Por: NATALIA GELÓS
En “Ir más allá de la piel”, su libro más reciente, la intelectual italiana piensa diferentes perspectivas del cuerpo y sus cicatrices en el capitalismo contemporáneo. Recupera la idea de estrategia, describe los nuevos desafíos de los feminismos y hace un agudo y amoroso aporte a las lecturas políticas sobre la naturaleza en un mundo que parece llegar a su propio borde.
Hay muchas ideas en su último libro. Múltiples líneas que van y vienen y tejen una red que no busca límites estancos. Silvia Federici ordena preguntas, retoma discusiones, y este último libro editado por Tinta Limón parece avanzar con una costura que se permite y se alimenta de ese ir y venir en un tejido sin centro. El cuerpo no puede ser atomizado, dirá, y la lectura política, entonces, tampoco. Con pistas de las ideas que hoy, ahora, en Nueva York, seguirá trabajando, se mete en discusiones sobre el encuentro cercano como revolución política, del cuidado de las infancias como deuda de los feminismos y escribe frases como estas: “vender nuestro cerebro puede ser más peligroso y degradante que vender el acceso a nuestra vagina”; “Los pueblos nativos de las Américas nos enseñan lo importantes que son las fiestas no sólo como forma de recrearse, sino también de construir solidaridad, de resignificar nuestro afecto y responsabilidad mutuos”. La dimensión política de la corporalidad, la naturaleza como brújula, el encuentro cercano como parte de lo sagrado. Esas son algunas de sus ideas, las aborda y revisita desde el otro lado de la pantalla, cuando responde a estas preguntas desde su casa en Estados Unidos.
Además de la lúcida elaboración intelectual de Ir más allá de la piel, del libro se desprende cierto impulso visceral, un halo de urgencia por registrar algo en tiempo real ¿Esto es así?
-Sí, es que la temática del cuerpo es central hoy por muchas razones. Una, sin dudas, es su crisis, la crisis del cuerpo. Son décadas que han registrado un incremento de mortalidad, un incremento de enfermedad, también entre los jóvenes y también, y sobre todo, de enfermedades mentales como la depresión. Yo creo que hay un sentido muy profundo que subyace en eso: que tú tienes la responsabilidad por tu cuerpo. En parte es la respuesta a todos los cortes que los sistemas sanitarios han hecho a nivel planetario. El covid nos ha mostrado que no podemos confiar en que los sistemas sanitarios nos cuidan; incluso Estados Unidos, que se dice el país más rico del mundo, cerró hospitales, cortó fondos. Entonces el sentido se arma así: “te debes preocupar por tu salud porque el estado, el sistema sanitario no te va a cuidar”. Hay ahí una ideología liberal. Y por otro lado hay una idea de individualismo. Por eso creo que hay en los parques mucha concentración de gente que acá, en Nueva York, o allá, en Buenos Aires corre, hace jogging, fitness. Fitness, fitness, fitness. Esto no es una crítica. Es algo que nace de necesidades muy reales. Está todo muy bien. Pero se está dando más atención a eso que a los cambios de las condiciones materiales del trabajo, al cambio necesario de cómo se produce la riqueza social. Por todo eso es que está el cuerpo, sí, y más allá del cuerpo, donde hay otras cosas, otras preocupaciones muy fuertes.
El cuerpo no sería un lugar atomizado, proponés detenernos a pensarlo como algo más amplio…
-La medicina oficial, la llamada ciencia oficial, siempre nos da una visión del cuerpo atomizada. El cuerpo es como una gran célula, y la temática de las enfermedades de la salud no se ve en relación con el medioambiente. Toda esa medicina genética que dice que tu naces con una predisposición hablan de un cuerpo más individualizado. Yo hablo de un cercamiento del cuerpo. En los noventa, unos científicos elaboraron el concepto de la célula egoísta: que cada célula tiene su programa y si hay una enfermedad hay que ver cada célula, cada gen. Esa atomización del cuerpo va en un continuo con la atomización de las personas en la sociedad. Se hace necesario subrayar, insistir con que nuestros cuerpos están conectados con los otros, que responden a tantos factores externos, más allá de la piel. El cuerpo no termina con la piel ¿Cómo se pueden explicar sus cambios en función de una canción de la infancia, del encuentro de una persona, con otro cuerpo, si no somos un campo abierto, una continuidad con los otros, con la naturaleza, con el viento, con el mar, con el perfume de las flores? Por eso la urgencia que he sentido en pensar esto.
Si bien todo tu pensamiento dialoga con lo que planteás en Calibán y la bruja (publicado en 2004), en este libro es particular la articulación con esas ideas ¿Es un ciclo que se cierra, que se abre, que se espirala?
-El discurso de la caza de brujas me impacta mucho porque me ha dado el sentido de qué es la concepción de la vida,y cuál es la disciplina que ha impuesto el capitalismo, esta guerra que ha hecho contra la mujer, contra una visión de la vida, de relacionarse. Las brujas tienen una concepción solidaria con el entorno.Y por eso, no se concluye en ese libro y sigue hasta estos días, porque la visión de los cazadores de brujas se encuentra de nuevo hoy en nuestros políticos, en nuestros científicos, en muchos que organizan y disciplinan el cuerpo en todas sus facultades.
En estos últimos años hubo un límite complicado de transitar en ese sentido ¿no? ¿Cómo diferenciar el respeto y la búsqueda de la potencia del saber ancestral y a la vez no quedar enredados en las corrientes de, por ejemplo, los movimientos antivacunas? Son cuestiones diferentes pero en la discusión pública pueden confundirse ¿cómo legitimar y potenciar los discursos con miradas más integrales que no pretenden ir contra el discurso científico, sino proponer otras miradas?
