Redacción: El Confidencial
El sueño es hermoso, la apuesta alta, y las consecuencias, muchas veces, funestas. La deuda estudiantil suma casi 1,5 billones de dólares. Dinamita potencial para la economía de EEUU
El optimismo siempre ha sido uno de los grandes pilares de la democracia estadounidense, como si fuera el carbón que alimentase una gran máquina. Aunque a veces, también, el optimismo es una trampa. Pensando quizás en un futuro repleto de éxitos, al estudiante americano medio no le queda otra que endeudarse para financiar matrículas más caras que una casa en la playa. El sueño es hermoso, la apuesta alta, y las consecuencias, muchas veces, funestas. La deuda estudiantil en Estados Unidos suma casi 1,5 billones de dólares, más del doble que hace una década. Un peso para millones de bolsillos; dinamita potencial para la economía.
“Se está convirtiendo en un gran problema”, dice a El Confidencial Betsy Mayotte, fundadora y presidenta de TISLA, acrónimo en inglés del Instituto de Asesores de Préstamos Estudiantiles. Según Mayotte, que ofrece consejo gratuito sobre este tipo de préstamos, muchas empresas que prestan dinero a estudiantes no cuentan toda la verdad, echan un anzuelo, y estos acaban hundidos o en impago. “Es similar a lo que vimos durante la crisis de la vivienda, durante la recesión de 2008. Las compañías se centran en los desesperados y les ofrecen lo que parece algo demasiado bueno para ser verdad, y seguramente así sea”.
En la Estatal de California uno de cada cinco estudiantes son ‘homeless’. Viven en coches y furgonetas
En Estados Unidos hay actualmente unos 44 millones de personas con deuda estudiantil. La media de esta deuda ronda los 37.000 dólares por cabeza. Lo normal en un país donde la matrícula universitaria privada cuesta casi 35.000 dólares al año; más de 40.000 si es un máster. La razón que explica estos precios no es solo la prosperidad económica, ni que los salarios sean más altos que en otros países. En las últimas cuatro décadas, el precio de la educación universitaria en EEUU ha aumentado cuatro veces más rápido que la inflación. Desde 1978, la comida ha subido un 244%; el gasto médico, un 601%. La universidad se ha encarecido un 1.120%. Resultado: cada vez más prestatarios tienen dificultades en pagar.
“Si has tenido que depender de préstamos estudiantiles para pagar la universidad, entonces sabes lo duro que puede ser pagarlos”, escribe Tim Stobierski, editor del portal ‘Student Loan Warrior’, dedicado a aconsejar sobre cómo salir de este agujero financiero. “Hay una sensación de pavor que viene cuando te das cuenta de ello, un sentimiento profundo y zozobrante en tu alma, y una pregunta: ¿cómo haré para pagar alguna vez mis préstamos estudiantiles?”.
Stobierski relata sus dificultades personales: el bache de quedarse en paro, o la vez que se presentó como cobaya para un experimento médico de Pfizer, y otros ardides fruto, en sus palabras, de la “desesperación”. Su caso no es excepcional. En la Universidad Estatal de California, uno de cada cinco estudiantes son ‘homeless’; es decir, personas sin hogar. Son unos 50.000. Viven en coches y furgonetas a las afueras, en el bosque, o en aparcamientos, y se duchan en los vestuarios de un gimnasio, como demuestra este mini-documental de NowThis. En el caso de California, el desmesurado precio de la vivienda se une al de la matrícula.
La deuda estudiantil ha crecido, y también los intereses de los préstamos privados: el tipo fijo de interés está actualmente en el 9,66%. A esto se añade la precarización del mercado laboral en las últimas dos décadas. Se paga más por estudiar y luego, al licenciarse, los salarios son proporcionalmente menores a lo que solían ser, de manera que cada vez más gente arrastra esta hipoteca hasta la edad madura. “No me puedo jubilar”, declaró Mary Koster, una diseñadora gráfica de 44 años, a la CNBC, “la deuda estudiantil crece y crecerá conmigo hasta que me muera”. De nuevo, no es una excepción. Igual que Koster, un tal Barack Obama estuvo pagando su deuda estudiantil hasta los 44 años, justo antes de ser elegido senador de Illinois.
Dice Betsy Mayotte que la gente tarda tanto en pagar las deudas que el perfil de prestatario ha cambiado con los años. “La mayoría de la gente, cuando piensa en los prestatarios de deuda estudiantil, da por hecho que se trata de alguien que acaba de salir de la universidad, con una edad de entre 20 y 25, pero la realidad no es esa. Si miras los datos de la Reserva Federal de Nueva York, la mitad de los prestatarios tienen más de 30 años y una cuarta parte más de 45. La población de prestatarios que crece más deprisa son aquellos que tienen más de 65 años”.
Así que, en muchos casos, como por ejemplo los 2,7 millones de americanos que deben más de 100.000 dólares por haber ido a la universidad, se trata de elegir: o llevar esta hipoteca a la espalda durante décadas, sumando intereses, o directamente incurrir en impago. Este es el destino del 22% de los prestatarios. Un récord histórico que se puede quedar pequeño. Según las previsiones del Brookings Institution, en 2023 dos de cada cinco prestatarios no podrán pagar sus deudas. Quien incurre en impago puede quedarse sin devoluciones fiscales y sin acceso a ayudas públicas, además de poder ser llevado a juicio por la entidad prestamista.
Estos millones de situaciones personales han ido aflorando a la superficie de la política; se han traducido en protestas masivas, como la del movimiento Occupy Wall Street de 2011, y han entrado en la agenda de la izquierda. El antiguo precandidato presidencial y senador, Bernie Sanders, y la recién elegida congresista Alexandria Ocasio-Cortez han propuesto recetas para perdonar la deuda estudiantil y hacer que el estado pague las matrículas de la gente con menos recursos.
El tamaño de la deuda no sólo afecta a los bolsillos individuales; su tamaño, 1,5 billones de dólares, podría estallarle en la cara al presupuesto nacional. “Más del 90% de los préstamos estudiantiles están garantizados por el Departamento de Educación de EEUU”, declaró a Bloomberg Paul Della Guardia, economista del Instituto de Finanzas Internacionales. “Lo que signifca que, si una recesión causa un aumento del desempleo juvenil y desencadena impagos masivos, esta responsabilidad contingente podría ser un lastre para el presupuesto del Gobierno”.
Las consecuencias de la deuda estudiantil se ramifican por toda la economía: la incapacidad de ahorrar limita la venta de viviendas hasta un 35% entre los jóvenes, según un estudio de la Reserva Federal de Nueva York, y recorta, en resumen, la liberad financiera a medio y largo plazo de millones de ciudadanos. Una deuda que ya supera a la de las tarjetas de crédito. Una cantidad mayor que el PIB de España.