Por: Jaume Carbonell
Nuestro colaborador Jaume Carbonell estuvo a mediados de agosto en el Estado de Rio Grande do Sul. Allí tuvo la ocasión de visitar algunos centros y conversar con varios docentes. El resultado son estas tres crónicas que ofreceremos semanalmente.
“Una profesora de Secundaria cobra unos 625 euros y su jubilación se retrasará unos cuantos años”.
Estamos en pleno invierno y el día es especialmente frío. Este centro estatal de secundaria acoge unos 1.200 estudiantes de entre 11 y 18 años. En la hora del recreo nos recibe Mariana Lima, nombre simulado porque, tal como anda el país, prefiere proteger su identidad. Me cuenta sus precarias condiciones de trabajo: “Actualmente trabajo 40 horas semanales, 32 de ellas lectivas y, por ello, recibo 2.520 reales brasileños -unos 625 euros-, además de pequeños complementos como trienios y ubicación de la escuela». Hay que decir que Río Grande do Sul tiene el salario más bajo de Brasil, mientras el más elevado está en Maranhão, donde gobierna el PT (Partido de los Trabajadores).
Mariana cubre dos turnos: el de mañana, que arranca a las 7,30, y el de tarde, que empieza a las 13,15. Pero hay docentes que cubren, además, el turno nocturno, con 60 horas. Es un reflejo de la desvalorización de la profesión, pues su salario base son 1.260 reales, frente a los 988 del salario mínimo interprofesional. Llevan cinco años con el sueldo congelado y, aun así, lo perciben con un llamativo retraso. El salario de julio lo van a recibir fraccionado: una parte lo acaban de recibir el 13 de agosto y la otra se prevé en septiembre, según las categorías. Todo ello obliga a gran parte del profesorado a pedir todos los meses un adelanto bancario.
El salario del profesorado de infantil y primaria aún es inferior. Pero, a diferencia de España, en la enseñanza privada se cobra más, mucho más, quizás el doble como media. Estuve en una escuela particular -que no subvencionada- donde me explicaron que los docentes llegaban a cobrar hasta 35 euros la hora lectiva, aunque me señalaron que se trataba de un caso excepcional.
Con todo, a Mariana Lima, a sus 56 años, aún le preocupa más su jubilación. Se está tramitando en el Congreso un proyecto de ley que supone un recorte drástico del fondo de provisión para las pensiones. No se conocen los detalles definitivos pero ello podría suponer, según los casos, “permanecer entre cinco o diez años más en las aulas o jubilarse a la edad de 65 o 70 años. O vete a saber. Uff, no sé cuando me va a tocar”. Este es uno de los puntos más sensibles para el conjunto del funcionariado de la política de recortes y de la nueva ofensiva reaccionaria y neoliberal del gobierno de Bolsonaro, que cuenta con los apoyos suficientes para acometer un proceso de privatizaciones de alto calado. Por eso mañana se convoca en todo el país una jornada de protesta, con paro incluido.
Damos una vuelta por el centro, con algunas partes algo desvencijadas, paredes que piden a gritos una mano de pintura, algunas puertas que no acaban de cerrar bien y una pista deportiva que hace tiempo que debería cubrirse. “Tenemos presupuesto para adquirir nuevos recursos pero no para repararlos ni para mantenimiento. Siempre sale alguien que lo arregla voluntariamente. ¡Qué remedio! Hay montones de libros de texto que se envían gratuitamente, permanecen en el centro y se reponen al cabo de tres cursos; pero existe la amenaza de que el próximo año dejen de ser gratuitos”. En las clases, con pupitres móviles, se reúnen hasta 35 alumnos de procedencia muy diversa”.
Mariana imparte clases de Biología a dieciséis grupos . “Como mínimo tengo que hacer cuatro programaciones. Pero luego está el alumnado de inclusión (de diversidad funcional o necesidades educativas especiales) que requieren una programación específica para cada uno. Y yo tengo once”. A veces también ha impartido alguna sesión de Educación Artística, porque para esta u otras materias -las llamadas asignaturas complementarias según algunos ministerios- no se dispone de profesorado especialista.
En un extremo del edificio hay una pequeña vivienda: es la casa del policía-conserje que se encarga de la seguridad cuando el centro queda vacío. No lo tienen todos los centros, porque se trata de un trabajo poco solicitado debido a su escasa remuneración. Muchos sí tienen videocámaras para la seguridad.
Es la hora del desayuno y en la cocina les sirven un bocadillo y un vaso de leche; a comer van todos a casa. En el patio algunos grupos ensayan bailes para una fiesta que se celebra como culminación de varios proyectos. Otros dan patadas al balón o conversan animadamente. A la salida me fijo en un mural donde los estudiantes expresan sus deseos de futuro: “Estudiar más para pasar las pruebas”; “Encontrar un trabajo”; “Entrar en la universidad” (para estudiar esta u otra carrera). Este último es el más repetido. ¿Podrán lograrlo estos estudiantes, cuando también los recortes se ciernen sobre la política de becas y el acceso a la universidad? Al tiempo.
Fuente e imagen: https://eldiariodelaeducacion.com/pedagogiasxxi/2019/09/11/la-situacion-del-profesorado-en-brasil/