Por: David Bustamante
¿Si la Biblia dijera que los ‘afros’ son perversos y así acogiera esta creencia la sociedad, también habríamos de oponernos a una educación científica sobre la raza en los colegios para abolir el prejuicio?
El filósofo y cientificista austriaco Karl Popper (1902 – 1994) aseguró que “la verdadera ignorancia no es la ausencia de conocimientos, sino el hecho de negarse a adquirirlos”. La columna anterior generó una andanada de comentarios positivos (tanto por parte de la comunidad LGBTI como por parte de personas que no pertenecen a ella); y una serie de reacciones tan disparatadas como las de la diputada de Santander, Ángela Hernández:
1. “Quienes quieran ser homosexuales, que así lo sean, pero que no vengan a imponerle a nuestros hijos su orientación o sus prácticas”
2. “Es indispensable hacer colegios para personas homosexuales”
3. “Se trata de una educación politizada por un lobby sediento de protagonismo”
4. “La Biblia establece que la homosexualidad es una perversión y la diputada se apoya en dicho documento”
5. Por encima de la ley del hombre está la ley de Dios”
6. “Es raro hablar de un gen homosexual y que a estas alturas no haya podido discernirse. Entonces no existe, señor columnista”
7. “Su problema es el humanismo”.
Habiendo sido aclarado –a la luz del acervo científico reciente y de la experiencia– que la orientación sexual es una condición biológica natural (como el color de la piel), ella no puede, en modo alguno, ser enseñada o impuesta (ni la heterosexualidad ni la homosexualidad). El «género» o la «sexualidad» sí es una construcción social, no la «orientación sexual» o el «sexo».
El «género» se define como un conjunto de características o roles que cada sociedad asigna a los hombres y a las mujeres con base en la cultura, en la idiosincrasia, en la tradición. La «orientación sexual» o el «sexo», simplemente, como una condición biológica, de fábrica (factor interno) y, por lo mismo, independiente de la cultura (factor externo). “El hecho de que no puedas hacer que un hombre biológico se sienta sexualmente atraído hacia otro hombre educándolo como si fuera una niña, hace que cualquier teoría social sobre la orientación sexual sea bastante débil”, sostiene el investigador científico Qazi Rahman (del Instituto de Psiquiatría, Psicología y Neurociencia del London King´s College).
De ahí que en el artículo 20 de la Ley 1620 de 2013 (Manual de Convivencia Escolar) no exista forma o manera posible de inferir una enseñanza o cátedra homosexual ni un procedimiento ‘social’ o ‘pedagógico’ a propósito, por más que lo estire o encoja la diputada Hernández y quienes irresponsablemente repiten su discurso, implicando la misma sandez. Lo que ese inciso pretende –de acuerdo con la edad del individuo– es una pedagogía sobre el género o la sexualidad: combatir la discriminación y la violencia escolar nacidas de la ignorancia; o la ignorancia en general, la tarea por excelencia de la educación y el enemigo número uno de la tradición en el marco de la religión católica en Colombia.
¿Qué es eso, señores, de que es indispensable construir colegios para personas homosexuales? ¿Deberíamos construirlos también para personas negras o blancas, peludas o lampiñas según cuál sea el prejuicio predominante en nuestra sociedad e ir segregando cada subpoblación construyendo pequeños «apartheid» de distinta índole? ¿Qué clase de apología de la violencia o culto a la ignorancia es esa? “Educación politizada”, sostiene otro. ¿Qué puede ser más politizado que un «apartheid académico» resuelto con base en la orientación sexual? ¿Qué puede ser más antipolitizado que la criticidad en el marco de la enseñanza? La naturaleza de estos comentarios guarda estrechas semejanzas con la caracterización autoritaria de la religión católica: no responden a una reflexión racional –mucho menos documentada– sino a un dogma fundamentado en presunciones de todo orden.
¿Por qué será que cuanto mayor es la ignorancia, mayor es la arrogancia? “La ignorancia es la madre de todos los crímenes; un crimen es, ante todo, una falta de raciocinio”, sostuvo el escritor francés Honoré de Balzac (1799-1850). Ciertamente: cuántos homosexuales incineró la Inquisición española y cuántos personas murieron durante las Cruzadas (más de cinco millones). “En ningún momento de la historia, en ningún lugar del planeta, las religiones han servido para que los seres humanos se acerquen los unos a los otros. Al contrario: solo han servido para separar, para quemar, para torturar”, sostuvo, por su parte, el Premio Nobel de Literatura 1998 José Saramago (autor del «Ensayo sobre la ceguera»).
Luego, resulta que el humanismo es un problema y que la Biblia es un documento expedido por el Congreso de la República; por lo mismo, digno de la sustentación de los funcionarios públicos. A mí me encantaría complementar la justificación teórica de la protección del medio ambiente en la filosofía del Tao o en las enseñanzas del Budismo, fíjate, pero la calidad del cargo (si lo ostentara) exige que me ponga serio. Para quienes se apoyan en los pasajes de las sagradas escrituras, ¿qué tal la Biblia dijera que la piel negra es prueba de perversión o de inclinación a sentimientos malsanos y así acogiera esta creencia la sociedad? Entonces los veríamos oponiéndose a una educación cientificista sobre la raza en los colegios porque “si los negros quieren ser negros, que sean negros, pero que no vengan a imponerle a nuestros hijos su negrura o costumbres afroamericanas”, como si el color fuera un mal y contagioso y el Manual o la Ley en mención estableciera el procedimiento a propósito.
En la columna anterior aduje una serie de estudios (de respetados científicos) con relación a la homosexualidad. Como el astrónomo italiano Galileo Galilei (comprobación de la teoría heliocéntrica) en el siglo XVII frente a la Iglesia católica, se observó la realidad y se ofrecieron pruebas experimentales de las afirmaciones. Como la Iglesia católica en el siglo XVII, la reacción fue la misma: la negación. “Por encima de la ley del hombre está la ley de Dios”. Otro, por su parte, expresó que si “a estas alturas no ha podido discernirse el gen homosexual, entonces no existe”. Dicha afirmación es lo que en Lógica formal se conoce como falacia o argumento «ad ignorantiam»: apoyar una afirmación con base en el desconocimiento que se tiene en la materia. Vaya contradicción teórica: ‘no existe porque no se conoce’. Entonces aquellos planetas cuya apreciación visual no es posible dada la distancia, pero cuya existencia puede ser corroborada a través de la física y la matemática, tampoco existen.
La humanidad progresa mediante la adquisición del conocimiento, el cual lo marchita la intolerancia que bebe de la fuente de la ignorancia. El único argumento que le queda al religioso por formular es que Dios no es perfecto: siendo que la homosexualidad se debe a un proceso biológico y que para ellos es una impureza o imperfección, entonces tendrían que admitir que el Creador no fue perfecto en su creación. O la cogen contra Él y se dejan de caprichos, o cesan de excusarse en Otro para justificar sus odios.
Fuente: http://www.semana.com/opinion/articulo/la-naturaleza-de-ser-gay/484537