Por: Adolfo del Ángel Rodríguez.
Constantemente en las aulas se habla de la comprensión lectora como un déficit en los alumnos, como uno de los obstáculos para la mejora de los aprendizajes dentro del aula, lo que conlleva a los docentes a buscar las mejores estrategias para “enseñar” a los pequeños a comprender lo que leen, sin reparar en que lo esencial de la lectura es que no se enseña: se contagia, y he ahí el problema: ¿cómo contagiar algo que no se posee? Por lo que merece la pena replantear la manera en que hasta el momento se ha abordado la comprensión lectora en las aulas.
Así las cosas, lejos de abordar la comprensión lectora como parte de la vida diaria, ésta ha sido concebida como una asignatura más, como un contestar preguntas acerca de un texto, como si las respuestas pusieran de manifiesto que se puede acceder a un significado de la lectura, aunque fuera del aula no trascendiera, aunque ni por error se tome un libro en casa ni se tenga un acervo significativo que estimule la práctica de la lectura.
Ahora bien, en las aulas y aun en las Cartillas de Evaluación de nuestro Sistema Educativo, en ciclos anteriores, se contemplaban rubros que pretendían institucionalizar la lectura como algo medible, como si la velocidad en que se lee o las respuestas que se den a las preguntas hechas acerca de un texto fuesen determinantes para una mejor comprensión de lo que se lee. Yendo más allá, al concebir la comprensión lectora como una asignatura debería trascender las aulas, es decir, debería dotar al lector de la capacidad de no solo comprender un conjunto de grafías sino de comprender e interpretar el mundo, puesto que no se concibe que alguien que lee no tenga intenciones de influir en su entorno inmediato, de querer combatir injusticias, de cambiar de actitud ante el mundo. Si la lectura no proporciona esas herramientas entonces algo está mal.
En la escuela, como ente social, se habla de la comprensión lectora como un problema-asignatura al que hay que enfrentar y no como un asunto social general, es decir, que no sucede solo en las aulas ni que el alumno es el único agente que sufre de ello, pues va el asunto va más allá, desde el papel de los medios de información (impresos, auditivos y visuales), los cuales en alguna ocasión promocionaron la lectura como un compromiso de “20 minutos”, pero que en su programación solo siguen una línea comercial que no es constructiva para la población, pues no promueve la investigación ni la exploración de materiales para expandir el conocimiento del mundo, basándose solamente en temas banales que privilegian el entretenimiento superfluo.
Entonces el trabajo no es solo en las aulas, sino que es todo un trabajo social, pues como dice Gabriel Zaid en su texto La lectura como fracaso escolar: “el interés (o desinterés) de los padres en la lectura se reproduce en los hijos. Habría que medir esto, no sólo en los hogares, sino en las escuelas y universidades. Una encuesta centrada en el mundo escolar, seguramente mostraría que los maestros no leen, y que su falta de interés se reproduce en los alumnos, por lo cual multiplicar el gasto en escuelas y universidades sirvió para multiplicar a los graduados que no leen”, por lo que es interesante hacer una revisión de los supuestos que ponen a la comprensión lectora como asignatura y comenzar concebirla como un problema social que solo se puede comenzar a atacar desde nuestras propias trincheras haciendo de la lectura un modo de vida que se pueda “contagiar” a los pequeños y no enseñar.
Fotografía: adninformativo
Fuente: http://insurgenciamagisterial.com/comprension-lectora-comprension-del-mundo/
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