La derrota del feminismo liberal y la era Trump

Por Celeste Murillo

Las restricciones del nuevo gobierno de Estados Unidos del derecho al aborto y la promesa de nuevos ataques plantean la pregunta, ¿cómo defender los derechos de las mujeres en la era Trump?

Una de las primeras órdenes ejecutivas de Donald Trump prohíbe destinar fondos federales de Estados Unidos a organizaciones que practiquen o asesoren sobre el aborto en el exterior. Esto provocó un repudio generalizado en EE.UU. y el mundo entero.

El gobierno holandés propuso formar un fondo internacional para financiar programas en los llamados países en vías de desarrollo para apoyar el derecho aborto y la educación sexual. La medida puede ser un paliativo temporario. Sin embargo, no es una solución al problema de fondo: los derechos conquistados pueden ser arrebatados de un plumazo si no son defendidos con la movilización y la lucha constante para garantizar que todas las personas puedan gozarlos y no solo pequeños sectores.

Los derechos de las mujeres en Estados Unidos están peligro. Porque la administración Trump ya ordenó el desfinanciamiento de las organizaciones que apoyan el derecho de las mujeres a decidir, porque su vicepresidente encabezó la marcha antiaborto y porque la mayoría republicana en la Cámara Baja votó en contra de financiar organizaciones que incluyan el aborto entre sus prácticas de salud reproductiva. Pero no termina ahí.

Los derechos de las mujeres están en peligro porque los demócratas, que gobernaron el país durante 8 años con un presidente autodenominado feminista como Obama, no hicieron nada para frenar la ofensiva de la derecha en varios estados, que votaron leyes que restringen el derecho al aborto y afectan especialmente a pobres, trabajadoras, negras y latinas que dependen de los programas de salud estatales.

Además Trump se comprometió a nominar jueces provida para la Corte Suprema. Esto plantea la posibilidad de un retroceso histórico del fallo Roe v. Wade que garantiza el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, y es el último obstáculo que deberían superar los sectores de la derecha conservadora y cristiana para culminar lo que Ronald Reagan llamó la “guerra de cien años” contra el aborto. La sola posibilidad de que esto suceda es en gran parte responsabilidad del partido Demócrata y el movimiento feminista.

La trampa neoliberal

La situación actual es resultado de la estrategia de presión parlamentaria y los compromisos de la mayoría del movimiento feminista en EE. UU., que cambió las calles por las oficinas gubernamentales y la crítica a la sociedad patriarcal por las “agendas inclusivas”. Así la inclusión de las mujeres, las personas LGBT y las minorías étnicas se transformó en la cobertura de una democracia que negaba derechos básicos a la mayoría de la población pobre y trabajadora, donde contradictoriamente mujeres, personas LGBT, afroamericanos y latinos están sobrerrepresentados.

La trampa mortal de la inclusión permitió, por ejemplo, que G.W. Bush esgrimiera los derechos de las mujeres como una justificación para invadir Afganistán en 2001. En esta y otras causas neoliberales, el feminismo jugó un papel justificatorio, enredado en una “amistad peligrosa” con la democracia capitalista, como señaló Nancy Fraser en 2013 cuando alertaba sobre “como cierto feminismo se convertía en criada del capitalismo”.

La brecha entre las causas del “feminismo neoliberal” y las condiciones de vida de la mayoría de las mujeres explotó con la crisis capitalista iniciada en 2007. Para ese momento, como ya señalaba en 2009 la periodista Nina Power, “el argumento a favor de que las mujeres, las minorías étnicas y los homosexuales ocupen ‘posiciones jerárquicas’ ha sido acaparado por la derecha”. Aunque la llegada de Obama al poder parecía marcar una era de cambio, la inclusión sobre todo de las mujeres en cargos de alto rango ya habían empezado a cuestionar los beneficios de la “igualdad” sin cuestionar la democracia imperialista.

Pero si hubo un momento que evidenció la derrota de ese “neoliberalismo progresista”, volviendo a tomar prestadas las palabras de Fraser, fue la derrota de Hillary Clinton. Su presentación como candidata “natural” del feminismo no hizo más que desnudar su fracaso en sumar a la mayoría de las mujeres a una “epopeya” que no sintieron suya. Y lo que es peor, gracias a los compromisos de ese feminismo, que abrazó el individualismo y la meritocracia disfrazándolos de “libre elección”, el rechazo a Clinton y lo que significaba arrojó a una gran porción de mujeres blancas a los brazos del “feminismo emprendedor” (y conservador) de Ivanka Trump, a minimizar el perfil misógino de su padre y apoyarlo en las urnas.

