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Por una educación de la pregunta

La novela no es el genero de las respuestas, sino el de las preguntas: escribir una novela consiste en plantearse una pregunta compleja para formularla de la manera más compleja posible, no para contestarla de manera clara e inequívoca; consiste en sumergirse en un enigma para volverlo irresoluble, no para descifrarlo.

Por Carlos Magro

Las preguntas siempre son importantes y necesarias. Nunca sobran. Menos en educación. Son un dispositivo fundamental en el proceso de enseñanza/aprendizaje como bien defendió durante toda su vida Paulo Freire: “La educación de la respuesta no ayuda nada a la curiosidad indispensable para el proceso cognitivo. Al contrario, ella resalta la memorización mecánica de los contenidos. Sólo una educación de la pregunta agudiza, estimula y refuerza la curiosidad”. (Paulo Freire. A la sombra de este árbol, p.19). También las respuestas cuando están vinculadas a las preguntas porque nos ayudan a pensar, reflexionar y construir. “Preguntar y responder son caminos constitutivos de la curiosidad.” (Paulo Freire. A la sombra de este árbol, p.20).

Y desde luego, son más necesarias que nunca en momentos como los actuales tan dados a la polarización y las respuestas rápidas, poco reflexionadas y nada constructivas. Son quizá más importantes que nunca en el ámbito educativo en el que parece haber un consenso generalizado sobre la necesidad de cambio pero donde escasea el tiempo para la reflexión, tanto a nivel de aula, como de centro, como de sistema global.

Las preguntas demandan tiempo. Formular preguntas, más si son colectivas, requiere de tiempo y disposición.

Las preguntas siempre abren posibilidades, facilitan el diálogo y nos empujan a la acción reflexiva. Las respuestas, por su lado, dan por cerrados los debates, en muchos casos certifican lo existente y, cuando no, nos lanzan a una acción irreflexiva y casi siempre inútil, cuando no directamente contraproducente.

Hoy en educación abundan respuestas y faltan preguntas. Abundan las opiniones y escasea el debate. Nos sobran tanto visionarios como inmovilistas. Parece que cualquiera es capaz de lanzar un diagnóstico sobre los males de la escuela y darnos su particular receta para la mejora. Hacerse preguntas es clave. Hacérselas en educación es un asunto vital.

Si no queremos entregar la responsabilidad de nuestros procesos y prácticas educativas a abstractos sistemas de medición y aspiramos a mantener un control democrático sobre ellas y sobre las maneras en las que evaluamos su calidad, es sumamente importante que se lleve a cabo un debate sobre aquello que nuestros esfuerzos educativos deberían tratar de conseguir (Gert Biesta, 2014). En educación debemos recuperar el debate sobre los fines de la educación. Hemos dedicado mucho tiempo a los métodos y poco a reflexionar sobre las metas. La escuela puede ser un factor para la transformación o para la exclusión, pero no es ni una institución neutra ni una institución reproductora. Devenir en una cosa, la otra, o algo diferente, es cuestión de los agentes implicados. Debemos decidir si queremos una educación para la igualdad o una educación para la exclusión. Si queremos ser agentes de transformación o de transmisión (Ramón Flecha y Iolanda Tortajada, 1991). Debemos decidir si queremos que nuestras escuelas sirvan para que los menores pasen de curso, aprueben exámenes y saquen buenas notas o para que aprendan a pensar y no acepten sin más la primera idea que les sea propuesta o que les venga a la cabeza (Rafael Feito, 2009). Debemos decidir si queremos formar consumidores acríticos e insolidarios o ciudadanos inquisitivos y participativos.

A-sombra-te. David Santaolalla https://flic.kr/p/bhZLR2

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Todo acto educativo, sin importar si hablamos de educación infantil o universitaria, educación obligatoria o desarrollo profesional, tiene un propósito, busca unos fines. Por eso, preguntarnos por ese propósito,preguntarnos por los objetivos y por la finalidad última del proceso educativo, preguntarnos para qué educamos no es algo opcional sino consustancial al hecho de educar. Y es una pregunta que debemos hacernos tanto a nivel individual como colectivo.

El problema con las preguntas difíciles es que tendemos a evitarlas o a simplificarlas. O en el mejor de los casos, las reformulamos de tal manera que, de facto, en muchas ocasiones las cambiamos y las dejamos de lado. Nos evadimos de responderlas. Y esto sucede, en parte, con la pregunta sobre los fines de la educación. En los últimos años, como ha sostenido Gert Biesta, entre otros, y a pesar de que aparentemente el debate en torno a la educación no ha dejado de cobrar protagonismo, hemos reemplazado la pregunta sobre el fin de la educación por otras alternativas. Por ejemplo, en lugar de cuestionarnos en qué consiste una buena educación nos hemos hecho preguntas sobre la calidad de la educación.

El discurso educativo en los últimos años ha estado monopolizado por el concepto de calidad educativa. Pero no lo es lo mismo la bondad que la calidad. La primera es una pregunta normativa (una pregunta con objetivos, fines y valores), la segunda es ante todo una pregunta técnica, más preocupada por cuestiones como la eficacia y eficiencia de los procesos que por el fin último de esos procesos. La eficacia, por ejemplo, es un valor instrumental que nos informa sobre la capacidad de un proceso para lograr unos objetivos pero no nos dice nada sobre la pertinencia de esos objetivos, sobre si esos objetivos son deseables o no. Puede haber prácticas educativas eficaces que no queramos y, al revés, prácticas ineficaces que sean más deseables que otras. Hablar de eficacia es insuficiente. Debemos siempre preguntarnos para qué es eficaz y, también, eficaz para quién (Gert Biesta, 2010. Good Education in an Age of Measurement. Ethics, Politics, Democracy. Routledge. New York. p.14.)

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Florida Memory https://flic.kr/p/ofadxy

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La segunda pregunta que debemos hacernos –igual de complicada, por cierto– es ¿cómo podemos discutir y desarrollar nuestras ideas sobre la buena educación de una manera que vaya más allá de la simple articulación de nuestras preferencias personales?, es decir, cómo podemos ir más allá de las opiniones personales y abrir un debate sincero, profundo y amplio sobre los fines de la educación.

Gran parte del debate educativo que nos rodea hoy está centrado en los cómos y no en los porqués. Pero los cómos dependen de los objetivos. No podemos decir que una manera de hacer es mejor que otra. Todo depende de cuáles sean los objetivos que queramos alcanzar. Es decir, cualquier discusión en torno a los procesos, a las metodologías, a las formas de hacer las cosas estará condicionada fuertemente por un debate previo que establezca los fines.

El reto que tenemos delante está fuertemente determinado tanto por la falta de un lenguaje común como de tiempo disponible para un debate sereno y profundo. Ambas cosas son necesarias en todos los planos de la educación pero son especialmente necesarias en el contexto particular de cada escuela y de cada comunidad educativa.

Por otro lado, plantearnos la pregunta sobre qué es una buena educación nos lleva, como ha sostenido Gert Biesta, a asumir que ésta es una pregunta compuesta y que tratar de darle respuesta supone abordar la dimensión cualificadora de la escuela pero también su más que importante rol en el proceso de socialización de las personas y el muchas veces ignorado papel de la escuela en la construcción de la personalidad de cada uno, lo que él denomina “subjetivación”.

Para avanzar en un proceso de mejora escolar necesitamos poner en el centro de la conversación las cuestiones relativas a los valores, lo que realmente valoramos, y los fines que buscamos, sino corremos el riesgo de confundir los medios con los fines y hacer de los primeros los objetivos (Gert Biesta, 2010, p.13). Es importante recordar que los objetivos esperados de una escuela tienen que ver con valores y con actitudes tanto como con conocimientos y habilidades. No olvidemos que las escuelas son ante todo, empresas morales (Claxton y Lucas, 2013, p.5).

Para que los alumnos desarrollen una serie de valores tan importante es lo que sucede dentro del aula como la cultura escolar (Claxton y Lucas, 2013, p.5). Tan importante es la interacción alumno-profesor dentro del aula como lo que sucede fuera de las aulas, en los pasillos, en los patios, a la entrada y la salida, en el comedor, en los claustros, en las interacciones entre docentes y entre estos y las familias. El acercamiento debe ser global y sistémico.

Por último, cualquier proceso de cambio debe partir de un proceso previo de reflexión por parte de cada comunidad educativa en torno a los objetivos del cambio, los fines de la educación, el tipo de aprendizaje que se quiere fomentar, el tipo de enseñanza que se requiere para desarrollar ese tipo de aprendizaje y, finalmente, sobre el modelo de liderazgo y organizativo que se necesita (Claxton y Lucas, 2013, p.5). Todas las escuelas tienen la capacidad interna de mejora (Alma Harris, 2002. School Improvement. What’s in It for Schools? Routledge. London. p. 18.). Nadie puede decir a otros lo que tienen que hacer. Cada comunidad debe buscar sus propias soluciones y fomentar y gestionar el cambio después en sus instituciones.

La necesidad de reflexión afecta también a lo que sucede dentro de las aulas. Necesitamos un aprendizaje más reflexivo y una alfabetización en la reflexión. La educación escolar necesita entornos donde el aprendizaje gire en torno a la reflexión y el pensamiento y donde los alumnos aprendan a reflexionar constantemente sobre lo que hacen.

Parafraseando a Javier Cercas, podríamos decir que la educación no pertenece al genero de las respuestas, sino al de las preguntas y que educar consiste en capacitarnos para hacer preguntas complejas, para formularlas de la manera más compleja posible, no para contestarlas de manera clara e inequívoca; consiste en sumergirse en un enigma para volverlo irresoluble, no para descifrarlo. O, como también dijo Paulo Freire, que “la educación liberadora consiste en actos de la cognición, no transferencias de información”. Que un maestro no es quien da respuestas, “ni aquel que impone su saber, sino quien nos abre la puerta de la propia vida…Un maestro lo es por lo que sabe, pero sobre todo porque hace posible saber” (Marina Garcés, 2016. Fuera de clase, p.181)

Este texto es una versión del aparecido en las páginas 12-16 del libro Un viaje hacia el cambio educativo, introducción al Proyecto Escuelas Creativas de la Fundación Teléfonica y Ferran Adrià. Este libro y el resto de publicaciones del Proyecto se pueden descargar de manera gratuita aquí.

Fuente: https://carlosmagro.wordpress.com/2018/05/16/por-una-educacion-de-la-pregunta/

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El MIR educativo no es la solución. Ya tenemos a los mejores docentes

Por Carlos Magro

Sí, es verdad, he hecho dos afirmaciones demasiado rotundas. De esas que siempre digo que no hay que hacer en educación. La realidad responde mal a los diagnósticos simples. La vehemencia casi siempre esconde debilidad y en la mayoría de las ocasiones es incorrecta, por limitada y simplificadora. Así que, disculpadme. Dado que sostengo las dos, trataré en lo que sigue de matizarlas y argumentarlas.

No descubro nada si digo que vivimos en un momento paradójico para la educación y especialmente para la educación escolar. Las exigencias hacia la escuela y hacia los docentes se incrementan a diario (OCDE, 2009. Los docentes son importantes). Cada día pedimos más porque sabemos que solo la educación puede hacer que las personas encaren con opciones el futuro. “Cada vez dedicamos más años de la vida y más horas de cada día, a la tarea de aprender” y, sin embargo, sostiene Nacho Pozo, “aparentemente, cada vez se aprende menos, o por lo que parece, hay cada vez una mayor frustración con lo que se aprende y cómo se aprende.”

Pero cuanto mayor es la necesidad de educación, más cuestionamos el sistema educativo. A pesar de que nuestro sistema educativo ha logrado grandes avances en casi todos los indicadores en los últimos 40 años, la imagen social que predomina es de crisis profunda, una imagen reforzada por mensajes que presagian, casi a diario, que nos encontramos al borde de un desastre general.

La enseñanza está lejos de ser una tarea sencilla. Es una actividad incierta, contextualizada y construida siempre en respuesta a las particularidades de la vida diaria en las escuelas y las clases (Carlos Marcelo, 2001).Es una tarea compleja, “laboriosa, paciente y difícil. Mucho más de lo que la gente cree y muchísimo más de lo que piensan los políticos,” dice Paco Imbernón en Ser docente en una sociedad compleja. Y lo es porque nuestra sociedad se ha vuelto más compleja (véase más diversa, global, cambiante, conectada…) haciendo que las exigencias sociales hacia la escuela sean cada vez mayores.

Vladimir Guerrero. https://flic.kr/p/Sh69rQ

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En este contexto de demandas crecientes, los docentes se vuelven imprescindibles. Afrontar los nuevos retos que plantea la sociedad requiere un elevado grado de implicación y compromiso que debe ir dirigido, no lo podemos olvidar, a asegurar el derecho a aprender de todos los alumnos. Pero “el desconcierto, la falta de preparación para afrontar los nuevos retos y el intento de mantener las rutinas, lleva a muchos profesores al desarrollo de su trabajo en un ambiente en el que se percibe una crítica generalizada, que les presenta como los responsables universales de todos los fallos del sistema educativo.” (Carlos Marcelo, 2011). Ha sido y es habitual su demonización a través de la crítica constante del sistema educativo. A día de hoy, sigue siendo válido, desgraciadamente, aquello que a mediados de los años 90 señalaba Mariano Fernández Enguita al decir que “los profesionales de la enseñanza no pueden evitar la sensación de que la escuela se halla sometida a un fuego cruzado, degradado su prestigio y criticada por todos”. No les falta razón, decía entonces,

pues parece que no existe nada más cómodo para una sociedad que culpar de sus males a la escuela -exculpando así, de paso, a otras instituciones como las empresas y el Estado- y tratar de encontrar soluciones mágicas a través de su permanente reforma.”

