Los cambios capitalistas… ¿en la burbuja?

Por: Eduardo Camín

La crisis actual no es una crisis financiera causada por la pandemia, sino que tiene un carácter multidimensional y de largo plazo.

¿Puede la comunidad internacional –incluidos los gobiernos y las organizaciones de empleadores y de trabajadores– mantener su promesa y cumplir con las “audaces” declaraciones del G20, los compromisos de la Agenda 2030 de la ONU, el Acuerdo Climático de París y la propia hoja de ruta de la OIT para un futuro del trabajo centrado en el ser humano?

La preocupación es cómo puede aprovecharse el período posterior a la Covid para repensar y construir un futuro más equitativo y sostenible. El año 2021 parece prometedor, con el despliegue de las vacunas, los signos de recuperación económica en algunas regiones y el fortalecimiento del multilateralismo.

“Se ha hablado mucho de cómo la pandemia del COVID-19 no es sólo un período de terrible crisis, sino también un momento para reajustar, repensar y construir un presente más equitativo y un futuro sostenible”, señaló Mariana Mazzucato , catedrática de Economía de la Innovación y Valor Público en el University College de Londres, en la segunda de la serie de charlas de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

La cuestión ahora es si los discursos sobre la reparación de los fallos socioeconómicos de la historia reciente, y el tratamiento serio del cambio climático, conducen a un recambio real en la elección de políticas.

Siguen existiendo grandes retos, como garantizar la implantación de vacunas a nivel mundial, cerrar las brechas de financiación en los países más pobres, reducir las desigualdades de ingresos y oportunidades y apoyar recuperaciones económicas sostenibles que protejan a las personas y al planeta.

El capitalismo, ¿cambia?

En el panorama actual de los organismos internacionales nos encontramos con diferentes  teorías semánticas de la verdad, en cuyo interior se crea una fuerza ilusoria y una intención comunicativa, desde la cual se pueden reinterpretar los principios clásicos de la anfibolia o restricción mental, es decir las respuestas con doble sentido, el mal menor o las mentiras piadosas.

Este es un ejercicio dialéctico que soslaya en cierta forma las consecuencias  reales que originan y agudizan las dificultades actuales. Mucho suena a las viejas teorías reformistas, imbuidas de metáforas sobre el capitalismo con justicia social o el capitalismo con rostro humano.

Sin embargo, más allá de la pandemia de la Covid 19, el capitalismo neoliberal afronta una crisis general que interpela profundamente acerca de seguir otorgando primacía a los intereses del capital o poner en el centro la necesidad de mejorar sustancialmente las condiciones de vida y trabajo de la mayoría de la población y de garantizar la reproducción de la vida humana en simbiosis con su entorno planetario.

Pero la realidad nos indica que todas las iniciativas -en mayor o menor grado-  tienden a la continuidad, hacia la aplicación de programas de rescate de empresas, o mejor dicho, de empresarios y sus monopolios y oligopolios, en respaldo al proceso de concentración y centralización de capital, subyacente a la crisis.

Este camino significa mantener indemnes algunos de los soportes claves de la acumulación mundial centralizada, como la extenuante explotación del trabajo inmediato —aunado a la tentativa de controlar el trabajo científico-tecnológico— y la depredación del medio ambiente, y sólo plantea regular la especulación financiera desorbitada, lo cual puede derivar en un neoliberalismo regulado por el Estado.

La otra opción significa colocar en el centro el sistema de reproducción de la vida humana en el planeta, dentro del proceso imbricado en el metabolismo social humanidad-naturaleza. Pero esta alternativa entraña la necesidad de generar cambios profundos en las estructuras de la sociedad capitalista y en el entramado institucional y político que le da soporte, en beneficio de la mayoría de las clases sociales.

Esta mayoría ha sido paulatinamente despojada de sus medios de producción y subsistencia, expuesta a condiciones altas de explotación laboral, excluida de los procesos de producción social y generación de conocimiento, confinada a espacios de hacinamiento y servicios precarios, expuesta a la compra de alimentos y medicinas caras, pese a su abundancia en el mercado.

A ello hay que sumar el hecho de que la violencia social y estatal se ha desatado por todos los rincones del planeta y la militarización ha significado en distintos ámbitos geográficos una escalada mortal.

Esta opción no se inscribe en un abstracto humanitarismo, que no identifica las relaciones de conflicto y desigualdad prevalecientes en la sociedad capitalista, sino que reclama la necesidad de ir al fondo del problema y plantear estrategias pos-neoliberales y pos-capitalistas, porque, al final de cuentas, bajo el comando del gran capital transnacional no hay opciones viables para la mayoría de la población, a pesar de los cantos de sirena.

La actual  crisis del capitalismo mundial está circunscrita en la órbita económica y, más precisamente, en la financiera. La tónica actual- a pesar del sinnúmero de recomendaciones-  sigue siendo la de garantizar la solvencia y riqueza de empresarios y accionistas, y no el rescate de empresas, empleos y población excluida y desposeída.

Por eso es imprescindible el análisis crítico de la crisis del capitalismo contemporáneo que supere la visión dominante, que la caracteriza como una crisis financiera, causada por la pandemia, a fin de vislumbrar sus causalidades históricas, estructurales y estratégicas, y tomar conocimiento de su carácter multidimensional y de largo plazo.

