Por: Hector G. Barnés
La elección de Donald Trump como presidente estadounidense ha provocado que muchas miradas hayan vuelto a dirigirse hacia su yerno, Jared Kuschner. Casado con Ivanka Trump y consejero de su suegro durante la última campaña, su nombre era conocido, sobre todo, por ser el propietario de ‘The New York Observer’… pero también, por haber inspirado el núcleo central de un libro publicado hace más de una década y que, sin embargo, no ha perdido nada de su vigencia. Se trata de ‘The Price of Admission’ (Three Rivers), cuyo subtítulo da una buena idea de qué se trata: “Cómo la élite americana compra plazas en las universidades de élite”.
Lo explica su propio autor, Daniel Golden, en un reportaje publicado esta semana en ‘The Guardian’ en colaboración con ‘Propublica’, medio del que es editor: “Quiero expresar mi agradecimiento a Kushner por reavivar el interés en mi libro de 2006”, escribe. “Este exponía un sucio secreto de estas universidades: que los ricos compran una plaza en las universidades de élite a los hijos que sacan malas notas con donaciones gigantescas y que se pueden deducir de los impuestos”.
Gran parte de la obra partía del caso de Kushner, cuyo padre, Charles Kushner, es uno de los agentes inmobiliarios más poderosos de la Costa Este, pero terminaba desvelando un sistema generalizado en el acceso a grandes universidades como Harvard. Como explicaba el autor, el magnate había donado 2,5 millones de dólares a esta última universidad muy poco antes de que su hijo fuese admitido. ¿El problema? Que no era precisamente un estudiante brillante y que, como explicaban sus antiguos profesores, jamás habría entrado en la universidad por sus propios méritos.
Su puntuación académica (el GPA) no lo hubiese garantizado, su examen SAT [una especie de Selectividad] tampoco”, explicaba uno de sus antiguos profesores en la escuela Frisch de Paramus (Nueva Jersey). “Dimos por hecho que era imposible. Entonces, mira tú por dónde, Jared fue aceptado. Fue un poco decepcionante porque en esa misma época había otros chicos que pensábamos deberían haber entrado, y no lo hicieron”. Aunque el joven se graduó con honores, el autor recuerda que también lo hizo el 90% de su clase de Harvard.
Meritocracia, solo si eres pobre
La respuesta de los portavoces de los Kushner ha sido siempre la misma, tanto en 2006 como esta semana: la afirmación de que el pequeño Jared entró en la universidad no por sus propios méritos sino por el dinero de su padre “es y ha sido siempre falsa”. Como es habitual en estos casos, la acusación de que la causa y el efecto están íntimamente relacionados es muy difícil de demostrar cuando en los procesos de selección se tienen en cuanta factores subjetivos. Un área tenebrosa donde se pone en cuestión la supuesta meritocracia.
De qué manera se ocupa ese hueco informal dejado por la reglamentación de las universidades, pero también por otros organismos que, de esa manera, reescriben las reglas del juego? Golden recuerda que todo comenzó con un documento que cayó en sus manos y en el que figuraba la lista de miembros del comité de Harvard de Recursos Universitarios, donde figuraban sus 400 mayores donantes, que eran invitados continuamente a cenas, reuniones y lecciones magistrales en el campus de la universidad.
Pronto, el periodista tenía la mosca detrás de la oreja. ¿Cuántos de los hijos de este comité de magnates, empresarios y personas influyentes habían terminado estudiando en una de las universidades de más rancio abolengo del mundo? Dejando aparte el hecho de que tanto Charles Kushner como su mujer Sheryl figuraban en el comité, el periodista se encontró con que “de los más de 400 magnates de la lista de Harvard (que incluía también a gente que no tenía hijos o que eran demasiado jóvenes para tener descendencia en edad de ir a la universidad), más de la mitad habían enviado al menos a uno de sus hijos al centro”
El resultado es que Kushner (hijo) es ahora mismo uno de los hombres más poderosos de EEUU. ¿Pero es el huevo o la gallina? ¿Lo habría sido también de no haber pasado por Harvard? ¿O son sus orígenes lo que le han conducido, indefectiblemente, a esa posición? Como concluye Golden, “a sus 35 años está preparado para convertirse en el poder que mueve los hilos de la presidencia”. Como afirmaba la reseña del libro publicada en su día en ‘Boston’, se trata de una especie de acción afirmativa (el privilegio que algunas minorías obtienen) para ricos, conformando una lista Z de aquellos que tienen garantizado su acceso a la universidad.
Happy bottom quarter’ y otras herencias
Hay multitud de mecanismos que, de manera informal, favorecen estos intercambios de favores. El más evidente es el favoritismo de herencia (‘legacy’), por el cual los hijos de aquellos que han estudiado en la universidad son examinados “con más detalle” por los seleccionadores. Como explicaba ‘The Crimson’, el periódico de la universidad, este mecanismo hace que los “antiguos alumnos sean felices, y sobre todo generosos, y proporciona a la universidad una oportunidad de vender sus plazas a los hijos de (algunos) de los súper ricos sin tener que reconocerlo”.
No es el único mecanismo. Con el hombre de “Happy bottom quarter” (algo así como “la feliz cuarta parte de abajo”) se conoce una filosofía promovida en Harvard, pero adoptada por otras universidades de élite como Stanford, según la cual no solo los mejores estudiantes deben ser admitidos a la universidad, sino que se debe reservar una parte (por lo general un 25%, de ahí ese nombre) a alumnos que pueden enriquecer de otra manera a sus compañeros y al centro, por ejemplo, por sus capacidades deportivas, su habilidad periodística al dirigir el diario de la universidad o en una larga lista de beneficios no especificados.
El objetivo es evitar que los peores estudiantes se sientan despreciados por el resto de sus compañeros: al elegir a priori a ese 25% que va a obtener peores calificaciones, pero que realiza importantes aportaciones en otros campos, ese problema desaparece. Es una de las herramientas que se han utilizado para justificar por qué algunos de estos descendientes de la élite son matriculados en los grandes centros. Al fin y al cabo, parece ideado para ellos: ¿no sacas buenas notas pero eres bueno moviéndote en la élite social o tienes experiencia con la empresa de tu padre? Estás dentro.
Hay otra implicación en esta historia, y es la manera en que las universidades se financian (y lucran) vendiendo su independencia y comprometiendo sus principios a las donaciones de un puñado de magnates externos. Como explicaba irónicamente un artículo publicado en ‘The Harvard Crimson’, puestos a vender una plaza, mejor sacarla a subasta. Así, para empezar, se ganaría más dinero porque los postores, “muchos de los cuales no saben qué hacer con su dinero”, competirían mutuamente y con el dinero obtenido se podría financiar investigaciones médicas.
“No hace falta decir que para el estudiante en cuestión puede ser incómodo saber que su plaza ha sido comprada, pero con los contratos de confidencialidad apropiados y quizá retrasando el pago unos pocos años, nadie tiene por qué saberlo”, concluye el sardónico texto. “Puede causar un poco de vergüenza ser tan abiertamente mercenario, pero para una escuela dedicada a la verdad, un poco de honestidad no está de más”. Esa es la paradoja de la falsa meritocracia en la que vivimos y de la que esta es un ejemplo claro: la honestidad pasa por reconocer que, en realidad, como cantaba Leonard Cohen, “los dados están trucados”.
Fuente: http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2016-11-23/elite-compra-plazas-mejores-universidades_1293553/