¿Y ahora qué?

Es innegable que para las mujeres, como para muchos sectores, la llegada de Trump al poder solo empeora las perspectivas de la restricción gradual de sus derechos en los últimos años. Pero, lejos del escepticismo que amarga a liberales y apologistas del partido Demócrata, una de las primeras respuestas se plasmó en una masiva marcha de mujeres en las principales ciudades del país, con múltiples límites y desafíos pero que también marca la llegada de la movilización de las mujeres en todo el mundo al centro del capitalismo imperialista.

En países disímiles como Argentina y Polonia, las mujeres salen a las calles espontáneamente y responden a los gestos más brutales del capitalismo, en forma de violencia patriarcal o reacción conservadora contra los derechos reproductivos. También revitaliza la movilización por la igualdad salarial y desnuda las desigualdades que mantiene el capitalismo incluso en sus paraísos igualitarios como Islandia.

En muchos países, la movilización de las mujeres es a la vez vía de expresión de un descontento más amplio, de la resistencia a los ataques generalizados de los empresarios y sus gobiernos a las condiciones de vida de la clase trabajadora y los sectores empobrecidos, donde las mujeres son mayoría. La misma realidad que muestra la derrota a la que llevó el “feminismo neoliberal” es la que hace cada vez más evidentes los lazos que hermanan la lucha contra la opresión patriarcal y la lucha contra el capitalismo. Por eso las causas que aparecen en principio como “femeninas” movilizan y se ganan simpatía de gran parte de la población que sufre las miserias del capitalismo.

El año inaugurado con la promesa del huracán Trump coincide con el centenario de la revolución que hizo de la emancipación de las mujeres una agenda urgente, otorgándoles sin condiciones libertades elementales, muchas impensadas para las masas femeninas de la época, como el derecho al divorcio o al aborto. En tan solo unos meses, la revolución Rusa mostró la potencia transformadora de la revolución en contraste con el lento y condicional avance de las democracias capitalistas que demorarían cien años en alcanzar algunas de esas medidas. Este aniversario es también la oportunidad de recuperar su legado y unirlo a la perspectiva de un movimiento de mujeres que hermane su lucha con trabajadoras y trabajadores. Nuestra lucha por la emancipación late al ritmo impaciente de esa mayoría de mujeres que aspira no solo a liberarse del sometimiento y la opresión por su género sino a liberar a la humanidad de toda explotación y opresión.

Fuente: http://www.laizquierdadiario.com.ve/La-derrota-del-feminismo-liberal-y-la-era-Trump?id_rubrique=5442

Imagen: www.laizquierdadiario.com.ve/local/cache-vignettes/L653xH435/arton65330-d2d18.jpg?1485698038

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Estados Unidos del racismo y la hipocresía

Por: Celeste Murillo

Dos afroamericanos fueron asesinados en dos días. Alton Sterling y Philando Castile fueron ejecutados por la Policía. Racismo, hipocresía y control de armas otra vez en escena.

El martes 5, dos policías ejecutaron a Alton Sterling en Baton Rouge (Luisiana). Los policías dijeron que Sterling los amenazó con un arma. Dos videos filmados con teléfonos celulares confirmaron la sospecha: Sterling no amenazó a los policías, no se resistió, fue ejecutado.

El miércoles 6, un policía acribilló a Philando Castile en un control de tránsito mientras Castile intentaba sacar su identificación de la billetera. Su novia filmó su muerte mientras discutía con el oficial. El video viralizado confirmó la sospecha: Castile no se resistió al control, fue ejecutado.

Alton Sterling y Philando Castile tenían algo más en común: eran afroamericanos.

Hipocresía y control de armas

Alton Sterling vendía CD y DVD para mantener a su familia y tenía permiso para portar armas. En el estado de Luisiana, donde se ubica Baton Rouge, además de ser legal la portación de armas, los residentes pueden llevarlas a la vista. Sterling poseía un arma, pero jamás la usó, ni siquiera la mostró; fueron los policías quienes, después de asesinarlo, la sacaron de su bolsillo para usarla como evidencia de la “amenaza”.

Philando Castile trabajaba en un comedor escolar y le avisó al policía que lo detuvo en el control de tránsito que tenía un arma, y que tenía una licencia para usarla. Cuando quiso alcanzar su billetera para identificarse, como le había pedido el agente, recibió al menos cuatro disparos. En Minnesota es legal portar armas si la persona tiene licencia, que Castile poseía.

