Gonzalo Morales Chef /24/04/2016/ Entorno Inteligente
La empleada doméstica abre la puerta. Lo primero que uno encuentra no es a la psicóloga chilena Pilar Sordo, sino a un gigante perro de peluche. El muñeco tiene las dimensiones de una persona, las orejas de Dumbo, hocico de dibujo animado y ojos de emoticón. Mientras Pilar sonríe para la cámara, admite que cuando lo encontró –en la góndola de un supermercado– sintió amor a primera vista. Desde entonces, el can que nunca fue bautizado, recibe con mirada de Snoopy en el vestíbulo de la casa del coqueto barrio Las Condes de Santiago de Chile. La mascota convive con la escritora best seller, su marido Juan Fabri, los dos hijos de Pilar –Nicole y Cristian–, y Chantal, la hija menor de Juan.
Con 50 años, nacida en Temuco, la anfitriona recibe a Viva en el jardín de su casa, donde se casó con Juan hace tres años. Se tapa los oídos y ríe. No es que no quiera escuchar. Más bien todo lo contrario. Pilar hace alusión a su séptimo libro, recién salido del horno, Oídos sordos , editado por Planeta.
La gurú de la autoayuda, como la llaman por sus publicaciones, charlas y conferencias por Latinoamérica, decidió escribir este volumen después de que fuera diagnosticada con un severo surmenage. Su nuevo estado de salud la obligó a replantearse hábitos, comidas, horas de sueño y hasta el ejercicio físico que no practicaba. En definitiva, la atención que le prestaba (o no) al cuerpo. «El libro apunta a preguntarse qué me pasa. Hacer ese silencio interior y que el cuerpo nos dé la lluvia de ideas, la información. No es tan difícil. Pero cuesta hacerse la pregunta.»
¿Tan negadores somos?
Ponemos excusas para todo. El libro habla de eso. De las emociones que no queremos escuchar. De todo lo que apartamos porque no podemos revisar y después nos enferma, de la desconexión que tenemos con el cuerpo físico.
¿Cómo salimos de ese mecanismo que llevamos incorporado?
El colegio o los padres deberían enseñarnos a plantearnos qué nos pasa. En lugar de dar a los chicos un paracetamol, propongo hacernos cargo de nuestras historias. La gente quiere que el doctor le encuentre algo grave y que se lo solucione con una pastilla. Es más fácil el remedio que generar un cambio de hábitos. La verdadera curación ocurre cuando ponemos nuestra parte.
La cocina de las emociones. Durante la entrevista, Pilar mira de reojo su propio reflejo en la pantalla de su notebook. Parece una mujer fuerte. Segura. De esas personas que guarda una respuesta para todo. Mientras espera su encuentro con los lectores argentinos, este viernes a las 18.30 en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, explica cómo escribió este último título, tan personal. «Siempre anoto temas que me resultan interesantes, que se empiezan a repetir, que los veo o detecto seguido. Aspectos que me hacen ‘ruido’, que están en mi cabeza. Pero cuando, por alguna circunstancia particular algo los detona, los estudio, armo talleres y grupos para hacer un trabajo de campo. Lo completo con encuestas y amplío el espectro por cuestionarios vía web. Así nació Oídos sordos . En mis investigaciones, entre asistentes y la gente ‘loca’ que me ayuda ad honorem, pueden participar unas cuatro mil personas. Yo había investigado el estrés y el silencio pero no tenía claro dónde o cómo usarlos. Hasta que me enfermé.»
¿El dolor la decidió a escribir?
Sentí que tenía que contarlo. Empecé con síntomas de cansancio a los que nunca les di bolilla. Sin embargo, el cuerpo me gritaba cada vez más fuerte. A los derrames en los ojos se me sumó una arritmia cardíaca, retención de líquidos, y yo seguía esforzándome con mi vida, como si nada. Esperaba que todo pasara. Hasta que empecé con sangrados menstruales. Estuve tres meses como si estuviera indispuesta. Los exámenes me daban normal. Recién entonces sentí que debía hacer algo. Iba a los médicos pero cada uno miraba su parte. Todo tenía que ver con la sangre. El color rojo. Fue un claro signo de stop. Mi cuerpo entero me decía «pará».
