Por: Julio Leonardo Valeirón Ureña
Tener una mayor conciencia de todo lo que se mueve “por detrás” de las redes sociales. Estas ya no son un mero entretenimiento, sino un vehículo de control social.
Las redes sociales no son un mero entretenimiento, sino un vehículo de control social, por lo que es necesario moderar su uso al mismo tiempo que asumir una actitud más analítica y crítica de la información vertida a través de ella.
Las redes sociales son hoy un tema de importante debate. Cuando en el año 2002 se puso a la disposición del público la aplicación antecesora de Facebook, Friendster, se inició un proceso que se ha ido complejizando con el tiempo y que ya está presente en todas las actividades de la vida humana: las relaciones personales, la cultura y la educación, la comunicación, el trabajo, los negocios, los movimientos sociales, políticos y religiosos, en fin, no parece haber espacio social en que las redes no estén presentes. Desde los temas más sublimes o exotéricos, hasta los más científicos o burdos, tienen su manifestación en ella. Las redes sociales nos han transformado la vida y todo luce que llegaron para quedarse.
En esta primera entrega sobre el tema, les propongo reflexionar sobre dos cuestiones, la primera, pensar algunos de los “detrás” de las redes sociales y, lo segundo, cómo nos afecta su uso continuo e indiscriminado.
Las redes sociales se han convertido en un punto focal o el punto focal que ocupa la atención de millones de personas, aún con independencia de su estrato social. Sin distinción de clase, todos estamos bajo su influencia. Cada día suman y refugian, cientos, miles y millones, en ese mundo “virtual” que crece exponencialmente, al mismo tiempo que genera miles de millones de dólares a quienes tienen en sus manos su poder.
Con el tiempo, Facebook, Instagram, WhatsApp, Google, Twitter, etc., se han convertido en los medios de información y “entretenimiento hoy día”. Su importancia es tal que en la Universidad de Vermont (UVM) funciona, desde el año 2008, una aplicación conocida como hedómetro, que tiene como función evaluar el impacto en la felicidad o el desaliento de los usuarios de redes. Han logrado acopiar millones de tuits que les permiten a sus investigadores realizar una lectura y análisis de los estados de ánimo que se expresan a través de ellos según su edad, sexo, ciudadanía, etc.
Chris Danforth, su creador, haciendo uso de la inteligencia artificial, “enseñó a la computadora” a analizar las emociones que se vierten en los tuits, buscando “verdades ocultas”. Para el “análisis e interpretación” por parte de la aplicación informática de los estados emocionales, se han ido construyendo diccionarios de palabra-emoción, conocidos como lexicons. Reconociendo los investigadores (Peter Dodds y Chris Danforth) la complejidad del lenguaje humano en términos de sus significados, han ido desarrollando algoritmos cada vez más complejos que le permiten a la “computadora” el desarrollo de pautas de relaciones entre palabras, permitiendo avanzar en su significado. A partir de varios idiomas, eligieron las 10 mil palabras más empleadas en cada uno de ellos, de esa manera el algoritmo contó el número de veces que se usaba cada palabra, descartando las calificadas como neutrales o que se utilizan en diferentes contextos, así como los modismos propios de regiones y culturas. Haciendo uso de esta aplicación, el año 2020 fue considerado el más miserable de los últimos 12 años. Las palabras más empleadas fueron virus, brote y muriendo. Al mismo tiempo, es interesante saber que en el mismo período se habló menos de deportes, música y ocio, tópicos estos que, según los investigadores, suelen equilibrar los temas negativos. En la página 2020, el año más miserable en Twitter según un estudio de la Universidad de Vermont – Infobae, aparece un gráfico al respecto.
Por otro lado, para el año 2013, Tomas Mikolov de Google Brain, desarrolló una aplicación o herramienta llamada Word Embeddings (incrutaciones de palabras), la cual convierte cada palabra en una lista de 50 a 300 números llamada vector. De esa manera, los números se convierten en una “huella” que describe una palabra y las analiza en relación con otras palabras con que frecuentemente se vincula. Para alcanzar tal nivel de complejidad, el software procesó y analizó millones de palabras aparecidos en la prensa, logrando “predecir” la siguiente palabra en un texto, dadas las palabras previas.
Para que se comprenda la complejidad y el alcance de esto, los investigadores emplean “el análisis de los sentimientos” a fin de medir las percepciones que los usuarios tienen sobre temas diversos, como el cambio climático, por ejemplo, además de “examinar la sabiduría convencional” en ámbitos tan complejo como la música, midiendo el nivel de tristeza que genera una pieza musical entre un acorde menor y uno mayor. Un acorde es un conjunto de tres o más notas diferentes que constituyen una unidad armónica.
