Sobre las Niñas de Guatemala

Por Miguel Antonio Guevara

Escribir, comunicar sobre violencias nos remite de inmediato al porqué de las palabras y a la pregunta necesaria de la función del decir. Nos cuestionamos todo, solo que estamos seguros que una cosa es cierta: es mejor decir frente a ciertos asuntos que no decir nada.

La geografía 2.0 y el pueblo guatemalteco replican una y otra vez la tragedia de las llamadas Niñas de Guatemala, un femicidio en masa ocurrido justo durante la conmemoración a nivel mundial del Día Internacional de la Mujer, como si se tratase de un horroroso guiño del mismísimo diablo.

¿Cuántas murieron?, ¿de verdad importa la cantidad, acaso si fuesen menos la gravedad disminuiría?.

El efectismo puede convertirse en sentido común pasajero, como una noticia amarilla, así como también la indignación coyuntural. Las niñas de Guatemala son víctimas del victimario de todas las mujeres del mundo: la violencia del androcentrismo devenido en Estado.

Perderíamos el tiempo (o mejor dicho, sumaríamos al gran relato mediático de la morbidez y la morbosidad) enumerando o detallando las características del lugar en donde perecieron sus jóvenes cuerpos, de la abyecta lista de violencias perpetradas a la autonomía de sus cuerpos (sus únicas pertenencias), puesto que es obvio que ningún “hogar de refugio” tendrá las condiciones para resguardar y atender a nadie en ningún lugar del mundo. Todavía responsabilizamos la vida a instituciones que son hechas a imagen y semejanza del modelo civilizatorio occidental, es decir, espacios que en efecto, tienen la función de “civilizar”: cárceles, cuadrados coercitivos, “gallineros”, mataderos, panópticos insufribles.

¿Qué pasa por la cabeza del multiplicador de las violencias, de ese que termina por halar el gatillo que el Estado financia?, ¿quién pretende eliminar todas las pruebas de la ignominia con el fuego incandescente?, ¿con qué clase de monstruo fascista compartimos la vida en sociedad?

Estas Niñas de Guatemala no son ni por asomo esa niña a la que Martí dedicaría el famoso poema, más bien son las niñas que nunca se enteraron que eran niñas, porque el modelo de sociedad en la que crecieron no se los permitió.

Siquiera entenderían en vida el significado que intentaron imponerle sobre la “familia”, y por dicha razón estaban en ese lugar, porque su realidad siempre les negó cumplir con los requisitos de lo “familiar”, en medio de una sociedad que solo las vio como un objeto a trasgredir.

Estas Niñas de Guatemala no sabían, seguramente, qué era o qué es Guatemala y por qué les ocurrían estas cosas, porque simplemente no hay las condiciones para entenderlo o para actuar frente a eso.

Estas Niñas de Guatemala no murieron por obra del mal, ni por azar, ni por aquel guiño demoníaco, fue de nuevo el Estado en guerra contra el pueblo, criminalizando a todo lo que no sea cónsono con su civilidad y origen de clase. Porque el Estado en guerra contra el pueblo debe eliminar todo aquello que no pueda convertirse eventualmente en su fuerza de trabajo.

¿Qué hacer frente a esto?: no dejar morir la indignación, que desde un tiempo para acá se ha convertido en un motor breve, de tuitazos y hashtags, de militancia selfie y feminismo ligth mientras pasa el trago amargo.

La guerra silenciosa contra el pueblo tiene años concretándose y la multiplicación de las violencias ya no toca nuestra puerta, sino que la derriba y ha terminado invadiéndonos. El laboratorio guerrerista sabe ya cómo nos comportamos, sus estrategias actualizadas de ingeniería social tienen presente que en unas semanas tal vez ya no estemos tan indignados y todo pasará, como otra noticia más, como otro tuit en eltimeline.

Y una nueva noticia barrerá a la otra y otras Niñas y otros Niños serán tomados por el fuego y así sucesivamente, en una complicidad pavloviana, servil e incluso predecible.

La indignación solo puede tener sentido en la medida en que ésta es acompañada de organización, de articulación y unificación de agendas de lucha entre los diferentes movimientos.

Solo en la lucha continuada se realiza el salto cualitativo hacia otros horizontes. Porque ayer fueron otras víctimas, hoy son las Niñas, mañana seremos nosotros. Sin duda.

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Fotos: Nydia Fuentes (movilización frente al Palacio Nacional de la Cultura, Ciudad de Guatemala)

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Miguel Antonio Guevara

Venezuela, 1986. Escritor, editor e investigador. Ha publicado en poesía Pensando el poema (Ediciones Madriguera), Hay un ruido que se escurre por debajo de las puertas (SurEditores), Ese instante turbio (Fondo Editorial Unellez), y en ensayo Por la palabra (Fundación Editorial El Perro y La Rana). Actualmente realiza investigación independiente desde la transdisciplinariedad (sociología, literatura, política, cibercultura e industrias culturales y estéticas). https://cuadernohipertextual.wordpress.com/