Hace pocas semanas, volvió al centro de la escena el debate sobre el control de armas a raíz de la masacre en la discoteca Pulse en Orlando (Florida). En esa oportunidad, el presidente Barack Obama planteó una vez más su agenda para restringir el derecho a portar armas de la población civil. De esa forma se hizo eco de la bronca y el miedo que generan hechos aberrantes como el de Orlando o hechos similares.

Tras la muerte de cinco policías y un civil en medio de una protesta en Dallas, Obama insistió en subrayar en que la raíz del problema de la violencia armada son las armas (lo cual se traduce en que el derecho de la población civil a portar armas debe ser restringido). La consternación que provocó el tiroteo en Dallas volvió a poner en el centro el debate de control de armas y dejó en un segundo plano la raíz del problema que hace crecer la bronca de miles de personas que protestaron en las principales ciudades de Estados Unidos: el racismo y la brutalidad policial.

Crímenes de odio y brutalidad policial racista

Poco se discuten las verdaderas raíces de la violencia armada en una sociedad profundamente dividida y atravesada por prejuicios reaccionarios como la xenofobia, la homofobia o el racismo. Los crímenes odio no son perpetrados por portadores de armas en general, sus motivaciones suelen ser racistas, xenófobas u homófobas. Quienes compran armas son en su mayoría varones blancos (61 % según el Pew Research Center), y las mujeres, la comunidad LGBT, latina y afroamericana están sobrerrepresentadas entre las víctimas de masacres y tiroteos masivos en Estados Unidos.

El propio FBI en su informe sobre crímenes de odio reconoce que el 48,5 % tiene motivaciones racistas, y entre aquellos crímenes el 66,4 % es contra afroamericanos (los crímenes contra blancos apenas superan el 20 %).

Pero si hay una ausencia llamativa en todas las declaraciones de funcionarios y candidatos, incluso las que son políticamente correctas como las de Obama contra los crímenes de odio, es la brutalidad de la institución armada más grande, armada y peligrosa de Estados Unidos: la Policía.

Y esa brutalidad tiene un claro sesgo racista. De hecho una persona afroamericana tiene 3 veces más probabilidades de ser asesinada por la Policía que una persona blanca. Sumado a esto, menos de 1 de cada 3 víctimas afroamericanas de la brutalidad policial fueron siquiera sospechosos de un crimen o estaban armados (Mapping Police Violence).

Aunque representan solo el 2 % de la población, los varones afroamericanos entre 15 y 34 años fueron el 15 % de los asesinatos a manos de efectivos policiales. Solo en 2015, según cifras oficiales, 1 de cada 65 muertes jóvenes afroamericanos fue a manos de la Policía.

Racismo institucional y la grieta de Ferguson

La luz verde para asesinar solo puede entenderse en un contexto donde el racismo es moneda corriente. La desigualdad económica, la discriminación en el acceso a la salud y el empleo refuerzan estigmas y prejuicios contra la comunidad negra. A la vez, se mantienen vigentes símbolos y organizaciones de la supremacía blanca como la bandera de la Confederación o el Klu Klux Klan. De esa forma, se mantiene vivo el legado racista que atraviesa la historia de Estados Unidos.

El racismo no siempre se expresa mediante el desprecio directo de aquellas personas que no son blancas. Declaraciones como las del presidente Obama ante dos asesinatos de afroamericanos a manos de policías son muestra de la enorme tolerancia de la brutalidad policial: “Aunque los funcionarios deban continuar investigando los trágicos tiroteos de esta semana, también necesitamos que las comunidades trabajen en las fisuras que llevan a estos incidentes”.

La conquista de los derechos civiles puso fin a la segregación racial legalizada pero no acabó con el racismo. Eso ha sido una constante de 1963, cuando se promulgó el Acta de Derechos Civiles, y desde ese momento ha existido una tensión constante entre una sociedad polarizada, donde los sectores conservadores pugnan por avanzar en su agenda reaccionaria y las nuevas generaciones de trabajadoras, trabajadores y jóvenes que rechazan el racismo, la homofobia, defienden los derechos de los inmigrantes y quieren mayor igualdad social. Por eso son protagonistas de los principales movimientos sociales contra la desigualdad y el racismo como Occupy Wall Street, Black Lives Matter y el movimiento por el salario mínimo.

