Por: Javier Correa Román Y Myriam Rodríguez Del Real*
El 19 de noviembre se celebra el día mundial de la filosofía, una (sino la que más) de las disciplinas más antiguas de nuestra sociedad. Aquella que dio luz y encumbró los valores de los que hoy hacemos gala: la democracia, la libertad, la racionalidad, el deber etc. Sin embargo, y a pesar de este extenso currículum, la filosofía (al menos en nuestro país) no pasa por su mejor momento. Un cambio de paradigma, que denosta las humanidades por improductivas y que entiende la escuela como propedéutica para el mercado, ha relegado a la filosofía a los márgenes de nuestras aulas. La asignatura que está llamada a ser la cuna del pensamiento crítico entre nuestros alumnos (para que así hagan un mundo mejor) es tratada por políticos y medios como un saber de anticuario, como un objeto de museo o acaso un saber sin utilidad práctica.
Y es que, ¿acaso no está todo en ruinas? Nuestra generación, la tan injuriada generación millenial, ha sido testigo de la mayor estafa en la historia reciente (además de la crisis de 2008): la ruptura del pacto intergeneracional. Un acuerdo tácito que nos decía que estudiáramos porque, si lo hacíamos, íbamos a poder progresar y vivir mejor que nuestros padres (como ellos lo hicieron con respecto a nuestros abuelos). Hoy, rozando o ya pasados los 30, somos la generación más preparada pero también la que más poder adquisitivo ha perdido, la que más tarde se va a independizar y la que menos estabilidad va a tener. No es de extrañar entonces los datos sobre salud mental y nuestra generación: hoy alrededor de 117 millones de niños y adolescentes en todo el mundo han sufrido un trastorno de ansiedad según el Consejo General de Colegios Oficiales de Psicólogos y cada año aumentan los casos de depresión entre los adolescentes (en torno al 21,6% según la FAD en 2018). Todo esto en un clima de derrumbe de los valores de nuestra sociedad. Nosotras, que vimos crecer las redes sociales desde Metroflog o Tuenti (¡y vimos sus peligros!), asistimos ahora a una generalización de la pantalla donde la prensa ha renunciado a su función crítica (la mitad de las noticias que circulen en 2022 serán falsas). Ante este desolado panorama ¿qué sentido tiene nuestra vida ahora?
Es justamente aquí donde nuestra generación puede (y debe) darse la mano con la filosofía para formular preguntas, para encontrar respuestas y para -incluso- dudar de estas últimas. Es por el camino de la filosofía donde se recupera esa actitud crítica ante la vida que no encontramos ya ni en nuestros dirigentes, ni tan siquiera en nosotros mismos -que nos hemos aferrado a ideologías y las defendemos como holligans-. Y aquí, entra la filosofía para recordarnos que «para investigar la verdad es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas» (Descartes) o que «en todas las actividades es saludable, de vez en cuando, poner un signo de interrogación sobre aquellas cosas que por mucho tiempo se han dado como seguras» (Bertrand Russell). Este es, en definitiva, el imperativo de la actitud crítica ante la vida. Este posicionamiento ante la realidad nos permitirá discernir el sentido de la misma -si acaso tuviese algún sentido en términos universales- o, incluso, darle un valor o sentido a nuestra vida más allá del puramente material -respirar, caminar, comer…-, a saber, el de ser críticos con nuestra realidad presente, con nuestra historia y con nuestro porvenir. Esto es, amigos, la filosofía.
Pero, ¿cómo hacerlo? ¿Cómo empezar tan ardua y extensa tarea: la de la crítica de nuestra realidad en pos de un mundo mejor? Vamos con unos ejemplos. Con Lévinas podríamos darnos cuenta de la contradicción que existe cuando nos relacionamos con los otros: a pesar de que son personas radicalmente ajenas a mí sólo las puedo conocer subsumiéndolas en mi mundo e intereses (mi amiga, el panadero que vi ayer etc.). Con la filosofía de Marx, en cambio, podríamos, entre otras muchas cosas, darnos cuenta y señalar que todas las explicaciones que esconden la realidad económica son explicaciones con un fuerte interés de clase (como esa que dice nos vamos a otros países a trabajar porque nos gusta viajar) algo a lo que Marx llamó ideología. Podríamos viajar más atrás en el tiempo y entonces Aristóteles nos ayudaría a discernir quiénes de nuestros 793 amigos de Facebook son nuestros verdaderos amigos: frente a la amistad por utilidad o por interés, la verdadera amistad es aquella que nos impulsa a la nobleza del alma. Por último, y ante la crisis ecológica que ya está entre nosotros, el imperativo categórico de Kant nos puede dar una buena solución ante los retos que se nos vienen: si una acción no es universalizable, si no puede concebirse realizándose por todo el mundo, entonces no es una acción moral (¿será entonces moral tener un coche o gastar la energía que gastamos?).
Y, ¿cómo llegar a estos contenidos? ¿Cómo acceder a los sedimentos de sabiduría que nuestra sociedad ha ido depositando y que hoy nos hace más falta que nunca? Acostumbradas al consumo inmediato y rápido de información, a los contenidos escuetos, cortos, es necesario crear espacios y momentos que alienten la pausa en estos tiempos tan acelerados y de prisas. Espacios que supongan una ruptura y que potencien la reflexión recogiendo la historia de la filosofía y utilizando esta herramienta para analizar nuestro momento actual. Espacios así se pueden encontrar en múltiples coordenadas de nuestro hábitat cotidiano: espacios en redes sociales, librerías, instituciones culturales, en libros, etc. Desde los muchos eventos que organiza la librería Traficantes de Sueños hasta las clases grabadas en Youtube por Ernesto Castro. Desde el famoso y ya clásico El mundo de Sofía hasta nuestro nuevo libro Mentes Inquietas: contrarrefranes y cultura popular donde revisamos la cultura popular a través de los refranes dándoles la vuelta y proponiendo una lectura filosófica de ellos y relacionándolos con dilemas o problemáticas actuales.
En fin, la famosa frase atribuida a Sócrates («sólo sé que no se nada») debe servirnos como primer paso para un pensamiento crítico. El filósofo, el intelectual, el crítico, no es el que sabe (¡justamente Sócrates reconoce que no sabe!) sino el que es consciente de su propia ignorancia. Frente a los dioses (que ya lo saben todo) y frente al ignorante (que ignora que es ignorante y cree que sabe todo), el filósofo admite su ignorancia y la establece como punto de partida para una vida llena de aprendizajes. Así, en los tiempos de la sobreinformación: humildad, aprendizaje y visión crítica. En los tiempos del consumo masivo: pausa, lectura y participación ciudadana.
- Fundadores de Colectivo Mentes Inquietas, un espacio de divulgación de la filosofía en redes sociales y autores de: ‘Y pensar ¿para cuándo? Filosofía de jóvenes para jóvenes’ (Autografía, 2018) y ‘Mentes Inquietas. Contrarrefranes y cultura popular’ (Punto de vista editores, 2020)
Fuente e imagen: https://blogs.publico.es/dominiopublico/34892/mas-platon-y-menos-instagram/