Dicho esto, nadie pone en duda que los docentes son la pieza fundamental de los sistemas educativos, ni que ejercen la influencia más determinante en el aprendizaje de los alumnos (Lourdes Montero, 2006). Pero la profesión docente es una profesión esencialmente paradójica, como dijeron hace años Andy Hargreaves y Leslie Lo. Cuanto más importantes son más les criticamos. Cuanto más necesaria es su intervención y más se espera de ellos, menos apoyo, respeto y margen para la creatividad, la flexibilidad y la innovación tienen. (Andy Hargreaves y Leslie Lo, 2000). Asistimos a un constante doble discurso. Afirmamos su papel central en la mejora de los resultados pero apenas contamos con ellos a la hora de definir y poner en marcha nuevas políticas.

De hecho, repasando las numerosas reformas educativas de los últimos decenios observamos con sorpresa que no se ha planteado en ningún momento una revisión profunda de la profesión docente (competencias, formación inicial, definición de una carrera docente, acceso a la profesión, desarrollo profesional) y que los cambios que se han hecho (por ejemplo el actual máster de educación secundaria) han resultado en un fiasco y no han generado los resultados esperados y necesarios.

Vladimir Guerrero https://flic.kr/p/23xubZY

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A día de hoy, conviven simultáneamente dos tendencias contradictorias: “por un lado, la tendencia a la uniformización de la enseñanza y a cierta aversión por la profesionalización de los docentes; y por el otro, la tendencia a una mayor calidad y profesionalidad del ejercicio docente” (Andy Hargreaves y Leslie Lo, 2000). Sentimos “la necesidad de revalorizar una profesión que tiene en sus manos el futuro de las generaciones venideras”, pero hemos optado por políticas de control, enfrentamiento y desconfianza que provocan desprofesionalización, “reduciendo los márgenes de libertad en la toma de decisiones profesionales y regulando su quehacer cotidiano de forma exhaustiva.” (Montero y Gewerc, 2018). El cambio y la mejora educativa no se puede ordenar, prescribir, ni imponer desde arriba. Las prescripciones sobre qué deben hacer los profesores no transforman sus prácticas. Los cambios esperados no tendrán lugar sino se reconoce en los docentes el factor central de cambio (Denise Vaillant, 2005. Reformas educativas y rol de docentes). La transformación, la innovación y el cambio depende menos de leyes y reformas que de proyectos de centro y de prácticas profesionales.

Sin embargo, en las últimas décadas hemos pensado que mejorar los resultados de aprendizaje pasaba por elaborar prescripciones detalladas de los modos de enseñar. Es decir, por poner en marcha procesos de auditoría y supervisión sobre los docentes, estableciendo currículos fuertemente prescritos, libros de texto y materiales curriculares a prueba de profesores (Linda Darling-Hammond, 2001. El derecho de aprender). Muy en la línea con lo que Pasi Sahlberg ha denominado el Movimiento Global de Reforma Educativa (GERM en inglés) y en el que, utilizando la expresión de Murillo y Krichesky, poco a poco las evidencias comenzaron a reemplazar a las experiencias, como si las primeras (casi siempre cuantificadas) fuesen sinónimo de precisión, objetividad, verificabilidad y neutralidad frente a la imprecisión, subjetividad y contingencia de las segundas.Como si las evidencias no fueran también construcciones selectivas y carecieran de valores y prejuicios. En las últimas décadas hemos incurrido en la ilusión de la medida y en el error de querer medirlo todo.

Pero como decía recientemente Fernando Trujillo, “desconfiar del profesorado e imponerle modos de actuación de manera artificial genera rechazo, garantiza el fracaso y la frustración y es una opción que desprofesionaliza e incapacita, lo cual bloquea al sistema a corto y largo plazo”. Por el contrario, “los países que han tenido mayor éxito educativo son aquellos que promovieron mayor flexibilidad e innovación en la enseñanza y el aprendizaje, aquellos que invirtieron mayor confianza en docentes altamente calificados y que valorizaron un currículum amplio y aireado, sin intentar dirigir absolutamente todo desde arriba.” (Andy Hargreaves, 2009)

Vladimir Guerrero. https://flic.kr/p/Fzzx1W

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Tras varias décadas de reformas educativas, hemos aprendido que para cambiar la educación es necesario hacerlo con los docentes, como decía Denise Vaillant en 2005, no contra o a pesar de ellos. Sabemos que el cambio y la mejora escolar están más asociados “a procesos de búsqueda, indagación, confianza, formación, asesoramiento, colaboración, que a procesos de vigilancia” (Héctor Monarca y Noelia Fernández-González, 2016). Sabemos que es necesario reconocer y dar un mayor protagonismo a los docentes en la reivindicación de su función y en el refuerzo de su presencia pública. Si los cambios quieren tener una incidencia real en la vida de los centros han de generarse desde dentro para desarrollar su propia cultura innovadora, incidiendo en la estructura organizativa y profesional, implicando al profesorado en un análisis reflexivo de lo que hace.

La mejora necesaria de la educación pasa, entre otras cosas, por una profunda reforma de la profesión docente, pero “para cambiar la educación no sólo es necesario cambiar al profesorado (impartiendo más formación), sino potenciar también el cambio en los contextos donde el profesorado desarrolla su cometido: las escuelas, la normativa, el apoyo comunitario, los procesos de decisión, la comunicación” (Paco Imbernón, 2006). Es decir, no basta con actuar sobre las personas a nivel individual, debemos también actuar sobre las escuelas y sobre las culturas escolares.

Es bien conocida, por reiterada, la frase del informe elaborado por Michael Barber y Mona Mourshed para la consultora Mckinsey en 2007 (aquí la traducción al castellano) “la calidad de un sistema educativo tiene como techo la calidad de sus docentes”. Afirmación errónea y perjudicial y que Fernández Enguita, muy acertadamente ha calificado como el error mckinsey. Errónea porque como bien sostiene el propio Enguita “una organización es siempre algo distinto de los elementos que la forman, el todo es distinto que la suma de las partes” y perjudicial porque al centrar exclusivamente la atención en los profesores de manera individual ignora la enorme importancia que tienen las organizaciones, los recursos y las culturas escolares para la mejora escolar.Un techo, en todo caso, el de la calidad individual de los docentes, frágil y fácilmente fracturable, sujeto a una presión y a unas demandas que lejos de disminuir crecerán en los próximos años.

Ronald Valdes Balsells. https://flic.kr/p/23N1nrT

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Volvamos ahora sobre el título de este texto, en concreto sobre el llamado MIR educativo. Uno de los aspectos más importantes en la docencia es la iniciación en la profesión. Hace años que la literatura educativa insiste en la importancia y dificultad que tienen los primeros años de práctica docente. Hay cosas que sólo se aprenden en la práctica. La transición desde la formación inicial al primer trabajo puede ser en muchos casos traumática y provoca en la mayoría de los docentes nuevos lo que desde hace décadas se conoce como unshock de realidad (Simon Veenman, 1984). Y aunque el término es algo engañoso ya que sugiere que es algo corto y que pasa rápido (cosa que está lejos de ser cierta), la imagen del choque de realidad apela acertadamente a la difícil asimilación de una realidad compleja que se impone al maestro y que tiene influencia sobre su comportamiento, sus creencias sobre la educación, su concepción de la profesión e incluso su personalidad.

El shock de realidad que experimentan al incorporarse por primera vez a la profesión, les lleva en muchas ocasiones a recurrir a sus propios recursos, siguiendo aquello que Dan Lortie, en un libro ya clásico tituladoSchoolteacher (1975), denominó el “aprendizaje por observación” (apprenticeship of observation), es decir,recurriendo a aquello que aprendieron, muchas veces de manera no intencionada, sobre la la práctica docente tras miles de horas pasadas previamente como estudiantes observando a sus maestros y que llega a crear expectativas y creencias difíciles de remover.

Estos primeros años constituyen un periodo fundamental en el desarrollo profesional. Los profesores nuevos tienen que enseñar y tienen que aprender a enseñar (Sharon Feiman-Nemser, 2001). Simon Veenmanidentificó los principales desafíos de los nuevos docentes en distintos países encontrando bastante similitudes: “motivar a los alumnos a aprender, gestionar la clase, lidiar con las diferencias individuales entre los estudiantes, evaluar el trabajo de éstos y gestionar la comunicación con los padres de familia, fueron considerados por casi todos los docentes nuevos encuestados en el estudio”. (OCDE, 2009. Los docentes son importantes). Y el problema, como señaló Carlos Marcelo, es que deben hacer esto cargados de las mismas responsabilidades que los docentes con más experiencia.

Son un periodo clave porque es cuando los nuevos profesores aprenden e interiorizan las normas, los valores y las conductas que caracterizan a la cultura escolar. Es una etapa “determinante para conseguir un desarrollo profesional coherente y evolutivo.” (Carlos Marcelo, 2008.Empezar con buen pie) y son también años importantes para asegurar un profesorado motivado, implicado y comprometido con su profesión. Para Carlos Marcelosi queremos asegurar el derecho de nuestros alumnos a aprender y si queremos que nuestras escuelas sigan siendo espacios donde se construye el conocimiento de las nuevas generaciones, es preciso prestar mucha mayor atención a la forma cómo los nuevos profesores se insertan en la cultura escolar.” Aprender a enseñar es un proceso complejo que lleva años.

Sjoerd Lammers. https://flic.kr/p/LPciD6

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Centrarse en estos primeros años nos permite además, como han señalado Denise Mewborn y Andrew Tyminski, destacar la importancia que tienen sobre los profesores sus imágenes y creencias previas sobre la enseñanza y el aprendizaje y, por tanto, nos da pistas sobre cómo deber ser la formación docentey sobre la importancia de capacitar a los docentes durante su formación para analizar críticamente estas creencias, a menudo profundamente arraigadas, ayudando a los nuevos docentes a desarrollar nuevas visiones de lo que es posible y deseable en la enseñanza para inspirar y guiar su aprendizaje y práctica profesional.

Los profesores en su primer año de docencia son extranjeros en un mundo extraño, un mundo que les es conocido y desconocido a la vez. Aunque hayan dedicado miles de horas en las escuelas viendo a profesores e implicados en los procesos escolares, los profesores principiantes no están familiarizados con la situación específica en la que empiezan a enseñar” (Johnston y Ryan, citados por Carlos Marcelo aquí).

No son pocos, por tanto, los autores que defienden de manera clara desde hace años que el periodo inicial de inserción profesional es una etapa bien diferenciada tanto de la formación inicial como de la formación continua y requiere una atención diferenciada con programas específicos. Son lo que la literatura educativa, y en la práctica en muchos países, se denomina programas de inducción profesional y que aquí, haciendo uso de nuevo de una metáfora (como la del techo de cristal) potente pero peligrosa por las evidentes diferencias, hemos denominado MIR educativo.

Karry K. Wong, en un artículo seminal de 2004 sobre los programas de inducción profesional, los definía como “una formación integral y exhaustiva más un proceso de asesoramiento y apoyo a nivel de todo el sistema que dura entre 2 o 3 años, para integrarse posteriormente y de manera natural en los programas de desarrollo profesional de los nuevos profesores” y hacía referencia a un estudio comparativo sobre los programas de inducción en Suiza, Japón, Francia, Shanghai y Nueva Zelanda donde se encontraba que en todos los casos se trataba de programas muy estructurados, completos, rigurosos y monitoreados, donde los distintos roles estaban claramente definidos; que en todos se entendían como una primera fase en un proceso de aprendizaje profesional continuo a lo largo de la vida; y que, en todos, la colaboración era vista como una fortaleza, fomentando así el intercambio entre los docentes no solo de experiencias, prácticas, herramientas sino también de un lenguaje común.

Transformer18. https://flic.kr/p/qcFJZo

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No hay dos programas de inducción iguales. Hay, de hecho, una gran variedad internacional en cuanto a sus características, contenidos y duración. Pueden ir desde una reunión a principio de curso a programas largos y muy estructurados. Pero sí hay elementos comunes: en todos comienzan con una iniciación de 4 o 5 días antes de que comience la escuela; se ofrece una capacitación sistemática durante un período de 2 o 3 años; se facilitan la formación de comunidades de aprendizaje en las que los nuevos maestros puedan establecer contactos y encontrar apoyo; hay un apoyo administrativo fuerte; poseen un elemento de mentoría (hecha por un profesor experimentado que recibe formación específica para ello); y ofrecen oportunidades para que los participantes visiten las aulas de otros compañeros (Karry K. Wong, 2004).

Características todas que plantean grandes exigencias organizativas, de planificación y de previsión, pues afectan a las actuales estructuras escolares y a sus recursos (presupuestos, calendarios, tiempos, cargas docentes), a los actuales docentes y futuros mentores (formación específica, retribución, dedicación, liberación de otras cargas) y que nos deberían alertar ante las propuestas improvisadas y poco pensadas que suelen lanzar nuestros políticos.

Como decíamos, la transformación, la innovación y el cambio necesarios dependen menos de leyes y reformas que de proyectos de institución y de prácticas profesionales. “Si queremos nuevas prácticas docentes y patrones de relaciones entre los profesores, esto conduce paralelamente a actuar en los contextos organizativos en que trabajan.“ (Bolívar, Domingo, Escudero, Rodrigo, 2015). Si queremos que los cambios tengan una incidencia real en la vida de los centros y ser sostenibles han de generarse desde dentro para desarrollar su propia cultura innovadora, incidiendo en la estructura organizativa y profesional, implicando al profesorado en un análisis reflexivo de lo que hace.

La mejora de un centro educativo depende en gran medida de su capacidad para desarrollar internamente el cambio. La buena noticia es que “todas las escuelas tienen la capacidad interna de mejora” (Alma Harris, 2002. School Improvement).

Sjoerd Lammers. https://flic.kr/p/ZXAN6E

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Javier Murillo y Gabriela Krichesky recogían en un recomendable artículo de 2015, las principales lecciones aprendidas de cinco décadas del movimiento de mejora escolar identificando seis factores principales que deberíamos tener en cuenta hoy para la puesta en marcha de procesos de transformación escolar: “la colaboración docente y el trabajo en redes, la implicación de la comunidad, el liderazgo sistémico, la centralidad de los procesos de enseñanza y aprendizaje, el debate entre la responsabilidad y la rendición de cuentas, y las nuevas relaciones entre la administración pública y las escuelas”.

