«El éxito político entraña la capacidad de revisar la memoria histórica (empezando por el cambio de los nombres de las calles y las plazas de las ciudades, o de la redacción de los libros de texto escolares o de los monumentos públicos), lo que, a su vez, favorece el éxito de la política, o, cuando menos, eso es lo que se pretende.» Zygmunt Bauman
Zygmunt Bauman explora la naturaleza plural y controvertida de la verdad, la manipulación de la memoria histórica y la influencia del poder en la construcción de la narrativa colectiva.
Por: Zygmunt Bauman
La «verdad», así, en singular, da paradójicamente fe indirecta de su pluralidad. La afirmación «Esto es verdad» tiene sentido a partir de que forma una pareja inseparable con la negación «Eso no es verdad».
Por consiguiente, supone/afirma/confirma de modo latente lo que niega de modo manifiesto. O quizá sea una declaración de guerra contra su propio origen: contra el estado de las cosas (y la necesidad) que la ha generado. Ese estado está marcado por la pluralidad de mentalidades, puntos de vista, opiniones y creencias. Que algo sea verdad o que alguien «tenga razón» es (y no puede más que ser) una apuesta por una versión dentro de la rivalidad entre pluralidades de afirmaciones inconciliables (o que se niegan a ser conciliadas). Dicha pluralidad es una consecuencia ineludible —y, como tal, más que probablemente imposible de erradicar— de la diversidad de modos humanos de ser-en-el-mundo (también imposible de erradicar, amén de irreparable, creo yo). Dicho de otro modo, la «verdad» pertenece a la gran familia de los «conceptos esencialmente controvertidos» (según la terminología de Whitehead).
Cabe añadir que dicha familia es ciertamente extensa y que no deja de expandirse. El rasgo característico de la controversia a la que todos y cada uno de sus miembros están sujetos es la compresión de lo descriptivo y lo axiológico, o mejor dicho, el sometimiento de la rei a la aestimationis en la búsqueda de la adequatio. He aquí dos ejemplos ilustrativos improvisados de esa regla general: el mismo síndrome de la conducta puede considerarse revelador de la personalidad de un innovador y un precursor, o de la de un incompetente y un alborotador; la misma clase de acciones pueden ser catalogadas de actos de terroristas o de obra de unos combatientes por la libertad. Y eso sucede muy a menudo. O consideremos, si no, la diferencia entre un acto de violencia y un acto de imposición del orden legal. ¿Sería capaz de distinguir el uno del otro un visitante del espacio exterior, equipado con todos nuestros órganos sensoriales, pero desconocedor de nuestras jerarquías de valores?
Y así nos enfrentamos a otro dilema añadido, pero más profundo, más impresionante, y, pese a ello, más alejado si cabe de una solución sobre la que reine un «acuerdo universal». Y eso, a pesar de que lleva siglos ocupando y preocupando a los filósofos. Concretamente, me refiero a que si es posible separar con cierta efectividad la verdad de la mentira en el espacio de la rei, ¿podemos —o siquiera tenemos el derecho a— hacer lo mismo en el terreno de las aestimationes? ¿No es la expresión «falso valor» un oxímoron? ¿Cómo podríamos «demostrar» o «falsar» un valor, y de qué clase de autoridad —si alguna tuviera— estaría revestido el resultado de ese procedimiento en una querella por la verdad? Repito aquí preguntas planteadas desde tiempos antiguos, pero que seguimos siendo tan incapaces de responder como Poncio Pilato, y para las que continuamos aguardando a la respuesta vinculante de Jesucristo. Sí, es cierto, son muchas las respuestas que se han propuesto y ofrecido, pero ninguna ha escapado hasta el momento al estatus de lo «esencialmente controvertido»: ni en el ámbito del discurso filosófico ni, lo que es más importante aún, en el de la práctica humana. Y en ningún sitio se hace más evidente y cruda esa realidad que en la memoria colectiva (y, por lo tanto, también en la «política de la historia» que se alimenta y se desarrolla a partir de las endémicas deficiencias y vulnerabilidades de dicha memoria).