-Hoy en América Latina, a nivel planetario también, hay muchas personas que están intentando recuperar conceptos alternativos y ancestrales sobre qué es la salud. Por ejemplo, en los Estados Unidos, hay pueblos nativos, originarios, que enseñan a su hijas e hijos el concepto de la salud y qué rituales realizar. Claro, que no nos olvidamos de la medicina oficial, pero la miramos con una visión crítica. Porque muchas veces la cura es peor que la enfermedad. Por ejemplo, esa visión capitalista de hacerle la guerra a la enfermedad, cuando otras visiones hablan de impulsar y mejorar y fortalecer los sistemas inmunitarios. Me preocupa que hoy cualquier crítica que se haga a la vacuna contra el covid, por ejemplo, sea tildada de fascismo. Durante años hemos hecho críticas a las compañías farmacéuticas. Ellos están sobre todo interesados en el lucro. Hay vacunas que nunca han sido desarrolladas, como la malaria. Claro, la padecen los pobres, entonces ahí no hay qué ganar. Es muy peligroso pensar que no se puede hacer crítica. Yo he visto en estos dos años a muchas personas tener miedo de hacer alguna crítica a la vacuna. Me preocupa esa intolerancia, el proceso de deslegitimación de cualquier posición crítica.
En la ciencia misma, en la academia, se dan esas divisiones internas y conviven discursos antinómicos, que quedan muchas veces expuestos a distintos intereses a los que responden. Un ejemplo se da en cuestiones ambientales…
-Sí, exactamente. Lo que se le está haciendo a los cuerpos en otra escala, mucho más grande, se le está haciendo a la tierra. Con todos los venenos que se ponen, los fertilizantes; el extractivismo, la minería. Para mí es una conexión continua, cuerpo ambiente, cuerpo natural, cuerpo tierra, cuerpo territorio. Lo que se pone en la tierra se pone en el cuerpo. Si vamos a hablar de salud, seamos serios: no podemos envenenar la tierra. Ya no tiene más energía. Lo que comemos no tiene poder nutritivo. Marx lo decía, hablaba de la tierra cansada, tanto como las personas. El capitalismo cansa porque obliga a producir, producir. Los animales deben servir. Hay algunos que no pueden ni levantarse sobre sus patas porque los han obligado a alimentarse y sobrealimentarse.
Vos proponés una historización del capitalismo desde la mirada animal ¿Cómo sería eso?
-Hay una compañera que ha escrito un libro muy interesante. Ella tiene una enfermedad que hace que no pueda controlar sus movimientos y cuenta que muchas veces, porque no puede controlar su boca, es mirada por la gente como si fuera un animal. La conciencia de que la miren así le ha dado gran solidaridad con los animales. Se ha identificado con ellos y escribe para decir que es importante restituir su dignidad, restituir sus derechos, su vida. No verlos como cosa que solamente se usa, incluso para compañía y cuando ya no sirve, se desecha. En Calibán… yo escribo que hasta el siglo XVII, en Europa se pensaba que los animales eran conscientes, que tenían alguna voluntad. Hasta se los ha llevado a tribunales por crímenes que habían cometido. El capitalismo ha cambiado mucho la relación que tenemos con ellos. La caza de brujas fue un momento estratégicamente importante. Y empieza también la vivisección. Sería importante desarrollar más esto ¿Qué justifica hacerla en seres sintientes? En nuestra cultura nos enseñan que son una cuestión inferior.
Podría pensarse en algo bien concreto: con la exploración y explotación off shore, la salud de las ballenas sería una cuestión menor en términos discursivos ante la promesa de divisas, incluso aunque como bien se dice, las ballenas sean el termómetro de los océanos ¿Cómo proponer una discusión diferente?
-Es algo que se debe cambiar con movimientos que luchen en varios frentes. Educar a la gente: ¿Qué significa un mar sin peces? ¿Qué animales hay en el mar? Nos educan con la idea de que los animales son máquinas y no nos damos cuenta de cómo enriquecen la vida, el planeta. Tenemos que volver a hacer como los niños.
Las infancias ocupan también varios espacios de pensamiento en Más allá de la piel, hablás de crianza, de educación, de la necesidad de creatividad ¿Por qué decís que es necesario que el feminismo mire a las infancias?
-Yo creo que hemos hablado del derecho de no ser madres, o pedimos un centro del cuidado, que el estado cree guarderías. Y hablamos, sí, de la violencia contra los niños pero eso no es solamente hablar del pedófilo. También hay papás y mamás que les pegan. Porque la infancia es considerada también como algo intermedio. Es muy importante cambiar esta visión de la infancia. Subrayar que tienen derecho a la autonomía y una mirada integral de su cuerpo. Tienen derecho a no ser violentados ni por extraños ni por quienes los cuidan en sus casas. Hay una impunidad que da el Estado, y que lo hace porque se da cuenta de que debe ejercer violencia en esa etapa para prepararlos para la violencia del trabajo. Para disciplinarlos. El Estado tiene mucha tolerancia porque ve que la educación en la familia es preparación para la futura disciplina del trabajo; enseñarles que tú no puedes tener todo lo que deseas, todo lo que quieres. Yo no quiero ponerme en una posición moral. Muchas mujeres viven una vida imposible, y muchas veces cuando pegan una nalgada lo hacen porque llevan una vida cargada, con muchas preocupaciones. Por eso no quiero moralizar. Pero necesitamos un cambio amplio y el discurso en contra de las violencias hacia las infancias es un trabajo fundamental.
Fuente de la información e imagen: https://revistacrisis.com.ar