En el Valle de Azapa, en la Región de Arica y Parinacota, fue donde se asentó durante la conquista la mayor población africana de Chile, invisibilizada durante décadas en nuestro país. Actualmente, sus descendientes aún rescatan las tradiciones y memorias de sus ancestros. En la semana de la mujer afrolatinoamericana, la presidenta de la organización Hijas de Azapa, Azeneth Báez (66), habla sobre la importancia de este valle, sus raíces y el rol de la mujer rural afrodescendiente.
“Nací y crecí en el Valle de Azapa, a pocos kilómetros de Arica, en una comunidad afrodescendiente. En esta zona somos muchas las familias descendientes de africanos que llegaron luego de la Conquista a trabajar como esclavos en las minas de plata –en cerro rico de Potosí, que actualmente pertenece a Bolivia– y se asentaron en este valle. Somos conscientes de que cada mujer del territorio fue una transmisora de la historia y la memoria a través de los relatos orales, práctica ancestral que viene de África y que nos ayuda a reafirmar nuestra identidad de generación en generación. La mujer afrodescendiente ha tenido que luchar la vida entera por salir de su estereotipo de mujer procreadora, mujer sexual para satisfacer el deseo de los hombres, mujer trabajadora para labores domésticas, mujer esclava. No se reconoce, pero nosotras hemos aportado mucho más que eso: somos las que relevamos la historia de nuestros territorios y raíces.
Mi mamá que fue la gran relatora de mi familia. No sabía cómo habían llegado los primeros, pero nos contaba de sus abuelos maternos y paternos, todos afrodescendientes. Desde ahí comenzamos a reconstruir nuestra historia. Luego, gracias al historiador de esta región Alberto Díaz y su libro Llegaron con cadenas, descubrí, en uno de los anexos, que mi bisabuelo había alcanzado a ser libre, no así mis tatarabuelos.
En la comunidad afrodescendiente, la mujer tiene un rol trascendental en la familia. Mi madre era la que ordenaba y mandaba, la que se preocupaba de la economía doméstica, de las labores y la formación de los niños, al igual que mi abuela. Tiene que ver con una noción ancestral que viene desde África, donde las mujeres tienen mucha importancia en su comunidad porque a través de ellas se desarrolla la sociedad. Mi madre nos contaba que mi abuelita y otras señoras salían en lomo de burro a vender a la ciudad las cosechas del campo. Imagínense el poder: más allá de lo simbólico, incidían en la economía. No solo eran dueñas de casa. Tenían el rol de sacar adelante a sus familias y lo hacían por amor.
Antes, las mujeres afrodescendientes de este valle tenían mínimo 10 hijos –mi madre tuvo 11– debido a la falta de anticonceptivos y lo alejadas que estaban de los servicios de salud. Pero como eran tan espirituales, sentían que los hijos eran valiosos y los criaban en tribu. En los hogares de los abuelos se criaban los nietos, los sobrinos y hasta niños sin lazos sanguíneos, porque se iban integrando personas que necesitaban cuidados. El clan que hicieron mis abuelos fue enorme y aunque se vivía de forma humilde, el hogar estaba lleno de riqueza y felicidad. La naturaleza y el campo entregar todo para criar y crecer.
Yo recién en 2000, gracias a la ONG Oro Negro, comencé a aceptar mis raíces y dejé de avergonzarme. A pesar de que conocía la historia de mi familia y estaba muy arraigada a las costumbres, desde niña me transmitieron que era mejor mestizarnos –como lo hizo mi madre con mi padre– y casarnos con un hombre blanco o chileno para asegurarnos un lugar en esta sociedad, que siempre ha sido muy racista y discriminatoria. Yo pensaba en mis hijos y no quería que sufrieran lo mismo que yo: discriminación en el colegio, en la calle, en el trabajo. Cuando era niña y me fui desde el valle a estudiar a Arica, me sentía un bicho raro entre tanta gente blanca y de pelo lacio, entonces alisaba el mío para tratar de adaptarme. Pero luego volví a mi valle, al terreno que me dejaron mis abuelos en la comunidad Pago Gómez, uno de los asentamientos de afrodescendientes más grandes desde los tiempos del virreinato. Aquí me siento bien. Las raíces a una la empujan. Trabajo, hace más de 30 años, en una empresa de producción de aceitunas.
Desde 2012 que participo en la organización de mujeres rurales afrodescendientes Hijas de Azapa –actualmente soy presidenta– y somos 15 mujeres, jóvenes y mayores, que trabajamos para visibilizar a nuestra comunidad y dignificar el rol de la mujer afro a través de redes con otras organizaciones y fondos culturales. El último que nos ganamos consiste en generar una serie de pinturas para retratar la historia de las comerciantes afroazapeñas que llegaban a Arica en burro. Como pueblo venimos hace años impulsando que se nos reconozca como una población importante en Chile, sobre todo en Arica y en el Valle de Azapa. Nunca hemos sido censados, entonces no tenemos indicadores de cuántos hay exactamente en esta zona. Y aunque logramos que se otorgara por ley reconocimiento a nuestras raíces, lamentablemente no está contemplada la visión de este territorio como uno ancestral para nosotros.
En el valle la fiesta principal de todas las familias afroazapeñas es la celebración de la Cruz de mayo, que más que un rito católico está ligado a nuestra propia religiosidad. Los africanos esclavos, aunque les quitaron el habla, la dignidad y la libertad, conservaron siempre su memoria, su religiosidad y mundo espiritual. Y aunque tomaron elementos del mundo europeo e indígena, encontraron en la Cruz de mayo un símbolo para venerar y recordar a sus ancestros, para conectarse con la tierra, con las cosechas y la naturaleza. Es una fecha donde celebramos nuestras costumbres y compartimos en familia. La cruz queda en un cerro del valle y a mis 66 años sigo subiéndolo como lo he hecho siempre. Tengo una necesidad profunda de encontrarme y reencontrarme con mis ancestros, con mi madre, con mis abuelos, y creo que mientras mi salud y mis piernas me lo permitan, seguiré haciéndolo”.
Fuente: https://www.latercera.com/paula/semana-de-la-mujer-afrolatinoamericana-somos-las-que-relevamos-la-historia-de-nuestro-territorio-y-nuestras-raices/