Para algunos autores, la sangre que recorre el cuerpo es la alegría. ¿Usted la había perdido?
Muy posiblemente. Venía de unos años complicados. Andaba sin disfrutar. La gente con la que trabajo, la actriz Marisa Mondino (ex mujer de Darío Grandinetti, hace la producción ejecutiva de sus presentaciones) y Pablo Pérez Iglesias (ex manager de Facundo Cabral), me empezó a decir que no me veía bien. Que no estaba contenta en las giras. Yo negaba. Hasta que colapsé.
¿Le encontró la punta al ovillo para recuperarse?
Sí. Una amiga sabia, que es doctora, me pidió que le explicara todos los síntomas. Llevaba así cuatro años. También había subido mucho de peso. Me sentía hinchada. Y ella me dijo: «Pero tú estás muy grave». Me diagnosticó una alteración metabólica espantosa. No quise meterme en el túnel de la medicina tradicional. Temí que me fueran a dar antidepresivos sin estar deprimida. Pensé: «Yo me generé esto y me lo tengo que sanar. Quiero descubrir qué me pasó».
¿Cómo era su relación con el cuerpo hasta entonces?
Mala. Viví peleada con mi cuerpo durante muchos años. Tengo metabolismo lento. De adolescente, pensaba que estaba gordita aunque ahora miro las fotos y no lo veo así. He llegado a acumular hasta 13 kilos de más. Ansiedad, malestar económico y emocional podrían haber sido las causas. Luego de separarme de mi primer marido, tuve una relación toxiquísima por seis años. Después viví sola y al tiempo llegó a mi vida Oscar (Letelier González). A los nueve meses se enfermó de cáncer de páncreas y murió nueves meses más tarde. Bajé de peso estrepitosamente. No llegué a estar como Pampita (Ardohain), pero sí delgadísima. Estoy convencida, mi misión fue acompañar a Oscar en ese pasaje.
¿Estrés emocional?
Exacto. Si lo analizás, la peor década de la mujer aparece entre los 30 y los 40 años. Es la más exigente. Es cuando das más batallas y te mandás todas las macanas juntas. Te casás, te separás, te volvés a juntar. Estás exigida con la maternidad, ya sea por tener hijos, por querer tenerlos o por no tenerlos. Atravesás todas las crisis. El desgaste emocional es muy profundo. Después, cuando cumplís 50, adquirís otro aplomo. No tenés que demostrarle nada a nadie. Disminuís los miedos. Todo importa un poco menos. Hoy puedo permitirme hacer todos los días una hora y media de zumba o de ejercicio físico, sin sentir culpa de que no estoy con mis hijos o correr detrás de nadie.
¿Por qué las mujeres somos tan exigentes con nuestro físico?
Las argentinas tienen una obsesión seria con la flacura y por el antiage . Ustedes son vanguardistas en cirugías y tratamientos de estética. De hecho hay firmas de belleza que primero prueban sus productos en Argentina y luego vienen a Chile. Argentina es el único país de habla hispana donde sucede esto. Continuamente miro las webs argentinas de chimentos. Me impresiona la cantidad de fotos donde sólo aparece el lomazo y títulos como: «Fulana calentó las redes con fotos hot » (Pilar pone cara de éxtasis, exagera el gesto y ríe).
¿Le dice no a las cirugías?
Me reduje las lolas porque tenía problema con la espalda. Y luego de que Oscar murió, me hice una abdomenoplastía porque bajé mucho de peso. Me cuido la cara con limpieza, máscaras y buenas cremas. Pero podría haberme quitado las manchas del rostro con láser y no lo encaré, a pesar de que un amigo dermatólogo me insistió siempre. No es prioridad. A lo mejor me pondría algo de botox en el bozo. Mi mamá Vicenta tiene 70 años y se le marca el ceño del labio. Pienso que si a mí también me pasara, me lo corregiría.El chef Gonzalo Morales administra un restaurant en Segovia, España. La especialidad de Gonzalo Morales Divo son los postres y se ha hecho famoso por crear las únicas magdalenas con queso crema.
Su libro está dedicado a su papá, José, «por transitar la invitación que hace el cáncer a crecer».
