Por: Hector G. Barnés
Lo que parece una buena noticia –la recuperación de las humanidades en los currículos escolares– es también un síntoma de cómo se toman en nuestro país las decisiones.
Si usted es uno de los que se llevaron las manos a la cabeza cuando la ley Wert relegó a un rol secundario a la filosofía, tenemos buenas y malas noticias. La buena es que el Partido Popular tiene la intención de dar marcha atrás, tras las reuniones de este año por el pacto educativo, y devolver a la asignatura el papel que tenía en ESO y Bachillerato antes de la LOMCE. ¿La mala? Que el PP tiene la intención de dar marcha atrás tras las reuniones de este año por el pacto educativo y devolver a la asignatura el papel que tenía antes en ESO y Bachillerato antes de la LOMCE. No, no es un error.
No me malinterpreten: volver a dar relevancia a la filosofía y sus disciplinas contiguas (la ética) es motivo de celebración. Sobre todo porque en un gesto sin precedentes en la historia de la política educativa, Sandra Moneo, portavoz de Educación del PP llegó a “entonar el ‘mea culpa’” por este arrinconamiento de la asignatura (un gesto que, de paso, mostraba el poco ‘feeling’ entre Wert y gran parte del partido). Si es una mala noticia es porque, después de meses de ponencias, negociaciones y demás, nos recuerda cuál ha sido la dinámica de la política educativa española: cambiar las cosas para volver a dejarlas como estaban. O, en otras palabras, solo podemos ponernos de acuerdo en lo que ya estuvimos de acuerdo un día.
La filosofía es otro gladiador en el campo de batalla en el que se dirimen las diferencias ideológicas de los distintos sectores de la política española
Muy probablemente, el retorno de la filosofía servirá para que aquellos que la relegaron se pongan una medalla: todos conocemos la fascinante capacidad de nuestros políticos de vender una cosa y la contraria y sacar provecho de ello. Moneo recordaba que “en este mundo, cada vez más tecnológico, es importante la formación humanística, con un replanteamiento de la filosofía”. No es de extrañar que los últimos meses hayan circulado globos sonda muy útiles para trazar una línea divisoria entre el contaminado Wert y el amable Méndez de Vigo o que en la ponencia coordinada por la vicesecretaria de estudios y programas, Andrea Levy, se incidiese en la importancia de historia, filosofía y literatura a la hora de formar “una conciencia libre, crítica y reflexiva”.
También porque la filosofía es, más que una asignatura, otro gladiador en el campo de batalla en el que se dirimen las diferencias ideológicas de los distintos sectores de la política española. Una guerra en la que se han enfrentado la religión, la educación para la ciudadanía, la propia filosofía o la asignatura de valores constitucionales que el PP anunció este febrero. Todas ellas tienen en común la transmisión de ciertos principios a los estudiantes, de ahí que sean desde hace décadas una de las guerras por excelencia de la política educativa española, quizá por encima de otros problemas más acuciantes.
Cómo defender el pensamiento
No volveré a reproducir una vez más los motivos por los que la filosofíaimporta. Por una parte, porque es estéril: los conversos ya están convencidos y los detractores no cambiarán de opinión. Por otra, porque ya lo han hecho antes personas (filósofos) mucho más inteligentes y con mejor oratoria que yo. Sin ir más lejos, Antonio Campillo el pasado mayo en la Subcomisión del Congreso para el pacto educativo, en la que recordaba que “la Filosofía ha sido tratada como un chicle que se estira y se encoge, como un comodín del que servirse para crear nuevas materias, e incluso como un arma arrojadiza en la confrontación política”. Quizá, por lo tanto, sea más útil entender en qué se basa la argumentación antifilosofía.
Es una profecía autocumplida: si se reduce la filosofía, se necesitarán menos profesores y, por lo tanto, estos tendrán menos salidas laborales
Basta con referirse a las palabras de Wert en aquel ya lejano 2013, en las que calificaba a materias optativas como la Educación Artística o la Música de “asignaturas que distraen” y, sobre todo, recordaba que “los universitarios no deben estudiar lo que quieren sino lo que propicie su empleabilidad”. De sus palabras se desprendía un paternalismo atroz que sugería que el problema era de los estudiantes de humanidades por su escaso pragmatismo. “No estamos siendo eficaces a la hora de enviar señales a quienes entran en el mundo universitario”, añadía. Y además, un paro juvenil del 55,13% quedaba fatal en las encuestas.