Hasta el 9 de agosto de 2014, se respiraba en Estados Unidos el sueño de una sociedad posracial, inaugurado por la llegada a la Casa Blanca del primer presidente negro en 2008. Pero el asesinato a sangre fría de Michael Brown hizo que se desvaneciera. Lo que siguió se resumió en las postales de guerra de la pequeña ciudad de Ferguson invadida por tanques de guerra y policías pertrechados con armamento militar.

Al asesinato de Brown dejó en evidencia que el racismo está vivo y es institucional. Mientras se extendían las protestas, asesinaban a Eric Garner en Nueva York, a Freddie Gray en Baltimore, todos nombres que se transformaron en símbolos del movimiento contra el racismo que encendió el grito #BLACKLIVESMATTER (Las vidas de los negros importan).

La elite política y las clases dominantes vuelven a exigirle calma y paciencia a la comunidad afroamericana. Pero la impunidad policial y el racismo hacen cada vez más difícil ocultar la impotencia y la legítima bronca de la juventud. Vuelve a resonar en la calle: “Sin justicia no habrá paz”.

Tomado de: http://www.laizquierdadiario.com/Estados-Unidos-del-racismo-y-la-hipocresia

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La revuelta femenina televisada.

Celeste Murillo .

América del Sur/Argentina/Fuente:http://www.laizquierdadiario.com/

Un documental recorre el movimiento por la liberación de las mujeres. La historia de un movimiento que cuestionó la opresión de la mitad de la población antes de que ser feminista estuviera de moda.

La generación de mujeres que llegaba a la vida adulta a comienzos de la década de 1960 sospechaba que algo no andaba bien, era común que muchas fueran obligadas a hacer tratamientos psiquiátricos, incluido el electroshock, se las trataba de locas y deprimidas por no abrazar el sueño del matrimonio y el hogar.

Lo personal y lo político:

En 1963, Betty Friedan escribe sobre el “malestar sin sombre” en su libro The Feminine Mystique (Mística de la feminidad), que se transformaría en un texto clave del estallido de la segunda ola feminista en Estados Unidos (se considera a las sufragistas de comienzos de siglo XX la primera). Para muchas, ese fue el punto de partida del movimiento.

“No era yo, no era él, era la sociedad” dice una de las fundadoras de NOW (por sus siglas en inglés, Organización Nacional de Mujeres), al recordar el momento en que se había dado cuenta de que ella no era el problema, y cuenta cómo renuncia las garantías de una vida de clase media acomodada para pelear por los derechos de las mujeres. El público que la escucha estalla en aplausos.

Para mediados de los años 1960 ya no había vuelta atrás. Las mujeres fueron por todo. Las protestas de mujeres se expandían como una epidemia. El documental hace una buena selección de las acciones del movimiento: quema de títulos universitarios, mientras una joven graduada dice a cámara “Soy historiadora y no sé nada de la historia de las mujeres”, el público aplaude. “Qué cuerpo, papito”, le grita una estudiante a un ejecutivo en pleno Wall Street, en medio de una acción directa contra el acoso en los lugares públicos, seguida con atención (y algunas miradas atónitas).

Muchas mujeres que habían participado del movimiento por los derechos civiles de los afroamericanos, el movimiento antiguerra y en el movimiento estudiantil universitario salieron a la calle a reclamar para sí los derechos que sabían propios: derechos reproductivos, aborto legal, igual salario a igual trabajo y el fin de la segregación por género que regía en casi todas las actividades económicas. La mecha que se había encendido no se apagaba con nada.

El movimiento no estuvo exento de contradicciones, con su enorme repercusión empezaron las discusiones: ¿Quién decide qué tema es importante? ¿Por qué se discute tan poco lo que piensan las mujeres negras? ¿El movimiento feminista le da suficiente importancia a los problemas de las trabajadoras? ¿Qué pasa con las lesbianas, por qué no está en cuestión la heteronorma?

Nada está fuera de discusión:

El documental incluye entrevistas con activistas de la época, muchas de ellas autoras de textos clave de diferentes corrientes como Kate Millet (Sexual Politics) o Jo Freeman (The Politics of Women’s Liberation). Sus experiencias y discusiones son recorridas, a veces con la urgencia de la fascinación de poder casi “televisar” el avance de un movimiento que parecía irrefrenable. Quizás sus poco más de 90 minutos no son suficientes para brindar una imagen acabada de las múltiples facetas y corrientes políticas.

