Por Revista Saberes
—¿Cuánto cambió nuestra forma de pensar el mundo, en tanto sujetos mediatizados y en diálogo con los diferentes medios y plataformas digitales?
—En primer lugar, habría que decir que estamos mediatizados desde antes de la llegada de Internet. La prensa, el cine, la radio y la televisión trajeron cambios que modificaron las relaciones sociales y las formas de conocimiento. Con internet llegó otro gran cambio, y aún más, con la llegada del celular y la portabilidad: ese aparato que era una cámara de fotos, una máquina de escribir, nos permitía comunicarnos y enviar y recibir datos. Pero lo digital trajo algo más: la presencia creciente de algoritmos en nuestro día a día y esto, según estudios recientes, atomiza nuestra vida y condiciona las formas de conocer porque nos indican qué ver y dónde detenernos y buscar.
—¿Se encuentran preparados los docentes y alumnos para incorporar los saberes que demanda lo digital?
—Lo digital —con la experiencia de Conectar-Igualdad— ya está incorporado en las escuelas, pero todavía hay dificultades en relación a cómo construir un orden de trabajo pedagógico, un interés por el estudio y por la conversación común. Debemos preguntarnos cómo respondemos al desafío que implican las nuevas formas de atención, más fragmentarias y efímeras. Me refiero a cómo creamos condiciones para ver qué producen las tecnologías en relación a la sociabilidad y al vínculo con los conocimientos. Habría que revisar la idea que la información es equiparable al conocimiento y que, a la hora de investigar, alcanza solo con buscar en internet y lograr una distancia crítica respecto a lo que nos ofrece y permite ver.
—¿Cuáles son las discusiones respecto a la inclusión o no de, por ejemplo, los celulares en el aula?
—Si partimos del concepto de que tanto docentes como alumnos tenemos concepciones mediadas por las tecnologías, ya no es una opción dejarlas afuera sino integrarlas y trabajarlas como contenido. La discusión principal con los celulares es cómo hacer para que haya una tarea que organice una comunicación común, porque muchas veces distraen, dificultan o fragmentan la conversación. Aun así, los docentes han ido encontrando modos para que los chicos hagan actividades con ellos en la clase o llegan a acuerdos sobre cómo y en qué momento usarlos. Dicho esto, me parece importante entender que las plataformas digitales son medios de comunicación y que, como tales, implican lenguajes, intereses, géneros y soportes específicos. De ahí la importancia de pensarlas como objetos de estudio.
—¿Podrías dar un ejemplo?
—Si estoy a cargo de Historia puedo ver cómo cambiaron las nociones de la disciplina, de temporalidad, de secuencia cronológica y de verdad; poner más énfasis en los procesos y no en fechas y datos —eso que antes llamábamos “la información”— y plantear la historia a ras del suelo, como un proceso que hacen muchos sujetos y no solamente “los héroes”. Y abrir la discusión acerca de la posverdad, el anonimato y la responsabilidad o ética que plantean. Tengo que tener en cuenta cuáles son hoy las condiciones del pensamiento histórico, qué saberes traen mis alumnos y la disponibilidad enorme de fuentes y perspectivas a las que acceden a través de los medios digitales, que están cambiando las formas de producción y de transmisión del conocimiento histórico. No da lo mismo cualquier enunciado. No digo que haya que volver a la idea positivista de la verdad revelada, absoluta y objetiva, pero me gustaría recordar a Hannah Arendt cuando decía que la verdad intenta dar cuenta de una existencia, es decir, que tiene una preocupación por lo real.
—El planteo es que deberíamos poner en debate la posverdad…
—En el caso de las disciplinas escolares, es necesario lograr acuerdos provisorios dentro de la comunidad más especializada. Que los historiadores, por ejemplo, puedan ponerse de acuerdo en que un buen relato histórico se caracteriza por chequear y hacer un uso cuidadoso y crítico de las fuentes, confrontar con otras versiones disponibles. Hasta tanto tengamos un acuerdo mejor sobre qué es “la” verdad, podemos hacer acuerdos colectivos. Un profesor no puede contar la historia solo desde la perspectiva que le interesa, sino que debe seguir ciertos procedimientos y métodos de producción de los enunciados. Lo mismo vale para otras disciplinas como las Ciencias Naturales. En un contexto en el que las plataformas digitales prometen resolver las cosas de una manera fácil, económica y con poco esfuerzo, la escuela tiene que hacer un esfuerzo mayor, en el sentido que señala José van Dijck —una holandesa crítica de los medios digitales— cuando habla de lo difícil pero importante. La escuela debería ser el espacio de lo difícil pero importante.
