Marcela Isaías
Educación. Las escuelas son un espejo donde se puede ver lo que pasa en la sociedad. Todo impacta en sus aulas: el respeto, los prejuicios, las angustias y también las decisiones de quienes gobiernan.
Nunca me voy a olvidar de esa tarde de noviembre del 2000 cuando concurrí a una escuela primaria de la zona oeste de Rosario invitada por un grupo de docentes que trabajaban noticias y libros en sus clases. Una escuela vulnerable que hacía tiempo acusaba un nivel de abandono significativo por parte del Estado. En ese contexto una de las maestras de cuarto grado había producido cuentos y una revista escolar con muy buena participación de los chicos. Lo que transmitía con mucho entusiasmo no era muy diferente a otras experiencias similares con nenes y nenas de 9 años. A la diferencia la advertí cuando ingresé al aula, a ese salón de cuarto grado.
Nunca me voy a olvidar de esos nenes y nenas de 9, 10, 11 y hasta 12 años, en cuerpitos de seis años. Nunca me voy a olvidar de sus caras lánguidas y mirada dispersa vaya a saber en cuántos abandonos y ausencias. En ese cuarto grado estaban resumidos años previos de neoliberalismo, eran hijos e hijas de los noventa. Una postal que con mayor o menor intensidad se repetía en otras escuelas de la provincia y de una Argentina dolorosa.
Por ese entonces se había hecho conocida la frase «Ya no hay escuelas con comedores sino comedores con escuela». Era una denuncia bien clara para decir que los chicos asistían más que nada por la copa de leche y el comedor escolar, más que para aprender. Para muchos pequeños esos momentos eran los más esperados, aún más que el recreo o una hora libre.
El panorama económico y laboral de la Argentina era igual de desolador. Por ese entonces un pedagogo comentaba que el dicho popular «Ya vas a ver cuando venga tu padre…», al que muchas madres apelaban, cariñosa y metafóricamente, para llamarles la atención a los hijos que no querían hacer la tarea o traían malas notas, no funcionaba más, sencillamente porque los padres ya no tenían trabajo del cual volver.
Cuando Néstor Kirchner asumió la presidencia de la Nación en mayo de 2003 el primer acto de gobierno fue viajar a Entre Ríos y solucionar un largo conflicto docente que desde hacía tiempo mantenía sin clases a la vecina provincia. Una decisión y un guiño a la sociedad de que la educación era importante. De ahí en más la educación volvió a estar en un lugar prioritario en la agenda del Estado: la construcción de escuelas, los programas socioeducativos, la paritaria nacional docente, la entrega de libros y computadoras son algunas de esas políticas bien claras y comprobables.
Pero también hubo otras que acompañaron desde la economía, como convertir los planes sociales en trabajo real, el crecimiento de la industria nacional con trabajo genuino y el impacto positivo en el consumo interno, con el consecuente crecimiento del nivel de empleo, entre otras medidas de peso. Además del reconocimiento de derechos valiosos para la niñez y la adolescencia como la Asignación Universal por Hijo (AUH). Un largo camino de conquistas que permitió a las escuelas ir recuperando poco a poco su lugar de enseñanza y que muchos chicos volvieran a comer a sus hogares, con sus familias. Entonces se volvió a hablar de escuelas para enseñar y aprender.
Ahora otra vez las maestras están avisando que la comida que ofrecen en las escuelas no alcanza. Y no porque las raciones sean insuficientes, sino porque empieza a ser para muchos pibes el único plato del día. «Es duro dar clases cuando un chico tiene hambre«, confesaba con dolor un grupo de docentes de Nuevo Alberdi para una nota periodística reciente. Entre ellas una profesora de plástica compartía la angustia que le genera hablar de arte con los chicos, mientras ellos le preguntan a cada rato cuándo llega la copa de leche o la hora del almuerzo.
Maestras que por otra parte ante esa situación se turnan para colaborar en un merendero del barrio, reuniendo alimentos y ropa, además de ofrecer su tiempo para ir a servirles una copa de leche extra, por fuera del horario escolar, de manera voluntaria inclusive los sábados.
En lo que va del 2017 unas 160 mil personas se quedaron sin trabajo, según el Centro de Economía Política Argentina (Cepa). Un número que asciende a 180 mil si se agregan las suspensiones («Los despidos se siguen multiplicando», Página/12 del 18/07/2017). También el mismo centro advierte sobre las bajas en el padrón de las AUH: entre enero y marzo de este año hay 231.542 menos de estas asignaciones («AUH; radiografía de un derecho al que también le llegó el ajuste»/Tiempo Argentino del 23/07/17). Las bajas se relacionan mayormente con la deserción escolar creciente, sobre todo en la escuela secundaria. Y no porque los jóvenes sean «vagos o no quieran estudiar», sino porque se ven obligados a buscar alguna changa para colaborar con los cada vez más magros ingresos en el hogar. Y también hay que admitirlo: no ven mucho futuro en el estudio, cuando lo que crece son los recortes a la ciencia, a la técnica y al presupuesto educativo. Un mensaje del mísero lugar que ocupan estas áreas para el gobierno de Cambiemos.
Sumado a lo anterior, un panorama económico donde lo único que crece día a día es la especulación financiera («El dólar pegó otro salto ayer y se acerca a los 18 pesos«/ La Capital, 25/07/17).
Las escuelas son un espejo donde se puede ver lo que pasa en la sociedad. Todo impacta en sus aulas: el respeto, los prejuicios, las angustias, las alegrías y también las decisiones políticas de quienes gobiernan. Hoy sus docentes están avisando que para muchos chicos llegar al comedor del lunes de cada semana representa una espera enorme, y que entre una comida y otra hay una distancia demasiado dolorosa.
Fuente del articulo: http://www.lacapital.com.ar/opinion/una-distancia-dolorosa-n1439836.html
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