La libertad, el respeto y la educación

Por Daniel Mcevoy 

Los que tienen la amabilidad, y la paciencia, de leer esta sección de los viernes en el diario INFORMACIÓN sabrán que se sostiene en dos hilos conductores: la literatura y la crítica política y social. Siempre, por descontado, desde una perspectiva constructiva, e intentando ejercerla dentro de unos parámetros del máximo respeto personal hacia los personajes públicos a los que, en ocasiones, aludo en mis artículos. Por eso quiero comenzar advirtiendo que esta semana les voy a ofrecer menos literatura y menos crítica que en otras ocasiones pero, quizás, más reflexión.

En cualquier caso, para no perder la costumbre de realizar una referencia literaria, sí me gustaría citar a cinco escritores: Federico García Lorca, Oscar Wilde, Walt Whitman, Virginia Woolf y James Baldwin. Como ven, cinco autores que no tienen, aparentemente, nada en común, salvo su innegable talento: diferentes nacionalidades, épocas diversas, géneros contrapuestos. Una sola circunstancia personal les es común: su homosexualidad.

Muchos de ustedes argumentarán, y no estarán en absoluto exentos de razón, que el hecho de que fueran homosexuales es totalmente irrelevante a la hora de juzgar su producción literaria, y que ese hecho se circunscribe a sus respectivas vidas privadas y no debería ser siquiera mencionado. Yo no puedo sino compartir ese argumento. Pero debemos tener en cuenta que los cinco autores mencionados, a lo largo de sus vidas, sufrieron no sólo la incomprensión de su sociedad, sino también, como en el caso de Oscar Wilde, la persecución y la cárcel sólo por sus inclinaciones sexuales.

Se podría pensar que las actitudes que tuvo que padecer Oscar Wilde eran fruto de la sociedad victoriana, en la que le tocó vivir, y que hoy están felizmente superadas. La cuestión, sin embargo, es que no lo están. Si miramos un mapamundi, aún podemos comprobar que la lista de países en los que la homosexualidad está perseguida, e incluso penada con la cárcel, y hasta con la pena de muerte, es mayor que la de aquellos que cuentan con una legislación que, al menos de iure, promueve la igualdad entre las personas, con independencia de su orientación sexual.

Por fortuna, en España contamos con una de las legislaciones más avanzadas en materia de igualdad en ese campo. De hecho, el tres de julio de 2005, nos convertimos en el tercer país del mundo que promulgó una ley que permitía el matrimonio entre personas del mismo sexo. En aquel momento, la medida no estuvo exenta de polémica. Hubo incluso quien, para oponerse a esta norma, arguyó que el Diccionario de la Real Academia definía el matrimonio como la «Unión de hombre y mujer, concertada mediante ciertos ritos o formalidades legales, para establecer y mantener una comunidad de vida e intereses».

En la actualidad, ya nadie en su sano juicio es capaz de oponerse al derecho a contraer matrimonio a personas del mismo sexo. De hecho, ahora ni el argumento del Diccionario de la RAE es válido, puesto que, en el año 2012, se añadió una segunda acepción al término matrimonio, aceptando también la de «En determinadas legislaciones, unión de dos personas del mismo sexo, concertada mediante ciertos ritos o formalidades legales, para establecer y mantener una comunidad de vida e intereses».

En este contexto, muchos argumentan que si tenemos un corpus legislativo de los más avanzados del mundo en materia de igualdad y de derechos de la comunidad LGTBI, por qué se hace necesario que existan determinadas fechas, como la de ayer mismo, Día Internacional LGTBI, en las que se llame la atención sobre la necesidad de salvaguardar los derechos de este colectivo.

La respuesta es bien sencilla. Aunque la legislación haya equiparado los derechos de todas las personas, esa igualdad de facto aún no se ha logrado. Ni en el caso de este colectivo ni, por desgracia, en muchos otros aspectos de nuestra sociedad, como en el de la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, en el de muchos colectivos de personas con diversidad funcional, o en el de determinadas minorías étnicas.

En muchas ocasiones, tendemos a hablar del progreso de un país en términos meramente de su producto interior bruto o de sus variables macroeconómicas. No digo que esas cuestiones no sean importantes, pero creo que la grandeza de un país se debería medir también por la igualdad en el trato a todos sus ciudadanos y por el cuidado que preste a sus colectivos más desfavorecidos o a los que cuenten con un rechazo social fruto de actitudes anacrónicas.

En el caso de la igualdad de todas las personas, sea cual sea su orientación sexual, yo me siento feliz de los avances conseguidos en nuestro país y en nuestra ciudad. Los actos organizados ayer por el Ayuntamiento para la conmemoración del Día Internacional LGTBI en Elche, son una muestra de los pasos que se están tomando en esa dirección.

Llegará un día en el que no hará falta la celebración del día internacional de ningún colectivo. Ese día significará que habremos conseguido una sociedad realmente justa y ecuánime para todos. Para que llegue ese día hay tres valores que todos debemos cultivar con especial ahínco: la libertad, el respeto y la educación.

Fuente del artículo: https://www.diarioinformacion.com/opinion/2018/06/29/libertad-respeto-educacion/2037813.html
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Daniel Mcevoy

Inspector de Educación en Conselleria de Educación de la Generalitat Valenciana