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El sistema capitalista nos presenta cada día una nueva contradicción. Y es que por una parte aúna el discurso de la cultura del esfuerzo, y por otra nos demuestra que el esfuerzo no vale para nada, sino que lo que importa es el enchufe y la clase social a la que pertenezcas. También nos educó en la necesidad de la titulación universitaria, cuando en la vida real, de poco valen los títulos cuando ninguno nos va a salvar de la permanente precariedad en la que vivimos.
La crisis del capitalismo, con sus instituciones educativas corruptas, no hace más que mostrarnos que es imposible conciliar los intereses de la clase dominante con los de la clase trabajadora.
El cuento del ascenso social
Desde hace décadas, nos vienen presentando la universidad como una oportunidad, un trampolín para saltar de una clase social a otra. Más lejos de la realidad, la universidad como institución educativa, no es más que un engranaje de perpetuación de los sectores más pudientes. Una institución donde hoy por hoy, tan sólo las clases acomodadas son capaces de permitirse pagar una tasa anual que no ha parado de subir, y que resulta insostenible para el conjunto de la clase trabajadora. Además, las sucesivas leyes educativas, que desde el régimen del 78 y sus sucesivos gobiernos del PSOE como del PP, no sólo han contribuido a expulsar a los sectores obreros de la universidad, también se han dedicado a construir un modelo cada vez más concentrado donde resulta casi imposible compaginar la jornada laboral con la realización de los estudios universitarios.
Nos referimos concretamente a la LOE, aprobada a comienzos de la década del 2000 y a la profundización de este plan con la aplicación del Plan Bolonia. Que implicaron, entre otras cosas, el mercadeo de los másteres como una “obligada recomendación” terminada la carrera, ya que hoy por hoy, una licenciatura sin un máster, no permite siquiera la validación técnica del título en muchas carreras. Es un “paso por caja” obligatorio donde el desembolso en la mayoría de los casos es enorme y al alcance de muy pocos.
Precisamente esta mercantilización de los másteres generó un mercado paralelo donde lo que menos importa es el conocimiento, y si el cumplir como herramienta segregadora de las clases sociales. Desde la aplicación del plan Bolonia, lo primero que te dicen nada más entrar en la facultad es que sin el máster, no vas a ninguna parte, y por otra parte, un sólo máster tampoco llega. Empujando de esta manera al estudiantado a renunciar, o a endeudarse para costearse la media docena de másteres que exige el mercado laboral.
Tras ese enorme esfuerzo para conseguir un diploma universitario tenemos que enfrentarnos ante un panorama laboral sin expectativas, que nos devuelve al desempleo y a la precariedad.
Es en este contexto de constante privatización y elitización de la universidad, donde estalla el escándalo de los másteres de las élites políticas. Una burla a la cara de todos los estudiantes que con mucho esfuerzo, han visto, no sólo que sus titulaciones no sólo no valen para nada, sino que las propias universidades públicas son un chiringuito donde desde la clase política se reparte alegremente titulaciones, sin tener siquiera que presentarse un sólo día de clase. Es vergonzoso ver como día tras día, aparecen nuevos casos de currículums con falsas titulaciones y sin embargo, las dimisiones se cuentan con los dedos de una mano. Unas titulaciones que sólo sirven para demostrar lo corrupta que está la universidad, y dónde las élites políticas quieren aparentar conocimientos y capacidades que no se tienen.
Esta fiebre de la titulitis también responde a un sentimiento generalizado de la clase obrera que jamás quiso reconocerse como clase obrera, y por eso el conseguir acceder a la universidad suponía la vía de escape hacia un ascenso social.