Para que los cambios sean eficaces han de afectar a los procesos de enseñanza y aprendizaje y a la organización, pero sobre todo a la cultura escolar y a la cultura profesional. Entendiendo por cultura escolar al conjunto de “valores, normas, expectativas, compartidas a la comunidad; a esos elementos que hacen que una escuela sea innovadora, aprenda, trabaje en equipo” (Murillo y Krichesky, 2015) y por cultura profesional los “conocimientos, creencias, valores, normas, rutinas y actitudes del profesorado sobre la enseñanza, sobre enseñanza y tecnologías, sobre el alumnado, las relaciones entre profesores, las visiones de su actividad profesional, sus percepciones sobre el cambio” (Montero y Gewerc, 2018).

Tal y como sostenían Darling-Hammond y Mclaughlin, los profesores aprenden haciendo, leyendo y reflexionando a través de la colaboración con otros, observando muy de cerca el trabajo de los estudiantes, y compartiendo lo que observan. El cambio educativo sólo será significativo si activa los procesos de acción-reflexión-acción de los protagonistas de forma participativa, cooperativa, negociada y deliberativa(Enrique Miranda Martín, 2002). Algo que, por cierto, ya estaba en John Dewey cuando hablaba de la “reflective action” y en Donald Schön y su  profesional reflexivo.

Lo que nos lleva de nuevo a los programas de inducción profesional. De nada nos serviría poner en marcha programas de inducción profesional (entiéndase un MIR educativo) si éstos refuerzan modelos de enseñanza, prácticas docentes y culturas escolares poco adecuados para los desafíos educativos actuales. El proceso de inserción no debe sólo integrar al nuevo profesorado en la cultura escolar vigente, debe ayudar a desarrollar en los nuevos docentes una mirada crítica y reflexiva de la profesión.

Sjoerd Lammers. https://flic.kr/p/ZgAj29

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No podemos diseñarlos de manera superficial. Los mejores programas de inducción ofrecen oportunidades de conexión entre docentes porque están estructurados dentro de comunidades de aprendizaje donde los docentes nuevos y los veteranos interactúan(Karry K. Wong, 2004). Los mejores programas de inducción, mantenía Wong, apoyan redes que crean comunidades de aprendizaje; tratan a todos los participantes como colaboradores valiosos; crean comunidades de aprendizaje donde tanto los nuevos maestros como maestros veteranos, adquieran conocimientos; y demuestran que la enseñanza de calidad no es solo una responsabilidad individual, sino también en una responsabilidad colectiva.

La colaboración y el apoyo mutuo, las redes profesionales, el aprendizaje permanente, el uso de evidencia, la implicación de las familias y la colaboración de las administraciones educativas son fundamentales frente al desafío de mejorar un sistema educativo en su conjunto (Hargreaves y Shirley, 2012. La cuarta vía). “La enseñanza se ha convertido en un trabajo imprescindiblemente colectivo”, como dice Paco Imbernón en Claves para una nueva formación del profesorado.

La colaboración y el intercambio de prácticas entre colegas, no el aislamiento, deben convertirse en la norma para los docentes. Lo que nos exige trabajar a favor de un profesionalismo ampliado, construido en la interacción y colaboración con otros colegas. Necesitamos transformar la tradicional cultura escolar individualista por una cultura de la colaboración. La reclusión en el aula individual no lleva muy lejos la innovación si, al tiempo, no se incrementan los modos de trabajar y aprender juntos. Debemos tener siempre presente que las creencias de los docentes suelen estar determinadas por las estructuras en el que trabajan.

El excesivo aislamiento en un mundo abierto genera estrés y desmotivación.” (Alberto Revenga en Francisco Imbernón. Ser docente en una sociedad compleja). Debemos favorecer el aprendizaje intencionado de los maestros trabajando en equipo (Andy Hargreaves y Michael Fullan, 2014. Capital profesional). “El equipo es un entorno en el que aprender, en el que recibir constantemente retroalimentación cualificada y en el que obtener reconocimiento, a la vez que un antídoto contra el aislamiento del aula tradicional.” (Mariano Fernández Enguita. Más escuela, menos aula).

Hoy la enseñanza exige una cultura profesional que, desde la autonomía y el juicio crítico, adopte una disposición colaborativa en el pensamiento y la práctica (Alberto Revenga en Francisco Imbernón. Ser docente en una sociedad compleja). Pero no se trata, advierten Bolívar, Domingo, Escudero, Rodrigo, de que todos piensen y sientan del mismo modo, “ni de que lo colectivo diluya a lo individual y más personal. La colaboración profesional no tiene por qué anular la diversidad ni potenciar la homogeneidad y la unanimidad de creencias.” Eliminar el individualismo no es lo mismo que eliminar la individualidad. La individualidad genera desacuerdo creativo y riesgo que son recursos de aprendizaje grupal dinámico y de progreso (Andy Hargreaves & Michael Fullan. 2014)

Si queremos cambiar los papeles que las personas ejercen en una organización, en lugar de predicarlo para que cambien de creencias, es preferible crear las estructuras y contextos que apoyen, promuevan y fuercen las prácticas docentes que deseamos”(Antonio Bolívar y Rosel Bolívar, 2016)

Sjoerd Lammers. https://flic.kr/p/YrRrEc

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La innovación y el cambio exigen hacer esfuerzos explícitos para fomentar y desarrollar en las escuelas entornos de confianza. Cada actor implicado en el proceso de cambio debe tener confianza en su propia capacidad, en la de sus colegas y en la de la escuela globalmente para promover la innovación y el cambio (Alma Harris, 2002). El trabajo colectivo en entornos de confianza facilita la reflexión en las propias prácticas, lo que permite a los docentes tomar riesgos, resolver problemas y atender los dilemas en su práctica (Effective Teacher Professional Development, 2017). Necesitamos trabajar por una cultura de la colaboración, la cooperación, la confianza, la complicidad, el apoyo mutuo y la tolerancia profesional. Sin embargo, como advierte Imbernón, “las estructuras organizativas escolares no están creadas para favorecer ese trabajo colaborativo. Las clases ideadas como celdas, los agrupamientos homogéneos bajo criterios no coherentes, la jerarquización dentro de las instituciones, la creciente especialización y la parcelación de la enseñanza constriñen e impiden una forma de trabajar conjunta.” Las estructuras escolares, los tiempos, la organización curricular actual dificulta que los profesores piensen en términos de problemas compartidos o de objetivos organizativos más amplios.En el interior de las escuelas, los profesores tienden a pensar en términos de mi aula, mi materia o mis alumnos” (Darling-Hammond y Mclaughlin, 2004).

La colaboración profesional tampoco se alcanza por mandato administrativo. Las culturas colaborativas no surgen solas. Requieren de mucho tiempo, atención y sensibilidad. No hay atajos. Pensar el centro como tarea colectiva es convertirlo en el lugar donde se analiza, intercambian experiencias y se reflexiona, conjuntamente, sobre lo que pasa y lo que se quiere lograr. Son los docentes y directores, individualmente y en grupos reducidos, quienes deben crear la cultura escolar y profesional que necesitan.

Necesitamos reprofesionalizar la docencia. Lo que nos lleva de nuevo al tema inicial y a la importancia de los docentes para liderar el cambio que la educación escolar necesita hoy.

Reprofesionalizar la docencia es, en primer lugar, oponerse a aquellos que pretenden simplificar la complejidad de la enseñanza. Las soluciones a los desafíos actuales no son fáciles, ni de corto plazo. Pero también a todos los que consideran que ser docente es sobre todo una cuestión técnica, basada esencialmente en las capacidades individuales y que aceptan sin crítica la afirmación Mckinsey, insisten en individualizar los retos (buscar los mejores expedientes, priorizando la formación de las capacidades individuales…) e ignoran la importancia de los contextos de trabajo y las culturas escolares.

Aarón León Calles. https://flic.kr/p/JmVLH4

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Reprofesionalizar la docencia es aumentar el capital profesional de los docentes y de las escuelas, entendido como la combinación de capital humano, social y decisorio (Andy Hargreaves y Michael Fullan, 2014).

“En la enseñanza, el capital humano es desarrollar el conocimiento y las destrezas necesarias para la profesión. Es conocer el tema y saber cómo enseñarlo, conocer a los niños y saber cómo aprenden, entender la diversidad cultural y las circunstancias familiares de los alumnos, estar familiarizado y poder elegir las prácticas acertadas e innovadoras y tener las capacidades emocionales para empatizar con diversos grupos de niños y adultos dentro y fuera de la escuela” (Andy Hargreaves & Michael Fullan. 2014. p. 118).

El capital humano hace referencia al talento individual. Hace referencia directa a la afirmación Mckinsey, en concreto, y, en general, a todas las políticas educativas y a las posturas que sostienen que la mejora de la educación pasa por seleccionar a los mejores, a los más dotados, a los más formados para ejercer. Pero, como sostienen Hargreaves y Fullan (2014. p. 122) la variable clave que determina el éxito no es el capital humano sino el grado de capital social, es decir, la cantidad y calidad de las interacciones y relaciones sociales entre las personas. “Si el capital social es débil, todo lo demás está destinado al fracaso.” (Hargreaves y Fullan, 2014). “Los docentes tendrán escasez de capital profesional si no están lo bastante cualificados, si pasan la mayor parte del tiempo aislados, si no obtienen retroalimentación y apoyo de compañeros y si no están conectados con docentes de otras escuelas. Tendrán escaso capital profesional si no invierten en los años requeridos para mejorar su práctica y no disponen de orientadores, mentores, y el tiempo para reflexionar sobre dicha práctica.” (Hargreaves y Fullan. 2014. p. 122).

No es que no sea importante la capacitación individual de los docentes y, en consecuencia, su formación inicial, la inducción profesional o el desarrollo profesional posterior. Es que no es suficiente. No es suficiente si todo ello no está orientado a desarrollar la capacidad de trabajar y aprender con otros. No es suficiente si lo individual no sirve para potenciar lo colectivo.

Nick Kenrick. https://flic.kr/p/GyFdWK

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En un artículo reciente, Lucas Gortazar y Eva Flavia citaban la investigación de Ronfeldt, Farmer, McQueen y Grissom en la que claramente se mostraba tanto una correlación entre los resultados de los alumnos y el trabajo en equipo entre docentes, como las ganancias individuales en terminos de capacitación profesional de los docentes que colaboran entre ellos:

“Cada maestro individual gana conocimientos cuando estableve relaciones de colaboración con sus colegas sobre la enseñanza, lo que mejora su desempeño individual”

“Además de ser bueno para los maestros, nuestros resultados también sugieren que la colaboración beneficia a los estudiantes. Los resultados de aprendizaje de los estudiantes son mayores en las escuelas con entornos colaborativos más fuertes y en las aulas de maestros que son más colaboradores.” (Ronfeldt, Farmer, McQueen y Grissom)

Reprofesionalizar la docencia pasa, en definitiva, por hacer una apuesta decidida por mejorar la colaboración entre docentes, aumentando su capital profesional. Lo que pasa por aumentar el capital profesional (humano, social y decisorio) de todos los docentes individualmente y del centro educativo colectivamente. Pasa por reconstruir las escuelas como comunidades profesionales de aprendizaje(Antonio Bolívar y Rosel Bolívar, 2016), por romper la habitual cultura individualista, el solipisismo docente y por promover, a cambio, la colegialidad, el asesoramiento entre docentes y el trabajo en colaboración como requisitos básicos para la mejora y el cambio educativo. Pasa por ser conscientes de que los grupos, los equipos y las comunidades son muchos más poderosos que los individuos cuando se trata de desarrollar capital humano. Pasa por crear una comunidad de docentes que discuta y desarrolle sus intenciones en conjunto, con tiempo, de modo de desarrollar un sentido común de misión en sus escuelas (Michael Fullan y Andy Hargreaves. La escuela que queremos. 1996. p.32). Pasa por hacer de las escuelas no sólo un lugar de aprendizaje para los alumnos, sino también un lugar de aprendizaje y desarrollo profesional para quienes en ella trabajan. Pasa por pensar “el centro como tarea colectiva, convirtiéndolo en el lugar donde se analiza, discute y decide, conjuntamente, sobre lo que pasa y lo que se quiere lograr” (Antonio Bolívar, 2000. Los centros escolares como comunidades).

Nick Kenrick. https://flic.kr/p/hPj2E3

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Decir, por tanto, que el MIR educativo no es la solución, no es decir que no sea una buena idea. Una idea necesaria como hemos visto y habitual en numerosos países. Afirmar que ya tenemos los mejores docentes no significa que no necesitemos trabajar por incorporar a la docencia a los mejores, definiendo previamente las competencias necesarias para ser docente hoy y revisando en profundidad el sistema de acceso a la profesión tanto en la escuela pública (oposiciones) como en la privada. Tampoco significa que no debamos buscar soluciones a problemáticas crecientes como el desapego y el malestar docentes, el desequilibrio entre mujeres y hombres o el envejecimiento de las plantillas. Ni significa que no sea urgente mejorar profundamente la formación inicial (tanto el acceso a la misma, como su contenido y duración), ni que no tengamos que profundizar en un adecuado desarrollo profesional continuo del profesorado.

Todo esto es necesario (y urgente) sin duda, pero los cambios que necesitamos, como hemos visto, no pasan por estandarizar, fijar hasta el último detalle los currículums, aumentar las evaluaciones externas, apelar a  la competencia entre escuelas como motor de mejora o presionar y responsabilizar a los docentes. No pasan por soluciones únicas.

“Debemos reconocer que los problemas del mundo —y en particular los relativos a la educación— son intrínsecamente complejos e interdependientes y que no admiten soluciones simplistas”. Ferrán Ruiz Tarragó (2018, 20 mayo). Tiempos postnormales

Pasan por construir una cultura escolar con normas y valores compartidos, donde se dé un diálogo reflexivo, la interdependencia, la práctica pública y el trabajo colaborativo entre los profesionales de la educación (Antonio Bolívar, Katia Caballero, Marina García-Garnica, 2017. Evaluación multidimensional del liderazgo pedagógico). Pasa por poner el foco en la profesionalización de la docencia, incrementando al mismo tiempo el capital profesional (humano, social y decisorio) de los docentes y de las escuelas y “estimulando que sean los propios centros los que lideren la mejora, a través del desarrollo de su capacidad interna plasmada en el incremento de su capital social, organizacional e intelectual” (Javier Murillo y Gabriela Krichesky, 2014).

