Por: Leonardo Díaz
Desde la perspectiva de quien envidia existe un sentimiento de injusticia cometida contra él al que no es ajeno el individuo que es objeto de su odio.
La envidia es una de las emociones analizadas por Martha
Nussbaum en La monarquía del miedo (cap. 5). ¿Por qué es importante analizarla desde el punto de vista de la reflexión política? Por su impacto en el espacio público y sus implicaciones políticas.
La envidia conlleva una hostilidad amenazante para cualquier proyecto colectivo, pues consiste en un deseo de agravio o de destrucción sobre quienes poseen el bien envidiado. Con frecuencia, se confunde con la emulación, que implica desear lo que tiene otro sin desearle mal; o con los celos, que implica una agresividad hacia alguien por el temor a perder algo que se tiene.
La envidia es más cercana a la ira vengativa por su espíritu de retaliación. ¿Pero por qué hablamos de represalia si la persona envidiada no ha cometido un agravio al envidioso, y muchas veces, ni siquiera es consciente del malestar que su bienestar genera en éste? El problema es que desde la perspectiva de quien envidia existe un sentimiento de injusticia cometida contra él al que no es ajeno el individuo que es objeto de su odio.
Nussbaum distingue la envidia de la “ira por estatus”, que conlleva el odio hacia una persona por un aspecto concreto que el iracundo considera injusta. La envidia viene a ser entonces una emoción que se dirige hacia algo más vago, un estado de malestar provocado por la situación de bienestar general del otro.
Nussbaum retoma al filósofo estadounidense John Rawls (1921-2002) para el análisis sobre la envidia y sus implicaciones sociales. Según Rawls, la emoción que ocupa nuestra reflexión puede convertirse en una fuente de estallido social por tres razones:
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- Una baja autoestima generalizada. Un sentimiento de poco valor de lo que se representa como persona y lo que se puede realizar.
- El sentimiento anterior en el marco de una situación social que muestra las desigualdades y agudiza el sentimiento de dolor y de agravio.
- La percepción del envidioso de una ausencia de alternativas a su situación, lo que sirve de acicate al resentimiento y a querer producir daño a sus semejantes.
Pero Nussbaum considera que Rawls no responde a la pregunta: ¿por qué se genera la envidia? La clave de la respuesta la encuentra en el filósofo romano Lucrecio (c. 99 a. C.- c. 55 a. C.) y en la psicoanalista austríaca Melanie Klein (1882-1960). Asume que la envidia emerge ante una constante comparación con los bienes que poseen otros talentos.
Pero no es la mera presencia de los otros lo que en la perspectiva de Nussbaum genera la envidia, sino un miedo primario relacionado con la asunción temprana de nuestra fragilidad ante la posibilidad de perder bienes como: alimento, cariño, protección. Una emoción que se une con la culpa de desear lo que otros tienen, y cuya angustia se calma con la justificación racional de que los envidiados no merecen sus bienes, mientras quien envidia sí.
Podemos compartir o no la mirada de Nussbaum sobre los orígenes de la envidia, pero sí parece bastante evidente que el sentimiento señalado es explotado por la política del miedo y del odio. La ira que percibimos en las sociedades modernas contra, por ejemplo, los inmigrantes, expresa un sentimiento de que ellos poseen o aspiran a unos derechos inmerecidos y que arrebatan a quienes son sus legítimos propietarios. Cuando este sentimiento es cultivado por el liderazgo populista, se labra también el sendero de la violencia.
Rawls señala que si queremos minimizar el impacto de la envidia en el espacio público, se deben potencias las situaciones que permiten la realización personal, el acceso a los bienes que contribuyen a afianzar un sentimiento de estabilidad y de autoconfianza.
La afirmación de Rawls implica una sociedad donde no existan altos niveles de marginación económica y social, pero el problema no es solamente económico. Si bien la envidia está siempre latente, como el resto de las emociones, una sociedad que incita a unos modelos rígidos de éxito -los mismos parámetros para evaluar la realización personal, independientemente del origen, la personalidad, los tipos de inteligencia y de talentos- también es un caldo de cultivo para la misma, basada en sistemas educativos fundamentados en la competencia y carentes de procesos de educación emocional.
Fuente: https://acento.com.do/opinion/envidia-y-sociedad-democratica-8914435.html