Es la educación, estúpido

Por: Cristina Manzano

Este año el Premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional reconoce el trabajo de hombre que se empeñó en que todo el mundo puede aprender matemáticas. Y no solo matemáticas. “Tú puedes aprender lo que sea”, afirma la web de la Khan Academy. Tú, quien quiera que seas y donde quiera que estés.

Si más de 20 millones de estudiantes de todo el mundo han podido, nada impediría a los españoles hacerlo también, ¿no?

Sin embargo, siempre que se habla de educación en España, y sobre todo de materias STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) se extiende una sombra de pesimismo. Una conversación cada día más acuciante por su papel en el inminente futuro del trabajo.

Pese a los sostenidos avances de los últimos años, las cifras españolas de conocimiento y competencia de las materias más básicas no se corresponden con el desarrollo económico del país. España es el Estado de la UE con mayor tasa de abandono escolar temprano (un 17,9%), lo que a su vez explica en parte el nivel de paro estructural que sufrimos.

En las tres áreas del famoso informe PISA de la OCDE, que mide la aptitud y el conocimiento de los jóvenes de 15 años en más de 70 países, España obtiene resultados muy mejorables. Los mejores, en lectura (496, algo por encima de la media de la UE, pero lejos del 535 de Singapur); en ciencia ya no llegamos a la media de la UE (493, muy lejos de Singapur, 555 y de Finlandia, 531); y, lo peor, las matemáticas (486, con una media de la UE de 492, Singapur con 564 y Finlandia con 511).

Es cierto que dentro de España hay gran disparidad entre comunidades autónomas: Castilla y León, por ejemplo, ha dado un enorme salto cualitativo y obtiene resultados cercanos a los mejores. Pero el nivel nacional no parece suficiente para el mundo que viene.

En el debate académico sobre la educación global, diversos autores han analizado las diferencias nacionales en riqueza, bienestar, democracia, diversidad racial y su impacto en la educación, la inteligencia y la capacidad cognitiva de sus ciudadanos. Una de las obras más recientes es ‘Cognitive Capitalism’, de Heiner Rindermann.

Memorizar para entrenar el cerebro

Otro debate tiene que ver con la ‘batalla’ entre conocimientos y capacidades. La memoria está ampliamente denostada. ¿Sirve de algo retener un montón de datos cuando tenemos todo al alcance de un clic? Más vale aprender a hacer cosas, a buscar información, a relacionarse con otros… Los expertos alertan contra los efectos negativos de dicha tendencia: como cualquier otro músculo, el cerebro necesita entrenamiento, y la memorización es el mejor ejercicio.

Si uno se fija en los ‘campeones’ de PISA -o de cualquier otro estudio sobre educación mundial-, no hay patrones fijos ni fórmula mágica. Tomemos los dos que habitualmente sirven de principal referencia: Finlandia y Singapur.

En Finlandia, no hay estrés -la jornada escolar dura una media de cinco horas-; solo hay nueve años de escolarización obligatoria; no hay exámenes estandarizados –uno, voluntario, al finalizar la secundaria-, más bien cada alumno recibe un seguimiento personalizado; apenas hay deberes; el ambiente es relajado; se fomenta la cooperación, no la competencia; y el objetivo último es que la escuela sirva para reequilibrar la desigualdad social.

Singapur es todo lo contrario. El modelo educativo está férreamente orientado desde el Gobierno. Consciente de sus debilidades geopolíticas, la ciudad estado centró en la educación su apuesta por el futuro. Los valores primordiales son la meritocracia y el esfuerzo; toda la familia se vuelca en los estudios de los hijos, poniendo una gran presión por las expectativas generadas.

No está muy lejos de las experiencias que describe Leonora Chu en ‘Little Soldiers’, una obra que desgrana las virtudes -y los fracasos- del modelo chino/asiático de educación y que trata de explicar por qué gana cada día más adeptos también en Occidente.

Pero Finlandia, Singapur y China coinciden en un punto crítico: el papel y el cuidado de los profesores. Todos los docentes en escuelas finlandesas deben tener un máster; en Singapur, se busca atraer a los mejores graduados universitarios. El sueldo, claro, acompaña, igual que el prestigio social de la profesión. La formación continua es indispensable, con el fin de ir adaptando sus conocimientos y su forma de dar clase a las cambiantes necesidades.

Sea cual sea el modelo, la mayor parte de agentes sociales coincide en que España necesita un gran pacto de Estado por la educación, para poner al país en la senda del futuro. No parece que los tiempos políticos lo contemplen en un horizonte cercano. Pero es una tarea que no puede relegarse por mucho más tiempo.

Fuente: https://www.elperiodico.com/es/opinion/20191022/es-la-educacion-estupido-articulo-opinion-cristina-manzano-7696203

Imagen: https://estaticos.elperiodico.com/resources/jpg/1/6/ilustracion-maria-titos-1571770966561.jpg

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Ni un paso atrás

Por: Cristina Manzano.

Hay que alzar la voz por salvaguardar los derechos adquiridos y por avanzar hacia otros nuevos y necesarios

Por una parte, el movimiento MeToo, con su foco en el acoso y la violencia, ha dado un nuevo impulso al debate global sobre el feminismo, gracias, en buena medida, al ambiente generado por las marchas de las mujeres y su contestación a la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Su repercusión se ha dejado notar en casi todo el mundo. Lo hemos visto en España, por ejemplo, donde el pasado 8 de marzo, y espoleadas por la sentencia de La Manada, asistimos a la primera huelga de mujeres en nuestro país y a una movilización sin precedentes.

Por otra, de la mano de grupos ultraconservadores, en muchos casos de corte religioso, pero no solo, la igualdad de género se enfrenta ahora a nuevos frenos y retrocesos.

En América Latina, sectores del catolicismo y el evangelismo han lanzado una cruzada para luchar contra lo que denominan “ideología de género”, que persigue, según ellos, la homosexualización de niños y niñas y la depravación. Muy activos en países como Perú, Ecuador o Colombia, estos grupos han encontrado un muy potente altavoz en el presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro.

En Arabia Saudí, mientras por un lado levantaban la prohibición de conducir a las mujeres, por otro detenían a numerosos activistas que luchaban por los derechos femeninos. El mundo árabe, de la mano del integrismo religioso, ha sufrido serios retrocesos en la última década.

En Rusia, donde más de 12.000 mujeres mueren al año víctimas de la violencia doméstica, una reciente ley ha redefinido el propio concepto de violencia: si el abuso no tiene como resultado huesos rotos y no se produce más de una vez al año, no está sujeto a penas de cárcel. Si acaso, a una multa de unos 500 euros.

Por no hablar de la liberal Europa, donde el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, ofrece educación gratuita a las mujeres, pero solo si tienen al menos tres hijos; o en Polonia, donde el Gobierno anima a las mujeres a “procrear como conejos”; o en Italia, donde se está preparando una ley que permita acusar a las mujeres que han denunciado violencia doméstica si sus maridos no son condenados.

Como tantos otros aspectos que creíamos conquistados, no se puede bajar la guardia. En cada sociedad, empezando por la nuestra, hay que alzar la voz por salvaguardar los derechos adquiridos y por avanzar hacia otros nuevos y necesarios. Hay que seguir batallando, tanto desde el hogar como desde cualquier esfera pública, por cambiar esas mentalidades que todavía pretenden escatimar a las mujeres, por el simple hecho de serlo, su lugar en el mundo. Este próximo año 2019 va a ser otro año crucial en este sentido. No se puede dar ni un paso atrás.

Fuente del artículo: https://elpais.com/elpais/2018/12/27/opinion/1545935555_400442.html

 

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