Por: Esther Ruiz Moya
Ya se ha pasado el 8-M y hoy es otro día, un día más de los 365 que tiene el año para ser lo que queremos ser y cómo queremos ser, sin que nadie nos diga la mujer que tenemos que ser… de eso se trata.
La pasada semana se publicaba la encuesta del CIS sobre nuestra salud mental y entre las muchas conclusiones a las que llegaba, una de ellas es que estamos, nos sentimos y yo diría que somos un poco más tristes después de casi un año de pandemia. La ausencia de relaciones sociales, la falta de piel, la imposibilidad de hacer planes, el teletrabajo o los cierres perimetrales comienzan a pasar factura. Y para combatir esta tristeza nos envolvemos en una felicidad irreal para no reconocer que lo que realmente sentimos es hartazgo, apatía, frustración, aburrimiento… Parece que todo nos empuja a que tenemos que ser felices, que la felicidad está en nosotros y resulta que esto, como todo últimamente, también tiene un nombre “optimismo tóxico”.
Y es que por muchas ganas que le pongamos, no todos somos capaces de ver este encierro forzoso como un retiro espiritual en el que encontrarnos con nosotros mismos y sacarle partido. No todos tenemos esa fuerza mental para vivir en un permanente mundo “Mr. Wonderful”. Estamos rodeados de frases positivas, de empoderamiento, de likes, del “no es tu aptitud sino tu actitud”, del “tú puedes”, y ya, lo más de lo más “si la vida te da limones, haz limonada”. Y ese optimismo en exceso se vuelve una emoción deshonesta, porque realmente no lo sentimos y lo que hace es ocultar nuestro verdadero estado de ánimo o peor aún, reprimirlo.
A veces el vaso no está ni medio lleno ni medio vacío, simplemente está a la mitad. Estamos tan acostumbrados a catalogarlo todo que no nos permitimos que las cosas sean como son, ni más ni menos. Que si no lo ves todo positivo no es porque seas negativo, igual es que también es necesario un punto de equilibrio. Y puede que con la que tenemos encima, sea normal no estar feliz y no por eso dejar de serlo o renunciar a ello. Disfrazar las emociones negativas puede ser contraproducente y generar un sufrimiento innecesario.
No quiero ser como “el grinch” del coach, pero creo que tanto exceso de buen rollo, de optimismo y de actitud positiva puede darse la vuelta y generar el efecto contrario si no lo sentimos de verdad. No es vivir en una queja constante porque eso sólo trae amargura y es cierto que en este exceso de realidad necesitamos esperanza, sueños, ilusiones pero no pasa nada por estar de bajón, por sentirnos mal y exteriorizarlo, por permitirnos mostrar nuestras emociones reales… porque a veces, para pensar en positivo, lo primero que necesitamos es un abrazo que cure nuestro mal.
Fuente: https://www.diariocritico.com/opinion/esther-ruiz/optimismo-toxico