Chile/06 de Noviembre de 2017/EyN
Según las cifras de la Casen 2015, son 77 mil los menores de 18 años que no asisten al colegio. Si la edad se aumenta a 21 años, la cifra llega a los 180 mil.
El dolor de un niño que siente que sobra. Y una familia que no sabe qué hacer. Padres, incluso, que crecieron pensando que ellos mismos han sobrado desde que vieron la luz. Las «escuelas de reingreso» son las que los acogen. ¿Cómo definirlas? Son aquellas donde están los niños y jóvenes que alguna vez se han «fugado» del sistema educacional. Hay quienes todavía los llaman «desertores», aunque no son ellos los que decidieron abandonar los estudios.
Son niños y jóvenes de este país que han vivido inmersos en situaciones de extrema pobreza, que han crecido en barrios problemáticos, muchos de ellos controlados por el narcotráfico o la delincuencia. Su realidad -la única vida que conocen- es la de la disfuncionalidad familiar, el embarazo precoz, el consumo de drogas. Todo eso los aleja de las escuelas tradicionales y los convierte en «casos complejos». Empiezan a ser apuntados por los profesores, por sus pares, por los padres de sus pares. Así, no quieren ir más a la escuela. La «fuga» generalmente se produce entre octavo y primero medio, en el paso de la educación básica a la media, y después entre segundo y tercero medio, cuando la alternativa «trabajar» resulta atractiva.
Según la Casen 2015, 77 mil menores de 18 años no asisten al colegio. Si la edad se aumenta a 21 años, llegan a los 180 mil. Los casos están identificados, pero el gran problema es que no existe en Chile una política pública respecto de las escuelas de reingreso. Incluso hay quienes miran con desconfianza lo que ahí se hace. Evalúan a esas escuelas con los parámetros de los «colegios tradicionales». Les otorgan un financiamiento, pero obviamente es plata que no alcanza: apenas $ 60 mil por estudiante, cuando se requieren $ 250 mil.
Brechas desde temprana edad escolar
Liliana Cortés es asistente social y directora ejecutiva de Súmate, fundación perteneciente al Hogar de Cristo que administra cinco escuelas de reingreso -cuatro en la Región Metropolitana y una en Lota- dentro de las 11 experiencias piloto dedicadas a este tema que existen en el país. Ella es muy clara:
«La reinserción educativa es un tema invisible para el Mineduc; siempre lo ha sido. Tal vez porque muestra la cara más fea del sistema. Como la matrícula nacional es de tres millones de niños, los casi 80 mil excluidos parecen no ser importantes para nadie».
Súmate atiende a 1.500 jóvenes en la totalidad de sus programas, asegurando la finalización de una trayectoria educativa y una vida con la educación continua como posibilidad real de superación.
-¿De dónde provienen los niños que integran estos programas y cómo viven?
«Son jóvenes que viven en condiciones de pobreza y exclusión. La mayoría de ellos están expuestos a espacios de violencia y maltrato, y acumulan experiencias de fracaso y abandono de parte de los adultos responsables de su cuidado. Me refiero a familia y entorno escolar. Rupturas familiares, crisis económica, abandono y negligencia son parte de sus vidas. La escuela para ellos es el espacio de protección; es lo único estable que tienen en una vida de caos. Y ese espacio se les niega cuando no pueden responder a él».
-¿Por qué empiezan a desertar los niños alrededor de sexto o séptimo básico?
«Acumulan brechas desde temprana edad escolar, que se hacen insostenibles en el traspaso de séptimo a octavo, y luego a la enseñanza media. Desde el punto de vista del niño, llega un momento en que no entiende lo que pasa en el aula, se empieza a desmotivar, y como no le toman atención, se desespera y su valoración personal baja».
«Desconfianza con el sistema»
-¿De qué manera el sistema abandona al niño? ¿Cómo podemos caracterizar ese abandono de parte del sistema?
«Lo primero que es importante decir es que estas experiencias son traumáticas para los niños porque no comprenden lo que sucede y sienten una gran responsabilidad en su fracaso. Decimos que el sistema los abandona porque no es tolerante con los acontecimientos de su vida. Viven experiencias familiares dolorosas, no son comprendidos, sino exigidos a superarlas y eso no depende de ellos. Nadie los va a buscar, nadie los espera, repiten, se les plantea que se cambien de colegio o por omisión son expulsados. Eso hace que los jóvenes acumulen una gran desconfianza con el sistema».
-¿Qué diferencia la educación que ustedes imparten de lo que llamaríamos «educación tradicional? ¿Dónde está el foco?
