Por: Hugo Díaz
En vez de un profesor, un facilitador genera diálogo a través de preguntas.
Las personas que hemos sido instruidas bajo el sistema educativo tradicional tendemos a esperar que se nos dé la información digerida y por lo tanto, esperamos que en las aulas académicas exista una autoridad central que nos indique la respuesta correcta a determinadas preguntas o problemas a resolver. Cuando un profesor no sabe responder a una pregunta, éste puede perder credibilidad. Si algo no funciona como el docente lo dijo, es más fácil culparlo. Prácticamente se le transfiere la responsabilidad del aprendizaje al profesor. ¿Qué pasaría si cambiáramos ese paradigma y reconociéramos la responsabilidad de aprendizaje en el alumno? ¿Cómo cambiaría la dinámica de una clase?
Esta es precisamente una de las premisas principales del diálogo socrático. En una discusión socrática no existe una autoridad central que indique la existencia de una respuesta correcta. En vez de un profesor, un facilitador genera diálogo a través de preguntas. Su labor principal es escuchar y ayudar a los estudiantes a descubrir lo que ellos pueden aprender a través de la interacción mutua. Si un estudiante le hace una pregunta al profesor, éste responde con otra pregunta y abre la discusión a la clase.
Cuando el diálogo socrático es bien aplicado, los estudiantes pueden frustrarse en las etapas iniciales ya que les es difícil dejar a un lado la necesidad de obtener respuestas de una autoridad central. Sin embargo, conforme la cultura de la clase evoluciona, los estudiantes se dan cuenta que la responsabilidad está en ellos y empiezan a disfrutar la danza del aprendizaje. Esta danza puede tener diferentes tipos de ritmos, algunas veces es apasionada como un merengue, cuando se confrontan dos puntos de vistas distintos y ambos se argumentan con convicción. Otras, es elegante como un tango, cuando se entretienen pensamientos que nadie había considerado antes y se formulan preguntas cada vez más profundas, explorando nuevas ideas y rompiendo paradigmas. Al final de un buen diálogo, todos los participantes salen energizados y con ganas de seguir aprendiendo.
Esta experiencia no se logra fácilmente. Es importante estar abierto a cuestionar todo y dejar a un lado la necesidad de tener la razón. También es crucial aprender a observar un problema desde diferentes perspectivas. Imaginemos por un momento, ¿qué pasaría si los niños aprendieran de esta forma desde pequeños? Algunos colegios innovadores como el Acton Academy, con presencia en varios países de Centroamérica, ya lo están haciendo y los resultados son fascinantes. Por ejemplo, a un niño participando del aprendizaje con diálogo socrático se le preguntó cuántos continentes hay en el mundo; su respuesta fue que eso depende de qué se considere un continente. Prosiguió a explicar que en algunos países consideran que Norteamérica y Sudamérica son dos continentes separados, mientras otros consideran Australia un solo continente separado de Oceanía. En fin, este niño demostró el poder del pensamiento crítico. A su corta edad ya había aprendido a investigar distintas fuentes de información y analizar porqué una misma pregunta podría tener distintas respuestas sin que esto las convirtiera en incorrectas.
La cultura de aprendizaje que genera el diálogo socrático va más allá del tema que se estudie. El enfoque es en el proceso, no en el contenido. Algunos críticos opinan que el diálogo socrático no funciona cuando se discuten temas de ciencias exactas. Ciertamente es más difícil llevar un buen diálogo si hay confusión sobre temas en los que solamente hay una respuesta correcta. Es posible que a veces se cometan errores. Lo importante es estar dispuesto a cuestionar las fuentes, buscar la evidencia y evaluar con criterio. En consecuencia, el diálogo socrático inspira a la búsqueda del conocimiento y el aprendizaje continuo.
Fuente: http://www.estrategiaynegocios.net/opinion/989290-345/c%C3%B3mo-se-aprende-en-un-di%C3%A1logo-socr%C3%A1tico