Entrevista con el filósofo suizo Patrice Meyer-Bisch, “Repensar la solidaridad”

Por: Sergio Ferrari/ Rebelión

Las relaciones “Norte-Sur” tradicionales en cuestión

En un mundo en plena mutación el concepto mismo de solidaridad exige reformulaciones. Así lo subraya en esta entrevista exclusiva el filósofo suizo Patrice Meyer-Bisch, presidente del Observatorio de la Diversidad y de Derechos Culturales de la Cátedra UNESCO. Hasta septiembre 2016, coordinaba el Instituto Interdisciplinario de Ética y de Derechos Humanos de la misma Universidad de Friburgo.

P: Vivimos en un planeta que se mueve entre un mercado globalizado y el aumento de muros, y miedos hacia “el otro”, hacia lo distinto. Un espacio resbaladizo para hablar de solidaridad y de cooperación…

Patrice Meyer-Bisch: Un marco universal que admite dos lecturas. La pesimista, que incluye las guerras, las exclusiones, y un acentuado individualismo de masa. Con un mercado ilusoriamente “globalizado” ya que solo beneficia a una pequeña parte del planeta. Donde predomina la lógica de los oligopolios y del capitalismo salvaje. Con la nueva política norteamericana que busca crear muros para controlar personas y la economía. No es un liberalismo en el sentido clásico ya que las libertades de cada uno no son consideradas.

La otra visión, más optimista, admite una situación de crisis con espacios para la innovación. Lo vemos también en el plano cultural: no se hablaba prácticamente nada de derechos culturales hasta hace algunos años. Hoy, son muchos los que insisten en que no se trata de un pilar más sino de la base misma para definir el tipo de desarrollo que queremos. E insisten en la necesidad de fundamentar la importancia de los derechos humanos en la economía.

P: ¿Ante este complejo contexto mundial cual es el principal desafío de la solidaridad internacional?

R: El de clarificar y definir qué son las libertades económicas. ¿Por qué no hablar, por ejemplo, de libertad económica de los pobres? Cuando un ser humano no tiene un peso en su bolsillo para comprar o vender, ni para asegurarle lo esencial a su familia, se trata de un ser profundamente humillado. La libertad económica de los pobres es absolutamente central, tan importante como la libertad de expresión, de circulación etc. Pienso que el concepto central de libertad económica de los pobres -y por lo tanto de las obligaciones económicas de todos-, es una forma real de pensar y ejercer la solidaridad, en tanto medio para asegurar el derecho de cada uno a alimentar a su familia y a sí mismo. Tan importante, insisto, como los otros derechos humanos.

P: En esa lectura, ¿cómo se integra el concepto de solidaridad entre el “Norte” y el “Sur”?

R: Intentamos alejarnos de las amalgamas retóricas. Es decir, no hablamos de naciones ricas y pobres – si bien existen diferencias notables entre países-, sino sobre todo de gente más rica que otra. La explotación que los ricos hacen de los pobres se da en cada país. Hay muchísimos ricos en los países que se catalogan como “pobres” y gente inmensamente pobre en Zúrich o en Ginebra.

Las simplificaciones conceptuales benefician a los diferentes tipos de conservadurismos. Por ejemplo, a los Gobiernos de los países que se denominan “en vía de desarrollo”, que enarbolan su pobreza para conseguir ayuda internacional. Y a los países del “norte” que hacen un poco de cooperación pero que no atacan los problemas verdaderos y estructurales. Por ejemplo: la indiferencia ante el escándalo de la venta al Sur de productos petroleros con 350% más de azufre y tres veces más tóxicos que lo permitido aquí, lo que significa recetar la muerte colectiva de ciertas poblaciones, en la indiferencia total y la irresponsabilidad total de los culpables. O la aceptación de los salarios desmesurados. El año pasado el director de la empresa Novartis ganó 1 millón de francos mensuales (ndr: en torno de 1 millón 100 mil dólares estadounidenses). ¡Es un crimen económico! Sin embargo, estas realidades no producen grandes reacciones a no ser de algunas ONG y de una parte pequeña de la población.

P : ¿Qué significa entonces promover una verdadera cooperación solidaria?

Un ejemplo concreto. Trabajamos desde el 2000 en Burkina Faso para elaborar indicadores de derecho a la educación de base. Comprobamos que las leyes allí están en conformidad con los textos internacionales. Sin embargo, a pesar de la gran ayuda internacional, existe una tasa de analfabetismo de cerca del 75%. Esto se explica porque la escuela es neocolonial, y las clases se dictan en francés, cuando solo el 6% de la población lo habla.

La gente analfabeta no quiere enviar a sus hijos a la escuela, no por ignorancia, sino porque tienen un concepto fuerte, inteligente y correcto del tipo de escuela que quisieran tener. Rechazan ese tipo de institución neocolonial que atenta contra sus raíces y amenaza su propia cultura. La verdadera cooperación es la que se da entre actores diversos, con activa participación de la gente y alrededor de valores profundos como el tipo de educación que desean transmitir a sus hijos.

Participación en todos los niveles: las escuelas, comunidades, asociaciones de madres y de familiares. En este ejercicio, el factor humano es clave.

P: ¿Este ejercicio que usted describe conlleva a un cuestionamiento de la cooperación occidental o “norte” tradicional?

R: Sin duda. La cooperación es centralizada. Busca reproducir modelos conocidos pensando que se pueden transportar y aplicar en países pobres. Con la idea de que falta todo, incluso inteligencia. Y sin aceptar otra perspectiva: una persona o población pobre son potencialmente ricos y la pobreza se debe a que sus derechos esenciales son violados. Se puede ir para observar, acompañar con respeto, para reforzar. No vamos para “medir la pobreza” y trasladar nuestras lógicas de evaluació, de impacto, de efectos. Como que si nosotros tuviéramos la verdad y supiéramos todo mejor…

P: ¿Este nuevo paradigma implica la búsqueda de propuestas alternativas?

R: No me gusta el concepto de alternativo, que supone que existe un modelo único, principal, dominante. Hay que reformar todo, cambiar de paradigmas, encontrar un lenguaje auténtico de derechos y libertades económicas, y darle un sentido mucho más poderoso a la democracia. Es decir, aplicar lo que nosotros definimos como la visión basada en los derechos humanos en desarrollo.

Sergio Ferrari, en colaboración con la revista Praxis/UNITE y E-CHANGER, ONG suiza de cooperación solidaria

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