Aminata Traoré es una ensayista maliense que lucha por la autonomía de los países y los pueblos de África, siempre dominados y saqueados por las potencias occidentales. Ministra de Cultura y Turismo de Malí entre 1997 y 2000, la infatigable militante prosigue su lucha contra el liberalismo sobre el terreno y ha promovido numerosos proyectos con las mujeres y los jóvenes en Bamako. Su reciente candidatura al puesto de Secretaria General de la ONU es una buena noticia para todos los partidarios de la paz.
¿Cómo analiza el fenómeno terrorista que asola África y todo el mundo?
En primer lugar hay que analizar rigurosamente las causas: ¿Por qué ahora? ¿Y por qué por todas partes? Precisamente porque se han globalizado la injusticia, la desesperación y el desprecio. En los años 90, ante las consecuencias de las políticas de ajuste estructural, sonó el timbre de alarma que señalaba que «cada año, en la mayoría de nuestros países hay entre 100.000 y 200.000 jóvenes diplomados que llegan al mercado laboral y el modelo económico no crea empleo». Al contrario, se elimina empleo. ¿Qué se puede hacer? A menudo los jóvenes solo pueden elegir entre el exilio y el fusil. Estos dos fenómenos contemporáneos y concomitantes están vinculados intrínsecamente al lamentable fracaso de un modelo de desarrollo económico que Occidente no quiere cuestionar.
Para muchos medios y analistas el yihadismo emanaría directa y principalmente de la religión. ¿Considera suficiente esa explicación?
Si fuese así, ¿por qué no surgió mucho antes ese pensamiento del radicalismo religioso? Fue a partir de las décadas de los 80 y 90 cuando numerosas personas abandonadas por culpa de las políticas neoliberales fueron a las mezquitas y al Corán a buscar respuestas al desempleo y a la exclusión. Si no hubiese sido así, en Irak los generales de Sadam Hussein no habrían encontrado islamistas en Abu Ghraib para sentar las bases del Dáesh. ¿Cómo llegaron a introducirse en los suburbios y en los medios pobres? ¿Por qué fascinan también a la «clase media»? Hay un vacío ideológico abismal que se niega a admitirlo.
Si en la actualidad los pueblos dispusieran de más justicia, más empleo y más respeto se podrían garantizar la paz y la seguridad, pero eso supondría que los que dominan deberían renunciar a parte de sus privilegios. No pueden. Eso sería hacerse el harakiri reconociendo que se equivocan. No se crea empleo y el modelo no responde a las demandas sociales. ¿A quién beneficia este crecimiento criminal? A las multinacionales, pero también se pegan un tiro en el pie cuando ya no pueden ir a los lugares donde explotan los recursos naturales. Los yihadistas son conscientes de ese reto y su objetivo son los mismos recursos, en particular el petróleo.
A fuerza de hacer oídos sordos y poner en marcha unos tipos de oposición que no son auténticos contrapoderes capaces y dispuestos a encargarse de las cuestiones importantes, nos encontramos atascados por todas partes en los asuntos institucionales y en unas políticas de sustitución de los protagonistas sin cambio de paradigma. Para disfrutar hoy de la paz, una paz auténtica y estable, y de la seguridad humana –que no hay que confundir con la «segurización»- hay que introducir en el debate los asuntos mineros, petroleros y otros. Garantizar la seguridad humana a los individuos por medio del empleo, la sanidad, la educación y otros servicios sociales básicos considerados gastos improductivos.
¿Cuál es el papel de la Unión Africana y cuáles son sus principales retos?
África tiene una necesidad absoluta de la Unión Africana (UA), la organización que nació en 2002 del rescoldo de la Organización para la Unidad Africana (OUA) creada hace 53 años. Al igual que la Unión Europea (UE) que le sirve de modelo, la Unión Africana suscita muchos interrogantes en los pueblos, que no la ven donde la esperan, es decir, cerca de ellos. Sus detractores opinan que solo es un club de los jefes de Estado. Es una constatación abrumadora y preocupante porque sabemos que los padres fundadores de la institución quisieron que fuera el instrumento de la descolonización y esta no solo no ha terminado, sino que además el continente está en vías de «recolonización» en el marco de la globalización capitalista. Los desafíos están a la altura de la violencia multiforme de ese sistema.