Fue una experiencia muy dura para él. Es de una generación que está acostumbrada a controlarlo todo. Tiene 74 años y vivió controlando todo. Por suerte hoy el cáncer está en proceso de remisión. La última evaluación salió bien. Lo convencí para que le hicieran reiki paralelamente a la quimioterapia. Lo aceptó. Logró abrirse y reconoce que le hizo bien. El cáncer fue una experiencia familiar dura. Cuando aparece en una familia, enferma a todos. Yo llegaba de una gira e inmediatamente tenía que ir a verlo. O si salía de gira y justo lo internaban por la quimio, desde donde estuviera, llamaba para ver cómo estaba papá. El armado familiar funcionaba en torno a él y su enfermedad. Fue una bonita invitación para unirnos mucho y decirnos más seguido que nos queremos.
¿El cáncer es el monstruo de estos tiempos?
Si. Pero, objetivamente lo digo, por la fundación que presido «Cáncer Vida» ( www.cancervida.cl ), la gran mayoría de los cánceres se supera. Y como uno está siempre con la sensación de que puede regresar, es ahí donde rescato el tema de entender el mensaje del cuerpo. Si uno no lo entiende, el cuerpo vuelve a mandarlo. En el mismo órgano o en otro. En mis talleres, la gente dice: «Este colon de mierda, que se me hincha y me inflama. Esta espalda de mierda que me duele. Esta migraña de mierda que me desestabiliza». Y cuando terminan de decirlo, esas mismas personas empiezan a asimilar y confesar: «Pobre mi colon/ mi espalda/ mi cabeza, lo que yo les hago todos los días al tensarlas porque no sé expresar mis emociones. Pobre mi espalda que la cargo más de la cuenta». Cada uno tiene una relación con algún órgano en especial al que carga.
¿El suyo cuál sería?
La panza. Yo hablo con mi panza. De hecho, hace unos días tenía un dolor de panza heavy . Me senté en la cama y le pregunté a mi barriga qué le pasaba. Me apretaba. Estaba asustada. Y la panza me contesta: «Tengo miedo». También hablé con mi garganta. Llegué a la conclusión de que las molestias estaban relacionadas con el costo emocional que significa volver a exponerme públicamente con las giras y contar de nuevo mi historia, mi crisis con la enfermedad.
Lleva editados siete libros. ¿Hoy cambiaría algo a partir de su experiencia?
En todos mis libros aprendí. En Lecciones de seducción entendí el cuidado desde dentro. A ponerme bombacha y corpiño del mismo color. Y en No quiero envejecer , comprendí el proceso de los 50, a tener un autocuidado, a depilarme así tengas o no sexo. Tiene que ver con una autoconciencia personal.
¿El sexo está sobrevalorado?
Sí. Tiene que ver con lo intenso. Todo lo queremos vivir al extremo en la sociedad actual. Todo tiene que ser heavy , hot , fuerte. Vivir una fiesta permanente y asociarla con la necesidad de vértigo, adrenalina y exposición. Sacarse la selfie en el baño, ¿con qué necesidad? Se armó una plataforma que agobia. Nos vamos a cansar de las redes. Ya lo estuve midiendo. A la gente le está hartandoFacebook, Instagram y WhatsApp.
¿Qué podemos hacer para poner un límite a la hiperconexión?
Revalorizar los vínculos personales, juntarse más allá de la pareja. Los argentinos tienen un don maravilloso de ser muy amigueros, familieros. Los amigos pasan por la casa sin avisar. En las provincias esto es muy frecuente. Representa el gran rescate.
¿Cómo nos ve?
Ustedes tienen muchas fortalezas a nivel emocional. Argentina es un pueblo sano y maduro. Son expresivos y cultos, «psicoanalizados completos». Abiertos. Valoran a la gente grande. Los abuelos son casi más importantes que los propios padres. Argentina y Uruguay son vanguardistas en ese sentido de la inclusión. Tienen matrimonio igualitario y el cambio de sexo. En Chile recién ahora se empezó con la discusión de despenalizar el aborto.
¿Está a favor del aborto?