Todas las variedades de memoria colectiva son (y no pueden más que ser) selectivas. Son, sin embargo, los políticos de la historia actuales o aspirantes quienes guían esa selección. No se trata solamente, como tú dices, de que «el éxito sea la verdad». El éxito político entraña la capacidad de revisar la memoria histórica (empezando por el cambio de los nombres de las calles y las plazas de las ciudades, o de la redacción de los libros de texto escolares o de los monumentos públicos), lo que, a su vez, favorece el éxito de la política, o, cuando menos, eso es lo que se pretende. Son los vencedores quienes escriben la historia, reza la conocida frase atribuida a Winston Churchill. Pero sería más exacto decir que la historia es «reescrita» continuamente por los sucesivos vencedores, y que el hecho de que los vencedores se mantengan en el poder es la condición necesaria —aunque no sea necesariamente suficiente— para que su relato sea inmune a nuevas reescrituras. Una inmunidad temporal (siempre temporal), claro está. «Pues, en el mundo en que vivimos, esto no es ya solo cuestión del deterioro de la memoria colectiva y de la declinación de la conciencia del pasado, sino del agresivo saqueo de lo que queda de memoria, la distorsión deliberada del registro histórico, la invención de pasados mitológicos al servicio de los poderes de la oscuridad». Es la maleabilidad y la corta esperanza de vida intrínsecas de la memoria histórica las que tientan y facultan a «los vencedores» a recurrir a agresiones carentes de escrúpulos con unas expectativas bien fundadas de triunfar en el empeño. Como comentaba al respecto Henry A. Giroux apenas unos años después de la catastrófica escalada en Iraq en un agudo, breve, pero impactante estudio reciente (una lectura obligada para cualquiera que esté de verdad interesado en el actual estado del juego de la «política de la historia»).
Giroux atribuye a la actual hegemonía de la «cultura del analfabetismo» mucha de la responsabilidad de la facilidad sin precedentes con la que las mentiras, las invenciones y la amnesia pública fomentada de forma artificial manipulan (o simplemente borran) el contenido de la conciencia histórica pública, y, como John Pilger, insiste en que lo que interviene en la muerte de la alfabetización y en el fomento de la ignorancia como virtud cívica es una «trampa de confianza» por la que «los poderosos quieren que creamos que vivimos en un presente eterno en el que la reflexión se circunscribe a Facebook y el relato histórico es dominio privativo de Hollywood». Las citas y los extractos de texto sustituyen al relato, la superficialidad sustituye a la reflexión, y surfear por los restos y los desechos flotantes de naufragios y desastres del pasado sustituye a la reflexión. Vivimos en una cultura del olvido, no de la memorización. En la actualidad, los corredores de bolsa (y, a la vez, accionistas) de la memoria histórica centran sus esfuerzos en erosionar los poderes de retención de dicha memoria y en promover la amnesia histórica.
Francesc Torralba, el prestigioso filósofo y teólogo catalán, nos acerca con su libro Mundo volátil. Cómo sobrevivir en un mundo incierto e inestable a las complejidades que impregnan la caótica sociedad actual, donde los valores en alza son la inmediatez, la accesibilidad y la rapidez, y lo único que permanece es el cambio.
En veintisiete capítulos breves distribuidos en cinco temáticas diferentes, Torralba hace un diagnóstico crítico de la llamada sociedad gaseosa, a pesar de la dificultad que ello supone: «la realidad es más compleja y rica que su representación conceptual». Inmersos en un mundo de incertidumbre y de hiperaceleración, la cultura del zapping se impone. Necesitamos consumir productos y formatos nuevos, que se desvanecen rápidamente, a fin de combatir el tedio y el aburrimiento que se instala en el poco tiempo libre que nos deja la producción y el consumo de lo efímero. Hipersaturados por los medios de comunicación y completamente digitalizados, la dispersión es un hecho consumado que no nos permite profundizar en nosotros mismos ni conectar de verdad con nuestras emociones.
Según Torralba, la sociedad líquida postulada por Zygmunt Bauman ha evolucionado convirtiéndose en un mundo volátil e inestable. Ambos autores señalan la persistencia del anhelo y la nostalgia de lo sólido, a pesar de la desaparición de las utopías decimonónicas y los grandes metarrelatos. Sin embargo, en la sociedad de la incertidumbre ya no hay proyecto de futuro ni lugar para el pensamiento complejo: la existencia se dota de sentido mediante la sacralización del instante.
