Por Renato Opertti
En el artículo anterior argumentábamos que la tríada currículo – centro educativo – pedagogía sirve de sostén para que el docente tome las decisiones pertinentes a efectos de que cada alumno tenga una oportunidad real de educarse y de aprender. Crecientemente, los sistemas educativos se organizan a partir de la centralidad del docente como orientador y del alumno como protagonista de los aprendizajes.
En esta misma línea, la nueva agenda educativa mundial 2030 aprobada en el 2015 por los estados miembros de la Naciones Unidas, se refiere, entre otras cosas, a la necesidad de asegurar que los docentes y educadores deben ser empoderados, reclutados y remunerados adecuadamente, motivados, profesionalmente calificados, y apoyados dentro de un sistema de administración efectiva, eficiente y con buenos recursos (Unesco 2015). Se esboza una agenda docente comprehensiva y transformadora que toca aspectos medulares del rol, la formación, las condiciones de trabajo y el desarrollo profesional docente. Veamos seis aspectos.
En primer lugar, el docente debe sentir la confianza y el respaldo del sistema educativo y político, de la ciudadanía y la sociedad en su conjunto que le permita creer y pensar que su accionar puede tener un impacto positivo en los aprendizajes de sus alumnos. Las sociedades que más progresan en educación son aquellas que, entre otras cosas, confían en sus docentes y aseguran condiciones decorosas de trabajo. Lamentablemente no es la situación, en general, de América Latina donde los docentes ganan bastante menos que en otras profesiones (Mizala y Nopo 2012) y su prestigio y reconocimiento por la sociedad no es acorde a su relevancia para forjar un porvenir sustentable.
En segundo lugar, el perfil docente es parte sustancial de la respuesta sobre qué tipo de educación para que ciudadanía y sociedad. Esencialmente, el docente es un educador con un mandato ético insoslayable que asumiendo un compromiso vinculante con los objetivos que la sociedad le asigna a la educación y con el desarrollo integral del educando, lidera y no solo facilita los procesos de aprendizaje. Su rol de «experto orquestador» de entornos de aprendizaje para favorecer y apoyar el desarrollo de competencias en los estudiantes (OCDE 2013), radica en tener como punto de referencia el bienestar tanto físico como emocional de los mismos, así como orientarlos/apoyarlos en el proceso de aprendizaje (Amadio, Opertti y Tedesco 2015).
En tercer lugar, la idea que la educación debe sentar las bases para un actuar competente de los estudiantes en la sociedad, demanda del docente afinar la comprensión de sus entornos y entender el conocimiento como una herramienta, insustituible pero no suficiente, para responder a desafíos y situaciones de la vida diaria. El docente debe reunir tres atributos claves: (1) un alto nivel de inteligencia general para entender las orientaciones y los trazados de la sociedad; (2) un manejo sólido de las disciplinas enseñadas (y de las tecnologías digitales); y (3) una aptitud demostrada para comprometer a los estudiantes y ayudarles a entender lo que está siendo enseñado (Tucker 2011).
En cuarto lugar, el docente tiene la responsabilidad de democratizar oportunidades de aprendizaje haciendo suyos una serie de principios pedagógicos: (1) docentes y alumnas/os trabajan conjuntamente como aliados, considerando a niñas y niños como sujetos activos y constructores de sentido; (2) las decisiones en el aula son tomadas en el interés de todas/os y que el grupo es un poderoso recurso para el aprendizaje; y (3) todos los niños y todas las niñas pueden y quieren aprender y pueden ser infinitamente ingeniosos –creadores y no solo receptores de conocimientos– si se les apoya adecuadamente (Hart y Drummond 2014).
En quinto lugar y a la luz de la creciente irrupción de los modelos híbridos de aprendizaje con un fuerte componente de digitalización, el docente actúa como una especie de brújula frente a los flujos de información (Savater 2012), para dar sentido y explicar fenómenos y situaciones. Como señalaba Umberto Eco (2014), «internet le dice casi todo (a los estudiantes), salvo como buscar, filtrar, seleccionar, aceptar o rechazar toda esa información.» En el marco de los procesos meta-cognitivos que hoy exige una sociedad intensa en información, no solo se debe desarrollar nuestra capacidad de abstracción sino también la capacidad de juzgar los procesos de abstracción que realizan los dispositivos tecnológicos.
En sexto lugar, la jerarquización de la formación docente y de la docencia como profesión implica una formación universitaria exigente, intensa y de alto nivel de calificación (por ejemplo el caso paradigmático de Finlandia). Por un lado, la formación docente debe hacer suya las múltiples maneras en que se enseña y se aprende reconociendo que la personalización de los aprendizajes en los ambientes colectivos de aula son una respuesta necesaria al reconocimiento de las diferencias entre los alumnos, así como a la diversidad de los contextos, perfiles y estilos de aprendizaje de los mismos. Por otro lado, el conocimiento específicamente disciplinar debe estar más integrado a la manera en que se enseña evitando que la formación docente sea la sumatoria de espacios y disciplinas compartimentadas entre el qué y el cómo se enseña y aprende.
Finalmente, al igual que se sostiene que la calidad de un sistema educativo no puede exceder la calidad de sus docentes (Barber y Mourshed 2007), se debe también señalar que el potencial de aprendizaje de cada alumno en el sistema educativo no puede a priori exceder la capacidad del docente de entenderlo, orientarlo y apoyarlo.
Especialista en Educación, OIE-Unesco
Fuente: http://www.elobservador.com.uy/pistas-la-educacion-el-mundo-14-n1000088
Imagen: media.elobservador.com.uy/adjuntos/181/imagenes/013/636/0013636232.jpg