La enseñanza no es un asunto técnico. Todo lo contrario. Es algo profundamente ligado a la acción y a la práctica. Es una práctica racional, reflexiva e intencional pero también subjetiva y altamente incierta. Requiere improvisación, conjetura, experimentación y valoración (Carlos Marcelo, 2001), cualidades muy alejadas de una concepción puramente técnica de la misma. Requiere, por parte de los profesionales, de una continua reflexión sobre, desde y en la práctica (Donald A. Schön. The reflective practitioner).

Nick Kenrick. https://flic.kr/p/fLDw1r

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Tampoco es un asunto individual. Los informes internacionales vinculan resultados con las competencias del profesorado y específicamente con su formación, pero ignoran en muchos casos la responsabilidad de los contextos sociales y económicos, las condiciones de los alumnos, las condiciones de trabajo de los docentes, las dinámicas existentes dentro de las escuelas, las culturas profesionales predominantes o las cultura escolares.

Abordar los retos actuales de la educación escolar pasa por hacer una apuesta decidida por mejorar la colaboración entre docentes. Es cierto, como se sostienen desde el Foro de Sevilla, que “es necesario volver a poner de relieve el modelo de profesional docente ligado a un trabajo autónomo, reflexivo y comprometido, lejos de la figura de un aplicador de estándares y normas, sujeto a perfiles profesionales que no corresponden con el trabajo educativo”, pero sobre todo debemos trabajar por transformar la tradicional cultura individualista que aún impera en la mayoría de nuestros centros educativos por una cultura de la colegialidad y el apoyo mutuo. La colegialidad que necesitamos no es lo opuesto a la individualidad. Al contrrio, como hemos visto, es la mejor manera de aumentar las capacidades individuales de los docentes y poder romper el falso techo Mckinsey. Es, de hecho, la única manera de poder soportar y encarar la presión y las expectativas crecientes que soporta la educación y los docentes.

Ante los retos educativos de nuestro tiempo, es cada vez más importante romper el tradicional aislamiento del profesor en su aula, así como la separación entre la escuela y su entorno. Es necesario trabajar desde la formación inicial, los periodos de inserción profesional y el desarrollo profesional continuo por una cultura de la colaboración docente, el liderazgo distribuido, el trabajo en redes y la implicación de toda la comunidad.

La única manera de atender al reto de la diversidad es con diversidad. Una educación de calidad y adaptativa, no puede surgir de la simple suma de las decisiones de los docentes y otros profesionales, sino que requiere un proyecto educativo compartido que nos lleva al nivel y el ámbito del centro y a su proyecto. (Mariano Fernández Enguita. 2018). Tradicionalmente la escuela ha dado respuestas colectivas (iguales para todos) basadas en el trabajo individual de los docentes. Ahora debe dar respuestas individualizadas desde el trabajo colectivo de equipos docentes.

No hay manuales, ni cursillos cortos para ser un buen docente. No hay soluciones mágicas, ni caminos fáciles. Llegar a serlo es un proceso largo, complejo, altamente contextual, lleno de incertidumbre y conocimiento tácito. El tema es todo menos sencillo.

Termino citando una vez más a Javier Murillo y Gabriela Krichesky: “Si para cambiar hay que aprender a hacer las cosas de forma diferente, para mejorar es imprescindible una dosis de esperanza y optimismo. Los esfuerzos por innovar en la enseñanza no solo deben estar bien argumentados y fuertemente arraigados a los aprendizajes de los estudiantes, sino que además deben embeberse de una firme creencia de que es posible conseguir mejores escuelas para todos.”

Fuente: https://carlosmagro.wordpress.com/2018/03/31/el-mir-educativo-no-es-la-solucion-ya-tenemos-a-los-mejores-docentes/

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Contenidos

Por Carlos Magro

En la escuela tradicional* al conocimiento se le llama “contenido” y está literalmente “contenido”, encerrado, encajado, limitado, apretado y retenido en pequeños espacios inconexos llamados “libros de texto” (digitales o en papel), páginas, disciplinas, asignaturas o plataformas.

El conocimiento en una “escuela tradicional”, al que recuerdo llamamos contenido, no es libre, no circula, no le dejamos expandirse, ni mezclarse, ni relacionarse con su homólogo de fuera, el conocimiento, que sí que circula o puede circular libremente por la Red y por las redes. En la “escuela tradicional” el conocimiento es escaso. Por eso lo encerramos entre las paredes de un aula o los márgenes de un libro, para que no se escape, ni se descontrole. Por eso, también, pagamos por acceder a él. Por eso lo llamamos contenido.

Missing one. Greg Simenoff cc by-nc-sa https://flic.kr/p/YbdnGi

Missing one. Greg Simenoff cc by-nc-sa https://flic.kr/p/YbdnGi

En la “escuela tradicional” el contenido no anda libre por los pasillos, sino que está contenido dentro de las paredes del aula y cada aula, a su vez, responde a una asignatura y a un nivel educativo. Es una escuela graduada. Y el contenido es suministrado gradual y dosificadamente. En la “escuela tradicional”, el contenido nunca está fuera de lugar. Siempre sabemos dónde está. No anda desubicado. Difícilmente pueden suceder imprevistos.

En la “escuela tradicional”, los alumnos pasan la mayor parte de su tiempo “contenidos en sus aulas”. Y cuando circulan por la escuela lo hacen por caminos permitidos y en tiempos preestablecidos. Es muy fácil saber dónde están (o al menos donde debería estar) unos alumnos/as en un momento dado del día. Cuando llega un inspector a un centro educativo le basta con preguntar dónde está el aula de matemáticas de 1º de la ESO, porque sabe que allí encontrará a los alumnos de 1ºESO (tiene la lista con nombres y apellidos) y al profesor de matemáticas (al que puede llamar por su nombre porque lo lleva anotado) dando la clase que corresponde, como estaba previsto, a esa hora y a ese día concreto del curso escolar. No hay sorpresas.

Los docentes de una “escuela tradicional” también están “contenidos” a unos espacios establecidos y unos tiempos prefijados. Contenidos durante tiempos determinados y siempre iguales en sus aulas. Y cuando salen de un aula, tienen que ir a otra.

Dependiendo del nivel o del tamaño del centro, compartirán con sus compañeros de departamento o de nivel algún espacio y algún tiempo, pero pocos. No sobra el tiempo para nada que no esté fijado en el documento de organización del centro o en la planificación docente. Es difícil la colegialidad en un “colegio”.

Fuera de la escuela no hay contenido. Hay conocimiento. Fuera no hay escasez. Hay abundancia. Pero fuera también hay menos orden. Fuera es el espacio del acontecimiento y la extrañeza. Fuera domina la incertidumbre, lo azaroso, lo inesperado, las sorpresas y la mezcla. Fuera, el orden y la estructura no está contenida en un documento o en un dispositivo, sino que la dan las redes y los usos que damos colectivamente al conocimiento.

Frasser Elliot. cc by-nc https://flic.kr/p/8B9UAH

Frasser Elliot. cc by-nc https://flic.kr/p/8B9UAH

Fuera, las cosas no son binarias, sino difusas, grises, con muchos matices. Donde dentro hay seguridad y estabilidad, fuera hay riesgo y variabilidad. Estar dentro es estar a salvo, pero salir es una promesa. Es la promesa de la desorganización. Es el territorio de la automotivación, del interés personal, de la curiosidad y la experimentación. De los aprendizajes no planeados y autodirigidos. Es el espacio sin normas y sin forma. Es el terreno de lo informal.

Fuera, los contenidos no se llaman ya contenidos sino recursos. Y cuando se dan ciertas condiciones los llamamos Recursos Educativos Abiertos. Recursos que se pueden utilizar, reutilizar, modificar, intercambiar, mezclar y combinar. Recursos que no están contenidos, no están encerrados y no son, en ese sentido, contenidos. Y que cuando, por ejemplo, los encerramos en plataformas dejan de funcionar. Son libres y circulan y, al circular, podemos modificarlos, recombinarlos y recrearlos. Y al hacer todo esto puede pasar que lo que resulta ya no es disciplinar, sino multidisciplinar. Que no trabaja una sola competencia sino varias y que no responde a un estándar sino a la combinación de varios.

Los Recursos Educativos Abiertos nos permiten liberar el conocimiento y abrir las prácticas. Los Recursos Educativos Abiertos abren, valga la redundancia, las cerraduras con las que tenemos cerrada la Escuela y dentro de ésta las aulas. Y una vez abiertas escuela y aula, el contenido deja de estar contenido. El conocimiento entra y sale. Deja de ser contenido.

Pero la libertad y la abundancia generan incertidumbre en la mayoría de nosotros. Y muchos preferimos entonces volver a la seguridad de lo conocido, de los límites establecidos, de lo pautado y determinado. Volver a la seguridad de los contenidos y del libro de texto que nos ayudan a interpretar el currículo (qué se aprende y qué no, cuánto aprendemos de cada, a qué ritmo y en qué orden y también de qué forma, si es leyendo mejor que viendo o recordando antes que haciendo).

Sabemos que debemos abrirnos, que debemos salir y dejar entrar lo que está fuera. Sabemos que debemos vincular lo que hacemos en el aula y en la escuela a la vida de nuestros alumnos. Que debemos expandir el aula y abrir la educación. Abrir el aula y derribar muros. Abrirnos a otros conocimientos y otras metodologías.

Ángel Torres cc by https://flic.kr/p/keeDMa

Ángel Torres cc by https://flic.kr/p/keeDMa

Sabemos de algunos que salieron y que están bien. No les ha pasado nada. Están mucho mejor según cuentan. También sus alumnos. Pero a la mayoría el “afuera” nos da miedo. No nos sentimos seguros y preferimos parapetarnos entre las paredes del aula y los márgenes del libro de texto.

Pero si alguien nos acompañara muchos saldríamos. Hacen falta actores que nos ayuden a navegar por la libertad y la abundancia. Por la incertidumbre de lo desconocido. Hacen falta actores que nos ayuden a movernos también por lo que podríamos llamar nuestras Zonas de Desarrollo Próximo Digital. Por zonas de incertidumbre cercanas a la seguridad de lo tradicional, pero abiertas. Zonas donde podamos ser mejores. Zonas donde seguirá también existiendo la incertidumbre normal del ecosistema digital, pero también donde habrá acompañamiento y asesoramiento que nos ayude a aminorar esa incertidumbre.

Zonas que se extenderán más allá de los límites del aula y del libro de texto, dependiendo de cada docente, de cada grupo de docentes, de cada grupo de alumnos y de cada escuela.

*Este texto es una simplificación de la compleja realidad de la educación escolar y de la difícil tarea de educar hoy. Lo es también del complejo entorno social en el que la escuela debe actuar hoy. Y lo es, por último, también, de la complejidad del entorno tecnológico y digital y de las relaciones de éste con la escuela.

No existe como tal una escuela tradicional. Hay muchas escuelas, muchos docentes y muchas maneras de enfrentar los grandes retos que la educación tiene hoy. Hablar de escuela tradicional como si fuese un modelo único que responde a unas características comunes y generalizables es, como decía, una simplificación. Aún así, la hemos utilizado porque creemos que ilumina aspectos interesantes para entender parte de los retos que la escuela tiene en el entorno tecnológico y digital en el que ya vivimos.

**El texto fue publicado originalmente el pasado 2 de febrero en el blog de SantillanaLab y fue escrito en el contexto de la tercera temporada de SantillanaLab, edición 2017. Es una reflexión personal pero recoge el trabajo y las conversaciones mantenidas con mis compañeras Cristina Arroyo, Marta Bonet yBeatriz Iranzo, así como la rica discusión que se estableció el 18 de octubre de 2017 en la sesión del Lab dedicada a los Recursos Educativos Abiertos con el resto de compañeros y compañeras de SantillanaLab y un buen grupo de maestras, maestros, profesores y profesoras, a los y a las que desde aquí agradezco su tiempo y generosidad.

Fuente: https://carlosmagro.wordpress.com/2018/02/09/contenidos/

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Educación digital no es alfabetización digital

Por: Carlos Magro.

La transformación digital está difuminando la distinción entre lo real y lo virtual, entre lo natural, lo humano y lo artificial. «No hay un solo instante en la vida de las personas que no sea modelado, contaminado o controlado por algún dispositivo», sostiene Giorgio Agamben. Hemos cambiado para siempre la forma en que nos comunicamos, nos informamos, trabajamos, nos relacionamos, amamos o protestamos, decía hace unos años Manuel Castells. Más que cambiar entre un estado online u offline cada vez es más claro que vivimos en un estado onlife permanenteVivimos hiperconectados, dice Jordi Jubany.

«Toda tecnología tiende a crear un nuevo mundo circundante para el hombre», afirmaba Marshall McLuhan allá por 1962. La tecnología no es solo un conjunto de herramientas. No es neutra. Es, sostiene Luciano Floridi, una fuerza ambiental, antropológica, social e interpretativa que está afectando a la concepción sobre nosotros mismos (quiénes somos), a las interacciones con los demás (cómo socializamos), a cómo interpretamos la realidad (nuestra metafísica) y a las interacciones con esa realidad (nuestras acciones). Los objetos tecnológicos están fuertemente entremezclados con la sociedad (Sheila Jasanoff). Influyen y dan forma a nuestras acciones, en la misma medida en que nuestras acciones dan forma a los objetos tecnológicos. No solo cambian lo que hacemos, sino también lo que somos. Al diseñarlos fomentamos y amplificamos ciertos comportamientos, y limitamos y reducimos otros. Definen nuevas formas de hacer y nuevas relaciones sociales y económicas. También, por supuesto, nuevas formas de aprender y de enseñar.