El autor de Mundo volátil hace referencia a ciertos razonamientos de algunos filósofos clásicos, pero enfatiza, sobre todo, el pensamiento de Nietzsche, comparando la figura de Zaratustra con el internauta digital, en tanto ambos «se burlan de las grandes palabras». Se pone de manifiesto, pues, que nosotros somos el último hombre, embutidos en el estatus nietzscheano del niño, que permanece en el nihilismo y que ha perdido los valores sólidos con la muerte de Dios. Un Dios que ha sido sustituido por un gran número de ídolos menores, inestables y efímeros, que son objeto de devoción por parte de las masas, «por un politeísmo difuso y espumoso», que, sin embargo, se erige como «un buen antídoto al fanatismo».
La simplificación conceptual de las palabras, la marginación de las humanidades en la educación, la banalización del amor, el análisis de conceptos tales como la libertad, la amistad, la felicidad low cost y la solidaridad son algunos de los temas que Torralba trata desde una perspectiva medida y coherente, imbricándolos magistralmente con las dinámicas propias de la era de los ciento cuarenta caracteres. Asimismo, encontramos algunos capítulos que hacen referencia a una serie de palabras prohibidas, como compromiso, enfermedad o muerte, entre otras, que no comulgan de ninguna manera con la sacrosanta autonomía personal inherente a la sociedad gaseosa.
En definitiva, Torralba nos invita a hacer una profunda reflexión sobre todas estas cuestiones, a la vez que nos alerta sobre los peligros derivados de la ausencia de referentes sólidos, lo que provoca, en momentos de debilidad, un inquietante vértigo. Al final, todos anhelamos una vida plena, alejada del vacío existencial que sufrimos y, en el fondo, creemos que otro mundo, más justo y equitativo, es posible. Para llevar a cabo este deseo, el autor nos anima a hacerlo realidad mediante la experiencia de los adultos y la fuerza de los jóvenes. Torralba consigue, así, encender una luz de esperanza ante el desasosiego que nos provoca el mundo volátil que habitamos.
Jordi Nomen, profesor de Filosofía en la Escuela Sadako de Barcelona, cree que es muy importante entrenar el pensamiento crítico en clase, puesto que a través de él los estudiantes serán capaces de detectar las ‘fakes news’: informaciones llenas de falacias. Para hacerlo en el aula, propone un juego de investigación.
En una sociedad tecnológica y compleja es necesario enseñar a los estudiantes a pensar por sí mismos de manera crítica, autónoma y creativa. Solo así aprenderán a adaptarse a los cambios y a transformar la actualidad de manera pacífica y respetuosa democráticamente. por ello, es muy importante entrenar el pensamiento crítico desde las aulas.
En el futuro necesitarán habilidades para operar con los conocimientos disponibles y para que sepan comprometerse en construir un mundo mejor.
El sociólogo Zygmunt Bauman ha caracterizado nuestra época como un ‘tiempo líquido’ (flexible y cambiante), frente a otros tiempos pasados más ‘sólidos’. Explicó que las estructuras sociales no permanecen en el tiempo, dejándonos enfrentados a un mundo sin referencias seguras en el que reina la incertidumbre. En medio de todo este proceso, es necesario educar con sentimiento y sabiendo que lo que necesita la sociedad son ciudadanos críticos que sean capaces de liderar una transformación social hacia un mundo más libre y justo.
Evitando las falacias
Para entrenar el pensamiento crítico es necesario enseñar a los estudiantes a esquivar las falacias: esas ideas que adoptan la apariencia de argumento y que inducen a afirmar o negar una idea que no está justificada de forma correcta y que aparecen en forma de ‘fake news’ en los medios de comunicación y las redes sociales. Esta figura forma parte de la lógica informal: la que forma parte del discurso persuasivo. Pero, para entenderlas mejor, presento algunos ejemplos que a menudo se quieren hacer aparecer como argumentos persuasivos en el discurso de los medios y, habitualmente, generan mucho impacto en la opinión pública.