Uno de los aspectos interesantes del documental es que aborda sin pruritos la existencia de diferentes alas (si cabe una crítica es quizás la superficialidad de algunos debates clave que marcaron al feminismo como aquellos sobre género, clase y raza). Una activista afroamericana narra en primera persona las contradicciones de ser un ala de un movimiento mayoritariamente blanco. Otra señala la poca atención a los problemas de las mujeres trabajadoras y alerta sobre el problema de tener una visión exclusiva de la clase media.

La sexualidad fue uno de los temas fundantes del movimiento. Por primera vez, las mujeres discutían su sexualidad fuera del matrimonio: el sexo no reproductivo (la píldora anticonceptiva era reciente), el deseo y la homosexualidad femenina. Las lesbianas fueron unas de las primeras en hacer tambalear la principal organización y llamó a discutir la sexualidad femenina sin prejuicios ante la mirada preocupada de Friedan y otras fundadoras que creían que era “demasiado pronto”.

El documental brinda un buen panorama de las diferentes agrupaciones e iniciativas del movimiento, como Jane Collective (una red de apoyo cuya acción fue vital para que miles de mujeres trabajadoras y pobres accedan a los servicios de salud reproductiva), las editoras del mítico libro Nuestros cuerpos, nosotras mismas que fue para millones de mujeres el primer acercamiento a la educación sexual y el autoconocimiento.

Testimonios valiosos como los de las activistas negras, que hablan de las dificultades de plantear el derecho a decidir sobre el cuerpo, cuando el movimiento negro veía en la reproducción de la vida una “forma de resistencia” ante la dominación blanca. Las afroamericanas enfrentaron el desafío doble: ir contra a los prejuicios racistas dentro del movimiento de mujeres y contra los prejuicios machistas en el movimiento negro, incluso en sus alas más radicales.

Otro de los episodios narrados en She is beautiful… es un acto del movimiento antiguerra donde un grupo de mujeres de la SDS (una agrupación estudiantil de la llamada Nueva Izquierda) decide hacer su primera aparición. Ni bien la oradora comenzó a hablar, los militantes varones empezaron a abuchearla, a pedir que se vaya diciendo que era una mujer y no podía estar al frente de un acto político. Esto abrió un amplio debate sobre la participación de las mujeres en los movimientos políticos.

¿Soluciones de los años ’60 para los problemas de 2016?

Una de las reflexiones más interesantes está tanto al inicio como al final. Las primeras imágenes se ubican en una manifestación en Texas (Estados Unidos) en 2014 que exige el fin del ataque al derecho al aborto, conquistado por las mujeres en 1973 (mediante el fallo de la Corte Suprema Roe vs. Wade) luego de años de lucha. Hacia el final, una de las activistas reflexiona sobre el estado del movimiento de mujeres, los desafíos actuales: “Ninguna victoria es permanente”.

Es imposible separar el movimiento de liberación femenina de su época, que le imprimió una perspectiva de crítica social y revolucionaria, lo que no significó homogeneidad ni monolitismo. Ante la reacción social y política de los años 1980 que significó la restauración conservadora, encabezada por Margaret Thatcher en el Reino Unido y Ronald Reagan en Estados Unidos, una gran parte del movimiento feminista renunció a la transformación de la sociedad como vía para terminar con la desigualdad y se refugió en los pasillos de los parlamentos y agencias gubernamentales.

Ese abandono de las calles tuvo como consecuencia la institucionalización e integración del feminismo a las agendas oficiales. Vía esta integración, gran parte del feminismo se centró en transformar la cultura, una empresa que hoy podemos decir que el alcance de esa batalla cultural es, como mínimo, contradictorio. Es en gran parte cierto lo que dice una de las protagonistas, “Ya no se puede volver atrás, es imposible restablecer la segregación por género en el mundo laboral, que la mujer vuelva a trabajar exclusivamente en el hogar”.

El mayor desafío que enfrenta el movimiento de mujeres es la sorda convivencia de la ampliación de derechos (de alcance restringido y condicionado en la mayoría de los casos) con el crecimiento de la violencia machista y el avance reaccionario contra los derechos conquistados por la generación que protagoniza el documental. Ante este desafío urgente, las mujeres no necesitan volver al pasado, pero sí recuperar las banderas de la transformación social, para conquistar su emancipación y el fin de toda opresión. “Nadie nunca nos regaló nada”, una reflexión de los años 1960 que bien vale recordar en 2016.

Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/La-revuelta-femenina-televisada

Imagen: http://www.laizquierdadiario.com/local/cache-vignettes/L653xH447/arton42835-29b99.jpg?1466891162

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