Por: Pluma Invitada
“Lo poco que he aprendido carece de valor,
comparado con lo que ignoro y no desespero por aprender”.
-Descartes
Quien ha participado en la vinculación semiótica del niño al mundo cultural creado por los adultos, podrá entender que la riqueza del intercambio maestro-alumno, radica en el aprendizaje, no en la enseñanza. Enseñar a leer, implica antes, un aprender a leer.
Si has observado de cerca, el esfuerzo cognitivo que los niños de educación primaria realizan, para entender las fórmulas de las áreas y volúmenes de cuerpos geométricos, entenderás que en su esfuerzo de discernimiento, se oculta la mejor lección para el docente: los objetos culturales atemporales renacen en un tiempo biográfico particular.
Si al dedicarte a la docencia, alcanzas a comprender, el esfuerzo cognitivo que los alumnos de secundaria realizan para reconstruir el tiempo histórico de la humanidad, en su tiempo histórico personal, podrás entender que el mayor aprendizaje emergió de los estudiantes.
Cuando trabajas con estudiantes de licenciatura en educación, que se tornan confiados y devotos a los panteones pedagógicos de sus profesores, y elucubran altares a corrientes y movimientos de renovación pedagógica, entenderías que la mejor habilidad que podrías coadyuvar a construir, es la de la duda sistemática. Que la afiliación y la desafiliación pedagógica suceda cada semestre. No importa.
Si tienes la distinción profesional de ingresar a una maestría como docente, y te encuentras a profesionales de la educación, ansiosos de abdicar sus viejos y mohosos reinos de certidumbre y tranquilidad intelectual, comprendes como maestro, que la revolución cognitiva apenas empieza.
Cuando súbitamente emerges de las sombras envolventes de la caverna -ese cómodo escondite, que al abrir y cerrar de ojos, se convirtió en la peor trampa inmovilizante-. Emergencia que deja tras de sí la autoflagelación nocturna, por los paisajes abiertos de la responsabilidad compartida. Entiendes que tu aprendizaje, es la asignatura no cursada en tu formación inicial.
Si además de todo lo anterior, estableces un diálogo franco y abierto con tus alumnos de doctorado, comprendes que otros profesionales, con trayectorias en ocasiones más extensas que la propia, están en la misma búsqueda que te motivó desde hace 26 años, desplazarte de los cálidos entornos de la autocomplacencia, a los territorios desolados y agrestes del cambio educativo y el desarrollo profesional amplio.
Estos alumnos, como los anteriores, te enseñan en tu aprender cotidiano, que la lucha por el conocimiento profesional es compartida y cotidiana.
En suma, el aforismo de la buena enseñanza es el siguiente: si quieres enseñar, antes deberás querer aprender.
Y en esta tarea, no hay atajos, ni recetas. El itinerario para aprender desde la profesión docente, es íntimo y personal. No existe, ni existirán dos rutas idénticas. Cada quien las construye desde su contexto, desde su ideario pedagógico y desde su voluntad por conocer.
La consecuencia de este hecho es puntual: si no estás dispuesto a aprender, lo tuyo jamás será, enseñar. Dedica tu esfuerzo y tu energía a otras tareas, no a la enseñanza.
Pero si tu voluntad de conocer, está discretamente enlazado a tu ADN, bienvenido a la más hermosa profesión. Te ocupamos, inspirando a otros con tu magisterio en cada aula, en cada escuela, en cada comunidad, en cada ciudad de nuestro país.
Y parafraseando al viejo poeta:
Si por casualidad lees estas líneas, está bien. Y si jamás las lees. También, estará bien.
Fuente: http://www.educacionfutura.org/el-aforismo-de-la-buena-ensenanza-carta-abierta-a-los-futuros-educadores/