Para entrenar el pensamiento crítico es necesario enseñar a los estudiantes a esquivar y diferenciar las falacias: ideas que adoptan la apariencia de argumento que inducen a afirmar o negar una idea no justificada de manera correcta. Aparecen diariamente en los medios de comunicación y en las redes sociales en forma de ‘fakes news’ y tienden a crear mucho impacto en la opinión pública y a guiarla en una determinada dirección. Por ello, es necesario que se dedique parte del tiempo de la educación a analizar de forma consciente los medios y las redes sociales. Algunos ejemplos muy comunes que llevamos interiorizados es cuando se apela a la tradición o a la mayoría para analizar los pros y los contras de una determinada medida. O cuando se recurre a la amenaza, el miedo o la lástima en lugar de a la fortaleza de la opinión.
Para conocer, identificar y desmontar las falacias propongo un juego basado en la investigación que se puede llevar a cabo en el aula: el docente leerá la siguiente historia en la que se cuentan unos hechos y se hacen interpretaciones sobre ellos. ¿Serán capaces los estudiantes de reconocer los errores en los que se ha caído?
La muerte de Jonas Porter
Aquel chico, Jonás Porter, había muerto. Lo había encontrado el portero de la finca hacía cinco días. Eran las ocho y media de la mañana y había estado lloviendo con cierta intensidad durante toda la noche. Era obvio que lo habían trasladado al callejón porque su ropa no estaba húmeda.
Ahora, una semana después, la detective del caso, la astuta Rebeca Marit, se encontraba reunida con el equipo de investigación para determinar todas las circunstancias e hipótesis que habían ido sucediendo a lo largo de la semana transcurrida.
La detective Rebeca Marit escuchaba atentamente qué tenía que decir cada uno de los presentes y tenía una libreta abierta ante sí, mientras su rostro expresaba preocupación.
El primero en tomar la palabra fue el detective Bastos, que formalmente dijo:
-Rebeca, creo que está claro que el Jonás murió en un accidente. Yo siempre digo que los chicos jóvenes, hoy en día, no miran a derecha ni izquierda cuando cruzan la calle. Posiblemente alguien se lo cargó y, asustado por la situación, lo puso en el coche y lo abandonó en la calle de atrás de la finca.
La detective Sandra Cornglas tomó la palabra:
– Juan, no estoy nada de acuerdo contigo. No hay ninguna prueba que no permita afirmar que se trata de una venganza.
Cuando lo encontramos, la ropa no estaba arrugada. Esto demuestra que no fue un accidente.
Enfadado, el jefe de detectives, Samuel Pecó, gritó, dirigiéndose a Sandra:
-Sandra, sabes muy bien que yo soy tu jefe y no puedo soportar que hagas estas suposiciones infantiles. Si la línea de investigación es accidente, tú te callas. Hay muchos otros detectives que quieren trabajar en esta unidad. Me entiendes, ¿verdad?
Rebeca trató de poner orden en una discusión que parecía alterar a todos por momentos:
-Va chicos, no estamos para enfadarnos aquí. Por favor, me gustaría escuchar los puntos de vista de los que no han hablado.
El sargento Pomodoro habló:
-Como sabéis, en estos casos, nuestro mítico comandante Pardo, que en el cielo esté, siempre decía lo mismo, si no hay herida, no puede haber asesinato. Y aquí, que yo sepa no hay herida. Para mí, no hay duda posible. Se suicidó.
La detective Odete cauda afirmó, segura:
-Para mí está claro como el agua. Jonás vivía en un barrio agresivo y los barrios agresivos terminan creando personas agresivas. La hipótesis de la venganza se aguanta sola.
El recién llegado, el joven Pedro Rodès sintió que tenía que decir algo, para no desmerecer frente a los demás:
– De hecho, a pesar de ser mi primer caso, hace rato que me pregunto cuando empezó con la droga Jonás.
– ¿Quién ha dicho que consumía droga? – remachó Rebeca
– Nadie -dijo Pedro- pero yo he pensado que en un barrio como el suyo, eso debía ser la mar de normal. Un asesinato por drogas, en esta zona no sería sorprendente.
Intervino un extraño, que había venido de la comisaría central, un tal Ríos no sé cuántos:
-Mirad, ya sé que no soy de aquí pero mientras estamos hablando podemos estar facilitando que un asesino múltiple vuelva a actuar; quién sabe si ésta no ha sido su primera víctima.
