Así funciona la educación en la cuarentena: «Nos estamos buscando la vida»
El entrecomillado que da título a este reportaje es de una profesora de Primaria, que prefiere que su nombre no aparezca y que resume en esas cinco palabras -«nos estamos buscando la vida»- la filosofía de su trabajo desde que el 13 de marzo la Junta de Andalucía ordenó la suspensión de las clases y decretase el cierre de los centros educativos por el coronavirus.
«Se supone que todo el mundo tiene herramientas, que todo el mundo tiene internet, pero la realidad social influye mucho», dice esta maestra que acumula bastantes trienios y que no se anda con paños calientes a la hora de hacer un diagnóstico de la situación: «El sistema educativo no estaba preparado para esto».
Martín tiene 9 años, estudia cuarto de Primaria y, como el resto de los dos millones de estudiantes de Andalucía, ha cambiado su pupitre por la mesa del salón -o de la cocina, según disponibilidad- desde que el 13 de marzo pasado saliese por última vez de su casa para ir al colegio. También ha cambiado el recreo en el patio por la terraza de su domicilio y a sus compañeros por la única compañía de sus padres y de su hermana pequeña. Desde ese día y, sobre todo, desde que terminaron oficialmente las vacaciones de Semana Santa, se supone que su formación continúa por vía telemática, pero la realidad es que ésta se limita a la publicación de tareas en el blog del centro escolar y a tres conexiones de apenas media hora a la semana en la que apenas da tiempo a corregir algunas actividades y a resolver dudas. Y eso si el sistema que se usa para conectarse con el profesor aguanta sin colapsarse.
El día a día de Martín es el mismo que viven muchos de sus compañeros, aunque la situación cambia, y no poco, en función de la formación y los recursos de los que dispongan tanto los escolares como sus profesores. Porque si en algo coinciden alumnos, padres y profesores es en que el coronavirus ha cogido al sistema educativo absolutamente desarmado y sin recursos para migrar de las aulas físicas a las virtuales. Se ha hecho un gran esfuerzo, pero el sistema está literalmente desbordado.
La profesora de Primaria con la que empezaron estas líneas relata cómo a lo largo de estas semanas ha tratado de mantener un mínimo de comunicación virtual con sus alumnos, un mínimo de clases telemáticas que permitiera abordar contenidos y garantizar la interacción. Ha probado con la plataforma Zoom, con la oficial de la Consejería de Educación, Moodle, y, al final, ha optado por videoconferencias por WhatsApp con la pega de que no puede conectarse al mismo tiempo con más de tres alumnos.
Claro que la situación varía según el centro escolar, según el profesor, según el alumno… «La heterogeneidad es enorme», confirma Javier Fernández, inspector de Educación y portavoz de la Unión Sindical de Inspectores de Educación (USIE). Hay centros en los que se mantiene cierta rutina de clases virtuales, en los que se avanza contenido, en los que hay bastante interacción… como hay otros en los que se ha perdido casi por completo la conexión con los alumnos.
Entre los primeros está el CEIP Vicente Aleixandre de La Algaba (Sevilla), cuyos docentes ya usaban antes de la crisis plataformas tecnológicas como Class Dojo y están ultimando los preparativos para utilizar Google Class Room para impartir clases telemáticas después de que muchos de ellos se hayan formado. Incluso habían comprado ya un dominio propio dentro de un proceso de digitalización que viene de antes de la pandemia.
Moodle, cuenta Víctor Guirado, jefe de estudios del centro, la han descartado por sus problemas y su lentitud. «Es lento y poco atractivo», señala este profesor que es consciente de que no todos los docentes tienen el suficiente nivel de formación en nuevas tecnologías como para enfrentarse al enorme reto que ha supuesto el coronavirus.
Dentro de la guerra contra el Covid-19, se podría decir que cada centro educativo da la batalla como puede y, de hecho, desde la Consejería de Educación se apela a la autonomía de los centros para que diseñen su propia estrategia mientras dure esta situación. No ha habido, señala la profesora de Primaria que ha hablado con EL MUNDO, pautas concretas. «Van saliendo instrucciones cada dos días y no nos han especificado ni las horas de sesiones que debemos tener con los alumnos», apunta.