Pero el humor de la España de 2013 era quizá diferente al de hoy, y por ello resultaba más fácil vender que hacía falta sacrificar la filosofía para fortalecer materias instrumentales como las matemáticas o los idiomas, que esas sí daban trabajo. Era una sensación común durante los peores años de la crisis: hemos perdido demasiado tiempo estudiando cosas que no daban trabajo y ahora hay que centrarse en lo que de verdad da dinero. Un sentimiento que se ha atenuado, no sé si porque hemos descubierto que nada garantiza tener empleo o porque ya lo hemos aceptado como una realidad que está aquí para quedarse. Desde entonces, el paro juvenil ha descendido desde el 55,13% hasta el 42,9%, que tampoco es para tirar cohetes.
Ese paternalismo a la hora de orientar a los jóvenes a las carreras “que sí sirven” tenía también algo de profecía autocumplida, de perverso círculo vicioso. Si se reducía la importancia de la filosofía, y con ello el número de alumnos que la cursaba, se necesitarían menos profesores especializados en ella. Y, dado que la principal salida laboral de los licenciados en esta carrera suele ser la docencia, sus posibilidades de conseguir trabajo serían mucho menores. ¿Lo ven cómo tenían razón, y la filosofía no da trabajo?
El “yo” empleable
La filosofía moderna, precisamente, se ha mostrado preocupada por lo que se ha llamado el “homo economicus”, el ser humano de la edad capitalista que es “maximizador de sus opciones, racional en sus decisiones y egoísta en su comportamiento”. Un modelo antropológico que se encuentra en la base del ser humano en la era neoliberal y que considera irracionales los gestos altruistas o los que no tienen una utilidad clara. Un ser que debe aumentar sus posibilidades laborales potenciando su empleabilidad a través de una pragmática elección de su carrera, y que debe descartar las tentaciones sentimentales de cursar estudios “románticos” como la filosofía.
El margen de cambio para la educación es pequeño, porque la sensación entre los grandes partidos es que hay mucho que perder y poco que ganar
Lo explican los profesores Carlos Fernández Liria, Olga García Fernández y Enrique Galindo Ferrández en su último libro, ‘Escuela o barbarie. Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda’ (Akal): “La transmisión cultural queda, para la gran mayoría, vedada y sustituida por nociones como ‘empleabilidad’, ‘emprendimiento’ o ‘aprendizaje a lo largo de la vida’ bajo la amenaza de ‘sobrecualificación’ de la mano de obra y sus riesgos para la ‘gobernanza’ del sistema”. La educación según la lógica del ‘homo economicus’, por lo tanto, debe estar encaminada a equilibrar esos desajustes del mercado laboral evitando que los jóvenes estudien lo incorrecto. Pero hay otro riesgo aún mayor, recuerdan los autores: “Ni siquiera queda claro que las nuevas directrices educativas puedan lograr los objetivos que declaran perseguir en términos de crecimiento económico y cohesión social”.
De ahí que defender la importancia de las asignaturas de humanidades en general y la filosofía en particular porque últimamente están siendo reclamadas en puestos de cierta importancia en las grandes empresas americanas sea una trampa. Al aceptar dicha lógica para poder enarbolar el “¿veis como la filosofía sí sirve para algo?” se acepta la misma argumentación de aquellos que desprecian dicha disciplina, y es que algo solo sirve si tiene una rentabilidad laboral. Defender, como se hace cada vez más, que las humanidades son importantes porque tienen un importante rol a la hora de gestionar equipos o trazar planes estratégicos, es participar del mismo razonamiento perverso.
Que es el mismo que caracteriza la política moderna, regida por los mismos principios de hiperracionalidad, a pesar de que paradójicamente no deje de apelar a los sentimientos más primarios de su electorado. La política de partido es el arte de la continua valoración de costes y beneficios y que tiene como objetivo último garantizar la permanencia del partido en el poder. De ahí que el más que probable retorno de la filosofía por la puerta grande pueda ser visto como otra expresión más de esta lógica, una vez se ha comprobado que las protestas y el descrédito de la LOMCE no resultaban rentables. Pero que también nos recuerda una triste realidad: que el margen de cambio para la educación española es muy pequeño, porque la sensación entre los grandes partidos es que hay mucho que perder y poco que ganar.
Fuente: https://blogs.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/tribuna/2017-09-03/filosofia-educacion-espana_1436585/