Por Asociación Italianisudamericani
Un fantasma recorre América Latina. Es el fantasma de la restauración conservadora.
En su primer semana de “gobierno”, el golpista blando Michel Temer, en Brasil, decretó el fin de la gratuidad de la universidad pública, la desaparición del Ministerio de Cultura, el arancelamiento de la salud pública, una reforma previsional que reducirá los beneficios y prestaciones a millones, la anulación de contratos para la construcción de viviendas populares, la revisión de la diplomacia preferencial hacia Latinoamérica y recortes en el plan Bolsa Familia.
Un poco más al sur, su “colega” argentino Mauricio Macri dedicó sus primeros 5 meses a provocar una monumental redistribución de la riqueza a favor de los sectores económicamente más poderosos en su país al eliminar tributos que rendían tanto la explotación minera como las ventas externas de productos agropecuarios, devaluar un 50% la moneda local y desatar una suba indiscriminada de los precios, acompañada de aumentos del 400%, del 500% y hasta del 1000% en las tarifas de los servicios públicos, el transporte y el combustible. Al mismo tiempo desactivó centenares de programas sociales; desfinanció la educación pública, la ciencia y la investigación; se desentendió de la atención sanitaria y la prevención; abrió la importación de miles de bienes que compiten con la producción local y está tratando de poner en venta empresas y emprendimientos estatales.
Llegó al gobierno prometiendo “pobreza cero”, pero paradójicamente en lo que va del año las estadísticas (no las oficiales, que desde diciembre último no se difunden) miden que 1.400.000 nuevas personas cayeron bajo la línea de pobreza. Este número aumenta día a día, a medida que fábricas o negocios cierran sus puertas o reducen sus planteles, o el Estado despide a quienes llevaban adelante los programas discontinuados.A Temer hay que darle aún un poco de tiempo para obtener los logros de su amigo Macri. Los pilares en que se asientan ambos mandatos, por lo menos, son parecidos: buena parte de la dirigencia política corrupta (en su mayoría procesados los parlamentarios que suspendieron a Dilma; Macri por su parte arrastrando él mismo viejos procesos por contrabando y con un rol protagónico en los Panamá Papers), jueces corruptos y la prensa hegemónica en cada uno de sus países han sentado las bases para sus respectivos desembarcos en el poder.
Il Figlio
Hijo pródigo de una familia calabresa que en la Argentina hizo fortuna negociando con la dictadura militar y con el gobierno privatista y corrupto de Carlos Menem, el actual presidente argentino no se destaca por su interés por la cuestión social, ni en la cuestión moral o en la defensa de la producción nacional.
Una frase del mismo Macri lo pinta con claridad: al querer diferenciar a la Argentina de su viejo papel de “granero del mundo”, afirma que la quiere transformar en “el supermercado del mundo”. Nótese que el supermercado no produce lo que vende, es solo el último escalón en la cadena de comercialización, no agrega valor al producto y el empleo que crea es ínfimo (tanto en cuanto al volumen de sus ventas como en relación al proceso total de producción y comercio del bien en cuestión).
Es en este marco que a mediados de mayo llegaron a Buenos Aires más de cien empresarios y representantes de grandes grupos industriales italianos (Pirelli, Rosgan, Tenaris Dalmine, Sustech, Soimar Group, Thales Alenia y Petreven, entre otros), junto al viceministro de Desarrollo Económico, Ivan Scalfarotto, y autoridades de la Agencia para el Comercio Exterior, del Ente Nacional para el Turismo y de la Asociación de los Bancos Italianos.
El Gobierno argentino anunció que esta delegación vino a definir inversiones que sostendrán el desarrollo del país, y puso de ejemplo 500 millones de dólares que FIAT piensa invertir en Córdoba. La realidad es otra: esta operación de la FIAT ya había sido decidida y anunciada durante el Gobierno de Cristina Kirchner.
Pero por otro lado, las medidas que ha tomado Macri hasta ahora con compañías como Aerolíneas Argentinas, la empresa satelital ARSAT, la central de energía nuclear Atucha o la misma petrolera estatal YPF demuestran su intención de ir ahogándolas para quitarles contenido y terminar vendiéndolas, tarde o temprano, a precio de saldo, y ese podría ser un buen objetivo para capitales ociosos. Ya lo hizo en los años ’90 Menem con capitales españoles, que terminaron vaciando las empresas estatales, no reinvirtiendo y cobrando tarifas siderales por los servicios que prestaban o por el combustible, desfinanciando así al país y contribuyendo a la debacle de fines del siglo XX. De todos modos, por ahora las prioridades de los empresarios italianos parecen ser otras.
En sus declaraciones a los medios argentinos (La Nación, 18 de mayo), el viceministro Scalfarotto pone las cosas en su lugar cuando llama a los potenciales partners argentinos no “socios” precisamente, sino “nuestros clientes”, mencionando a las barreras aduaneras argentinas (las pocas que aún quedan) como un obstáculo a resolver para mejorar la relación bilateral.
En la misma nota, el viceministro afirma que “todos los sectores (el automotor, la industria, el agro y la infraestructura italiana) tienen una gran calidad y estamos dispuestos a competir lealmente con todos aquí y en otros lugares del mundo“.
Con esto se confirma que la delegación italiana no viene, como dice Macri, a traer trabajo, sino productos para vender acá. Muy buen negocio para el “Made in Italy”: podrá ser “Sold in Argentina” en un momento en que a nivel mundial escasean los mercados donde colocar la producción. Pero no tan bueno para los productores (y los trabajadores) argentinos, con cuyos productos (y sus empleos) vienen a competir.
A 11.000 kilómetros de Buenos Aires, hace unos días la SACE (la Sociedad para el Seguro de Crédito a la Exportación italiana) definía así la movida: “la política de Macri podría incrementar en 300 millones de euro nuestras exportaciones hacia ese país, hoy estancadas en alrededor de 1.000 millones de euro” (Il Sole 24 ore, 13 de mayo de 2016). Más claro, echémosle agua. Nada de inversiones, nada de desarrollo, nada de la cultura del trabajo que trajeron nuestros padres o abuelos cuando vinieron a “fare l’America”. Solo negocios para una parte. La Argentina como mercado, los argentinos (y los italoargentinos) como consumidores y el Gobierno argentino como facilitador y socio de esos negocios.