Nos ha faltado profundidad y complejidad a la hora de pensar el impacto de la tecnología sobre nuestras vidas. Con demasiada facilidad hemos caído en posiciones simplistas y muy polarizadas. Nos hemos mostrado profundamente utópicos, al tiempo que hemos enarbolado la bandera del más radical ludismo tecnológico. Evitar este dualismo estéril, dice Neil Postman, pasa por hacer de la tecnología un objeto de indagación, problematizando tanto su aceptación y uso como su rechazo e ignorancia. Necesitamos nuevas metáforas que nos ayuden a afrontar las nuevas situaciones. Necesitamos otros modos de imaginar y articular las relaciones entre el individuo, sus instrumentos y la sociedad. Necesitamos una ciudadanía crítica y reflexiva digitalmente (DigCom 2.1). Necesitamos una ciudadanía que, como sugería Iván Illich, controle sus herramientas.

Repensar y desarrollar nuevas formas de educación son algunos de los desafíos más importantes de nuestro tiempo. El reto no es si usar o no la tecnología, sino repensar la educación con ella. Obtener lo mejor de las tecnologías pasa, como sostiene Neil Selwyn, por estar preparados para pensar en lo peor, pero también por ser capaces de imaginar lo mejor.

La tecnología siempre ha sido importante en la educación. Nuestra actual organización escolar debe mucho a la más eficiente tecnología educativa de todos los tiempos: el libro de texto. Es importante, por lo tanto, no dejarnos llevar por la habitual amnesia educativa, y recordar que siempre ha existido una estrecha relación entre educación y tecnología, pero también que la historia de la tecnología educativa está llena de futuros que nunca han sido presentes.

Carlos Magro abrió la «Jornada de formación para docentes Universo Internet», el proyecto de alfabetización digital crítica del CCCB

Hace tiempo que las tecnologías entraron en la educación, pero en la mayoría de las ocasiones lo han hecho de una manera desigual, fragmentada y desde una concepción restringida y limitada de las mismas, modificando apenas los procesos de enseñanza. Encontramos tecnología en los despachos y en las aulas, en los procesos administrativos y de comunicación con las familias. Los profesores las utilizan cada vez más para preparar sus clases y los alumnos para buscar información y elaborar trabajos. Pero, en la mayoría de los casos, siguen quedando fuera del proyecto pedagógico del centro y del núcleo central del proceso de enseñanza-aprendizaje. La tecnología permanece en la periferia. Sigue pendiente desarrollar una pedagogía con, para y en la red.

Constatar que el cambio educativo a través de la tecnología ha resultado, hasta ahora, una promesa incumplida no nos debe llevar a ser pesimistas sobre el potencial transformador de la tecnología en educación ni, por supuesto, abandonar la pretensión de educar con y en tecnologías. Máxime cuando, como decíamos, las actuales tecnologías, lejos de constituir simplemente una caja de herramientas, definen un nuevo entorno de aprendizaje que, entre otras consecuencias, está ampliando el concepto de alfabetización, modificando nuestra relación con los contenidos, demandando nuevas formas de enseñanza-aprendizaje y difuminando las fronteras entre el aula y el hogar, lo formal y lo informal.

Constituyen un nuevo entorno que debe ser dominado por alumnos y profesores. La solución no pasa por prohibirlas. La brecha entre el uso social (informal) y el uso escolar (formal) de la tecnología tiene que cerrarse. «La tecnología es parte de nuestras vidas, las ensancha y al mismo tiempo genera sus propias complejidades. Educar para la vida es la misión de la escuela y la que tenemos, nos guste más o menos, es una vida con tecnología con sus luces y sombras. Ignorarla no es una opción, pero adoptarla sin espíritu crítico tampoco» (Tíscar Lara).

Preparar para la vida en este nuevo entorno digital supone desarrollar, entre otras cosas, las competencias necesarias para entender y aprovechar las tecnologías digitales, no solo como un conjunto de destrezas y habilidades de carácter técnico, sino como una combinación de comportamientos, conocimientos especializados, conocimientos técnicos, hábitos de trabajo, disposiciones y pensamiento crítico.

No somos ni nativos ni inmigrantes digitales. Los niños tampoco son nativos digitales que necesiten, por lo tanto, poco apoyo para sacar lo mejor de los medios digitales. Son muy pocos, realmente, los que reciben suficiente orientación en la escuela o en el hogar y muchos, por el contrario, los que carecen de las habilidades necesarias para un uso creativo de la tecnología. Más que el acceso a la tecnología, nuestro principal problema es el uso que somos capaces de hacer de ellas. Hoy la brecha digital es la que separa a aquellos que son capaces de utilizar la tecnología de manera reflexiva, activa, creativa y crítica, de aquellos otros que la utilizan de forma pasiva, consumista e irreflexiva. Una brecha que no es nueva y que reproduce, e incluso amplía, las tradicionales y aún existentes desigualdades educativas provocadas por el capital cultural, social y económico. Nos siguen faltando competencias, reflexivas, críticas y didácticas, relacionadas con las tecnologías. Necesitamos alumnos, docentes, centros educativos y ciudadanos con alfabetización digital.

Hablar hoy de educación digital es, por lo tanto, algo más que hablar de alfabetización digital. Es entender, como decíamos, que el nuevo contexto digital en el que vivimos afecta a todos los parámetros del proceso de enseñanza/aprendizaje: dónde, cuándo, con quién y de quién, cómo, qué e incluso para qué se aprende. Es asumir que los cambios deben darse simultáneamente en el currículo, la evaluación, las prácticas de enseñanza y aprendizaje, la organización escolar, el liderazgo, las infraestructuras, los espacios, los tiempos y el desarrollo profesional docente. Hablar de educación digital es hablar de ciudadanía digital y de empoderamiento de los estudiantes. De participación activa de los estudiantes en el aprendizaje (ABP, Flipped Classroom, Gamificación, Movimiento Maker) y de conexiones con el mundo «real» (comunidades de aprendizaje, aprendizaje servicio…). De pedagogías digitales y de docentes que comparten prácticas en red (aulablog). De pensamiento computacional (IBI) y desobediencia tecnológica (Cristóbal Cobo). De creatividad y producción de conocimiento. De innovación y de colaboración. De hacer con tecnologías, pero también de hacer tecnologías. De pensar con tecnologías y de pensar en tecnologías.

Hablar de educación digital es hablar de competencia digital de los centros educativos (DigComOrg de la Unión Europea; MOOC Intef DigCompOrg), de competencia digital docente (DigCompEdu de la Unión Europea, Marco Común de Competencia Digital Docente-INTEF) y de competencia digital de los alumnos (ISTE 2016Digital Skills for Life and Work. UNESCO. 2017).

En los últimos años, hemos empezado a ver aproximaciones detalladas sobre cómo desarrollar realmente en el currículo la competencia digital (Desarrollo de las competencias informacional y digital. Gobierno de AragónModelo Competencia Digital de Gales). Se han publicado instrumentos, como el Portfolio de la Competencia Digital Docente de INTEF, para medir la competencia digital de los docentes, y herramientas para ayudar a los centros educativos a reflexionar sobre la implementación de tecnologías digitales en sus prácticas educativas de autoevaluación como SELFIE. La tradicional brecha entre la teoría y la práctica empieza a cerrarse. Estará cerrada del todo cuando dejemos de hablar de educación digital para hablar, sin más, de educación. Resolver el reto de la integración de la tecnología en la educación es resolver el reto de la educación.

Las tecnologías representan una oportunidad para transitar, por fin, desde modelos de enseñanza puramente transmisivos hacia modelos de aprendizaje activo. Son una segunda oportunidad para las pedagogías progresistas (Seymour Papert). Pueden servir para fomentar el aprendizaje experiencial, las pedagogías activas, el aprendizaje cooperativo y las pedagogías interactivas. Pueden servir para formar a ciudadanos críticos, inquisitivos y participativos, incluso ciudadanos molestos, y no simplemente alumnos que pasen de curso, aprueben exámenes y saquen buenas notas.

La gran oportunidad que ofrecen las tecnologías nos coloca ante la responsabilidad de comprenderlas y aprovecharlas de manera correcta. Requieren una aproximación que, al mismo tiempo, nos permita imaginar y construir una sociedad de la información inclusiva que fomente la igualdad, la participación y el bienestar humano. La educación tiene una responsabilidad importante en el desarrollo de nuestra capacidad para pensar de manera independiente y crítica nuestro uso de la tecnología digital y la digitalización de la sociedad.

La transformación digital nos puede llevar a muchos sitios. Puede llevarnos por caminos altamente distópicos o todo lo contrario. Dónde llegaremos, tanto en el ámbito educativo, como en la sociedad en general, dependerá en gran parte de nosotros. Dependerá, en última instancia, de nuestra capacidad de construir visiones de futuro valientes, coherentes, inspiradoras y realistas. De nuestra capacidad para pensar, construir y habitar este nuevo entorno no como un espacio de competitividad e individualismo, sino como un espacio común y compartido que debe preservarse en beneficio de todos. La pregunta que tenemos que hacernos, parafraseando a Richard Rorty, es si puede nuestro futuro estar mejor hecho que nuestro presente, y qué podemos hacer para hacer mejor las cosas.

Fuente de la Foto: Lucélia Ribeiro | CC BY-SA.

Fuente del artículo: http://lab.cccb.org/es/educacion-digital-no-es-alfabetizacion-digital.

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Hablemos de educación

España / 30 de diciembre de 2017 / Autor: Carlos Magro / Fuente: Co.labora.red

“Cuando el corto plazo, cada vez más común, desplaza a una praxix vinculadora a largo plazo, que sería, a su vez, una forma de final, aumenta la atemporalidad, reflejada en el ámbito psicológico como angustia e inquietud. La creciente discontinuidad, la atomización del tiempo, destruye la experiencia de la continuidad. El mundo se queda sin tiempo.”

Byung-Chul Han. El aroma del tiempo

Te propongo que respires, que cojas aire y aminores un poco tu ritmo. Si estás caminando, que apacigues tu ritmo. Dejes, por un momento, de dirigirte hacia un punto concreto y comiences a pasear, a vagabundear, a deambular y a callejear. Te propongo que te tomes los próximos minutos (lo que tardes en leer esto) con un poco más de calma de lo normal. Que te demores en pensar y te pares a escuchar a tu alrededor. Que te des un poco de tiempo para hablar no solo sobre lo urgente, sino también de lo importante. Te propongo que abandones por un momento las opiniones apresuradas, dejes de lado las afirmaciones rotundas y suspendas por un rato los juicios taxativos. Y que, después, te demores un rato en hablar con otros no solo sobre lo que hay que hacer, sino también sobre lo que queremos hacer. No solo sobre lo que pasa sino, sobre todo, sobre lo que nos pasa. Te propongo que hablemos de educación.

Aprender se ha vuelto una actividad imprescindibleEducar también. Nunca como hasta ahora había habido tanto interés social por la educación, ni tanta demanda de formación. La educación importa, nos importa. La educación interesa a la sociedad, nos interesa, nos interesa mucho.

Podemos decir que vivimos, por fin, en la sociedad del aprendizaje anunciada hace casi cinco décadas. Una sociedad en la que, paradójicamente, se está produciendo una brecha creciente entre las necesidades sociales de educación y los resultados que los sistemas educativos son capaces de generar, y que nos reclama un cambio profundo en nuestras formas de aprender y de enseñar, desafiándonos a repensar la educación. Cada día pedimos más a la educación porque sabemos que solo las personas capaces de aprender podrán encarar con alguna garantía el futuro.

Tutoria da Infância, Lisboa, Portugal https://flic.kr/p/57JwBu

Tutoria da Infância, Lisboa, Portugal https://flic.kr/p/57JwBu

Estamos viviendo, probablemente, la mayor oportunidad de reescritura de la educación tradicional de las últimas décadas. Tenemos la oportunidad, pero también la responsabilidad de trabajar por una educación mejor, por una educación transformadora. Es un buen momento para soñar y trabajar por la escuela que queremos.

El acuerdo social y profesional sobre la necesidad de la transformación educativa es lo suficientemente amplio como para extender al conjunto del sistema educativo los procesos de cambio que ya se están produciendo, liderados por miles de docentes, en cientos de centros educativos. Hay un enorme (y real) interés social por dialogar sobre educación y por contribuir a su transformación. Interés que está condicionado por la falta de espacios en donde el debate educativo se produzca sin manipulación.

Juan Carlos Mejía. Al final de clase. https://flic.kr/p/nzV6FN

Juan Carlos Mejía. Al final de clase. https://flic.kr/p/nzV6FN

El debate educativo está secuestrado y mal alimentado. Sufre la anemia provocada por su altísima polarización en torno a enfrentamientos partidistas, intereses corporativos y, últimamente, por la estrechez interpretativa provocada por los datos de las agencias económicas internacionales. Carece de profundidad y de diversidad. Ni hablamos sobre los temas relamente importantes, ni hablamos todos.

En este escenario, buscar el acuerdo no parece un objetivo necesario, como tampoco lo es la preocupación por los intereses de los alumnos. Sin embargo, más allá de los debates partidistas, comerciales, corporativos o académicos que atraen la mayor parte de la atención de los medios, hay mucha vida en la educación española.

En la Asociación Educación Abierta llevamos tiempo pensando que ha llegado el momento de hablar de educación. Hablar, de verdad, de educación. Pensamos que ha llegado el momento de abrir un debate, pausado y razonado, que nos permita ampliar el campo del diálogo, incorporando voces y experiencias al debate educativo.

Si realmente queremos cambiar la educación es necesario crear espacios en donde podamos escuchar las voces de todos los que nos consideramos afectados por la educación. La mejora de la educación es una responsabilidad social. Es una responsabilidad de todos.

