Ecofascismo, modernidad y educación

Redacción:  AIM

La calificación de “fascista” dirigida con indignación a los adversarios sin importar su mayor o menor acercamiento al fascismo histórico, es un síntoma más de adoctrinamiento y  decadencia.

Además del autoritarismo, el nacionalismo y el militarismo, el fascismo histórico tenía otras características definitorias, como el corporativismo que extrajo de las experiencias de las ciudades del norte de Italia en los inicios de la modernidad, justamente el embrión del capitalismo.

Podríamos definir, dejando lado a Benito Mussolini, al fascismo como un gobierno autoritario que elimina derechos y libertades individuales bajo el peso de un fin  superior, definido por el Estado. La naturaleza de este fin es en buena medida irrelevante: puede ser racial, como en el nazismo; económico como en tantas dictaduras liberales modernas; social y también medioambiental.

Los ecologistas que han apurado sus planteos buscan imponer una economía en manos de un gobierno mundial -un sueño de la élite que tiene sus traspiés pero es muy tenaz-  y la planificación (eliminación) del “exceso” de población para evitar la presión sobre el ambiente.

En esta dirección, los  llamados ecofascistas o ecototalitaristas han elaborado pautas, premisas y guías de acción que podemos resumir en algunas citas, desconocidas antes de la caída del muro de Berlín en 1989 y promovidas abiertamente después.

1-“Cualquier tipo de tecnología compleja es un atentado contra la dignidad humana. Sería una catástrofe para nosotros si se descubriese una fuente de energía rica, limpia y barata, si pensamos en lo que el hombre haría con ella”.

Amory Lovins, fundador del Rocky Mountain Institute, un think-tank ecologista.

  1. “La perspectiva de poder contar con energía barata a partir de reactores de fusión es lo peor que le podría ocurrir al planeta”.

Jeremy Rifkin, Foundation on Economic Trends (FOET).

  1. “Poner en manos de la sociedad energía barata y en gran cantidad sería como darle a un niño idiota una ametralladora”.

Paul Ehrlich, profesor de la Universidad de Stanford, Estados Unidos

  1. “Mis tres metas fundamentales serían reducir la población mundial a unos 100 millones de habitantes, destruir el tejido industrial y procurar que la vida salvaje, con todas sus especies, se recobre en todo el mundo”.

Dave Foreman, cofundador de Earth First!

  1. “La Tierra tiene cáncer, y ese cáncer es el hombre”.

Club de Roma. (El Club de Roma, fundado en 1968 entre otros por David Rockefeller, ha cumplido la misión de confundir la crisis capitalista con la crisis de la humanidad).

  1. “La extinción de la especie humana no sólo es inevitable, es una buena cosa”.

Christopher Manes, Earth First!

  1. “Buscando un nuevo enemigo frente al que recobrar la unidad de acción se nos ocurrió la idea de que la polución, la amenaza del calentamiento global, el déficit de agua potable, el hambre y cosas así cumplirían muy bien esa labor”.

Club de Roma

  1. “Necesitamos un amplio apoyo para estimular la fantasía del público… Para ello debemos ofrecer escenarios terroríficos, realizar declaraciones dramáticas y simples y no permitir demasiadas dudas… Cada uno de nosotros debe decidir dónde está el balance entre efectividad y honestidad”.

Stephen Schneider, Profesor de climatología en la Universidad de Stanford,

  1. “Estamos al principio de una transformación global. Lo único que necesitamos es la correcta gran crisis”.

David Rockefeller, miembro de la dirección del Club de Roma.

  1. “No importa lo que es verdad. Sólo cuenta lo que la gente cree que es la verdad”.

Paul Watson, cofundador de Greenpeace.

La explosión infantil

Un hecho que llamó la atención del mundo sobre el ecofascismo fue el atentado el 15 de marzo de este año contra dos mezquitas en Christchurch, Nueva Zelandia. Brenton Tarrant, de 28 años, entró disparando con una ametralladora en las mezquitas y mató a 51 personas. Se identificó como “ecofascista” para no dejar dudas.

En el caso de Tarrat, su ecofascismo sintetizaba el supremacismo blanco y el activismo ecologista, en la convicción de que la hecatombe medioambiental que se aproxima se puede evitar mediante la pureza racial.

El ecologismo es acá un pretexto, pero está creciendo en todo el mundo de forma que nos invita a tomar el pulso a la sociedad moderna y a la manera como se representa el  calentamiento global, la degradación de la naturaleza y la posible extinción de las especies, incluida la humana.

La severa confusión ideológica de Tarrant se evidencia en el largo manifiesto que envió momentos antes de los atentados al gobierno neozelandés, en que se declaró “ecofascista por naturaleza” y afirmó haber sido antes comunista y anarquista.

Sus ideas son una traducción a su nivel de las del filósofo francés Renaud Camus, que fue militante socialista luego desencantado por el curso que tomaron las cosas. En 2012 Camus publicó “El Gran Reemplazo”, fuente de las ideas de Tarrant, donde afirma que la Europa “blanca y cristiana está siendo invadida por hordas de inmigrantes negros o de tez oscura”.  Una advertencia en el mismo sentido ya había sido formulada por el Papa Ratzinger.

