Por: Rosa María Torres
«El conocimiento es como un árbol;
las hojas crecen desde el mismo árbol, desde adentro”
(Constance Kamii)
– “Esta es una escuela activa. Los niños se sienten a gusto, el juego es aquí lo principal”, me dijo el director cuando fui con mi hijo mayor, entonces de 7 años, a inscribirlo en esta escuela particular de la ciudad de México, renombrada en aquel momento entre las escuelas activas de la zona. De esta escuela terminaría sacando a mi hijo, al terminar el año, para buscar, desesperada, algo más convencional y menos ‘activo’.
– “Una institución inscrita en las modernas corrientes de la escuela activa”, decía el folleto promocional que a continuación enumeraba un largo listado de virtudes de este colegio particular en Buenos Aires. Después de tres años en este colegio activo, mi hijo menor terminó la enseñanza secundaria con un rechazo absoluto a todo lo que oliera a estudio.
Pedagogía activa, métodos activos: todos los nombran y ofrecen; pocos los llevan a la práctica. Una genuina pedagogía activa implica romper con los esquemas usuales de hacer educación, con los roles convencionales de educador y educando, con la comprensión usual de lo que es enseñar y aprender.
Muchos confunden pedagogía activa con activismo. Profesores empeñados en que los alumnos realicen febrilmente actividades y se mantengan ocupados todo el tiempo. Profesores que se mueven incansablemente y convierten al aula en un bazar, intentando motivar a los alumnos y hacer su clase amena, poniéndose a la altura de los niños o jóvenes a quienes tratan de enseñar.
Muchos creen, equivocadamente, que lo ‘activo‘ se ubica del lado de la enseñanza. No obstante, una enseñanza activa no garantiza necesariamente un aprendizaje activo. El profesor o profesora pueden terminar agotados física e intelectualmente, mientras los alumnos continúan de espectadores, sin poner un gramo de emoción o de materia gris en el espectáculo.
Muchos creen que lo ‘activo‘ se refiere a actividad física. La actividad física es importante y una condición favorable para el aprendizaje, pero una pedagogía activaes, esencialmente, una en la que el movimiento pasa por adentro. Una que estimula al alumno a pensar, a hacerse y a hacer preguntas, a investigar, a problematizar la información que recibe, a dudar, a argumentar, a discutir, a sacar conclusiones propias, a identificar y resolver problemas, a pensar autónomamente, a esforzarse por entender y por aprender, a desear saber más.
Bien vista, una pedagogía activa no debería ser considerada una innovación. Porque el aprendizaje es activo o no es. No hay opción. Y esto es válido tanto para el niño como para el joven y el adulto. Quien no tiene un rol activo en su proceso de aprendizaje, sencillamente no aprende. Si al alumno solo se le ‘transmite’ información o conocimientos, a lo sumo lo que puede esperarse en que los regurgite y repita, no que los aprenda, es decir, que los comprenda, incorpore, aprehenda.
Aprender implica explorar, experimentar, descubrir, reflexionar, construir, de-construir, equivocarse, rectificar, desaprender, crear. Enseñar es ofrecer al alumno condiciones y oportunidades para que haga todo eso, con entusiasmo, sin miedo, a partir de sus propias necesidades e intereses, a su ritmo, individualmente y en colaboración, en interacción consigo mismo y con los demás.
Una pedagogía activa es una invitación a maravillarse y a confiar en la capacidad de aprender que tiene el ser humano, por ser humano más que por ser alumno. Es estar dispuesto a ceder al alumno el rol protagónico en su proceso de aprendizaje, aceptando al mismo tiempo la compleja responsabilidad que en ese aprendizaje tiene quien, ubicado en el rol de educador, debe facilitarlo, estimularlo y orientarlo.
Una pedagogía activa es, por eso, paciente y pausada, empática y amena, centrada en el alumno y en el aprendizaje, consciente y respetuosa de la diversidad, enemiga del autoritarismo y del paternalismo, refractaria a manuales y a materiales hiperestructurados, reñida con la rigidez y la rutina.
Una pedagogía activa no solo crea lectores sino buenos lectores, lectores críticos, que reflexionan sobre lo que leen, que interrogan al autor, que sacan conclusiones propias. Una pedagogía activa fomenta escritores, no copistas.
Una pedagogía activa acepta que todo lugar, momento y edad son buenos para aprender, dentro y fuera de las aulas.
Una pedagogía activa respeta al alumno, junta cabeza y cuerpo, trabaja no para la prueba sino para el aprendizaje, mira el error no como una señal roja sino como una señal verde que indica la posibilidad de un nuevo nivel de conocimiento, aspira al disfrute no solo del aprendizaje sino también de la enseñanza.
Tan simple y tan complicado. Tan fácil de decir y tan difícil de hacer. Porque políticos, padres de familia y profesores cargamos con ideologías educativas forjadas en pedagogías antiguas, simplificadoras, transmisoras, reproductoras. Porque, pese a tanto nuevo conocimiento y a tanto demostrado fracaso, preferimos seguir creyendo que el aprendizaje se resuelve – burdamente – llenando cabezas con informaciones y datos.
Fuente: http://otra-educacion.blogspot.com/