Pedro Ribeiro. Reforço após a aula. https://flic.kr/p/81YLZV

Pedro Ribeiro. Reforço após a aula. https://flic.kr/p/81YLZV

Calmar la educación nace con la voluntad de abrir un diálogo crítico sobre educación. Abrir un diálogo distinto para conseguir un sistema educativo distinto. Abrir un debate sobre aquello que nuestros esfuerzos educativos deben tratar de conseguir. Debatir sobre cuáles deben ser los parámetros de una buena educación y sobre qué entendemos que es educativamente deseable. Calmar la educación propone retomar el debate sobre los fines de la educación (por qué educamos). Calmar la educación aspira a redefinir el mapa del debate educativo, liberandolo de sus inercias, ampliando sus escenarios, aumentando los temas de debate e integrando nuevos participantes y nuevas voces. Superar la manera generalmente crispada con que se han planteado los temas educativos.

Calmar la educación busca poner como prioridad lo que sucede a los alumnos, y por tanto, a sus familias. También lo que les sucede a los docentes.

Calmar la educación parte de la evidencia de que la enseñanza hoy en día es complicada, no es sencilla, como bien han señalado Andy Hargreaves y Michael Fullan. Y que ser docente es una tarea complejalaboriosa, paciente y difícil. Mucho más de lo que la gente cree y muchísimo más de lo que piensan los políticos, como bien ha apuntado Francisco Imbernón. Y por tanto, que no se trata de innovar contra las escuelas, sino con ellas y que para cambiar la educación es necesario hacerlo con los docentes.

#CalmarEdu pasa por implicar a los actores tradicionales, pero también a los emergentes. Facilitando miradas alternativas para transformar el sistema educativo, prestando atención no solo a lo cuantitativo, los grandes datos y las estadísticas sino también a lo cualitativo, lo pequeño, las múltiples conexiones que se dan cada día, los matices, lo efímero y lo contingente. Hablando más de slow school que de smart school y más de small data que de big data.

El pasado 17 de junio, en Medialab Prado, reunimos a más de 100 personas interesadas en educación, desde alumnos a familias, pasando por docentes, académicos, gestores, agentes sociales, empresarios, responsables educativos, responsables de la administración. Todos ellos participaron a nivel personal.

Marcos de Madariaga. Plaza de Jacinto Benavente. Madrid. 2011. https://flic.kr/p/9KohoL

Marcos de Madariaga. Plaza de Jacinto Benavente. Madrid. 2011. https://flic.kr/p/9KohoL

Como punto de partida pusimos sobre la mesas de trabajo 9 temas de trabajo y 90 preguntas (los alumnos, la inclusión, el currículo, la evaluación, la formación, los espacios y los tiempos en educación,…). 9 temas y 90 preguntas del tipo: ¿Para qué ir a la escuela en el siglo XXI?, ¿De qué hablamos cuando decimos educación inclusiva?, ¿Cómo deben contribuir las familias a la definición y seguimiento de los proyectos de centro?, ¿Cómo promover el aprendizaje entre los profesionales de la educación?, ¿Cómo debe ser un aula?, ¿Cómo integrar el barrio o el pueblo en el aprendizaje escolar?, ¿Cómo organizamos el curriculum?, ¿Es evaluar un elemento imprescindible del sistema educativo?.

Una jornada intensa en la que buscábamos propuestas para cambiar los tiempos en la escuela y para la escuela. En la que buscábamos menos presión y más comprensión para un sistema educativo que ha cumplido de manera más que razonable sus objetivos en los últimos 50 años. Una jornada que nos confirmó el enorme interés que hay por dialogar sobre educación y contribuir a su transformación. Una jornada en la que pudimos escuchar la voz clar y sabia de los alumnos. Una jornada emocionante e ilusionante.

Rafael Edwards. Primera fila https://flic.kr/p/jJQFH8

Rafael Edwards. Primera fila https://flic.kr/p/jJQFH8

Ha llegado el momento de someter a debate las propuestas que de allí salieron y que se han ido consolidando estos últimos meses para, sobre ellas, elaborar una nueva. Nuestro objetivo ahora es que todo el que esté interesado pueda aportar su experiencia, porque todos estamos concernidos por la educación. La legitimidad de las propuestas no pretende ser otra que la que le otorgemos quienes participemos en su elaboración.

Necesitamos tiempo para reflexionar en la escuela, sobre la escuela, con la escuela y para la escuela. Necesitamos tiempo para cuestionarnos cómo construir los valores de una convivencia democrática y cómo deben encarnarse en los alumnos, docentes y familias.

Os invito a entrar en http://calmaredu.educacionabierta.org/propuestas, leer las propuestas con calma y a dejar vuestra contribución en forma de comentario si así lo consideráis. ¡Gracias!

Fuente del Artículo:

Hablemos de educación

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Escuelas optimistas, esperanzas practicables e inspiraciones alcanzables

Por Carlos Magro

Dijo una vez Jaume Carbonell parafraseando al poeta Gabriel Celaya que “la educación –al igual la poesía– es un arma cargada de futuro” (Jamume Carbonell, 2008). Un futuro que se dibuja siempre desde el presente. Un futuro que se nos presenta, como todos los futuros, cargado de dilemas, dudas e incertidumbre, con más preguntas que respuestas. Un presente, por su parte, también lleno de preguntas que interpelan a la educación y convierten la tarea de educar en un acto de creciente complejidad. En educación, dice Philippe Meirieu, “lo normal es que la cosa no funcione. Lo normal es que el otro/a se nos revele, aunque sólo sea para recordarnos que no es un objeto que se fabrica sino un sujeto que se construye”.

No en vano educar no es moldear, ni adaptar. No es ni sustraer, ni añadir.

Es como si esta complejidad y estas dudas que nos acompañan a diario nos estuvieran conduciendo irremediablemente hacia un pesimismo crónico que parece haberse instalado en el debate educativo. Pero también es cierto que la tarea educativa es consustancial con el optimismo (Santos Guerra, 2o13) y, por tanto, que las dificultades no pueden convertirse nunca en una coartada para el desaliento, el pesimismo y el derrotismo. “Como individuos y como ciudadanos tenemos perfecto derecho a verlo todo del color característico de la mayor parte de las hormigas y de gran número de teléfonos antiguos, es decir, muy negro. Pero en cuanto educadores no nos queda más remedio que ser optimistas” (Fernando Savater, 1997). “Educar es creer en la perfectibilidad humana, en la capacidad innata de aprender y en el deseo de saber”(Fernando Savater, 1997). Que “no conviene olvidar, que la desesperanza nos inmoviliza y constituye el gran freno al cambio y a la innovación; y que la educación exige optimismo” (Jaume Carbonell, 2008).

La enseñanza presupone el optimismo, tal como la natación exige un medio líquido para ejercitarse. Fernando Savater. (1997)

Hernán Piñera. Lean Out. https://flic.kr/p/phf5ib

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La pedagogía es práxis. Tiene que trabajar sin cesar sobre las condiciones de desarrollo de las personas y, al mismo tiempo, ha de limitar su actuación para dejar que el otro ocupe su puesto. No debe resignarse jamás a intervenir sobre el ámbito de las condiciones, pero tampoco puede dejar aplicarse obstinadamente al de las causas. Es condición y es causa. Si cayese en el fatalismo se negaría a sí misma. “Es acción precaria y difícil, es acción obstinada y tenaz, pero desconfía, por encima de todo, de la prisa en terminar” (Philippe Meirieu, 1998). Los pesimistas pueden ser buenos domadores, pero no buenos maestros.

No preconizo un optimismo ingenuo y bobalicón que lleve a la complacencia y no a la autocrítica, a la parálisis y no a la innovación, a la pasividad y no al esfuerzo, a la pereza y no al compromiso”, decía hace unos años Miguel Ángel Santos Guerra (2013). La escuela necesita, sin embargo, recuperar espacio para las emociones, para el humor, para la alegría y la esperanza. Muchas de nuestras escuelas se han convertido en espacios demasiado rígidos, presionados, urgentes, formales, poco alegres. Lugares de impaciencia, paralizados.

No se trata de dejar de lado la exigencia, ni caer en optimismo exagerado y vacío, pero sí de ser capaces de balancear esta situación con actitudes más positivas.

Hernán Piñera. https://flic.kr:p:nQb1F3

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La educación, las escuelas, los docentes, los alumnos y las familias debemos recuperar un optimismo que hoy parece perdido. El optimismo también se aprende. Debemos trabajar por construir culturas del optimismo a nuestro alrededor, necesarias como el aire (Oliver Bennett, 2015). Debemos trabajar por desarrollar en cada escuela un optimismo académico, especialmente sobre todo sobre la creencia colectiva de los docentes en su propia confianza en la eficacia de su labor y en su capacidad de incidir positivamente en la vida de sus alumnos, su confianza en sus estudiantes y familias (Roxanne M. Mitchell Brenda J. Mendiola Randall Schumacker Xaviera Lowery, 2016), involucrándoles en las decisiones sobre la enseñanza y el aprendizaje y, su confianza en la capacidad para aprender de todos sus estudiantes. Nos pedía Carbonell recuperar el optimismo educativo. Un optimismo cotidiano (Oliver Bennett, 2015), entendido como una manera de imaginar el futuro.

La tarea de enseñar es ahora más compleja que nunca pero también más estimulante.

En un mundo lleno de miradas catastrofistas sobre la educación, necesitamos con urgencia esperanzas practicables e inspiraciones alcanzables, decía hace poco Axel Rivas (2017). Necesitamos ejemplos concretos y practicables que puedan movilizar cambios profundos en las prácticas de enseñanza-aprendizaje de nuestras escuelas. Necesitamos una mirada esperanzadora basada en la creatividad, la innovación pedagógica y la participación. Necesitamos inspiraciones alcanzables y esperanzas practicables como las que representan los proyectos de las Escuelas Creativas.

Unas inspiraciones alcanzables que “sostienen una visión de altas expectativas, ponen en práctica el reconocimiento de la diversidad y la consideran un valor en sí mismo, colocan el énfasis en el sentido del aprendizaje y buscan la construcción de relaciones pedagógicas más horizontales que facilitan la realización de todos los otros principios” (Belén Sánchez y Paula Coto, 2016).

Hernán Piñera. BN. https://flic.kr/p/NYfwA3

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Compartir los éxitos

Nadie duda de que la escuela y la educación requieren importantes transformaciones. No es cierto, como a veces se dice, que los resultados hoy sean peores que los de hace décadas. Lo que tenemos es una brecha creciente entre las necesidades sociales de educación y los resultados que el sistema educativo es capaz de generar. Tenemos la sensación de retroceder, cuando en realidad son las expectativas las que han aumentado y las metas del aprendizaje las que se alejan. Cada vez pedimos más a la educación porque somos conscientes de que, en esta sociedad del aprendizaje, la formación es una condición necesaria, aunque no suficiente, para garantizarnos la capacidad necesaria de adaptación a los cambios y la incertidumbre que parece que nos demandará el futuro.

Claro que es necesario un cambio profundo, especialmente en los sistemas educativos formales, pero hay que hacerlo desde el reconocimiento tanto de las carencias y disfunciones que tenemos, como de lo mucho que se ha avanzado en los últimos decenios. Lo contrario sería injusto con el esfuerzo colectivo que hemos hecho.

Decía Joan Dean que los docentes son poco dados a compartir los éxitos y los motivos de satisfacción que se encuentran en su práctica diaria, y que son más propensos a comentar los problemas y a alimentar los fracasos. Construir esas culturas del optimismo que decíamos pasa entre otras cosas por compartir los éxitos, las satisfacciones de gratitud expresadas por los alumnos o por sus padres. Pasa por visibilizar la actividad de los centros educativos, de sus equipos directivos y docentes, por favorecer el intercambio de prácticas, por estimular y apoyar los programas y planes de mejora escolar, por la creación de redes de docentes y entre centros que favorezcan el intercambio de prácticas, problemas, dudas y proyectos.

Pasa por ser una fuente de optimismo, de estímulo y esperanza.

Hernán Piñera. Way. https://flic.kr:p:wevR5i

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Los 17 centros que han participado en la modalidad personalizada del Proyecto Escuelas Creativas son escuelas optimistas. Sus maestras, maestros, profesoras y profesoras son docentes optimistas. Son escuelas y docentes totalmente conscientes de la necesidad de cambio e innovación. Como decía Paulo Freire, sonoptimistas realistas. Como muchos otros docentes del mundo muestran un alto compromiso profesional por la educación y el convencimiento de que lo que están haciendo mejora la realidad educativa de su centro.

Son escuelas llenas de ilusión y de creatividad. Escuelas que comparten la idea que hemos sostenido en estas páginas de que todos somos creativos, que la creatividad se aprende y se desarrolla, y que la creatividad debe formar parte del proceso de enseñanza-aprendizaje. Son escuelas innovadoras que están trabajando por modificar distintos aspectos de su realidad educativa. 

Hernán Piñera. Push Button. hhtps://flic.kr:p:bAjbUk

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Cada una de las escuelas y todo el Proyecto han generado una gran cantidad de propuestas. Propuestas ilusionantes y apasionantes que van desde cambios en su concepción del aprendizaje, y por tanto de los procesos de enseñanza, a cambios en los espacios educativos del centro o en las relaciones con su entorno más cercano. Todas las escuelas que han participado han trabajado por conocerse mejor a través de la reflexión y el trabajo en equipo. Han trabajado por construir una cultura escolar democrática y participativa en sus centros. Distribuyendo liderazgos y reconociendo el valor de todos. Todas han trabajado para crear entornos de trabajo más participativos y más creativos. Entornos seguros, divertidos, estimulantes, amigables, emocionantes, atractivos, inspiradores, reflexivos, divergentes y acogedores.

Han puesto en marcha proyectos de cambio educativo reales, practicables y operativos que han generado una enorme cantidad de materiales, consejos y reflexiones de enorme valor para la comunidad educativa.

Materiales que muestran, por un lado, el enorme conocimiento tácito existente en todas escuelas, pero también las posibilidades que generan los procesos colectivos de reflexión, visibilización del conocimiento y trabajo en red.

