Carta a los movimientos populares

Carlos Ayala Ramírez

Hace unas semanas se realizó en la ciudad de Modesto, California, el IV Encuentro Regional de Movimientos Populares, que lucha por las tres “t”: “tierra, techo y trabajo”. Asistieron más de 600 delegados de 12 países; entre ellos, El Salvador, Guatemala y México. En el Encuentro se incluyeron dos temas que preocupan al país huésped: la inmigración y el racismo. El papa Francisco, quien tiene gran estima y esperanza en esta fuerza ciudadana popular, envió una carta a los participantes, de la cual queremos destacar su carácter y contenido.

Sus primeras palabras son de alegría y elogio al ver el trabajo conjunto que realizan estos grupos por la causa de la justicia social. En esta línea, expresa su deseo de que “en todas las diócesis se contagie esta energía constructiva, que tiende puentes entre los pueblos y las personas, puentes capaces de atravesar los muros de la exclusión, la indiferencia, el racismo y la intolerancia”. En la misiva se recuerda que la mayoría de hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente el día a día. Esto como consecuencia de un sistema en crisis “que causa enormes sufrimientos a la familia humana, atacando al mismo tiempo la dignidad de las personas y nuestra Casa Común para sostener la tiranía invisible del dinero que solo garantiza los privilegios de unos pocos”.

Frente a la realidad destructiva del sistema, el mensaje del papa destaca lo decisivo que es la participación protagónica de los pueblos al momento de los análisis y propuestas sobre los principales problemas que les afectan. En este sentido, la epístola hace dos llamados. Primero, a estar atentos a los signos de los tiempos, “ya que algunas realidades del mundo presente, si no son bien resueltas, pueden desencadenar procesos de deshumanización difíciles de revertir más adelante”. Y segundo, a no quedarnos “paralizados por el miedo, pero tampoco quedar aprisionados en el conflicto. Hay que reconocer el peligro, pero también la oportunidad que cada crisis supone para avanzar hacia una síntesis superadora”.

Y en la línea de conseguir una síntesis superadora que despierte a la verdadera humanidad, el papa remite a un principio radicalmente novedoso, presente en la parábola del buen samaritano, que resume el corazón mismo del Evangelio: la opción por la projimidad. Y lo explica así: “Hoy resuena en nuestros oídos la pregunta que el abogado le hace a Jesús en el Evangelio de Lucas: ‘¿Y quién es mi prójimo?’. ¿Quién es aquel al cual se debe amar como a sí mismo? […] ¿serán mis parientes? ¿mis connacionales? ¿aquellos de mi misma religión?”. Son estas las preguntas de alguien al que solo le interesa saber a quién amar y a quién puede excluir de su amor. El texto examinado en la carta constituye todo un itinerario para la acción organizada que surge ante el sufrimiento ajeno.

La parábola elige bien a los personajes: dos profesionales del templo (un sacerdote y un levita) y un hereje a quien cualquier judío piadoso debía evitar (el samaritano). “En el camino de Jerusalén a Jericó, el sacerdote y el levita se encuentran con un hombre moribundo, que los ladrones han asaltado, robado, apaleado y abandonado […] ambos pasan de largo sin detenerse. Tenían prisa”. La parábola comienza ejemplificando una realidad que puede darse en un mundo deshumanizado: la indiferencia ante el sufrimiento ajeno. Esto ocurre, según Francisco, en la sociedad actual. En ella, “se mira al que sufre sin tocarlo, se lo televisa en directo […], pero no se hace nada sistemático para sanar las heridas sociales ni enfrentar las estructuras que dejan a tantos hermanos tirados en el camino”.