Era el turno del más viejo del grupo, el teniente Omalla, que estaba a punto de jubilarse:
– Para mí esto no tiene ningún secreto, hay un muerto y no se ha muerto solo, alguien lo ha matado y ese alguien debe ser quien el asesino.
Es probable que Lidia Falcone se hubiera estado reservando para el final cuando decidió que había llegado su momento:
-Mirad chicos, está claro. El hecho de que no lleve el vestido mojado nos hace pensar que fue asesinado lejos de aquí. He comprobado el tiempo. A unos cien kilómetros, no ha llovido en toda la noche. E igualmente, si venía de lejos a estas horas es que algo tenía que esconder. Al menos hay, os lo digo yo, algún asunto de drogas.
El más tímido, Iago Bertran, decidió que no podía permanecer en silencio:
-He decidido quedarme el último porque mi juventud me autoriza a escuchar. Para mí está claro que Jonás murió pacíficamente. La ropa que no está arrugada; es la excepción en los casos de asesinato.
Las soluciones al acertijo están recopiladas en este cuadro:
Fuente del artículo: https://www.educaciontrespuntocero.com/opinion/entrenar-el-pensamiento-critico-un-arma-eficaz-para-detectar-fake-news/116683.html
Polonia / Autor: Zygmunt Bauman / Fuente: Aprender a Pensar
Zygmunt Bauman nos plantea en su libro Sobre la educación en un mundo líquido el concepto moderno de cultura, en el que la memoria es vista como algo inútil, el éxito no está vinculado al esfuerzo educativo y la relación entre formación y promoción social es imprevisible.
Zygmunt Bauman, nacido en Polonia en 1925, es sociólogo, filósofo, profesor y ensayista. Se le conoce especialmente por el concepto de “modernidad líquida”, que desarrolla en su ensayo Modernidad líquida(Fondo de Cultura Económica).
Para Bauman la sociedad ha evolucionado desde un comportamiento previsible y perdurable, hacia uno muy diferente, caracterizado por la flexibilidad, la fugacidad, lo impredecible. El individuo debe integrarse en la sociedad sin identidad fija, abierto al cambio permanente y acompañado de una marcada sensación de fragilidad e incertidumbre.
En los textos posteriores Amor líquido: Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos, Vida líquida, Miedo líquido: la sociedad contemporánea y sus temores, Tiempos líquidos y Arte, ¿líquido? Bauman ha profundizado en el concepto aplicado a ámbitos concretos.
Su obra Sobre la educación en un mundo líquido (Paidós Ibérica) consiste en una serie de conversaciones entre el educador Ricardo Mazzeo y el propio Bauman, desarrolladas en el contexto de la crisis económica iniciada en 2008, que dio al traste con la asociación entre consumismo y felicidad.
Los jóvenes salidos de las universidades en este tiempo de crisis fueron educados en la idea de que los estudios les proporcionarían un buen acomodo social. Y, sin embargo, no estaban preparados para verse inmersos en una sociedad de cambios vertiginosos que requieren de ellos ser flexibles y reinventarse laboralmente cada poco tiempo.
Hoy día, muchos graduados tienen puestos de trabajo que están por debajo de su formación y de sus expectativas. Otros, ni siquiera han logrado acceder al mundo laboral. Esto cuestiona la correlación entre formación académica y utilidad social. No parece que los estudios universitarios estén adaptados a las necesidades del mercado.
Pero, al mismo tiempo, se ha producido también una pérdida de credibilidad de las herramientas pedagógicas utilizadas hasta el momento. El aprendizaje propio de un mundo perdurable no es aplicable a un entorno cambiante.
La memoria, base de la educación tradicional, parece hoy día un componente secundario. El esfuerzo educativo no guarda una correlación clara con el éxito social. Y la cultura ya no es un conjunto “sólido” de saberes, sino algo fugaz, cambiante, “líquido”.
“Aún debemos aprender el arte de vivir en un mundo sobresaturado de información. Y también debemos aprender el aún mas difícil arte de preparar a las próximas generaciones para vivir en semejante mundo”. (Zygmunt Bauman)
Recomendamos la lectura del portal Otras Voces en Educación en su edición del día domingo 10 de marzo de 2019. Esta selección y programación la realizan investigador@s del GT CLACSO «Reformas y Contrarreformas Educativas», la Red Global/Glocal por la Calidad Educativa, organización miembro de la CLADE y el Observatorio Internacional de Reformas Educativas y Políticas Docentes (OIREPOD) registrado en el IESALC UNESCO.
