Por: Rodrigo Noriega.
En Sudáfrica, un grupo de estudiantes de la Universidad de Cornell de Estados Unidos desarrolló, conjuntamente con las autoridades educativas de ese país, un modelo de currículo educativo para el equivalente sudafricano de escuelas rancho. En esta especie de bohíos, sin electricidad ni tecnología avanzada, los estudiantes sudafricanos están aplicando un nuevo paradigma de aprendizaje basado en la experiencia. La revolución educativa llegó a Sudáfrica.
Periódicamente nos sorprenden los logros académicos de estudiantes panameños. La chica que estudia neurociencia en Harvard, el chico de escuela pública que regenta una fábrica de una transnacional en México, el muchacho del ghetto de San Joaquín quien obtiene una admisión para una de las mejores academias de formación de pilotos en Estados Unidos y solo le pide al IFARHU el apoyo para concretar sus sueños. El talento sobra en Panamá.
Hoy en día, al menos unas 100 escuelas tienen clubes de debate. Esta modalidad de formación interdisciplinaria, le enseña a los jóvenes a trabajar en grupo, a analizar un problema, a documentarse y estudiar estadísticas para construir un argumento. Esta actividad no solo los forma mejor sino que los prepara para la ciudadanía y la democracia. A diferencia del concurso de oratoria, los eventos de debates recompensan mucho más que saber hablar en público. Esto es solo el comienzo del proceso de transformación educativa. Poco a poco distintas iniciativas están construyendo la nueva educación, paralela y subyacente a la vieja educación formalista y autoritaria.
Hace unos meses conocí un niño de unos dos años de edad, proveniente de un hogar con limitaciones económicas importantes. Sin más, el niño tomó un celular y lo empezó a manipular. En cuestión de minutos estaba haciendo llamadas y dejando mensajes guiándose únicamente por las imágenes que tenía la pantalla del aparato. El niño quería leer las palabras que aparecían y le pedía a un adolescente que le explicara lo que allí decía. Esa posibilidad de aprendizaje era casi inexistente para la gran mayoría de los niños pobres de todo el mundo. Esa realidad puede cambiar si se ayudan a generar entornos más favorables para el aprendizaje y la exploración intelectual de la niñez del país. Por eso es que es más importe invertir significativamente en la educación preescolar, que ningún otro segmento académico.
Seguimos insistiendo en educar a la juventud de hoy, como nos educaron a nosotros, y no de la forma que ellos aprenden actualmente. Yo usé por primera vez una computadora en 1983 para hacer un trabajo de escuela. Antes de eso, solo conocía los videojuegos y las maquinitas de los distintos sistemas que ofrecía el mercado. En una revista se ofrecían computadoras portátiles tipo laptop que necesitaban ser ensambladas y cuya memoria dependía de una grabadora de casete. Para armar esa computadora portátil había que ir a la Electrónica Balboa. Después de unas cuantas semanas, el aparato necesitaba de largas sesiones de redactar códigos del tipo: “IF “X”=”0” THEN GOTO 210”.
Hoy en día casi ningún usuario escribe códigos de programación, y los equipos que usamos tales como celulares, tabletas y toda la demás gama de artículos electrónicos tienen más poder de computación que los que usó la NASA para enviar a la Misión Apolo a la Luna.
Los jóvenes de hoy ya están aprendiendo de la forma más avanzada que existe. Las mejores escuelas solo pueden aspirar a desarrollar en sus estudiantes las herramientas que le permitan sistematizar el uso de la información para transformarla en conocimiento. Sin embargo, la mayoría de las escuelas ni siquiera puede hacer eso. Hace más de 35 años la doctora Ligia Herrera, geógrafa humana, llamó la atención sobre el hecho de que Panamá tenía regiones desiguales de desarrollo, en las cuales hasta 30% de la población económicamente activa era analfabeta funcional. Es decir, que apenas podían leer o escribir su propio nombre, a la vez que su conocimiento matemático solo le permitía sumar y restar. Esta población únicamente podía ejecutar instrucciones muy simples y carecían de capacidad para manejar la complejidad de la vida moderna.
¿Qué proporción de nuestra población estará en esa situación actualmente? Posiblemente, tengamos un porcentaje similar lo que significaría que al menos un millón de personas en nuestro país caen en esa categoría. La esperanza y la realidad nos han demostrado que se puede superar este problema.
Hace una década, en Burunga (distrito de Arraiján, provincia de Panamá Oeste) se encontró que una familia estaba cazando animales de varias especies protegidas para venderlos a compradores inescrupulosos. La nieta de la doctora Ligia Herrera, la geógrafa Ligia Castro, quien dirigía la entonces Autoridad Nacional del Ambiente quiso averiguar porqué se dedicaban a esta actividad. El descubrimiento de que básicamente eran analfabetas funcionales fue una sorpresa. Tan próximos a centros urbanos y en pleno siglo XXI había panameños en esta situación. Por una vez los astros se alinearon y esta familia formó parte de un proyecto de alfabetización y de educación no formal. En aproximadamente nueve meses adquirieron los conocimientos y herramientas para aprender a usar una computadora y de esta forma se convirtieron en micro empresarios.
Ese es el tipo de medida que debió tomar el gobierno con todos los funcionarios que tenían salarios inferiores a los 600 dólares al mes. Usualmente ese nivel salarial representa un nivel educativo incompleto y, por consiguiente, una baja productividad. Imaginemos que esos 35 mil funcionarios completaran su educación al nivel más alto posible, y aprendieran a usar plenamente todas las herramientas informáticas. El consiguiente cambio social producto de una política así tendría muchos mayores beneficios que la opción utilizada.
Como sociedad tenemos muchos sesgos sobre la forma de educar que ya no corresponden con la realidad. Cualquier chico con un celular tiene acceso a las principales bibliotecas del mundo. Ese joven que pierde su tiempo en horas de obsesivo chateo y maniática interrelación con las redes sociales, podría estar usando ese tiempo en los tutoriales académicos totalmente gratis que abundan en internet, explorando los océanos virtuales que nos ofrece Google y desarrollando nuevas aplicaciones para el mundo que será de ellos.
La revolución educativa ya llegó a Panamá y no nos hemos dado cuenta. Probablemente, si no cambiamos el enfoque de nuestra educación permanezcamos atrapados por la visión rentista de los gremios docentes y perder la gran oportunidad de dar un salto cuántico como país. Todos vivimos en un universo digital, y así como la imprenta revolucionó el sistema escolar y al mundo hace más de 500 años, hoy las herramientas electrónicas han cambiado para siempre nuestra forma de aprender y de relacionarnos con el mundo. Que descanse en paz el viejo orden del conocimiento.
Fuente:
http://www.prensa.com/blogoterapia/panama-educacion-revolucion-disciplina_7_4581361819.html
Imagen:
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