Frente a cualquier ser humano abatido por el empobrecimiento, la violencia o la desesperanza, la parábola plantea que solo hay una manera de “ser humano”. Y no es la del sacerdote o el levita, que ven al necesitado y dan un rodeo, sino la del samaritano: “Aquel sobre quien nadie habría apostado nada […], cuando vio al hombre herido, no pasó de largo como los otros dos, que estaban relacionados con el Templo, sino ‘lo vio y se conmovió’ […], venda las heridas de aquel hombre, lo lleva a un albergue, lo cuida personalmente, provee a su asistencia”. El ejemplo del samaritano compasivo, entonces, es presentado por el papa como el referente ineludible de movimientos e instituciones dedicadas a la consecución de la justicia para el pobre.

Finalmente, el papa pide a los movimientos populares firmeza para enfrentar dos realidades. La primera la formula así: “La crisis ecológica es real”. Por tanto, exhorta a defender la creación, a no desoír la voz de la ciencia ni la de la naturaleza. La segunda: “Ningún pueblo es criminal y ninguna religión es terrorista”. En consecuencia, “no existe el terrorismo cristiano, no existe el terrorismo judío y no existe el terrorismo islámico […] Ningún pueblo es criminal o narcotraficante o violento […]. Hay personas fundamentalistas y violentas en todos los pueblos y religiones, que […] se fortalecen con las generalizaciones intolerantes, se alimentan del odio y la xenofobia”.

Destinatarios de esta carta pueden considerarse, con toda propiedad, las personas y organizaciones que en El Salvador exigen se apruebe una ley que prohíba la minería metálica. Como se sabe, la defensa del medioambiente, el derecho al agua y el freno a la explotación minera son banderas del movimiento social salvadoreño.

Fuente del articulo: http://www.uca.edu.sv/noticias/texto-4649

Fuente de la imagen: http://files.montse-serrano.webnode.es/200000894-a4755a56f6/mov-populares_560x280.jpg

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Rememoración de los insignificantes

Carlos Ayala Ramírez

Según el teólogo Gustavo Gutiérrez, una persona puede ser insignificante por muchas razones. Puede serlo porque no tiene dinero, por el color de la piel, por ser mujer, porque pertenece a una cultura que la civilización dominante considera inferior. Insignificantes, nos dice el obispo de Roma, Francisco, son los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados. Los prescindibles porque sobran, no se necesitan o se consideran inútiles. Insignificantes, en fin, los pequeños, los ignorantes, los afroamericanos, los excluidos, los marginados sociales. Es decir, los que no significan nada para los grandes y poderosos de este mundo, propulsores de una mentalidad que lo valora todo en términos de utilidad y conveniencia.

Ahora bien, hay al menos tres aspectos que no debemos eludir al momento de hacernos cargo de esta realidad. Primero, que su existencia no es una fatalidad, sino una injusticia. Segundo, es necesario tenerlos presentes en la memoria colectiva, como antídoto para los peligros del olvido y la indiferencia. Tercero, recordar a los “últimos” significa dejarnos afectar por su presencia y reaccionar con responsabilidad solidaria. Hay antecedentes ejemplares de estos tres rasgos, que han dejado huellas inspiradoras.

En tiempo de la colonia, fray Antonio de Montesinos denunció con vigor —en su famoso sermón del cuarto domingo de adviento de 1511— el escándalo de la conquista. Sus cuestionamientos, dirigidos a los responsables de la ocupación, maltrato, explotación y muerte de los indígenas, son inequívocos:

Todos están en pecado mortal y en él viven y mueren, por la crueldad y tiranía que usan con estas inocentes gentes. Digan ¿con qué derecho y con qué justicia tienen en tal cruel y horrible servidumbre a esto indios? ¿Con qué autoridad han hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas? ¿Cómo los tienen tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades?

En otro momento histórico, Jorge Luis Borges, en su libro Historia universal de la infamia, cuenta que, a principios del siglo XIX, las vastas plantaciones de algodón en las orillas del río Mississippi eran trabajadas por negros, de sol a sol. Dormían en cabañas de madera, laboraban en filas, encorvados bajo el látigo del capataz. Huían, y hombres de barba entera saltaban sobre hermosos caballos y los rastreaban fuertes perros de presa. Los propietarios de esas tierras y esas negradas son descritos por Borges como gente ociosa y ávidos caballeros de melena, que habitaban en largos caserones.