La crisis actual

La crisis actual se presenta, al igual que otras crisis del sistema, como una depresión de la economía mundial que fractura el proceso de valorización luego de una severa caída general de la tasa de ganancia y posterior a un período con altas tasas de ganancia merced a mecanismos como la desvalorización laboral, abaratamiento de recursos naturales, financiarización de la economía y transferencia de excedentes de la periferia hacia el centro del sistema.

Pero más allá de la crisis de valorización, también se trata de una crisis civilizatoria que pone al desnudo los límites de la acumulación mundial centralizada, basada en la superexplotación laboral, la devastación ambiental y la financiarización de la economía mundial.

 La idea es que tras la actual depresión de la economía mundial subyace una crisis multidimensional de gran profundidad, amplitud y duración que pone en predicamento el proceso de metabolismo social, con lo que no sólo vulnera las principales fuentes de la riqueza social (humanidad y naturaleza), sino que también pone en serio peligro la vida humana en vastas zonas del planeta.

El análisis predominante de la crisis contemporánea está orientado a preservar al sistema capitalista y a rescatar a los grandes capitales centrales. La visión dominante sigue presentando a la globalización como un fenómeno de alcance mundial inevitable, sin alternativas, y al cual hay que asumir como un reto.

Eso si, siempre con la misma receta:  apertura de los mercados, ofrecer condiciones idóneas a la inversión extranjera y afrontar el reto de la competitividad, donde el Estado debe generar un clima favorable a los negocios, particularmente a las grandes corporaciones multinacionales, abaratar la fuerza de trabajo ya barata, transferir recursos públicos al sector privado, exonerar de impuestos, además de implementar una estrategia de venta de la ciudad y el territorio, donde priman los intereses del capital, y no los de la población.

Este tipo de políticas se aplican indistintamente por gobiernos de derecha, centroizquierda e izquierda, salvo algunas excepciones de los que intentan resistirse al neoliberalismo y ejecutan políticas que pueden ser designadas bajo el concepto de nacionalismo radical.

La superexplotación del trabajo y la exclusión social

Sin dudas, la pandemia del Covid 19 está exacerbando las desigualdades ya existentes, desde enfermar del virus hasta mantenerse vivo o padecer dramáticas consecuencias económicas.

 La propia OIT señalaba que a nivel mundial, dos mil millones de trabajadores (as) equivalente al 61,2% de la población mundial empleada,  trabaja en el sector informal. Por lo tanto tienen más probabilidades de estar expuestos a riesgos de seguridad y salud con la pandemia, al carecer de la protección apropiada, desde mascarillas, desinfectante y en ocasiones suministro público de agua.

Pero desde una perspectiva cruda, para el capitalismo, la única crisis que tiene relevancia es cuando se presenta una caída general en la tasa de ganancia, porque significa una crisis del proceso de valorización, es decir, una fractura en las dinámicas de financiamiento, inversión, producción, distribución y consumo.

Poco importan las diversas expresiones de crisis humanitaria, como la pobreza, desempleo, hambrunas, enfermedades. En todo caso esos son daños colaterales, que eventualmente pueden resarcirse cuando se recomponga el ciclo natural de los negocios.

La superexplotación del trabajo significa no sólo la contención salarial y el empobrecimiento familiar, sino también la exposición a riesgos y peligros laborales, el desgaste prematuro de la fuerza laboral y la posibilidad de ser despedido y excluido de la órbita de la producción y el consumo.

No obstante, bajo el influjo del capitalismo neoliberal  han recrudecido los problemas sociales, al punto en que se pone en riesgo, cuando menos en vastas zonas del planeta, la existencia y reproducción de la vida humana. El rasgo consustancial al capitalismo neoliberal es la insustentabilidad social.

La globalización neoliberal da origen a la economía mundial del trabajo barato que convierte a los  países en vías de desarrollo , emergentes o simples subdesarrollados, en exportadores de gente. La expansión de la fuerza de trabajo acompañada de la política de precarización laboral, no significa otra cosa que la sobreoferta de trabajo a disposición del gran capital.

Bajo la égida de este modelo civilizatorio basado en la destrucción, la vida humana se convierte en un recurso desechable, en el cual se implementan modelos de gestión laboral, que conducen a la explotación extenuante del trabajo, que incluye la disminución salarial, la inseguridad laboral, políticas de subcontratación y las políticas de flexibilización y precarización laboral.

Para concluir, es importante tomar nota de que las crisis pre y pos pandemia no han significado, ni significan por sí solas un descarrilamiento del modelo neoliberal, ni el deterioro de su fundamento teórico.

 Todo lo contrario, se refuerzan los mecanismos de poder, se le confiere el respaldo político al Fondo Monetario Internacional, a la Organización Mundial de Comercio, a la vez que el neoclasicismo neoliberal sigue siendo el pensamiento dominante en el mundo académico y los programas de ajuste estructural continúan influyendo en gobiernos de derecha, centro y centroizquierda.

En su formulación ideológica, el neoliberalismo reniega de la regulación estatal sobre el mercado. En la realidad, el Estado es un agente central para que el proyecto que representa el neoliberalismo pueda implantarse y expandirse.

Fuente e imagen: CLAE estrategia.la

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Eduardo Camín

Conferecista Internacional