aumentar las partidas públicas para este fin, quiere que más gente pague por este servicio. En el manifiesto lo intentaron presentar de forma enrevesada pero, al final, les descubrieron. May proponía que solo los que tuvieran activos por más de 100.000 libras pagasen por los cuidados –el resto, gratis–. El problema venía cuando, en la anotación al pie de página, leías que, en esas 100.000 libras, se incluye también el valor de la vivienda que poseas. Y esto, en un país en el que la media de una vivienda se sitúa en las 216.000 libras, supone que prácticamente todos los ancianos tendrían que pagar por sus cuidados –bien, anualmente; bien, una vez fallecidos, detrayéndolo de la herencia y de las viviendas que dejen a sus herederos–.
Nada más conocerse, la ventaja de los conservadores se desplomó siete puntos. Algo inaudito. Cuatro días después, Theresa May, claramente descompuesta, anunciaba en las mañanas de la BBC que daba marcha atrás y que la nueva propuesta de los tories era establecer un límite máximo a pagar por las personas mayores que no recibían cuidados gratuitos.
3. Les ha dicho a los niños de primaria que se van a quedar sin comidas gratuitas
Aunque Theresa May se empeñe en decir que no es Margaret Thatcher, lo cierto es que medidas como el cese de las comidas calientes durante los tres primeros años de primaria no hacen sino reforzar esa imagen de baronesa sin sentimientos empeñada en reducir al máximo los gastos estatales. En 1971, Margaret Thatcher, por aquel entonces ministra de Educación, consiguió que se dejase de dar el vaso de leche que, desde 1946, recibían diariamente los alumnos menores de dieciocho años en las escuelas e institutos. May quiere eliminar las comidas calientes pero, a cambio, quiere dar de desayunar un brick de leche y algo de bollería a todos los niños que cursen educación primaria.
Estrellas de la cocina como Jamie Oliver han advertido ya a Theresa May de que la desaparición de una comida en la que los estudiantes consumían cuatro piezas de fruta y verdura tendrá consecuencias dramáticas para la lucha contra la obesidad infantil en Reino Unido –se calcula que un tercio de los niños de once años en ese país tienen sobrepeso–. Pero el cambio, además, encierra otra lectura de contenido político: es la forma de May de desmarcarse del legado anterior de David Cameron. Las comidas calientes fueron una concesión que, en 2015, tuvo que hacer Cameron a los liberal-demócratas para gobernar en coalición con ellos. Theresa May quiere desmarcarse de ese gobierno del pacto y, de paso, ahorrarse1.000 millones de libras que supondría el cambio de las comidas calientes a los desayunos fríos.
4. Les ha dicho a los pensionistas que les vas a quitar las ayudas a la calefacción
Aquí hay que admitir que Theresa May lleva algo de razón: independientemente del nivel de tu renta, si vives oficialmente en Reino Unido y naciste antes del 5 de mayo de 1953, el Estado británico te paga 300 libras para costear los gastos de calefacción. Esto se traduce en que los pensionistas multimillonarios y los más humildes reciben la misma cantidad de dinero. May quiere acabar con este sistema y ha anunciado una profunda revisión de los requisitos para recibir la ayuda. Los más pobres la tienen garantizada, los más ricos la dan ya por perdida, y el amplio espectro de la clase media teme que el límite de renta sea bajo y se queden sin trescientas libras. Por esta razón, han apostado por la oposición frontal.
Nadie entiende cómo May se ha atrevido a abrir este debate en medio de unas elecciones. Unos lo achacan a su arrogancia y al convencimiento de que, haga lo que haga, va a ganar las elecciones. Otros la acusan de escuchar solo a su círculo más íntimo de consejeros, fervientes thatcheristas liderados por Nick Timothy, su jefe de personal. Y luego están los que piensan que, directamente, le faltan miras políticas.
