Adolfo del Ángel Rodríguez
En el famoso Mito de Sísifo, relatado por Camus, el protagonista de la historia rueda infinitamente una roca sobre una colina, la cual se le vuelve, pero debe rodarla nuevamente como castigo por su desprecio a los dioses y su pasión por la vida, pues en las faltas que se la atribuye haber cometido está el haber revelado secretos de los dioses a cambio de agua para la ciudad de Corinto, irreverencia que le costó el castigo eterno en el infierno.
Haciendo apología del mito en cuestión, la historia mexicana, en muchos aspectos (social, educativo, económico) está condenada a repetirse infinitamente, haciendo rodar la piedra cada vez, afianzados a la esperanza de que las cosas pueden cambiar, pero en realidad parece ser una de las condiciones para que el mundo sea aceptado como es, como parte de la existencia misma, siendo la esperanza un mal necesario para el hombre, puesto que se traza metas emergentes para comprender su entorno.
Abel Quezada, en su libro El mejor de los mundos imposibles, muestra una viñeta acerca de la historia de Latinoamérica, en donde claramente se aprecia la lucha del pueblo en contra de las dictaduras que se han establecido a lo largo de la historia, sin embargo, dichos líderes populares han terminado convertidos en los nuevos dictadores y la lucha vuelve a comenzar, a la manera de la condena de Sísifo; al respecto, dice Camus en su texto, la felicidad consiste en seguir la corriente, en dejarse llevar y que el conflicto se presenta cuando se hace consciente del peso de la piedra, de tener la esperanza de algo diferente, de ya no cargarla, de lo angustiante de su peso, de llevarla a la cima de la colina.
El dejarse llevar conlleva a aceptar la realidad, en confiar en que el peso de la piedra es normal, que ruede de nuevo cuesta abajo es normal, lo que se puede comparar con la pérdida de la conciencia histórica, de lo que se hacen cargo los diferentes aparatos sociales que identificó Gramsci, la religión, la escuela y, ahora, la televisión y el internet; el primero ofreciendo otro tipo de esperanza, basado en la consecución de una meta a largo plazo basada en “buenos comportamientos”, la segunda en la formación de “ciudadanos útiles”, la tercera ofreciendo una realidad alterna, basada en la felicidad de poseer, aunque sea sin sentido y la última creando confusión con el exceso de información obligando a estar detrás de un dispositivo, fragmentando la sociedad en individuos inconscientes de su realidad, individuos que se declaran revolucionarios, pero solo virtuales, quedándose en una realidad alterna que no impacta a la real.
Al parecer hacerse conscientes es, hoy en día, una tarea muy difícil, donde la felicidad es ofrecida como sinónimo de posesión, de distracción, de eliminar al otro, de concebir al otro diferente, de la pérdida de identidad; y lo aceptamos, rodamos la piedra sin chistar, sin cuestionar, sin concebir que la realidad es el conflicto constante, como lo decía Camus y los existencialistas, pues es a partir de ahí, de concebirse un ser histórico que puede transformarse la situación: dejar de rodar la piedra y buscar segundas opciones. Esa debería ser la tarea formadora de nuevos ciudadanos.
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