Roque Dalton, en su conocido Poema de amor, retrata lo que, a su juicio, conforma el modo de ser del salvadoreño común e insignificante. Son los sembradores de maíz en plena selva extranjera, reyes de la página roja, los que nunca sabe nadie de dónde son, los mejores artesanos del mundo, los que fueron cosidos a balazos al cruzar la frontera. Los que murieron de paludismo en el infierno de las bananeras, los que lloraron borrachos por el himno nacional bajo el ciclón del pacífico o la nieve del norte. Los arrimados, los mendigos, los marihuaneros. Los eternos indocumentados, los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo, los primeros en sacar el chuchillo, los tristes más tristes del mundo. Y luego, su imborrable trozo de amor: mis compatriotas, mis hermanos.

Por su parte, Eduardo Galeano, en su poema Los nadies, transmite la impotencia y el dolor de los olvidados, los sometidos, los rechazados de hoy y de siempre:

Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada/ Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos/ Que no son, aunque sean/ Que no hablan idiomas, sino dialectos/ Que no profesan religiones, sino supersticiones/ Que no hacen arte, sino artesanía/ Que no practican cultura, sino folklore/ Que no son seres humanos, sino recursos humanos/ Que no tienen cara, sino brazos/ Que no tienen nombre, sino número/ Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local/ Los nadies que cuestan menos que la bala que los mata.

Estas memorias nos enfrentan a la realidad, nos llevan a pensar en el otro. Ese otro identificado como la gente sin importancia, que no cuenta. El teólogo Johann Baptist Metz es reiterativo al exhortar a estar atentos a las señales de una firme disposición a no dar la espalda al sufrimiento de otros; expectantes a las alianzas y proyectos animados por la compasión y que se sustraen a la actual corriente de indiferencia y apatía. Desde la perspectiva cristiana, el ejemplo absoluto de este estilo de vida es Jesús de Nazaret. Como se sabe, en los tres años de su vida itinerante, Jesús convivió la mayor parte de su tiempo con aquellos que no tenían lugar dentro del sistema religioso y social de la época. Él pasó a ser conocido como “amigo de publicanos y pecadores”. Aceptó a los que no eran acogidos: los inmorales (prostitutas y pecadores), los herejes (samaritanos y paganos), los impuros (leprosos y poseídos), los marginados (mujeres, enfermos y niños), los colaboradores (publicanos y soldados), los débiles (los pobres sin poder).

Jesús no excluía a nadie, pero su proyecto de fraternidad y justicia se construye a partir de la compasión solidaria con los insignificantes. Compasión que, para Metz, no ha de entenderse como una vaga simpatía experimentada desde arriba o desde fuera, sino como percepción participativa y comprometida con el sufrimiento ajeno, como activa rememoración del sufrimiento de los otros.

 

Fuente del articulo: http://www.alainet.org/es/articulo/183524

Fuente de la imagen: http://www.definicionabc.com/wp-content/uploads/social/Otredad.jpg

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Rostro del futuro: sueño, realidad y desafíos

Carlos Ayala Ramírez

«10: nuestro futuro depende de las niñas que cumplen esta edad decisiva” es el título del informe sobre el estado de la población mundial 2016, publicado por el Fondo de Población de las Naciones Unidas. Según el documento, a los 10 años las niñas se aproximan a la pubertad, edad en que muchas personas empiezan a verlas como activos para el trabajo, la procreación o las relaciones sexuales. En consecuencia, si sus derechos no se protegen adecuadamente —a través de leyes, servicios e inversiones oportunas—, pierden para siempre la oportunidad de desarrollarse en la adolescencia y llegar a la madurez. La situación puede ser especialmente desalentadora para las que viven en un país o una comunidad pobre, o en una zona rural. Se estima que hoy en día más de 60 millones de niñas de 10 años están a punto de emprender su viaje por la adolescencia hacia la edad adulta. La preocupación principal está en saber si estarán sanas cuando la alcancen, si habrán participado en una educación de calidad, sí tendrán poder para tomar sus propias decisiones y trazar su futuro. Para que ello suceda, según la ONU, es inevitable invertir en el potencial de todos los niños y niñas de 10 años, considerándolos no solo como la infancia de hoy, sino también como las personas adultas del futuro, como los padres y madres de la próxima generación. De ahí la necesidad de construir alternativas viables de esperanza.