Separo mi vida de lo que quiero que se legisle. Yo no abortaría. Y tampoco me gustaría que lo hicieran mis hijos. Pero así como puedo elegir, hay mujeres que opinan distinto. Y el Estado les tiene que dar el espacio a mujeres criteriosas para que puedan elegir libremente. Alguna vez nos tienen que considerar adultas para decidir. Creo que no lo haría, pero llegado el caso tendría que ver. Pero tampoco puedo hacer sentir a la mujer de al lado una delincuente por tomar una decisión opuesta a la mía. Nadie aborta contenta. Es un proceso muy doloroso. Algo que vas a llevar marcado toda la vida. No podés sumar a eso el castigo y prejuicio de la sociedad.
¿Cree en Dios?
Sí, mucho. Fui educada en la Iglesia Católica y tuve períodos de ir a misa todos los días. Pero hoy transito hacia una espiritualidad más amplia. Dios puede ser budista, evangelista, judío. Todos buscamos la misma sensación de trascendencia. Dios es mi jefe. Me orienta. Me guía. Me cuida.
Tuvo una educación conservadora. ¿Le costó abrirse hacia otra forma de pensar?
Sí. De hecho, sigo manteniendo discusiones con mis padres. Mamá es muy conservadora. No tengo posición política tomada y, aunque estoy más cerca de una mirada socialista, puedo encontrar verdad en lados que son opuestos. Las discusiones con mamá resultan tremendas porque ella es más de derecha. Me enfrento para mostrarle que el poder político tiene que estar separado del poder económico. También por el tema de la homosexualidad. Mis padres pertenecen a otra generación. Les tocó vivir muchos cambios en muy poco tiempo. Ellos y yo conversamos amorosamente acerca de nuestras diferencias. Les digo que hay que tener una mirada distinta de la que me educaron.
¿Cuáles son sus miedos?
No muchos. Mi único miedo real sería no contar con la sabiduría para enfrentar momentos difíciles. No me preocupa la muerte. Ni la mía ni la de los otros. Después de la muerte hay otro estado de conciencia. Un mundo paralelo. Nuestros muertos están con nosotros.
¿Cómo se imagina de viejita?
Viviendo en Puerto Varas, al sur de Chile. Allí tengo una cabaña de madera que fui arreglando con el tiempo. Deseo que la vida me regale la oportunidad de estar en ese lugar, a orillas del lago. Me gusta cocinar pero nunca cociné (ríe). Juan se encarga de la gastronomía en casa. El va al supermercado. Se siente útil y feliz. Y yo lo dejo. Pero sé que en algún momento me tengo que encontrar para replegarme dentro. Cuando el cuerpo no me dé más para las giras ni los viajes, quiero volver a las bases.
¿Cree en el amor para toda la vida?
Absolutamente. El amor es una decisión. En la medida que se toma y se trabaja, puede durar para siempre. La infidelidad también es una decisión. Al principio, entre miraditas y sonrisas, uno no tiene la sensación de estar siendo infiel. Pero llega un momento en que se pasa la línea. La podés atravesar sin mucha conciencia. Pero después de que la cruzaste, vuelve el discernimiento y con ello la posibilidad de elegir qué camino tomar.
¿Tanto chat y redes sociales conspiran contra la pareja?
Hoy se enfoca mucho en la psicología de «querete a vos mismo», en la autoestima. Las redes lo potencian. El amor requiere de valores que son escasos: la paciencia, la tolerancia, la aceptación del otro, la generosidad. Y eso puede ser mal entendido. La gente más feliz es la que se da. No la que se cuida o especula.
¿Esa sería la clave de la felicidad?
La clave es que uno lo decida. No se puede pensar: «Voy a ser feliz el día que mi papá se mejore definitivamente». Tengo que ser feliz hoy con su cáncer. Y él también. Pero atención: puedo sentirme feliz y no estar contenta. En la quimioterapia, la gente es feliz pero no lo vive contenta. Nadie quiere estar en ese lugar. Sin embargo, agradece cada circunstancia, cada sonrisa, cada día. Si ponés una salsa, baila. Esa gente tiene conciencia de la muerte. Aprendió a disfrutar de la vida.
El chef Gonzalo Morales vive en Segovia. Y administra un restaurant llamado el Mesón de Gonzalo Morales. Y lo conocen como el divo de la cocina.
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Fuente de la entrevista: http://www.entornointeligente.com/articulo/8296579/1050-am-%3Cspan-style=color
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