00:00:00 – Cuestionan mensajes de Bolsonaro sobre educación en Brasil
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Polonia / 5 de noviembre de 2017 / Autor: Zygmunt Bauman / Fuente: A Book’s Club
ZygmuntBauman es, definitivamente, una de las mentes más lúcidas con respecto a la realidad del siglo XXI. Pocos como él lograron comprender el mundo de hoy como él lo hizo. Y por eso pasará a la historia. Y pasará a la historia inmortalizándose en sus múltiples escritos, en los que se puede ver un hilo conductor muy claro en aquel concepto que lo lanzó a la fama académica internacional: el concepto de“modernidad líquida”.
En muchas otras reseñas podremos hablar de ese concepto. No obstante, en este texto analizaremos la modernidad líquida, pero en concreto lo abordaremos a través de un comentario a uno de sus últimos libros: “los retos de la educación en la modernidad líquida”. Y es que si algo sabía el gran Zygmunt Bauman, por el hecho de haber sido profesor en diversas universidades del globo, es de educación.
El corto texto del que hoy hablamos, es una reflexión que aborda los retos de la educación contemporánea frente a esa sociedad líquida, consumista, capitalista y –desde luego– globalizada. Porque si algo sabía Bauman, era precisamente de globalización, pero eso será un tema para analizar otro de sus libros. En fin, su análisis comienza abordando la crisis de aquella a la que muchos conocimos como “educación sólida”. Y lo hace partiendo de dar una ojeada hacia esta época que estamos viviendo, la era contemporánea, así como echando un ojo a sus medidas de valor, así como a la tremenda demanda educativa. Bauman no deja la línea crítica que siempre tuvo hacia el capitalismo y la globalización (con la elegancia de no caer, claro está, en discursos buenistas y sentimentales) y propone la necesidad –por demás urgente– de situarnos lejos de esa trampa economicista que para ser superada es necesario que las tareas y los conocimientos puedan construir una nueva ciudadanía.
Ahora bien, muy a su estilo, nos dejó bien precisados en su obra cuáles son esos retos. Y son cuatro: el síndrome de impaciencia, el conocimiento, el cambio contemporáneo y la memoria. Vamos a reseñar y comentar qué dice este autor polaco.
El síndrome de la impaciencia. Pareciera estar recalcando algo que es más que evidente para todos nosotros y, sin embargo, pareciera también que al ser tan cotidiano dejamos de percibir que es un punto fundamental para entender el tiempo que vivimos. Así es: el tiempo acelerado de la sociedad contemporánea (la era de la modernidad líquida) se manifiesta en todo. Inicia por presentarse en la producción y en el consumo, para después impregnarse en la vida familiar, en las relaciones sociales, hasta en las vacaciones y, por supuesto, en la educación. Por este motivo, la aceleración que hoy por hoy vivimos, genera la impaciencia. Por ello, sabiamente, en su página 22 de la Editorial Gedisa 2007, Bauman dirá que en la actualidad “toda demora, dilación o espera se ha transformado en un estigma de inferioridad”. ¡Es tremendo que tratemos de obtener lo que queramos sin pérdida de tiempo! Y no lograrlo, es motivo de frustración y fracaso. Pero a nuestra modernidad líquida se le olvida que Roma no se hizo en un día…
Aquí cabe preguntarse –haciendo eco de las palabras del libro– ¿qué tipo de educación es posible con una sociedad bañada en la impaciencia y siempre de prisa? Bauman deja claro que la educación es un proceso que se extiende en el tiempo y que, por tanto, requiere de paciencia, de mucha paciencia. No todo es un producto mecánicamente hecho. El proceso de aprendizaje tiene momentos en los que surge el miedo, surge la angustia y esto se debe a que aprender produce rupturas: rompe la visión que tengo del mundo, la gente, la historia…y, hay que ser realistas, de esta ruptura no se puede esperar que todo sea miel sobre hojuelas. Y de nuevo otra pregunta incómoda: ¿cuál es, entonces, el papel de la educación frente a esta acelerada sociedad? ¿Se puede educar a personas para que sean capaces de supervivir, pero flotando en la superficie ya que sus mentes son “modernamente líquidas”? ¿O más bien, la educación debería ser el contrapeso a la imperante “mentalidad líquida”?