«El Padre Hurtado era experto en educación. Él realizó su doctorado en Bélgica acerca de lo que en esos tiempos era llamada la Escuela Nueva, y en sus reflexiones destaca algunos elementos que, 70 años después, iluminan estas experiencias porque son de una vigencia abrumadora: respeto por el joven adolescente y por tomarnos en serio acompañar el proceso que él vive, el del nacimiento de una nueva personalidad; educación atrayente, a partir de los intereses del niño; educación individual; formar la cabeza y no llenarla de nociones».
-¿El Ministerio valida su forma de educación?
«Las escuelas de reingreso tienen reconocimiento oficial, pero no son reconocidas 100% en su forma de hacer y ser escuela. Este modelo está en constante tensión con la normativa vigente, porque el sistema tiende a ser intolerante y a poner la norma por encima del bienestar del joven. Este es y debe ser un modelo flexible, que se reinvente cada día para estar al servicio de las necesidades y características particulares de los estudiantes».
-¿Les exigen los criterios de «calidad» referidos a las escuelas tradicionales?
«Exacto. La pregunta es cómo pretenden que seamos ‘escuelas de calidad’ si solo se sobrevive. Para eso es fundamental que conozcan de lleno estas experiencias. Se van a dar cuenta de que se trata de escuelas de buena calidad donde, por cierto, nada es tradicional. Partiendo de la base de que tenemos a una gran cantidad de profesionales que se dedican al desarrollo de habilidades sociales».
-Puntualmente, ¿qué persigue el modelo?
«Acelerar el proceso educativo, pues hacen dos años en uno; buscamos reparar el daño causado, y procuramos que los alumnos encuentran una mejor versión de sí mismos».
«Apoyo insuficiente»
-¿Por qué este tema no forma parte del debate público?
«Es la cara más dura del sistema educativo. Es el reflejo de lo que no hicimos bien. Las historias de abandono, negligencia y maltrato, los niños las viven con pena y dolor. Nuestro sistema actual invisibiliza esta realidad. Un joven fuera del sistema deja de ser visto y es olvidado».
-¿Hay apoyo gubernamental en términos económicos? ¿Cuánto es? ¿Es sostenido ese apoyo? ¿Alcanza?
«Sí existe apoyo, pero es insuficiente y precario. Funcionamos con la subvención de adultos, cercana a los $60 mil, y que, además, se paga por asistencia. Sobre eso postulamos a un fondo concursable de reingreso que no asciende a más de $500 millones. ¿Cómo pretenden que reparar el daño provocado por el sistema educativo vaya a costar eso? El costo de un joven atendido es de $250 mil mensuales. La autoridad debe entender que esto hay que cambiarlo; debe ser un fondo complementario, basal por matrícula y no por asistencia -muchos de nuestros niños no van siempre a clases y nosotros tenemos que llegar hasta ellos fuera de la escuela-, y por convenios de desempeño que permitan fortalecer estas experiencias y consolidar el modelo».
-¿Cómo entra aquí un niño y cómo sale?
«Lo principal es que llegan a saber quiénes son. Se dan cuenta de que no son responsables de lo que les sucede y de que ellos valen la pena. Salen convertidos en personas que han resignificado su experiencia de vida. Salen de aquí decididos a que sus hijos no dejen de estudiar. Sienten que ahora pueden ver y que son vistos. Por las escuelas Súmate han pasado más de 2.000 jóvenes en los últimos 10 años. Desde que tenemos enseñanza media, podemos decir con orgullo que hemos logrado egresar 100 jóvenes y este año egresaran 100 más. Hoy tenemos una retención del 90%. Una vez que el joven vuelve al colegio y ve una oportunidad para desarrollarse, la toma y la mantiene».
-Es probable que su vida fuera de la escuela siga siendo difícil.
«Sí, pero han recobrado confianza en los adultos. Cuando recién llegan aquí, todos nosotros somos sospechosos para ellos. Están esperando ver cuándo les vamos a fallar. Pero al terminar han crecido y eso les da un respaldo para enfrentar con valentía y buenas decisiones lo que sucede afuera».
«Como la matrícula nacional es de tres millones de niños, los 80 mil excluidos parecen no ser importantes para nadie».
«La escuela para ellos es el espacio de protección; es lo único estable que tienen en una vida de caos. Y ese espacio se les niega cuando no pueden responder a él».
«Las historias de abandono, negligencia y maltrato los niños las viven con pena y dolor. Nuestro sistema actual invisibiliza esta realidad. Un joven fuera del sistema deja de ser visto y es olvidado».
Fuente: http://www.economiaynegocios.cl/noticias/noticias.asp?id=413179