En esta línea de sueños deseables y posibles, en el informe se habla de imaginar un mundo nuevo para las niñas de 10 años. Un mundo que las valora, nutre y protege de verdad. Donde su horizonte se expande y diversifica. Donde los pueblos acuerdan que deben respetarse plenamente sus derechos humanos, y esto queda plasmado en las leyes y prácticas jurídicas, así como en las normas sociales. Donde nadie piensa que una niña está lista para contraer matrimonio o tener hijos hasta que cumple, como mínimo, 18 años. Donde nadie espera que deje la escuela para ocuparse de las tareas del hogar o trabajar a cambio de un salario. Un mundo donde una niña de 10 años tiene la comida suficiente, en cantidad y calidad, para satisfacer las necesidades nutritivas de su cuerpo en desarrollo. No padece malnutrición ni obesidad. Tiene a su disposición servicios de salud cercanos y cuidadores capacitados que la escuchan atentamente, respetan su necesidad especial de privacidad y permanecen atentos a sus posibles vulnerabilidades. Mientras se encuentra bajo el ala protectora de su familia, tiene las mismas oportunidades que los niños de explorar el mundo que la rodea, hacer amistades y participar en las interacciones sociales. Los miembros de su familia y su comunidad la animan a que expresen su opinión y le ofrecen orientación, pero también respetan sus decisiones. Esta niña disfruta de acceso equitativo al mundo digital y la oportunidad de aprender de manera segura, libre de peligros. Este es el sueño.

Desde luego que esta visión de futuro esperanzador está acompañada de propuestas específicas que pretenden incidir en la transformación de la realidad en la que actualmente viven millones de niñas en el mundo. De acuerdo a datos del Fondo de Población, las niñas y niños de 10 años (125 millones) son parte de la población de jóvenes más numerosa de la historia de la humanidad. La mayor parte de ellos viven en las regiones más pobres o menos desarrolladas del planeta. La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, adoptada por 193 países de las Naciones Unidas en 2015, obliga explícitamente a no dejar a nadie atrás en el curso del desarrollo de cada nación. Es una exigencia al mundo de que ninguna niña de 10 años permanezca al margen, abandonada a la pobreza, la enfermedad o la ignorancia. A través de la inversión en salud y educación, y el empoderamiento de las niñas se sientan las bases para el desarrollo humano de este sector.

A partir de la centralidad humana y estratégica dada a las niñas de 10 años, se plantea un conjunto de desafíos para los Estados miembros y sus respectivas sociedades. Se habla de estipular la igualdad jurídica de las niñas. De prohibir todas las prácticas nocivas contra ellas y de establecer en 18 años la edad mínima para contraer matrimonio. De facilitar una educación segura de gran calidad que defienda plenamente la igualdad entre los géneros en el plan de estudios, las normas docentes y las actividades extracurriculares. De promover una atención sanitaria universal y establecer revisiones de la salud física y mental de las niñas. De ofrecer una educación sexual integral universal al inicio de la pubertad y lograr que niñas, niños y las personas a su alrededor participen en el cuestionamiento y el cambio de las normas de género discriminatorias.

