Por. Javier Arroyo
¿Existe una relación clara entre una mayor involucración de los padres en los colegios de sus hijos y los resultados de los niños? La intuición nos dice que debería haberla: a padres más pendientes de lo que ocurre en el colegio, éste debería funcionar mejor al notar el ánimo de unos progenitores que están muy pendientes de la educación de sus hijos. Pero, según hemos visto en la guerra de los deberes, resulta que hay padres y padres y conceptos un poco diferentes sobre lo que se le debe pedir a los profesores, a los alumnos y al centro. Y, como suele pasar en política educativas, estudios hay para muchas opiniones.
En principio, en España, existe bastante presencia de los padres a través de las AMPAS, que tienen participación en los consejos escolares de los centros públicos desde los años 80. Además, muchas se agrupan en las dos grandes asociaciones, la CEAPA, de colegios públicos, y la CONCAPA, de concertados y privados, enfrentadas en la guerra de los deberes, ya que la primera ha auspiciado una huelga de tareas escolares para los fines de semana de noviembre, medida que ha sido descalificada por la segunda, que entiende que nunca es bueno como padres la incitación a saltarse las reglas.
¿Qué pasa en otros sitios? ¿Cómo influye las exigencias y lo que esperan los padres de los colegios de sus hijos en los resultados académicos de los niños? Amanda Ripley es una periodista dedicada a la educación en EEUU y que en el libro Los niños más listos del mundo compara sistemas educativos. Según dice, en su país, que no sale muy bien parado en PISA, los padres ejercen más como animadores, cheerleaders, de sus hijos que de entrenadores, papel que sí cumplen los progenitores de Corea del Sur, por ejemplo. Lo que comprobó Amanda Ripley es que los padres estadounidenses aparecían por los colegios de sus hijos con mucha más frecuencia que hace 20 años, sin que eso repercutiera en el desempeño académico de los estudiantes. Pero, en distintas encuestas, se citaba la mayor involucración de los padres como uno de los factores fundamentales para que mejore la educación. Lo mismo podría decirse de España.
En el estudio Los Padres ante la educación de sus hijos en España, Víctor Pérez Díaz y Juan Carlos Rodríguez explican cómo se va afianzando en los últimos 40 años la percepción de que es necesaria la colaboración de los padres en los colegios: «Cuando las interacciones entre la escuela y la familia se multiplican y existe un conocimiento mutuo del contexto en el que transcurre dicho aprendizaje, pueden identificarse con mayor precisión las barreras que dificultan el rendimiento académico infantil. Por ello, cuando las funciones de cada institución se entrelazan y difuminan, dando lugar a «colegios-comofamilias» y «familias-como-colegios», se fijan las condiciones para que la sociedad familia colegio alcance sus máximos resultados educativos». O así debiera ser.
Pero con esa filosofía, ¿qué pasa con las familias que no pueden o quieren involucrarse tanto? ¿Está ahí parte de las razones que expliquen por qué los resultados en PISA de las familias de clase media alta sean consistentemente mejores en países como EEUU y España, no así en las asiáticas, por ejemplo? Porque, como dice Ripley en su libro, puede haber padres involucrados, pero también los hay que piensan que desayunar es una bolsa de patatas fritas o que tengan vidas tan complicadas como que asistir a la tutoría de sus hijos no sea una prioridad, como saben por ejemplo en la Asociacion de Nena Paine, donde están pendientes de que 200 niños hagan los deberes.
El estudio de Pérez y Rodríguez explica el tipo de involucración y concluye que la «blanda» es más efectiva: simplemente preguntar por el día en el colegio, animar con las notas o tener expectativas altas para los niños.Involucrarse en actividades del colegio resultó no tener ninguna repercusión y ayudar en los deberes la tuvo, pero negativa. En España, sin embargo, los niños que iban peor eran los que sus padres no ayudaban para nada. Quizás, y ahí existe un punto de debate, los deberes estén demasiado pensados para que los padres tengan que ayudar y por eso nuestra obsesión al hacer Smartick fue que los niños pudieran hacerlo solos.
Desde 2009, en PISA se pide a los padres que rellenen unos formularios para saber qué tipo de educación dan a sus hijos. Según cuenta Ripley, han salido resultados extraños. Los hijos de los padres voluntarios en actividades extraescolares lo hacían peor en lectura, por ejemplo. Y lo que nadie duda, según los estudios, es que leer a los niños de pequeños ayuda. Así de simple. «En todo el mundo, padres que debatían con sus hijos sobre libros, noticias, películas de adolescentes tenían hijos que lo hacían mejor», sigue explicando. Mejor eso que estar en el colegio de voluntario. Los coreanos, mientras, no van tanto al colegio pero preguntan por las tablas de multiplicar, sobre las lecturas y quieren mejores notas. Entrenadores. Y eso es muy típico en Asia. Y, como hemos escrito más veces, esos niños no son más infelices.
En Finlandia, otro de los países de los que escribe Ripley a través de la experiencia de una niña estadounidense de intercambio, ésta se fija en lo poco que aparecen los padres por el centro escolar. «En el Instituto, rara vez se veía a los padres por allí. A los adolescentes se les trataba como adultos. No había para nada tutorías de manera regular entre los padres y los profesores. Ninguna. Si los profesores tenían un problema con el estudiante, lo trataban con él directamente», escribe. Y, ¿cómo tratan a los alumnos en un colegio de Finlandia con muchos hijos de refugiados? ¿Cómo de presentes pueden estar esos padres? Ripley fue a uno. Había clases con niños de nueve países, incluidos rusos y chinos. De familias monoparentales de historias difíciles. «No quiero pensar mucho de dónde vienen. Son 23 perlas para cultivar y no las quiero rallar«. «No quiero sentir mucha empatía hacia ellos porque tengo que enseñar. Si le diera demasiadas vueltas, les tendría que poner mejores notas por un trabajo peor. Pensaría, «oh, pobres» y eso haría mi trabajo demasiado fácil», le sigue contando el profesor. Allí no cuenta con los padres, pero les exige porque sabe de su potencial.
Inger Enkvist, en su libro La buena y la mala educación , señala una tendencia que ocurre en algunos países occidentales, donde ha caído mucho la natalidad. «Quizá sólo tienen un hijo y si se convierten en padres relativamente tarde, es posible que caigan en la tentación de adorar a su propio hijo. Quieren darle todo y no exigirle nada», escribe en uno de los capítulos. Coincide Ripley al señalar que en EEUU muchos de los padres encuestados «creen que necesitan alabar a sus hijos para asegurarles que son listos». Y lo que ocurre es que los halagos injustificados acaban perjudicando a los niños. Aquí, en los últimos días, hemos escuchado frases como que los deberes le están robando la infancia a nuestros hijos. Si hablaran con sus abuelos sabrían que muchos de los que tuvieron suerte de ir al colegio salían a diario a las siete de la tarde y muchos tuvieron clases los sábados por la mañana.
Como siempre, conviene poner todo un poco en perspectiva. En Corea, padres entrenadores. En Finlandia, profesores y padres que los tratan como adultos. Eso tampoco cabe en un pacto educativo.
Fuente: http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/mejoreducados/2016/09/29/padres-entrenadores-animadores-o-fuera.html
Imagen: www.elconfidencial.com/fotos/noticias_2011/2013022248padres-hijos-deberes-int.jpg