Desde sus contextos educativos particulares y enfocándose en sus propios proyectos, pero compartiendo la pertenencia a un proyecto y unos recursos comunes (Escuelas Creativas); trabajando individualmente pero a la vez con apoyos externos y con la certeza de pertenecer a una red, todos ellos han sido capaces de elaborar una gran cantidad de conocimiento transferible y de utilidad para otros.

Bibliografía

Oliver Bennett (2015). Cultures of Optimism. The Institutional Promotion of Hope. Palgrave Macmillan. p. 1.

Jaume Carbonell (2008). Una escuela para mañana. Barcelona. Octaedro. p. 12.

Philippe Meirieu (1998). Frankenstein educador. Barcelona. Laertes. p. 140.

Axel Rivas (2017). 50 innovaciones educativas para escuelas. Laboratorio de Innovación y Justicia Educativa del Programa de Educación de CIPPEC. Buenos Aires.

Miguel Ángel Santos Guerra (2013). «Invitación al optimismo». Aula de encuentro, no15. pp. 191-198. Julio.

Fernando Savater (1997). El valor de educar. Barcelona. Ariel. p. 9.

Belén Sánchez y Paula Coto (2016). Inspiraciones alcanzables: 15 políticas educativas destacadas en América Latina. CIPPEC. Buenos Aires.

Roxanne M. Mitchell Brenda, J. Mendiola, Randall Schumacker, Xaviera Lowery (2016). «Creating a school context of success: the role of enabling school structure & academic optimism in an urban elementary & middle school setting». Journal of Educational Administration, Vol. 54 Iss 6.

 

Sobre el texto

El título de este post utiliza los bonitos conceptos de “Esperanzas practicables” e “Inspiraciones alcanzables” que propone Axel Rivas en 50 innovaciones educativas para escuelas (CIPPEC, 2017) y en Insporaciones alcanzables. 15 políticas educativas en America Latina (CIPPEC, 2016).

El texto forma parte de la publicación “Escuelas Creativas: un viaje hacia el cambio educativo“, primer volúmen e introducción a los siete que forman el Proyecto Escuelas Creativas, impulsado por la Fundación Teléfónica y Ferrán Adria.

Además de este primer volúmen, se incluyen otros seis volúmenes (cinco guías prácticas y uno recopilatorio de los proyectos. De las cinco guías, tres están dirigidas principalmente a docentes y han sido elaboradas por docentes, por la Asociación de Profesores Aulablog. Las otras dos, enfocadas hacia el cambio y la mejora en un centro educativo, ha sido elaboradas por la consultora especializada en cambio educativo OTBInnova. El séptimo volúmen recoge los resultados obtenidos a través de la experiencia y los proyectos elaborados por los 17 centros que particioparon en el proyecto en 2017.

Los siete están descargables de manera gratuita aquí. La parte central de la publicación está formada por las cinco guías (volúmenes 2 a 6) que constituyen un excelente material, útil y práctico, para cualquier docente o centro educativo que quiera iniciar un proceso de cambio y mejora tanto a nivel de sus prácticas de aula, como de proyecto global de centro. Están llenas de recursos para poner en práctica y para reflexionar sobre el cambio educativo. Y son el resultado de muchos años de trabajo tanto en el aula como con centros educativos de sus autores.

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Educación y tecnología: transformar las dificultades en posibilidades

Carlos Magro

Hace unas semanas se publicó el Informe Tablets en Educación. Hacia un aprendizaje basado en competencias, elaborado por Mar Camacho, junto con Marc Vilamajor, Judith Balanyà, Sònia Guilana y Francesc Esteve, en el marco del Proyecto Samsung Smart School impulsado desde hace 3 años por Samsung, el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, a través del Instituto Nacional de Tecnologías Educativas y Formacón del Profesorado (INTEF) y con la colaboración de los departamentos de educación de todas las comunidades autónomas, más las ciudades de Ceuta y Melilla.

El poyecto busca desde su comienzo explorar desde la práctica los procesos de incorporación de las tecnologías móviles en el aula. Lo ha hecho combinando formación (haciendo un especial énfasis en las metodologías activas), acompañamiento para la puesta en marcha de los proyectos, recursos e investigación sobre la práctica. Cada edición anual ha estado acompañado de un estudio de investigación de los resultados como el que mencionaba al principio dirigido por Mar Camacho de la Universitat Rovira i Virgili). En esta edición, he tenido el honor de escirbir el prólogo de la publicación. Dejo a continuación el texto íntegro (y algo largo) de este prólogo. Además de los enlaces que están distribuidos en el texto, al final encontraréis algunas referencias bibliográficas más por si queréis profundizar en la compleja y necesaria relación entre tecnología y educación.

La tecnología siempre ha sido importante en educación.

Nuestra actual organización escolar, con su curriculum tan disciplinado; con sus ciclos, cursos y niveles; sus grupos de alumnos más o menos homogéneos y la disposición espacial de las aulas, debe mucho a la que ha sido, con permiso de la decimonónica pizarra, la más eficiente tecnología educativa de todos los tiempos: el libro de texto. Tal y como nos ha recordado recientemente Mariano Fernández Enguita, “el libro de texto posibilitó también la escolarización masiva y en serie: contenidos prescritos y homogéneos, aprendizaje dosificado y secuenciado, maestros intercambiables, alumnos comparables… y todo ello con un instrumento fácilmente manejable (en todos los sentidos) y a un módico precio”. La historia de la educación está llena de tecnología.

En cualquier acercamiento al tema de la educación y la tecnología, es importante, por tanto, no dejarnos llevar por la amnesia, tan habitual por otro lado en nuestro mundo educativo, y no olvidar que siempre ha existido una estrecha relación entre educación y tecnología. Que ésta ha sido, en muchas ocasiones, considerada como el aliado perfecto para el cambio educativo y que, al menos en los últimos 100 años, cada vez que ha aparecido una nueva tecnología de la información y la comunicación (cine, radio, TV, ordenadores personales, tabletas) ha sido vista como una oportunidad y una palanca privilegiada para el cambio y la mejora educativa. En la historia del cambio educativo siempre ha habido mucha tecnología.

Tampoco está de más recordar que en las últimas décadas numerosos gobiernos de todo el mundo han puesto en marcha ambiciosos programas de implantación de tecnologías, invirtiendo cuantiosos recursos económicos y materiales en dotar de dispositivos y formación a centros, aulas y docentes. Unas inversiones que, lejos de provocar los cambios esperados, han fortalecido, en muchos casos, los enfoques más tradicionales de la enseñanza. No está de más recordar que, a pesar de las grandes inversiones y de las altas esperanzas depositadas en la tecnología como palanca del cambio, ésta no ha cumplido con el papel esperado. El deseado y necesario cambio educativo a través de la tecnología ha resultado, hasta ahora, una promesa incumplida (Neil Selwyn, 2014).

La historia de la tecnología educativa está llena de futuros que nunca han sido presentes.

Ser conscientes de esta historia, con sus luces y sombras, no nos debe llevar a ser pesimistas sobre el potencial transformador de la tecnología en educación ni, por supuesto, a abandonar la pretensión de educar con y en tecnologías. Máxime cuando éstas, lejos de constituir simplemente una caja de herramientas, están definiendo un nuevo entorno de aprendizaje (y de vida) que, entre otras consecuencias, está ampliando el concepto de alfabetización, modificando nuestra relación con los contenidos, demandando nuevas formas de enseñanza-aprendizaje y difuminando las fronteras entre el aula y el hogar, lo formal y lo informal. Como dijo Marshall McLuhan, “toda tecnología tiende a crear un nuevo mundo circundante para el hombre”.

El debate sobre educación y tecnología es probablemente más necesario y pertinente que nunca. Nuestro reto es redefinir la educación para este nuevo mundo.

Hay, además, varias razones para pensar que esta vez la situación puede ser distinta. Los últimos decenios nos han permitido entender mejor los procesos de cambio educativo y mejora escolar, destacando la importancia del centro educativo como unidad de cambio y la necesidad de construir y desarrollar la capacidad interna de cambio en los centros, implicando a docentes, equipos directivos y familias (David Hopkins, 2005). También ha aumentado considerablemente lo que sabemos sobre los procesos de aprendizaje (y por tanto sobre cómo debemos enseñar), comprendiendo que aprender tiene mucho que ver con actitudes, creencias, tolerancia emocional y valores.

Que aprender tiene mucho que ver con fomentar la confianza, con creer que se pueden resolver los retos, con saber gestionar con calma la incertidumbre que rodea cualquier problema relevante de la vida, con no desanimarse cuando las cosas no salen como pensábamos o con mantener el esfuerzo (Guy Claxton, 2007).

En esta misma línea, en los últimos 10 años prácticamente todos los países han reorientado sus curriculumshacia el desarrollo de competencias, lo que implica, si lo queremos hacer bien, cambios profundos en las maneras de enseñar, cambios en los que la tecnología tiene mucho que aportar. Entre las razones, por último, no es menor la que tiene que ver con las propias tecnologías muy diferentes de sus predecesoras del siglo pasado (s.XX), principalmente por su carácter multifuncional, interactivo, conectividad, disponibilidad, presencia y uso social.

Parece que, por fin, disponemos de los impulsos externos, los conocimientos y las tecnologías que reclamaba Seymour Papert para dar una segunda oportunidad a las pedagogías centradas en el alumno y orientadas hacia una formación integral de la persona que en distintos momentos del pasado siglo XX reclamaron una transformación profunda de la educación.

Estas condiciones favorables no deben hacernos olvidar, tampoco, que cada elección tecnológica que hacemos tiene implicaciones y que lo que necesitamos saber sobre las tecnologías, como sostuvo Neil Postman (1999), no es cómo usarlas sino entender bien cómo éstas nos usan a nosotros. No debemos nunca olvidar que la tecnología siempre supone un coste; que siempre hay ganadores y perdedores; que siempre tiene efectos epistemológicos, políticos o sociales; que sus consecuencias son siempre grandes, a menudo imprevisibles y en gran medida irreversibles; y que, con demasiada facilidad, tendemos a convertirla en algo mítico y por tanto incuestionable.

Para evitarlo, el mismo Postman nos proponía hacer de la tecnología un objeto de indagación, problematizando tanto su aceptación y uso como su rechazo e ignorancia.

O, como ha escrito recientemente Neil Selwyn, debemos asumir que para obtener lo mejor de las tecnologías debemos estar preparados para pensar también en lo peor (Neil Selwyn, 2016).

Existe una larga historia en investigación educativa que insiste en la dificultad para valorar la efectividad y el impacto de cualquier innovación educativa. Especialmente en el ámbito de la innovación con tecnología donde se entrelazan toda clase de variables sociales, culturales, económicas y políticas que provocan que sea realmente difícil diseñar estudios experimentales que nos permitan analizar y determinar de manera causal la influencia del uso de la tecnología en el aprendizaje. Algo que no debería extrañarnos debido a la propia complejidad de la tarea de educar. Complejidad, que lejos de disminuir, no ha dejado de acrecentarse en los últimos años, tanto por la creciente diversidad que encontramos en la sociedad y en nuestras aulas, como por las exigencias vinculadas al tránsito de un modelo educativo propedéutico y selectivo a otro inclusivo y orientado a la formación integral de las personas (Antoni Zabala, 2000).

En este nuevo entorno de aprendizaje, la educación se orienta, y se orientará cada vez más, hacia la adquisición y dominio de habilidades y competencias, genéricas y transversales, que permitan el desarrollo integral de la persona. Ya no nos basta con la adquisición de unos saberes.

El resultado del proceso de aprendizaje no debe ser solo dominar unos conocimientos sino ser capaz de transferirlos y utilizarlos para entender el mundo y poder actuar sobre él.

La escuela debe ayudar a desarrollar un conjunto habilidades y competencias que nos permitan actuar de manera eficaz en situaciones concretas, movilizando y combinando, en tiempo real, recursos intelectuales y emocionales (Philippe Perrenoud, 2012). Competencias y habilidades como la competencia lingüística, la competencia digital, el aprender a aprender, el aprendizaje a lo largo de la vida y habilidades como el pensamiento crítico, la colaboración, la curiosidad, la creatividad, la flexibilidad, la gestión de la diversidad, la innovación, la confianza individual y la resilencia, entre otras.

Volviendo sobre el impacto de la tecnología en el aprendizaje, la OCDE publicó en 2015 un informe en el que sostenía que, al menos en aquellas competencias que mide el informe PISA (logros en lectura, matemáticas y ciencias), no se evidenciaban mejoras apreciables entre aquellos países que habían invertido fuertemente en tecnologías para la educación y aquellos que no. Al contrario, los estudiantes que usaban las tecnologías de manera moderada tendían a obtener mejores resultados que aquellos que lo hacían con una frecuencia elevada.

Por su parte, también en 2016, Haßler, Major y Hennessy, tras analizar en detalle 23 estudios sobre el impacto de las tabletas en el aprendizaje, encontraron que 16 mostraban resultados positivos, 5 neutrales y 2 negativos haciéndoles concluir positivamente sobre el impacto de éstas para mejorar el aprendizaje, pero también afirmar que, a pesar de los crecientes esfuerzos que se están realizando por evaluar el impacto de las tecnologías de la información y la comunicación en la enseñanza y en el aprendizaje, nos siguen faltando evidencias sólidas que nos permitan ofrecer generalizaciones sobre cómo o por qué su uso puede mejorar o no el aprendizaje.

Para cada estudio o meta-estudio que concluye que el uso de la tecnología puede estar asociado con mejoras, hay otro que no encuentra diferencia o encuentra una relación negativa (Neil Selwyn, 2011).

En este sentido, debemos valorar el esfuerzo demostrado por el Programa Samsung Smart School desde sus inicios al tratar de medir y buscar evidencias sobre el impacto de la tecnología en el aprendizaje y el rendimiento académico, en particular en esta tercera edición, el esfuerzo por centrarse en medir los efectos sobre tres competencias clave como la competencia lingüística, la competencia digital y la competencia para aprender a aprender, constructos en sí mismos de difícil medida.

Los retos son grandes. Hacer lo mismo de siempre con tecnología o sin ella no permite avanzar hacia una mayor calidad y equidad de la educación (Pedró, 2017). La realidad, a día de hoy, es que las tecnologías aún deben cambiar las formas tradicionales de enseñanza (TICSE, 2011) que han marcado las aulas durante años.