En lo que sí se ha insistido, hace hincapié, es en que «no haya agobios para los niños ni para las familias, que no mandemos muchas tareas». En cualquier caso, apostilla esta docente, «yo no doy el curso por perdido».
LA BRECHA SOCIAL
A Teresa Pablo, portavoz de la red de asociaciones de madres y padres Escuelas de Calor, le preocupa por encima de todo la desigualdad que el modelo educativo virtual forzado por la pandemia ha puesto de manifiesto más que en ningún otro momento. La brecha social, afirma, «es más profunda que la brecha digital».
No es su caso personal. Su hijo es estudiante de Secundaria en Sevilla y más o menos mantiene su ritmo escolar, pero es consciente, y lo denuncia, que no es generalizado y que en función «de dónde vivas» y de los recursos que tenga la familia, el alumno puede quedar, incluso, completamente descolgado.
Pablo alaba, eso sí, el «esfuerzo brutal» que ha hecho el profesorado desde que fue enviado a sus casas. «Hubo que improvisar, de viernes a lunes, una metodología distinta y eso provocó un gran desconcierto». Sobre todo, añade, porque las instrucciones que dio la Consejería de Educación «no fueron claras y se echó la patata caliente a los equipos directivos» de los centros.
A la portavoz de Escuelas de Calor le preocupa la brecha social, pero casi en la misma medida resalta otra cuestión, el factor emocional de los menores que, a su juicio, se ha olvidado por completo. «Se habla de que promocionen o no, pero el tema emocional se ha olvidado», dice y cuenta el ejemplo del hijo de una vecina que está «aterrado», que no quiere salir a la calle porque tiene «miedo a morir».
El sistema, y en esto no se sale del resto de opiniones, «no estaba preparado» y la solución ahora, apostilla, no es abrir los colegios en el mes de julio. «La solución está en el curso que viene, con recursos, con más plantilla, con desdobles de clases e individualizando el proceso», opina.
IMPROVISACIÓN «EVIDENTE»
Desde la Consejería de Educación, por su parte, admiten que se ha tenido que improvisar, reconocen que esa improvisación es «evidente» y que nadie estaba preparado para afrontar una situación como la vivida con el repentino cierre de los colegios y pasar de clases presenciales a no presenciales en tan poco tiempo.
Pese a eso, señalan las fuentes consultadas, «el sistema se ha adaptado razonablemente bien«, con una apuesta decidida por la tecnología y por herramientas como la plataforma Moodle, cuya capacidad prácticamente se ha duplicado, pasando de 4 a 18 servidores y de un ancho de banda de 1 giga a 10.
Para sostener este argumento, ofrecen datos sobre la auténtica explosión de usuarios que ha experimentado la red oficial. Como, por ejemplo, que más de 138.000 profesores se han inscrito como usuarios y sólo en una semana se han registrado casi 20.000 accesos. Por lo que se refiere a alumnos, son más de un millón los que tienen perfil en Moodle y se han creado más de 114.000 aulas virtuales. Y otro dato: sólo en un día, el 14 de abril, se atendieron por vídeollamada a través de esta plataforma a 44.000 usuarios.
Es cierto, y eso también lo admite la Junta, que buena parte del profesorado no tenía la formación suficiente, pero también en eso Educación ha hecho un considerable esfuerzo que se traduce en que más de 32.000 profesores se estén formando en estos momentos para utilizar Moodle.
Reconocen desde Educación que la situación puede diferir enormemente según el centro, el profesor y el alumno de que se trate. Porque, como decía nuestra profesora de Primaria que ha dado título a estas líneas, a los docentes no les ha quedado otra que buscarse la vida.
Fuente de la Información: https://www.elmundo.es/andalucia/2020/04/20/5e99d5d621efa0b8718b45f8.html