Camus condenó el ataque de Tarrant pero celebró la aceptación de sus ideas en los Estados Unidos, donde las víctimas de los balazos suelen ser mexicanos que viven en un territorio que alguna vez fue de México.

No se  ve clara la relación entre la pureza racial  y la salvación del ambiente, pero el manifiesto de Tarrant dice que no hay nacionalismo sin medioambientalismo. Asegura que el ambiente natural de su tierra (nació en Australia) lo forjó tal como es. “Nacimos de nuestras tierras y nuestra cultura fue moldeada por ellas. Su protección y preservación tiene la misma importancia que la de nuestros ideales y creencias”. Sin embargo, él mismo pertenece a una población tan oriunda de Oceanía como los kelpers de las Malvinas.

Los europeos del Norte no se formaron en Australia ni en Nueva Zelandia sino quizá en los bosques escandinavos y si alguien podría reivindicar en alguna medida haber sido moldeados por el ambiente neozelandés son los maoríes, polinésicos que llegaron a la isla en el siglo IX seguramente ya formados culturalmente.

Tarrant expresa su dependencia del pasado con estas palabras: “Los orígenes de mi idioma son europeos, mi cultura es europea, mis creencias políticas son europeas, mis creencias filosóficas son europeas, mi identidad es europea y, lo más importante, mi sangre es europea”. En Oceanía era entonces un desarraigado, quizá tanto como los musulmanes que ametralló.

El Estado de Bienestar

Esta irrupción del ecofascismo tiene por contraste la desorientación de la izquierda, que siente que muchas de sus certezas, algunas sostenidas dogmáticamente, han naufragado. Tras la caída del “peligro rojo” cayó también el Estado de Bienestar, una dádiva transitoria a las masas para conjurar el peligro mientras el enemigo soviético se sostenía en pie.

La izquierda trata de reivindicarlo a pesar de que nunca fue más que un cálculo, una adaptación táctica a las circunstancias.  La izquierda, poniendo de manifiesto inoportunamente sus raíces ilustradas, propone la  intensificación del crecimiento material: más consumo de recursos energéticos, más consumo de materiales, de modo de acelarar el momento del colapso.

Mientras tanto, los estados imperiales, las grandes potencias, se preparan para asegurarse el acceso a materias primas y energéticas y adueñarse de tierras fértiles; pero destruyendo campos,  edificios, máquinas y trabajadores.

Una explicación perenne

El terapeuta chileno Claudio Naranjo, influido por las sabidurías de oriente, propone un cambio cultural de base para superar este estado de cosas.

Naranjo, muerto en julio pasado a los 87 años, entiende que los males contra los que chocan el ecofascismo y la izquierda son muy antiguos, tanto como el ocaso prehistórico del matriarcado que descubrió Bachofen en el siglo XIX y que el mismo Naranjo propone llamar “matrística” para quitarle la relación con el poder que contiene el nombre original.

Para él, hay una sociedad opresiva que genera personas infantiles que sufren sin alcanzar a explicarse, a argumentar, que solo se enfurecen y en ocasiones estallan en matanzas como las que suelen ser noticia de tanto en tanto en los Estados Unidos.

“Los colegios roban a los niños al separarlos de sus padres para llevarlos a trabajos forzados intelectuales con el fin de que sean parte de las fuerzas productivas. A estas cosas no las entienden los niños ni tampoco los profesores, que han sido educados para profesores”, dice.

“La gran bestia está empezando a mostrar la cara, monstruosa pero todavía oculta. El mundo enarbola la bandera de la democracia, pero es un despotismo de mercado con no menos efectos destructivos que el despotismo de los tiranos”.

Hay que “apuntar al corazón de la bestia”, que Naranjo identifica con una estructura patriarcal que ha secuestrado a los atributos maternos y los muestra de tanto en tanto.

La crianza es entonces un “no, no, no” hasta que el niño aprende a desconocerse a sí mismo. El ser socializado, que suele llamarse “educado”, es el que ha desarrollado un falso  yo para vivir en un mundo de mentiras.

Naranjo advierte que después de la era de la abundancia que está terminando habrá que atravesar el desierto, “la noche oscura del alma” que prevenía el poeta místico español Juan Yepes, Juan de la Cruz.

Será posible que sobreviva un quinto de la población, con menos tecnología, en una sociedad pequeña pero con seres más sabios y amorosos que nosotros.

“Solo la educación puede cambiar el rumbo de la historia”, resume, pero antes habrá que cambiar la educación. Por eso, uno de sus libros se titula “Cambiar la educación para cambiar el mundo”.

En la perspectiva de Naranjo, las propuestas ecofascistas son consecuencia de la norma patriarcal  que se pretende imponer por la fuerza, y crímenes como los de Tarrant son el estallido de fuerzas ciegas que no han encontrado el camino hacia la expresión elaborada.

Fuente: http://www.aimdigital.com.ar/ecofascismo-modernidad-y-educacion/

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