Finalmente, el documento destaca que hacer realidad el sueño del mundo nuevo para las niñas de 10 años depende de las decisiones de un gran número de personas diferentes: desde los padres hasta los encargados de la formulación de políticas, pasando por los docentes, profesionales de la salud, economistas, emprendedores, periodistas y líderes comunitarios. Todos debemos participar en la consecución de este rostro del futuro.

Fuente del articulo: http://www.alainet.org/es/articulo/181227

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Desafíos de la cuarta revolución industrial

Por Carlos Ayala Ramírez

Recién acaba de finalizar el Foro Económico Mundial, que anualmente reúne a jefes de Estado, grandes empresarios y agentes financieros, y premios Nobel; es decir, personas que tienen poder para incidir en la conducción política, económica y social del mundo. Este año, el tema central del encuentro fue la cuarta revolución industrial, que, según Klaus Schwab, fundador y director del Foro, cambiará fundamentalmente la manera de trabajar y de comunicarnos.

Se trata de la Industria 4.0, en la que la producción será totalmente automatizada, conectada y coordinada por computadoras. Como se sabe, el término fue acuñado por el Gobierno alemán para describir un tipo de fábrica donde todos los procesos están interconectados por Internet.

Para los organizadores del Foro, los aspectos de mayor impacto de esta revolución a nivel de logística y de cadena de suministro serán la impresión en 3D, la robotización de los almacenes y la distribución de productos mediante drones. En consecuencia, el reto y objetivo del encuentro fue la búsqueda de soluciones al desequilibrio causado por el avance de las nuevas tecnologías y por la aparición de nuevos modelos empresariales.

En el Foro se habló también de cinco riesgos mundiales para el próximos año y medio: (1) falta de mitigación y adaptación al cambio climático; (2) armas de destrucción masiva; (3) crisis del agua; (4) migraciones involuntarias a gran escala; y (5) impacto del precio de la energía en los negocios.

Ahora bien, aunque los organizadores del evento hablaron de plantear respuestas frente a lo que ellos consideran son los grandes desafíos de la actualidad (léase baja inflación, hundimiento del precio del petróleo y disminución de la cotización de las materias primas, pasando por la crisis de refugiados europea y la expansión del terrorismo), las voces críticas y éticas han señalado otros temas y desafíos que no suelen ser centrales en la agenda de las élites mundiales, pero que afectan a millones de seres humanos, especialmente a los que viven en los países denominados «en desarrollo”, a los cuales se les exige una pronta e ineludible adaptación a las dinámicas que derivan del mundo rico.

Una de esas voces críticas es la organización Oxfam, que coincidiendo con el Foro Económico Mundial en Davos presentó su informe «Una economía al servicio del 1%”.En el documento se denuncia que los sistemas económicos están beneficiando cada vez más al 1% de la población más rica.

Según Oxfam, la desigualdad extrema en el mundo está alcanzando cotas insoportables. Actualmente, el 1% más rico de la población mundial posee más riqueza que el 99% restante de las personas del planeta. El poder y los privilegios se están utilizando para manipular el sistema económico y así ampliar la brecha, dejando sin esperanza a cientos de millones de personas. Asimismo, el entramado mundial de paraísos fiscales permite que una minoría privilegiada oculte en ellos 7,6 billones de dólares.

Oxfam analizó 200 empresas, entre ellas las más grandes del mundo y las socias estratégicas del Foro Económico Mundial, y revela que 9 de cada 10 tienen presencia en paraísos fiscales. En 2014, la inversión dirigida a ellos fue casi cuatro veces mayor que en 2001.

Este sistema mundial de evasión y elusión fiscal está desviando recursos esenciales para garantizar el estado de bienestar de los países ricos, además de privar al resto de los recursos imprescindibles para luchar contra la pobreza, asegurar la escolaridad infantil y evitar que sus habitantes mueran a causa de enfermedades que pueden curarse con facilidad.

