Por: Leonardo Díaz
Cuando hablamos del futuro inmediato de la educación es lógico centrarnos en el debate virtualidad-presencialidad.
En un artículo titulado “aprender”, publicado en Mètode, revista divulgativa de la Universidad de Valencia, https://metode.es/revistas-metode/secciones/es-sociofolcologia/aprender.html el Dr. Ramón Folch reflexiona sobre nuestra subestimación de la educación no reglada.
Como recuerda quien fuera consultor ambiental de la UNESCO, el proceso educativo no depende sólo de las interacciones que se producen en un aula escolar o universitaria. Tan importante como estas son las interacciones que se producen en el entorno.
El aprendizaje de una gran parte de las habilidades con las que vivimos se desarrollan en el ambiente social y, si este no resulta favorable, es poco probable que el proceso de enseñanza-aprendizaje en la escuela resulte fructífero.
Partiendo de estos supuestos, Folch recupera el concepto de “ciudad educadora”, un proyecto de convertir el espacio público en una escuela, cuyos precedentes se remontan a la “paideia” de las ciudades-Estado griegas, y toma forma en las sociedades contemporáneas a partir del escrito de Edgar Faure: “Aprender a ser”.
El proyecto de ciudad educadora articula espacios tradicionalmente no conectados (calles, plazas, parques) convirtiéndolos en escenarios interrelacionados de aprendizaje para la construcción de una ciudadanía autónoma y responsable.
Imaginemos las posibilidades de aprendizaje que se abren si las alcaldías, los ministerios de educación, cultura, turismo y medioambiente trabajaran en un proyecto común de educación ciudadana que emplee los escenarios públicos integrándolos dentro de un programa educativo coordinado con las escuelas públicas y privadas a fin de trascender la idea del aprendizaje como un proceso que sólo se realiza en el mismo lugar y de modo sincrónico.
Sería una gran oportunidad para realizar transformaciones pendientes en la educación de la postpandemia.