Toda esta información y mucho más puede acceder a ella en: Internet | Cómo los algoritmos disciernen nuestro estado de ánimo por lo que escribimos online – El Salto – Edición General (elsaltodiario.com)
Como se podrán imaginar, y ése no es ya un tema nuevo, para muchas empresas contar con toda a esta información constituye una cuestión estratégica de negocio. Se dice incluso, que algunas empresas lo emplean para medir los estados de ánimo de sus empleados en las redes sociales internas. ¿Con cuáles propósitos? ¿Cuáles consecuencias genera esta información? Ese sería un tema interesante de estudiar.
Recuerde el documental de Netflix The Social Dilemma (El dilema de las redes sociales) que se estrenó en febrero del 2020, constituyéndose en uno de los más comentados. Según los productores de este, experiencias digitales triviales, así como recomendaciones automáticas, notificaciones y publicaciones sugeridas, funcionarían como un cebo lanzado miles de millones de veces al día, a fin de captar la atención y acaparar el tiempo de las personas. Una información como esta, por supuesto, es muy valiosa para países, organizaciones y personas en particular. En el documental referido se llega a afirmar de manera categórica que “los usuarios de las redes sociales, más que consumidores de entretenimiento, se han constituido en el objeto de las mismas”.
No parece descabellado suponer que, a partir del confinamiento por la pandemia desde principio del año 2020 a la fecha, es mucha la información generada por esta y otras aplicaciones que se vienen desarrollando y mejorando para “los fines correspondientes”; el aumento del uso de las redes sociales ha sido significativo desde entonces. El mundo entero se ha convertido en un poderoso laboratorio del comportamiento humano, así como los estados subjetivos de los mismos.
El segundo tema sería: ¿Cuáles podrían ser los efectos o consecuencias que el uso indiscriminado y acrítico puede generar en las personas?
Es importante señalar que las diferentes plataformas están diseñadas para un tipo de interacción específica, de ahí que generan expectativas distintas en sus usuarios y, en consecuencia, afectándolos también de manera distinta.
Federico Fros Campelo, especialista en neurociencias y psicología cognitiva, señala que tanto Facebook y Twitter como Instagram “estimulan cuatro funciones cerebrales: la búsqueda de aprobación, de autosuficiencia, la comparación y el sistema de deseo sexual. Según él, el cerebro cuenta con una unidad de procesamiento que es la comparación, generando competencia. Al apelar a la aprobación a través de las redes sociales se termina desvirtuando esa intención al activar mucho más la comparación, corriendo el riesgo de mayor infelicidad. Por otro parte, señala el investigador, las redes sociales te prometen dos cosas mágicas: que siempre te van a escuchar y que nunca vas a estar solo. ¿Qué consecuencia pueden generar estas expectativas? ¿No podrá sobre estimular, cada vez más, un creciente temor a la soledad?
Un estudio realizado por la Royal Society for Public Health y el Young Health Movement del Reino Unido a principio de este año en el cual participaron casi 1,500 jóvenes británicos entre 14 y 24 años, arrojó que Instagram es la red que más perjudica la salud mental de los jóvenes, seguidas por Snapchat y Facebook, debido a que en dicha red las personas jóvenes “se comparan con parámetro irreales y que se sienten ansiosos”.
La investigadora María Mercedes Botero, con varias publicaciones en la Fundación Dialnet, señala que el efecto de las redes sociales “contaminan la frescura de la identidad” en los jóvenes adolescentes. Dice que “muchas veces las personas están trabajando para verse en otros y para ver qué favorabilidad consiguen”. Enfatiza que “las personas que están pasando por procesos depresivos deben alejarse por completo de las redes sociales”.
En otro estudio se llega plantear incluso cambios en los rasgos de personalidad siendo más atrevidos y menos extrovertidos, como mayor distanciamiento familiar y de amistad (González García y Martínez Heredia, 2018).
La cultura del “like” se ha extendido en todos los ámbitos de la vida, afectando a muchos jóvenes que necesitan sentirse “aprobados” por otras personas y con ello, mejorar su autoestima.
Se llega a hablar incluso, que la avalancha de información por las redes sociales en estos tiempos de pandemia ha afectado seriamente la salud mental de las personas, generando angustia, tristeza, irritabilidad y hasta sentimientos negativos que pueden derivar en una depresión.
El llamado es, en primer lugar, tener una mayor conciencia de todo lo que se mueve “por detrás” de las redes sociales. Estas ya no son un mero entretenimiento, sino un vehículo de control social. En segundo lugar, moderar el uso de las redes sociales, al mismo tiempo que asumir una actitud más analítica y crítica de la información vertida a través de ella, evitando sus efectos nocivos en nuestro estado de ánimo y bienestar psicológico.
Fuente: https://acento.com.do/opinion/redes-sociales-y-emociones-8956759.html