—¿Qué otra recomendación les harías a los educadores para incorporar los medios digitales a la clase?
—Partir de algunas preguntas y desde lo que cada uno enseña, analizar cómo está cambiando el conocimiento con los medios digitales y en función de eso trabajar en concreto. En relación a los cambios en las formas narrativas, el caso de los memes es muy interesante. Implica hacer operaciones complejas, de crítica y de distancia respecto a un texto que circula y sobre el que se hace una broma, un comentario. Hay un trabajo intertextual, de lectura entrelíneas. Como en general son burlas, vale la pena abordarlos para pensar qué se puede convertir en una burla y qué resiste un poco más. Los docentes no tenemos que plegarnos a lo mismo que hacen los medios, sino producir operaciones de reflexión crítica. Antes de emitir una sanción moral, podemos ver cómo funcionan. Para hacer un buen meme, puedo ponerme a estudiar. Son espacios que permiten expandir las formas y los contenidos de lo que enseñamos y entrar más en diálogo con la sociedad contemporánea.
—¿Cómo acompaña la escuela, por ejemplo, cuestiones que suceden en la nube como el ciberbullying, el sexting y el grooming?
—No son cuestiones fáciles de abordar. Cuando en la escuela hay un buen clima, se puede hablar de tensiones y situaciones como el sexting; pero en otros casos, aparece la censura y el escándalo. Son temas que desafían a los adultos y no solo a los docentes. Si hablamos de sexting, una cosa es cómo lo tramita la familia, en un espacio más íntimo y cuidado, y otra, en un espacio público, que involucra relaciones de poder, aspectos legales y personas que son empleados públicos en el sentido más amplio de la palabra. Es esperable trabajarlo desde la ESI (Educación Sexual Integral) pero también desde un espacio de educación mediática y digital, para poder plantear esta tensión entre la autonomía, la libertad individual y la ética; cómo se relacionan, se cuidan y cuidan a los demás. La noción de lo público, lo privado y lo íntimo fue cambiando con las épocas. De ahí la importancia de abrir espacios de diálogo y de trabajo con los chicos. Los docentes debemos saber cada vez más sobre estas cuestiones, tanto desde un punto de vista pedagógico como legal. Trabajamos con menores de edad y hay que redoblar la cautela y el cuidado, ser responsables del lugar que ocupamos como adultos.
—¿Cuál es tu opinión sobre la enseñanza de la robótica en la escuela?
—Me parece bien enseñar los fundamentos de la programación; ver qué puede hacer la robótica y discutir en qué ámbitos se está introduciendo: si queremos que el trabajo de los médicos se vuelva más robotizado o no, por ejemplo. Analizar qué ganamos y qué perdemos: hacernos preguntas éticas, políticas y epistemológicas. Hay diversos modos de introducir los medios digitales, lo que no puede faltar es la pregunta acerca de cómo y para qué los traemos a la escuela; qué queremos producir con ellos. No traigo Facebook al aula para que los alumnos sean mejores posteando, sino para que tengan una reflexión crítica, entiendan lo que el medio permite o no, en qué enriquece o limita sus posibilidades expresivas. Preguntarse qué produce a nivel ético y político y ahondar, por ejemplo, en la cuestión de la privacidad y el manejo de los datos. Y todo esto lleva a otras discusiones interesantes como los fenómenos recientes de Cambridge Analytics o la posverdad. Ya no podemos hablar de estos temas con ingenuidad, como los veíamos hace diez años, sino como procesos sociales y culturales que están sucediendo y sobre los cuales debemos estar atentos.
(*) Inés Dussel es Licenciada en Ciencias de la Educación, magíster en Ciencias Sociales y doctora en Educación. Es profesora investigadora del Departamento de Investigaciones Educativas del Cinvestav, en México y es la directora de la Especialización en Educación y Medios Digitales del ISEP. Dirigió el área Educación de Flacso, Argentina desde el 2001 al 2008.
Fuente: https://revistasaberes.com.ar/2019/10/no-podemos-hablar-de-estos-temas-con-ingenuidad/