Desde un espíritu ético y profético, el papa se dirigió a los organizadores del Foro exhortándoles, en primer lugar, a no olvidarse de los pobres. Este es, según Francisco, el principal desafío de los líderes del mundo de los negocios. Señaló que «quien tiene los medios para vivir una vida digna, en lugar de preocuparse por sus privilegios, debe tratar de ayudar a los más pobres para que puedan acceder también a una condición de vida acorde con la dignidad humana, mediante el desarrollo de su potencial humano, cultural, económico y social”.

Al referirse a los albores de la cuarta revolución industrial, manifestó que han sido acompañados por la creciente sensación de que será inevitable una drástica reducción del número de puestos de trabajo. La «financialización” y «tecnologización” de las economías, puntualiza el papa, han producido cambios de gran envergadura en el campo del trabajo: menos oportunidades para un empleo digno, reducción de la seguridad social, aumento de desigualdad y pobreza.

Frente a los profundos cambios que marcan época, Francisco propone a los líderes mundiales un reto y una necesidad. El reto, garantizar que la futura cuarta revolución industrial, resultado de la robótica y de las innovaciones científicas y tecnológicas, no conduzca a la destrucción de la persona humana— remplazada por una máquina sin alma— o a la transformación del planeta en un jardín vacío para el disfrute de unos pocos elegidos. Y la necesidad, crear nuevas formas de actividad empresarial que fomenten el desarrollo de tecnologías avanzadas y sean capaces de utilizarlas para crear trabajo digno para todos, sostener y consolidar los derechos sociales y proteger el medioambiente.

Finalmente, sentencia el obispo de Roma — en la más auténtica y genuina tradición cristiana —,es el hombre quien debe guiar el desarrollo tecnológico, sin dejarse dominar por él. Cuidar la casa común y la persona es lo primero.

*Articulo tomado de: http://www.ecoportal.net/Temas-Especiales/Economia/Desafios-de-la-cuarta-revolucion-industrial

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Cualidades del buen educador

El Salvador/17 de Junio de 2016/ Adital

Por: Carlos Ayala Ramírez

Como se sabe, el éxito de un sistema educativo depende, en gran medida, de la calidad del magisterio. Se estima que, por encima de la infraestructura, la tecnología y el número de estudiantes por aula, un buen profesor es el que garantiza el éxito del proceso de aprendizaje, al igual que uno malo puede asegurar su fracaso. De ahí el por qué las profesoras y profesores son considerados el corazón de la enseñanza. Este énfasis en la calidad docente distingue a Paulo Freire, uno de los pedagogos más brillantes del siglo XX. En uno de sus últimos libros, Cartas a quien pretende enseñar, aborda los temas que fueron recurrentes en su trayectoria pedagógica, entre ellos, las cualidades del buen educador. El libro está dirigido a los maestros y maestras no para alabarlos de forma exagerada, sino para desafiarlos; no para darles orientaciones, sino para dialogar con ellos.

Según Freire, la tarea del enseñante, que también es aprendiz, es placentera y a la vez exigente. Exige seriedad, preparación científica, física, emocional, afectiva. En una de las diez cartas de las que consta el libro, se habla de las cualidades indispensables para el buen desempeño docente en el contexto de lo que denomina «educación progresista”. Pasamos revista, de manera resumida, a algunas de ellas, configuradas por la intuición pedagógica de Freire de que estudiamos, aprendemos, enseñamos y conocemos con nuestro cuerpo entero: con los sentimientos, los deseos, los miedos, las dudas, la pasión y también con la razón crítica (jamás solo con esta última). Veamos el tipo de actitudes y habilidades propuestas.