Para desempeñar plenamente su papel en la defensa de los intereses de los pueblos de África es necesario que la Unión Africana entienda la naturaleza de la globalización y las relaciones de poder. Porque padece las taras originales de la división, la extroversión y la dependencia. A menudo tendemos a olvidar que la Organización de la Unidad Africana (OUA), de la que procede la Unión Africana, nació en el dolor del desgarrón entre dos grupos que tenían una visión y un enfoque opuestos del futuro del continente.
Fueron necesarias muchas reuniones y largas negociaciones para que el 25 de mayo de 1963, 32 estados recién independizados creasen la Organización de la unidad Africana (OUA) en Addis-Abeba, Etiopía, sobre la base de un acuerdo mínimo. La redacción de su carta se confió al presidente maliense Modibo Keita, uno de los líderes del grupo de los progresistas de Casablanca, y al presidente de Togo Sylvius Olympio, del campo de los «antifederacionistas». Fue la visión del grupo de Monrovia la que prevaleció sobre la de los progresistas del grupo de Casablanca.
¿Qué balance podemos hacer de sus actividades?
Aparte de la gestión de la descolonización, la organización panafricana no emprendió ningún proyecto ni ninguna estrategia de desarrollo autónomo y emancipador. Las décadas de 1980 y 1990 estuvieron marcadas por las orientaciones de Elliot Berg, con las que el Banco Mundial sustituyó las perspectivas africanas de desarrollo del Plan de Acción de Lagos (PAL) elaborado pacientemente por los Estados africanos y adoptado en 1980 en la capital de Nigeria. Dichas orientaciones agravaron las dificultades del continente con la congelación de los salarios y recortes en los presupuestos de los servicios sociales básicos: educación, sanidad, aprovisionamiento de agua potable y saneamiento.
Conscientes del enorme coste social y político de los Programas de Ajuste Estructural (PAS) los dirigentes africanos propusieron diversas orientaciones: el presidente Thabo Mbeki (Sudáfrica) propuso el Plan de Acción del Milenio (PAM), elaborado conjuntamente con Olusegun Obasanjo (Nigeria) y Abdelaziz Buteflika (Argelia), así como el Plan Omega de Abdoulaye Wade (Senegal). Su fusión dio lugar a la «Nueva Iniciativa Africana» (NIA), que después se transformó en la «Nueva Asociación para el Desarrollo de África» (NEPAD) y el «Mecanismo Africano de Evaluación por los Pares» en 2003. El Parlamento Panafricano (PP) se instituyó el 18 de marzo de 2004 con sede en Midrand (Sudáfrica).
La Unión Africana se felicita de las políticas y estrategias macroeconómicas «saludables» que permitieron a numerosos países miembros de la organización registrar un crecimiento sin precedentes, así como una significativa reducción de los conflictos, el fortalecimiento de la paz y la estabilidad y el progreso en materia de gobernanza democrática. Para el siglo XXI cuenta con la aparición de una clase media creciente y un cambio en la estructura financiera internacional, con el auge de los BRICS y la mejora de los flujos de inversiones directas.
¿Este aumento significativo del crecimiento irá parejo con una mejora de las condiciones de vida de las poblaciones?
Hay logros materiales palpables, pero muy poca mejora en las condiciones de vida de las poblaciones. Cada vez crece más el desempleo. En este contexto es en el que ha surgido lo que llaman en Europa «crisis migratoria», que no empezó en 2015. La noción de «emigrante económico», a distinguir de la de «refugiado», significa que «en los países de origen hay trabajo y bastaría, según los tecnócratas, con invertir más y luchar contra la corrupción». Pero no hay trabajo y la corrupción es inherente al sistema.