La tecnología puede servir para perpetuar y fortalecer, sin cambiar, estos enfoques o para introducir cambios metodológicos.

Puede servir para mantener una educación centrada en la transmisión y la adquisición de contenidos o servir para el desarrollo de competencias y de una educación integral de las personas. Puede reproducir e incluso ampliar las tradicionales desigualdades educativas provocadas por el capital cultural, social y económico generando una mayor inequidad educativa o puede ser utilizada con el objetivo de minimizar al máximo esas desigualdades. Puede servir para hacer más eficientes los procesos de control, auditoría y evaluación escolar o para empoderar a alumnos, docentes y centros en su labor y atender a la diversidad y las características diferenciales de cada alumno.

La práctica pedagógica no es un resultado de la tecnología y no cambia como resultado de la introducción de nuevas tecnologías (Osborne & Hennessy, 2003).

La tecnología puede amplificar una gran enseñanza, pero una gran tecnología no puede reemplazar una enseñanza pobre. Los retos de la tecnología educativa son tan grandes como son los retos de la propia educación. Resolver el reto de la integración de la tecnología en la educación nos exige resolver antes el reto mismo de la educación. Nos exige cuestionarnos, tanto a nivel individual como colectivo, tanto a nivel de aula como de centro, sobre aquello que nuestros esfuerzos educativos deberían tratar de conseguir. Nos exige cuestionarnos sobre cuáles deben ser los fines de la educación.

En educación, y especialmente en educación con tecnología, nos hemos centrado mucho en los métodos y hemos olvidado las metas. Nos han sobrado posicionamientos y nos ha faltado debate.

El cambio en las prácticas educativas no es solo algo técnico. Es un cambio de mentalidad (expectativas, valores, metas, concepciones) y, por tanto, para que cambie lo que se hace en las aulas, con o sin tecnología, debe cambiar antes qué entienden los alumnos y profesores por aprender y enseñar. El reto no es fácil. Existe, como demuestra la investigación, una distancia grande entre las creencias sostenidas por los profesores y el uso educativo que realmente hacen de las tecnologías (Aldama & Pozo, 2016). No es extraño encontrar docentes que afirman que las tecnologías son buenas herramientas para diseñar entornos de aprendizaje centrados en el alumno pero que luego en su práctica diaria siguen manteniendo formas de enseñanza tradicionales centradas en el contenido. Al final, el elemento más importante sigue siendo el maestro, su práctica en el aula y las relaciones que establece con sus alumnos.

Sobre el cambio educativo, por otro lado, han dominado, en las últimas décadas y de modo pendular, dos posturas antagónicas que, a riesgo de simplificar mucho, podríamos agrupar en la dicotomía control vs compromiso. En los años 80, coincidiendo también con las “primeras” incorporaciones masivas de tecnologías en los centros educativos, tuvo lugar una primera ola de reformas en la que las administraciones educativas tomaron jerárquicamente el control del cambio, imponiendo políticas educativas de arriba abajo, centradas principalmente en las reformas curriculares, la gobernanza y el control sobre los centros. A ésta, le siguió una segunda ola en los años 90, más horizontal y orientada hacia la descentralización de las políticas curriculares y la autonomía de los centros pero que dejó de lado los cambios dirigidos a la mejora de los procesos de enseñanza y aprendizaje de los alumnos.

Hoy, superadas en gran parte estas dos posturas, queda claro que cualquier proceso de mejora educativa debe ir acompañado de un objetivo claro que implique la mejora de las prácticas diarias dentro del aula. No hay mejora posible si no la hay en los aprendizajes de los alumnos, medidos éstos, como hemos dicho, en términos competenciales.

Cualquier proceso de transformación que no persiga como objetivo final la mejora de los resultados y aprendizajes de los alumnos será inútil,

como han sostenido Gairín y Goikoetxea (2008): “los mejores planes de mejora de los centros escolares son aquellos que entienden la mejora como un proceso largo, constante y evolutivo que centra sus objetivos concretos y realistas de mejora principalmente en el enriquecimiento del aprendizaje de los alumnos y de las prácticas de aula, y que proponen estrategias de evaluación de los procesos y de los resultados de aprendizaje ricas y diversas, siempre en función de la capacitación del profesorado y de las condiciones organizativas de cada centro”. El cambio no se puede prescribir, ni hay recetas únicas. No hay palancas mágicas.

La tecnología nunca será por sí sola una solución. Se debe actuar simultáneamente sobre varias dimensiones.

La mejora escolar sólo puede ocurrir cuando las escuelas aplican las estrategias que mejor se ajustan a su propio contexto. En consecuencia, cualquier proceso de mejora escolar, también con tecnología, debe partir de un análisis previo de la situación del centro educativo (fortalezas y debilidades; datos, cultura escolar; contexto) que nos permita identificar las necesidades y áreas de mejora y establecer unas estrategias correctas. La investigación sobre los procesos de cambio educativo y mejora escolar insiste en la necesidad de construir y desarrollar la capacidad de cambio dentro de la escuela lo que, a su vez, nos lleva a tener que prestar especial atención a los procesos de formación y a cómo se fomentan y desarrollan los procesos de colaboración dentro de cada escuela y entre escuelas. Parece claro, que las culturas escolares más favorables a la mejora escolar son aquellas que son colaborativas, fomentan relaciones de trabajo colegiadas, dentro y fuera, y generan un clima favorable hacia el cambio (Alma Harris, 2002).

Aceptar que la unidad de cambio es el centro o la red de centros no debe servir para que las administraciones competentes eludan sus responsabilidades. Al contrario, deben asegurar las condiciones y los recursos necesarios que posibiliten estos procesos, garantizando siempre la equidad dentro del sistema. Condiciones que, en el ámbito tecnológico, se traducen en garantizar que todos los centros educativos dispongan del apoyo y la formación adecuada; la conectividad y las infraestructuras necesarias; los recursos personales (personal especializado) y materiales (reposición y mantenimiento de tecnologías y recursos educativos abiertos) necesarios que permitan generar procesos de apropiación tecnológica y desplegar proyectos integrales de cambio educativo con tecnología. Condiciones que en los últimos años lejos de incrementarse o mantenerse se han visto aminoradas.

Concluyendo. Hace tiempo que las tecnologías entraron en la educación escolar pero, salvo aquellos pocos centros en las que éstas forman parte de su modelo pedagógico, en la mayoría lo han hecho de una “manera desigual, fragmentada y desde una concepción restringida y limitada de las mismas,” (Fernández Enguita y Vázquez Cupeiro, 2017) modificando apenas los procesos de enseñanza. Hoy, en una gran mayoría de nuestras escuelas, encontramos tecnologías en los despachos y en las aulas (ordenadores, pizarras electrónicas), en los procesos administrativos y en la comunicación con los padres (plataformas de gestión del centro y de comunicación). Los profesores las utilizan cada vez más para preparar sus clases y los alumnos para buscar información. Incluso las encontramos como contenido curricular (competencia digital, programación, robótica…) pero, en la mayoría de nuestras aulas, siguen quedando fuera del núcleo central del proceso de enseñanza-aprendizaje. Nos siguen faltando competencias didácticas relacionadas con las tecnologías.

Parece claro que necesitamos una nueva aproximación para conseguir todo el potencial transformador que pueden tener las tecnologías en la escuela.

El lado positivo es que, por fin, parece que nos hemos alejado del discurso de las plataformas y dispositivos y que se ha generalizado la idea, entre todos los actores implicados, de que hablar de la incorporación de tecnologías en educación no es hablar de dispositivos, ni de hardware y software, ni tampoco de datos, analítica y eficiencia, sino que tiene que ver sobre todo con prácticas, contextos, culturas y usos, es decir, con lo que podríamos denominar los aspectos humanos de la tecnología y de la educación (Neil Selwyn, 2011). Que, como cualquier otra tecnología, la tecnología educativa está intrínsecamente ligada a los aspectos sociales, culturales, económicos y políticos de la sociedad y que, por tanto, el reto al que nos enfrentamos es el de construir una visión compartida de una educación mejor para nuestros alumnos en un entorno cambiante, incierto y digital como el actual. Que no se trata tanto de tecnificar las aulas como de escolarizar las tecnologías.

No se trata tanto de automatizar procesos como de humanizarlos.

Debemos encontrar formas más efectivas para integrar la tecnología en los procesos de enseñanza y aprendizaje; hacerlo de manera que garanticemos la equidad y la igualdad de oportunidades; proporcionar a los docentes los entornos de aprendizaje que apoyen las pedagogías del s. XXI y a los estudiantes con las habilidades necesarias para vivir plenamente en el mundo de mañana (OECD, 2015).

El uso exitoso de la tecnología debe ir acompañado de cambios simultáneos en otros aspectos como la organización escolar, la cultura escolar, el currículo, la evaluación, la formación y desarrollo profesional de los docentes (Francesc Pedró, 2017). La transformación y el cambio educativo con tecnologías debe ser algo sistémico. El reto no es usar la tecnología en educación, sino repensar la educación con ella. Necesitamos un cambio global que incida sobre los objetivos de aprendizaje, los currículos, las estrategias docentes, la didáctica y la evaluación.

El Programa Samsung Smart School, que cumple ahora su tercer año, representa un buen ejemplo de cómo desarrollar proyectos de integración de tecnologías en la escuela. Y lo es, sobre todo, por su carácter integrador de actores, al incorporar además de a la propia Samsung al Ministerio de Educación, Cultura y Deportes y a todas las comunidades autónomas más las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. Lo es, también, por su aproximación multidimensional al tema combinando los dispositivos y la conectividad con formación especializada, recursos educativos, asesoramiento e investigación. Lo es, también, por su acercamiento sistémico al cambio educativo con tecnologías incidiendo en la organización y cultura escolar, el liderazgo, las metodologías de enseñanza y aprendizaje, las infraestructuras, la evaluación y las relaciones con el entorno. Lo es, desde luego, por centrarse desde el primer momento en la mejora de los aprendizajes de los alumnos y vincular esta mejora al desarrollo de competencias y lo es, finalmente, por su acierto a la hora de fomentar la construcción de redes y el trabajo colaborativo entre docentes y centros, aspecto clave para la necesaria transformación de la educación.    

Nadie dijo que transformar la educación fuera fácil, la cuestión está, como dijo Paulo Freire, en cómo transformar las dificultades en posibilidades.

 Algunas referencias bibliográficas:

  • Alma Harris (2002). School Improvement. What’s in it for Schools. RoutledgeFalmer
  • Antoni Zavala Vidiella (2000). La práctica educativa. Cómo enseñar. Editorial Graò
  • B. Haßler, L. Major & S. Hennessy (2016). Tablet use in schools: a critical review of the evidence for learning outcomes. Journal of computer Assisted Learning. 2016, 32, 139-156
  • Carlos de Aldama & Juan Ignacio Pozo (2016). How are ICT used in the classroom? A study of teachers’ beliefs and uses. Electronic Journal of Research in Educational Psychology, 14(2), 253-286. no. 39
  • David Hopkins (ed) (2005). The Practice and Theory of School Improvement. International Handbook of Educational Change. Springer.
  • Francesc Pedró (2017). Tecnologías para la transformación de la educación. Fundación Santillana
  • Guy Claxton (2007). Expanding Young People’s Capacity to Learn. British Journal Of Educational Studies. Vol. 55, No.2, June 2007, pp 115-134
  • Joaquín Gairín Saillín y Javier Goikoetxea Piérola (2008). La investigación en organización escolar. Revista de Psicodidáctica, vol. 13, núm. 2, 2008, pp. 73-95
  • Langdon Winner (2009). Information Technology and Educational Amnesia. Policy Futures in Education. Vol.7 nº6. 2009. Disponible en http://journals.sagepub.com/doi/pdf/10.2304/pfie.2009.7.6.587
  • Larry Cuban (2015). The Lack of evidence-based practice. The case of Classroom Technology. 2015. Disponible en https://larrycuban.wordpress.com/2015/02/05/the-lack-of-evidence-based-practice-the-case-of-classroom-technology-part-1/
  • Louis Major, Bjoern Haßler, and Sara Hennessy (2017). Tablet Use in Schools: Impact, Affordances and Considerations. Chapter 8 in Handbook on DIgital Learning for k-12. Springer International Publishing
  • Mariano Fernández Enguita (2017). La larga y compleja marcha del clip al clic. Escuela y profesorado ante el nuevo entorno digital. Ariel. Fundación Telefónica
  • Marshall McLuhan (1962). La Galaxia Gutenberg. Génesis del homo typographicus
  • Neil Postman (1999). El fin de la educación. Octaedro
  • Neil Selwyn (2011). Education and Technology. Key Issues and Debates. Continuum
  • Neil Selwyn (2014). Distrusting Educational Technology: Routledge
  • Neil Selwyn (2016). The Dystopian Futures. pp. 542-556. Chapter 28 en Nick Rushby & Daniel W. Surry (eds). The Wiley Handbook of Learning Technology
  • OECD (2015). Students, Computers & Learning. Making the connection
  • Osborne, J., & Hennessy, S. (2003). Literature review in science education and the role of ICT: Promise, problems and future directions (No. 6). Bristol: Nesta FutureLab
  • Paulo Freire (1997). A la sombra de este árbol. El Roure. Barcelona
  • Philippe Perrenoud (2012). Cuando la escuela pretende preparar para la vida. ¿Desarrollar competencias o enseñar otros saberes? Graó
  • TICSE (2011). ¿Qué opina el profesorado sobre el Programa Escuela 2.0? https://ampaipse.files.wordpress.com/2012/01/informe_escuela20-prof2011.pdf

Fuente del articulo: https://carlosmagro.wordpress.com/2017/10/30/educacion-y-tecnologia-transformar-las-dificultades-en-posibilidades/

Fuente de la imagen: https://carlosmagro.files.wordpress.com/2017/10/dddjs2cxuaavmni.jpg?w=610&h=

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