Por: Susana Gómez Nuño
Francesc Torralba, el prestigioso filósofo y teólogo catalán, nos acerca con su libro Mundo volátil. Cómo sobrevivir en un mundo incierto e inestable a las complejidades que impregnan la caótica sociedad actual, donde los valores en alza son la inmediatez, la accesibilidad y la rapidez, y lo único que permanece es el cambio.
En veintisiete capítulos breves distribuidos en cinco temáticas diferentes, Torralba hace un diagnóstico crítico de la llamada sociedad gaseosa, a pesar de la dificultad que ello supone: «la realidad es más compleja y rica que su representación conceptual». Inmersos en un mundo de incertidumbre y de hiperaceleración, la cultura del zapping se impone. Necesitamos consumir productos y formatos nuevos, que se desvanecen rápidamente, a fin de combatir el tedio y el aburrimiento que se instala en el poco tiempo libre que nos deja la producción y el consumo de lo efímero. Hipersaturados por los medios de comunicación y completamente digitalizados, la dispersión es un hecho consumado que no nos permite profundizar en nosotros mismos ni conectar de verdad con nuestras emociones.
Según Torralba, la sociedad líquida postulada por Zygmunt Bauman ha evolucionado convirtiéndose en un mundo volátil e inestable. Ambos autores señalan la persistencia del anhelo y la nostalgia de lo sólido, a pesar de la desaparición de las utopías decimonónicas y los grandes metarrelatos. Sin embargo, en la sociedad de la incertidumbre ya no hay proyecto de futuro ni lugar para el pensamiento complejo: la existencia se dota de sentido mediante la sacralización del instante.
El autor de Mundo volátil hace referencia a ciertos razonamientos de algunos filósofos clásicos, pero enfatiza, sobre todo, el pensamiento de Nietzsche, comparando la figura de Zaratustra con el internauta digital, en tanto ambos «se burlan de las grandes palabras». Se pone de manifiesto, pues, que nosotros somos el último hombre, embutidos en el estatus nietzscheano del niño, que permanece en el nihilismo y que ha perdido los valores sólidos con la muerte de Dios. Un Dios que ha sido sustituido por un gran número de ídolos menores, inestables y efímeros, que son objeto de devoción por parte de las masas, «por un politeísmo difuso y espumoso», que, sin embargo, se erige como «un buen antídoto al fanatismo».
La simplificación conceptual de las palabras, la marginación de las humanidades en la educación, la banalización del amor, el análisis de conceptos tales como la libertad, la amistad, la felicidad low cost y la solidaridad son algunos de los temas que Torralba trata desde una perspectiva medida y coherente, imbricándolos magistralmente con las dinámicas propias de la era de los ciento cuarenta caracteres. Asimismo, encontramos algunos capítulos que hacen referencia a una serie de palabras prohibidas, como compromiso, enfermedad o muerte, entre otras, que no comulgan de ninguna manera con la sacrosanta autonomía personal inherente a la sociedad gaseosa.
En definitiva, Torralba nos invita a hacer una profunda reflexión sobre todas estas cuestiones, a la vez que nos alerta sobre los peligros derivados de la ausencia de referentes sólidos, lo que provoca, en momentos de debilidad, un inquietante vértigo. Al final, todos anhelamos una vida plena, alejada del vacío existencial que sufrimos y, en el fondo, creemos que otro mundo, más justo y equitativo, es posible. Para llevar a cabo este deseo, el autor nos anima a hacerlo realidad mediante la experiencia de los adultos y la fuerza de los jóvenes. Torralba consigue, así, encender una luz de esperanza ante el desasosiego que nos provoca el mundo volátil que habitamos.
Fuente e imagen: https://nuevarevolucion.es