Hay que preparar técnica y humanamentea los profesores, exigirles pero respetarlos y remunerarlos adecuadamente.
Por: Santiago García Álvarez.
Recientemente se dio a conocer el nuevo modelo educativo nacional para la educación obligatoria. Es un esfuerzo destacable, en el que se concede mayor relevancia a “aprender a aprender” y al uso de las tecnologías. Al mismo tiempo promueve la inclusión y la equidad, impulsa la evaluación de profesores y otorga cierta autonomía curricular a las escuelas.
Nuestro país no es el primero ni el único en plantear nuevos modelos. Se trata de un debate que ha generado polémica, tensiones y variados puntos de vista en distintas partes del mundo.
La educación tradicional del siglo pasado ha derivado en numerosos excesos. Con alguna frecuencia, profesores han ejercido mal su autoridad, con el consecuente daño a los alumnos. Incluso han habido casos de directivos irresponsables en la aplicación de medidas preventivas y correctivas en sus instituciones educativas. Se abusó también del sistema basado en la memoria, de “la letra con sangre entra” y –en general— de la autoridad como “carta de presentación” y “credencial de ejecución” de la educación.
Estas realidades, entre otras, ocasionaron que el debate educativo se centrara de manera preponderante en los procesos de enseñanza y aprendizaje, en las nuevas tecnologías, en los modos de aprender y en los sentimientos de los alumnos. Son muchos y conocidos los programas encaminados a cuidar la autoestima de los niños, reducir el estrés escolar, emplear métodos didácticos más modernos, entre otras cosas. Numerosas corrientes pedagógicas han abordado estas problemáticas y propuesto una serie de soluciones, algunas muy atinadas, que han representado importantes conquistas y otras, lamentablemente sesgadas, derivado principalmente de su alto contenido ideológico.
Hemos vivido muchos años con estas discusiones y se han implementado muchas de las soluciones propuestas. Sin embargo, a nivel mundial y a nivel nacional la educación básica y media sigue presentando innegables problemas.
Se ha puesto tanto énfasis en cuidar la autoestima de los niños que, en ocasiones, quienes la han perdido han sido los profesores. Su traslado a ser “mediadores” tiene ventajas desde el punto de vista del aprendizaje, pero si no es correctamente entendido e implementado, les puede restar fuerza y autoridad, en perjuicio, paradójicamente, de los propios alumnos.
Los niños necesitan respetar la autoridad, tanto en casa como en el colegio. Esto en sí no es malo, aunque sí lo ha sido su extremo —el autoritarismo—, que sin duda ha resultado perjudicial. Tener figuras de autoridad es muy conveniente si queremos un desarrollo maduro y balanceado de la personalidad de niños y niñas, como lo demuestran muchos estudios.
Algo parecido sucede con los directivos de las instituciones educativas. El director de colegio suele vivir amenazado. Cualquier situación —muchas de ellas accidentales— que ocurra en su institución educativa puede derivar en una demanda civil, penal, en un escándalo mediático o en un daño reputacional injusto. El director actual, en su labor cotidiana, se enfrenta a un sinnúmero de problemas administrativos, legales y mediáticos, que le dejan —irónicamente— poco tiempo para pensar y actuar en lo más importante: la formación de los alumnos.
Sin duda es importante buscar métodos educativos que hagan más fácil el acceso al conocimiento. Sin embargo, a veces parecería que se ha abandonado la exigencia. Y cierta exigencia es buena, pues, como se ha señalado, forma el carácter y prepara al alumno a superar retos importantes en su vida.
En el pasado se abusó de la memoria. Parecía el único medio para aprender, llegando a veces a extremos absurdos. Paradójicamente, en la actualidad, con frecuencia se ridiculiza y “sataniza” la relevancia de la memoria, cuando, en realidad, la memoria es valiosa, y no es malo educarla, pero con un enfoque correcto y sin caer en estrategias fallidas del pasado.
Hace algunas décadas, profesores y directivos gozaban de una infinidad de derechos y quizá tenían pocas obligaciones. Actualmente, parece que el péndulo se ha movido en la dirección opuesta. El alumno actual posee numerosos derechos, pero en ocasiones tiene pocos deberes. El profesor actual, por su parte, está cargado de obligaciones, y poco se ha hecho en relación con sus derechos. No me refiero —por supuesto— a los profesores que se han politizado y secuestrado la educación, sino a la gran mayoría de profesores con una verdadera vocación de servicio.
Necesitamos fortalecer la figura de maestros y directivos. Es importante velar también por sus derechos. La autoestima no es privativa de los alumnos; directivos y profesores son humanos, y también tienen derecho a ella. Ciertamente, los alumnos son los “primeros en intención” en un modelo educativo. Pero habría que preguntarse si no son, también, los “últimos en ejecución”, pues para educarlos a ellos es preciso primero trabajar muy bien con los profesores y hacer equipo con los padres de familia. Es fundamental preparar técnica y humanamente a los profesores, exigirles pero al mismo tiempo respetarlos, remunerarlos adecuadamente, acompañarlos y valorarlos socialmente. Si esto se consigue, harán bien su tarea y por tanto los niños recibirán los beneficios. Ahí está el verdadero reto de la Reforma Educativa.
Fuente: http://www.excelsior.com.mx/opinion/opinion-del-experto-nacional/2017/03/26/1154145
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