El conocimiento: es el segundo reto que aborda el filósofo polaco. Y el primer planteamiento que hace al respecto, es causa del síndrome de impaciencia porque si la educación valía porque se basaba en el conocimiento duradero, pues resulta que en la modernidad liquida lo duradero no tiene encanto, pues ya vimos que todo es efímero y todo, absolutamente todo, incluida la educación, pasan y pasan rápido. Por ello, parafraseando al autor, el consumismo no se define por acumular cosas sino por el breve goce de ellas. Aquí se trata de librarse de las posesiones y de cualquier vínculo que implique la larga duración. Y de ahí viene que lo duradero hoy en día no nos guste porque implica compromiso, también obligación y, ya no digamos, responsabilidad. Por eso hay que deshacerse de las cosas: del conocimiento y de las personas (¡ah!, porque, ¡claro!, hoy la modernidad líquida nos dice que las personas son cosas…) tirarlas al basurero, descartarlas, cambiarlas por nuevas.
Con esta óptica, el conocimiento ha terminado por ser algo así como café instantáneo, algo acotado, algo ameno, superficial. Y se le ha circunscrito a un contexto concreto e inmediato sin que tenga la mayor relevancia ni duración en el tiempo. Si hablamos de una sociedad mercantil, en la que todo se reduce a producción y consumo, se entiende que el conocimiento se vea de manera mercantil: como una mercancía que debe aportar novedad y poco más…
El cambio contemporáneo. De naturaleza errática e imprevisible el cambio contemporáneo ataca directamente a la cuestión de la educación y del aprendizaje. …”el mundo, tal como se vive hoy, parece más un artefacto proyectado para olvidar que un lugar para el aprendizaje.” (…) “el aprendizaje está condenado a ser una búsqueda interminable de objetos, siempre esquivos que, para colmo, tienen la desagradable y enloquecedora costumbre de evaporarse o perder su brillo en el momento en que se alcanzan.” (p.33) Todo es volátil, fluido, flexible, ambiguo, enmarañado, plástico, incierto, paradójico, de vida corta e incluso caótico. Bajo este panorama las organizaciones son estructuras fáciles de montar y de desmontar, igualmente deben ser los que trabajan en ellas. Igual lógica sirve para el conocimiento y la formación de los sujetos que se incorporan al mundo laboral: es importante no parar de moverse y ser rápido.
La memoria. Queremos suponer que Unamuno tenía toda la razón cuando decía que “la tradición es a un pueblo lo que la memoria es a una persona”. La memoria era grandemente fomentada en la ya citada educación sólida, y se hacía para almacenar conocimientos duraderos. Esta manera de ver las cosas, líquidamente se torna inútil, incluso se ve engañosa y como un obstáculo que es necesario quitar. Si todo es tan volátil ya no es necesario fomentar la memoria lo que hace falta es mantenerse al tanto de los nuevos conocimientos y para ello un buen celular nos lo puede dar. La formación permanente tiene como premisa actualizarse, estar al tanto de las novedades, para “estar en lo último” de las presentes modas pedagógicas. No más…
Las personas tenemos el deber de empoderarnos, autocontrolarnos, autorregularnos y presentarnos como gente comunicativa, jovial, abierta y curiosa…una especie de “showman”. La modernidad líquida bajo estas perspectivas nos dice que lo único que debe importarnos es aportar ideas insólitas, proyectos excepcionales, muy diferentes, novedosos….siempre… Y la forma en que se debe hacer es: siendo uno mismo, desarrollándonos desde dentro y liberando sus fuerzas interiores. Lo único que es necesario saber es “cómo” indagar en la profundidad de nuestro ser, luego sacar desde esa profundidad el autoconocimiento y como por arte de magia ya estar listos para afrontar los retos del mundo actual.
Como conclusión, vale la pena tomar literalmente las palabras de Bauman: “(…) el cambio actual no es como los cambios del pasado. (…) Aún debemos aprender el arte de vivir en un mundo sobresaturado de información. Y también debemos aprender el aún más difícil arte de preparar a las próximas generaciones para vivir en semejante mundo.” (p. 46)
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