Humildad. Esta cualidad de ningún modo significa ánimo acomodaticio o cobardía. Al contrario, la humildad exige valentía, respeto y confianza hacia nosotros mismos y hacia los demás. La humildad, afirma Freire, nos ayuda a reconocer esta sentencia obvia: «Nadie lo sabe todo, nadie lo ignora todo. Todos sabemos algo, todos ignoramos algo”. Sin humildad difícilmente escucharemos a alguien al que consideramos demasiado alejado de nuestro nivel de competencia. La humildad es un antídoto contra la soberbia (del que pretende saberlo todo), contra las pretensiones de los iluminados que buscan imponer su visión y contra el autoritarismo al que pueden estar sometidos niños y jóvenes en el sistema escolar. ¿Cómo escuchar al otro, cómo dialogar, si solo me oigo y me veo a mí mismo, si nadie que no sea yo me mueve o me conmueve? La respuesta es mediante la humildad, entendida como la actitud que ayuda a no encerrarse en el circuito de la verdad personal, a estar abierto a aprender y enseñar.

A la humildad con que los docentes deben relacionarse con sus alumnos debe sumarse la amorosidad, o centralidad del amor en lo que se hace, sin la cual el trabajo pierde significado. La actitud de afecto no solo para los estudiantes, sino para el propio proceso de enseñar. Freire creía que sin una especie de «amor luchador” los educadores difícilmente sobrevivirían a las negatividades e injusticias con las que tienen que enfrentarse en su quehacer. Por eso se trata de un amor que lleva a hacerse presente en el derecho de luchar, denunciar y anunciar. Por consiguiente, esta forma de amar exige a su vez otra cualidad: la valentía de luchar.

Freire advierte que al poner en práctica un tipo de educación que provoca de manera crítica la conciencia del educando, necesariamente se desenmascaran algunos mitos que deforman lo real. Al cuestionar esos mitos, también se enfrenta al poder dominante, puesto que ellos son expresiones de ese poder, de su ideología. Y en seguida se es asaltado por miedos concretos: temor a perder el empleo, a no alcanzar cierta promoción. De ahí deviene la necesidad de poner límites a estos temores. Si no se quiere que el miedo paralice, debe controlársele, desarrollando en cada uno el coraje. El miedo sin valentía inmoviliza; en cambio, cuando ella está presente, empodera para encarar la amenaza.

Otra virtud indispensable de los buenos educadores es la tolerancia. Sin ella, según Freire, es imposible realizar un trabajo pedagógico serio, no es viable una experiencia democrática auténtica; sin ella, la práctica educativa progresista se desdice. La tolerancia no es una posición irresponsable, es decir, no significa ponerse en connivencia con lo intolerable, no es encubrir al agresor ni disfrazarlo. La tolerancia es la virtud que nos enseña a convivir, respetar y aprender con lo diferente. El acto de tolerar implica el clima de establecer límites y principios que deben ser respetados. Bajo el régimen autoritario, en el cual se exacerba la autoridad, o bajo el régimen licencioso, en el que la libertad no se limita, difícilmente aprenderemos la tolerancia. La tolerancia requiere respeto, cordialidad, apertura, delicadeza.

La seguridad es otra de las cualidades a cultivar. Implica competencia científica, claridad política e integridad ética. La seguridad exige una forma críticamente disciplinada de actuar con la que los educadores desafían a sus educandos. Tiene que ver, por un lado, con la competencia que la maestra o el maestro posee para enseñar a pensar y para revelar la realidad a sus alumnos, sin alharacas arrogantes. Y por otro, refiere al modo con el que los educadores ejercen su autoridad: creíble, respetuosa y servicial.

El texto de Freire, pues, al proponer estas cualidades, entre otras, contribuye a mantener un irrenunciable utópico en la educación: la excelencia docente. Esta incluye los criterios que se aplican a las comunidades de profesionales, que en este caso serían respeto por los educadores, reclutamiento exigente, salarios competitivos, ascenso por mérito, constante formación y evaluación del desempeño.

Fuente: http://site.adital.com.br/site/noticia.php?lang=ES&cod=89123

Fuente de la Imagen: https://www.google.co.ve/search?q=cualidades+de+un+educador&biw=1024&bih=623&site=webhp&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwic-PXTgbzNAhXIKx4KHdyYDP8Q_AUIBigB#imgrc=yDG45LWSwREFVM%3A

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