¿Cree que el proceso de democratización se ha quedado en la superficie?
Me parece difícil encontrarme en un panorama político de entre 150 y 250 partidos. Europa sabe perfectamente que no puede haber democracia con semejante desmenuzamiento del campo electoral sin un auténtico contenido ideológico. ¿Cómo salir de esta «democracia» teledirigida, financiada y supervisada de cerca, según los países y los asuntos, por Bruselas, París y Washington?
Precisamente con respecto a eso China está sustituyendo progresivamente a Occidente en la economía africana, ¿hay que admitir a los chinos como los nuevos «impostores», parafraseando el título de uno de sus últimos libros?
Históricamente África no tiene los mismos tipos de relaciones con China que con Occidente. China no es arrogante. En el imaginario de los africanos es un mal menor porque sabemos que los chinos están ahí porque tienen una gran necesidad de materias primas. Pero esta relación también puede ser una trampa si nuestros Estados permanecen en la lógica de regiones exportadoras de materias primas en vez de aprovechar para poner las bases de la industrialización del continente. En otras palabras, si los Estados africanos no desarrollan su propio sector privado no estarán en condiciones de emanciparse de las relaciones de dependencia.
La propia noción de emergencia es problemática. Se traduce en un crecimiento que no beneficia a los pueblos. En los países denominados «emergentes» la cesta de la compra no registra ninguna mejora. La China emergente es fuente de inspiración para los países africanos, que saben que un continente desmenuzado y dividido es una presa fácil en el marco actual de «asalvajamiento» del mundo. China no se ha liberalizado sin ton ni son, ha progresado a su ritmo y en función de sus intereses.
¿Cuáles son, desde su punto de vista, los desafíos de la sociedad civil y de los intelectuales africanos del siglo XXI?
Hay que ir más lejos en el trabajo de desmontaje de las ideas recibidas y de descontaminación de las mentes sobre el crecimiento, la emergencia y otras historias absurdas. Si el sistema fuese bien, ¿por qué se encontraría Europa en una crisis existencial que la está conmocionando? Pienso que las soluciones prestadas han revelado sus límites a la luz de nuestras experiencias, de nuestras vivencias, de nuestras aspiraciones. Por desgracia una gran parte de los que se denomina «la sociedad civil» no se atreve a levantar las cuestiones que enfadan a los «donantes». Localmente no pueden hacer nada sin la ayuda de la «comunidad internacional».
Sin embargo África ha tenido grandes intelectuales, pensadores como Julius Nyerere y sus ideas motrices en favor del derecho al desarrollo. ¿No podemos «contar con nuestras propias fuerzas»?
Por supuesto África no solo ha tenido corruptos y dictadores como quieren hacernos creer sus detractores. A muchas personas que habrían podido y quisieron hacer cosas se lo impidieron. El asesinato de Patrice Lumumba fue el acto fundacional del caos político congoleño. Los asesinatos políticos a lo largo de los años 60 y 70 traumatizaron y disuadieron claramente a los dirigentes que querían fundirse con sus pueblos. Más recientemente está el caso de Laurent Gbagbo, en la actualidad ante la Corte Penal Internacional y cuyo error ha sido tocar cuestiones que molestan. Y lo que es verdad para los dirigentes también lo es en gran medida para la sociedad civil.
En la actualidad cuando hablamos de la sociedad civil, la que se solicita a menudo está formateada, es prudente e incluso timorata. Ahora está surgiendo un sentimiento de revolución interna y de humillación frente a la segunda recolonización del continente que no deja indiferentes a los africanos. Hay que capitalizar esos esfuerzos de cuestionamiento para desarrollar nuestra capacidad de proposición, de anticipación y de acciones transformadoras de nuestras economías y de nuestras sociedades en el sentido del interés común.
Photos: © Elodie Descamps
Fuente: http://www.investigaction.net/aminata-traore-on-a-mondialise-linjustice-le-desespoir-et-le-mepris/