Por: Carlos Ornelas
Hago una estadía de investigación en Japón. Soy profesor visitante en la Escuela de Posgrado en Desarrollo Internacional de Universidad de Nagoya. Uno de mis propósitos es observar lo más que pueda del sistema educativo japonés y sus reformas en este siglo. Éste es un lugar privilegiado para aprender.
La Escuela de Posgrado en Educación patrocina una escuela secundaria y preparatoria anexa. Ofrece los dos niveles bajo una misma estructura. Tiene lo básico del currículo general (que aquí denominan guía de estudios) y un margen de autonomía amplio que le permite experimentar con nuevos enfoques y prácticas.
La visité por primera vez el 30 de octubre.
Es una escuela pública de élite y, aunque sus padres pagan una cuota, es mucho más baja que la de escuelas privadas.
Sus estudiantes son beneficiarios de ciertas cualidades que son únicas. Por ejemplo, con frecuencia reciben conferencias de profesores de la Universidad, no sólo de la Escuela de Educación, sino también de otras facultades.
El director de la escuela no recibe salario por esta tarea, es profesor de la Universidad.
Se apoya en dos subdirectores, uno para cada nivel. Trabajan 39 maestros de tiempo completo.
La universidad le paga a un tercio, quienes son permanentes; la prefectura a un número igual y la ciudad al otro tercio.
Quienes vienen de la prefectura y la ciudad sólo están unos cuatro años. Su proyecto es aprender de las innovaciones y luego replicarlas en sus escuelas de origen o de destino.
Platiqué con el subdirector de la secundaria y tuve charlas breves con dos maestros.
Observé clases de inglés y de economía doméstica (ésta merece un artículo aparte) y divisé talleres y laboratorios. Equipamiento de primera calidad.
Lo más importante, sin embargo, no es la infraestructura —de primer mundo—, sino el trabajo de los docentes y su afán de tener al estudiante en el centro de sus atenciones. Si mi intuición es correcta, aquí se combinan de manera cabal las ideas de la escuela tradicional japonesa (disciplina, trabajo arduo y predominio de los intereses del grupo sobre los individuales) con una mayor autonomía personal y una formación del carácter.
El fin: formar personas desarrolladas a plenitud.
Las mil 50 horas de clase, distribuidas en 30 semanas, incluyen materias como japonés e inglés, estudios sociales, matemáticas y ciencias como parte del adiestramiento intelectual. Las de música, arte, educación moral y estudios generales del ser humano cubren el aspecto ético.
Educación física y para la salud, arropan el entrenamiento para una vida saludable.
Se aderezan con clases para el uso de la tecnología y ciencias del consumo (satisfacción de necesidades y deseos y austeridad personal).
El fin general se encuentra en el Seikatsu shūkan (hábitos para una existencia plena) mediante una educación intelectual (chi), moral (toku) y física (tai).
Estos son propósitos para toda la educación primaria y secundaria de Japón que en esta escuela practican de manera cotidiana.
Los maestros tienen un salón común, cada uno con su escritorio. No necesitan de consejos técnicos, conviven todos los días, platican de los alumnos, los métodos, problemas y soluciones.
Cada docente trabaja más de 50 horas a la semana porque además de sus clases apoyan y guían a los estudiantes en sus clubes, complementos indispensables para esa educación plena.
Una forma de evaluar el éxito de una escuela es por el porcentaje de sus alumnos que prosiguen al nivel superior inmediato.
Éste es un motivo de orgullo de esta escuela. Muy arriba del promedio nacional.
No he descubierto la utopía. Aun en escuelas de élite hay contrariedades, pero pienso que los maestros de la Escuela Secundaria y Preparatoria Afiliada a la Universidad de Nagoya encontraron la forma de lidiar con ellas.
El equipamiento y la cercanía con la universidad son únicos, difícil de alcanzar. Pero quizás valga la pena conocer más acerca de cómo ejercen la profesión docente los maestros japoneses.
Fuente: http://www.educacionfutura.org/una-escuela-ejemplar-de-japon/