Algunos comentaristas se preguntan incluso si Theresa May sufre episodios de amnesia: en su corta estancia en el 10 de Downing Street, cada vez que ha propuesto algo en el ámbito energético, ha salido muy mal parada –más dentro que fuera de su partido–. Nada más llegar, propuso establecer un límite en lo que las familias pagaban por la electricidad y la calefacción de sus casas. Las facturas estaban creciendo a un 6,9% anual. A los pocos días de anunciar esta medida, se descubrió que el ala más conservadora del partido, firme defensora del libre mercado y del no intervencionismo estatal, estaba conspirando en contra de Theresa May. La primera ministra no podía permitirse una revuelta tory a ocho días de entrar en Downing Street y decidió dejar de hablar del tema. Resultado: pérdida de tres puntos en las encuestas y ascenso del laborismo en dos.
5. Ha rechazado todo debate y cara a cara con el líder de la oposición
A estas alturas, el electorado británico tiene claro que la oratoria no es precisamente el punto fuerte de Theresa May. Lo demuestra todos los miércoles, en la Cámara de los Comunes, cuando tiene que someterse a las afiladas preguntas de los diputados laboristas. David Cameron y Margaret Thatcher eran maestros en no contestar, en devolver los ataques y en dejar en ridículo al diputado de turno. Theresa May, no. Se la ve titubear, se la ve rebuscar en los papeles, se va por las ramas, se le ríen en su propia bancada, pasa las preguntas a sus ministros. No es buena cuando no tiene un papel delante y, precisamente, ese es el riesgo que ha intentado evitar a lo largo de la campaña.
Aparte, no es un candidato que los electores perciban como cercano, agradable. “El problema es que se piensa que es Margaret Thatcher: cree que la gente va a votar por ella aunque la odien, y no es así”, escribía Owen Jones, comentarista de The Guardian. Y el problema se acrecienta cuando, en la otra bancada, tienes a Jeremy Corbyn, un líder laborista que es bueno respondiendo; que, pese a las revueltas internas, transmite una imagen de serenidad y control; y que, debido a su pasado cercano al comunismo, parte del electorado lo percibe como cercano y dispuesto a luchar por ellos contra las grandes empresas.
Theresa May se ha intentado escabullir a toda costa y las excusas que ha dado han sido patéticas: cuando comenzó la campaña el 19 de mayo, rechazó una oferta de la BBC para sentarse en frente de Jeremy Corbyn y debatir. Diez días después, la premier británica conseguía que Channel 4 cambiara el formato de un programa y, en vez de estar en un mismo escenario con el líder laborista contestando preguntas del público y del moderador, el espacio se dividió en dos partes: una centrada en Theresa May y otra en Jeremy Corbyn. Obviamente, el moderador, Jeremy Paxman le espetó a Theresa May que, si no era capaz de enfrentarse a Corbyn en directo, no la veía capaz de llevar adelante las negociaciones con la Unión Europea.
Y, la última, el pasado jueves 1 de junio. Algo inaudito en las elecciones generales británicas: BBC One, horario de máxima audiencia. Un escenario, siete líderes representando a las siete las fuerzas políticas más importantes de Reino Unido y, casualmente, Theresa May no está allí. Su puesto lo ocupa Amber Rudd, ministra del Interior, perfecta, cortante, eficaz, desmontando el utópico programa económico del laborismo, dejando bien claro a los oyentes que, en las filas del partido de Corbyn, todavía no tienen claro si apoyan o no el Brexit. Mientras, Theresa May veía el debate en la sede del Partido Conservador en Londres.
Paradójicamente, es el Brexit lo que va a salvar a May de su pasado y de sus meteduras de pata. Los laboristas no saben qué posición tomar con respecto a la desconexión con Europa, los liberal-demócratas no quieren irse y piden un segundo referéndum, y, en el Ukip, todos sus antiguos líderes han huido. Esto deja al Partido de Theresa May como la única fuerza en Reino Unido que apuesta decididamente por el Brexity que, mínimamente, da la imagen de un partido competente para armar el entramado burocrático que va a necesitarse para luchar contra Bruselas. Como bien resumió Rachel Sylvester en The Times, “prepárate, Inglaterra, porque estas son las elecciones del miedo”.
Fuente: http://www.zgrados.com/desastre-may-cinco-claves-entenderlo/