Educación y naturaleza

Quiero dirigir unas palabras a los jóvenes, a esos que son el futuro de la humanidad.
Vivimos en una época en la que las pantallas se han convertido en la ventana principal al mundo, pero en esa pequeña ventana no entra el olor del bosque, ni el canto de los pájaros, ni el murmullo del agua al rozar las piedras de un río. En esas pantallas no hay raíces, ni tierra, ni vida real.

Muchos jóvenes han perdido el contacto con la naturaleza, y no por culpa suya, sino por un sistema educativo que ha olvidado enseñarnos que somos parte del planeta, no sus dueños. En los institutos y universidades apenas se pisa el campo, apenas se estudia cómo late un bosque, cómo las plantas se comunican entre sí, cómo los árboles se ayudan unos a otros enviando nutrientes bajo tierra, o cómo cada especie, por pequeña que parezca, sostiene el equilibrio del todo.

La educación actual forma técnicos, economistas, ingenieros… pero no forma guardianes de la vidaY eso es lo que necesitamos con urgencia: jóvenes que amen la naturaleza, que comprendan que cada respiración depende de un árbol, que cada gota de agua es un milagro, y que sin biodiversidad no hay futuro.

Los pueblos originarios nos han dado una lección que no hemos querido escuchar: el respeto. Para ellos, el sol es el padre que da la luz, el agua es la sangre de la Tierra, y cada ser vivo —desde el más pequeño insecto hasta el más grande de los animales— tiene un propósito y un valor. Ellos no destruyen para vivir; viven agradeciendo. Esa sabiduría ancestral debería ser parte de nuestros programas educativos, enseñada no como una curiosidad antropológica, sino como un modelo de convivencia y respeto.

Jóvenes, el planeta os necesita. No para ser espectadores, sino protagonistas.
Salid al campo, tocad la tierra con las manos, escuchad el silencio del bosque, observad cómo la vida coopera en cada rincón. Descubriréis que la naturaleza no compite, sino que colabora. Que las plantas se comunican, que los animales sienten, que el agua canta cuando la dejamos fluir libre. Y  cuando comprendáis eso, cuando lo sintáis de verdad, no podréis volver a mirar el mundo igual.

La educación debe volver a sus raíces: la Tierra. Porque educar sin naturaleza es criar generaciones que ignoran de dónde viene la vida y cómo mantenerla.
La verdadera inteligencia no está solo en las aulas, sino en la capacidad de mirar una flor y entender que ahí, en su aparente fragilidad, late la fuerza de la existencia.

Se necesita solicitar a los gobiernos para que incluyan en sus programas educativos el contacto directo con la naturaleza. A los educadores, para que enseñen no solo con libros, sino con experiencias vivas. Y a los jóvenes, para que despierten, para que comprendan que sin bosques, sin mares, sin ríos, no hay futuro posible.

Amad lo natural, defendedlo, sentidlo como parte de vosotros. Porque quien ama la vida, ama la Tierra. Y quien ama la Tierra, jamás permitirá que muera.

Fuente de la información:  https://insurgenciamagisterial.com

Fotografía: Pedro Pozas Terrados

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