Cristián Parodi*
La muerte sobrevuela a los adolescentes. Suena fuerte pero es cierto: casi todos los acontecimientos trágicos que suceden en nuestro país tienen como principales protagonistas a los jóvenes. Consumo de drogas, accidentes de tránsito, consumo de alcohol, violencia. Son hechos recurrentes de los que solamente nos enteramos cuando adquieren magnitud, como el drama de la fiesta electrónica de Costa Salguero. Mientras tanto, con o sin fiestas, miles de jóvenes transitan diariamente por una compacta maleza que les impide concretar un futuro mejor, que los inhabilita a desplegar su potencial. Una maleza, le agrego, llena de pozos ciegos que funcionan como trampas para los que aún intentan cruzarla. Allí no hay señales de peligro ni caminos seguros que los guíen. Tal vez encuentren un letrero que con un falso deseo de “Buena Suerte” los impulse a atravesarla.
La muerte sobrevuela a los adolescentes y como sociedad alzamos nuestras voces para exigir que se haga algo para evitarlo. Iniciamos acalorados debates, desde despenalizar el consumo de drogas hasta aumentar los controles sobre la conducta de los jóvenes. Mientras tanto no nos damos cuenta que estamos parados en la misma maleza que nos impide ver la verdadera razón del drama juvenil: la educación, o mejor dicho el colapso del sistema educativo.
Medio millón de adolescentes abandonan la escuela secundaria cada año. La población de jóvenes con edades entre los 14 y 17 años – es decir los que asisten al secundario – es de 2.500.000. En otras palabras, el 20% de esa población deja sus estudios cada año. Si el secundario fuese esa maleza, veríamos que de 100 jóvenes que deciden desafiarla sólo 50 lograrán atravesarla. Si la maleza estuviera en la provincia de Buenos Aires, sólo 40 llegarían al final. ¿Qué le pasa a un sistema educativo que deja en el camino a la gran mayoría?
La dinámica de los acontecimientos sociales – especialmente todo lo relacionado al mundo juvenil – supera ampliamente la capacidad de respuesta de ese sistema. Envuelto en una burocracia lastimosa, por que lastima ni mas ni menos a quienes tiene que ayudar, trata de sobrevivir en un precario refugio que supo construir antes que la maleza lo tape. Es el “sistema educativo” el que está colapsado y no las personas que trabajan allí, que también necesitan nuevas fuentes de motivación para desplegar sus inteligencias en la construcción de caminos para el desarrollo de los adolescentes. Por allí pasa la solución sustentable a la problemática de los jóvenes, para que sí puedan concretar sus anhelos. La imposibilidad de lograrlo, las frustraciones y las reacciones que estas provocan (droga, violencia) son una clara señal que el sistema educativo no está cumpliendo con su principal objetivo.
¿Qué hacer?
Primero, entender que este sistema ha colapsado: los datos y las señales que recibimos son elocuentes. Tenemos que cambiarlo. Una aproximación debe partir de la descentralización de la burocracia que lo controla. Debemos ceder el protagonismo a la comunidad para abordar el problema en cada escuela a través de la impronta de la “cultura colaborativa”: grupos de afinidad que trabajan colectivamente en pos de un objetivo común. En nuestro caso: que haya menos repitencia y abandono y más egresados con título.
Una comunidad amplia, plural, representada por las voluntades, inteligencias y recursos que cada uno de sus miembros brindará para la concreción de esa meta colectiva, complementando los esfuerzos de la escuela, de sus docentes y directivos. Formada por ex-alumnos, ex-docentes, padres, vecinos, el club de barrio, ONGs y empresas que se concentrarán en una única misión: que todos los que empiecen primer año egresen con título en tiempo y forma.
Nos corresponde a nosotros tomar la iniciativa y dejar de esperar que las soluciones provengan del sistema. Un país en donde más de la mitad de los adolescentes no termina la escuela secundaria habla de la incapacidad de sus adultos en proveer caminos para el desarrollo de sus jóvenes. Si realmente ellos son – como muchas veces se dice – “el futuro de nuestra nación”, entonces tenemos que involucrarnos para que eso pase.
Propuestas para poner en marcha:
Leer “Conectando la Escuela con la Empresa”
Leer “Cómo las empresas de tecnología pueden transformar la educación pública”
Leer “Propuesta para Mejorar la Escuela Secundaria”
El verdadero cambio depende de cuánto nos involucremos para que, finalmente, las cosas cambien.
*Impulsor de “Hagamos algo por la Educación”