Autor: Gustavo Zelaya
El campus parece una realidad colmada de excelencias académicas, de importantes investigaciones científicas, organiza congresos sobre cómo organizar congresos, obtiene certificaciones internacionales, exige revisiones periódicas del plan operativo, sofisticados desarrollos curriculares con énfasis en las competencias, terminología sobre didáctica de asignaturas que no tocan lo esencial del asunto, pero es la moda y lo importante es adherirse a ella; tiene innecesarias entidades de vinculación universidad-sociedad como si nunca ha existido tal cuestión; muestra gran entusiasmo por ofrecer clases y carreras en línea ignorando experiencias internacionales; instala congresos pedagógicos de profundo nivel teórico en donde presentan la palabra INNOVACION como el más actual y logrado concepto educativo; nos llenan de auditorías sobre bienes nacionales; una reforma que destaca por la avanzada infraestructura, espacios climatizados con el solemne aspecto de las antesalas de bancos y catedrales renacentistas, pero con oficinas y escritorios vacíos; las novedades arquitectónicas están físicamente cerca de las aulas pero alejadas de la realidad en que conviven estudiantes y profesores, cuando entre estos y sólo entre ellos, se establece la relación fundamental dentro de la universidad. Lo demás es derivado y auxiliar de esa relación.
Las nuevas estructuras parecen de Dubái pero los auténticos espacios académicos nos ponen la realidad del tercer mundo en la cara; nos dicen que la precariedad de la enseñanza universitaria es cotidiana y que la reforma algo ha de ser. Además, el centro del conocimiento superior se encuentra totalmente en silencio frente a las circunstancias hondureñas. Claramente lo han dicho sus autoridades: el aumento al combustible, el alza a la canasta básica, el desempleo, las amenazas a la educación pública, la corrupción de los funcionarios y las protestas estudiantiles por esos temas no son asuntos que competen a la academia.
El repunte tecnológico se nota en oficios on line generados desde gabinetes en donde se ordena ahorrar papel, marcadores y tinta, con copias triplicadas que desdicen del ahorro indicado. Todo eso parece mera banalidad pero cuando los oficios se convierten en peticiones para proceder judicialmente contra estudiantes que reclaman derechos, el asunto cambia. Y la academia se vuelve parte de la seguridad del Estado. Pero hace suyas y divulga las buenas nuevas de los tiempos de la globalización y la internacionalización. Y, por supuesto, no explica los fundamentos ni consecuencias de esas primicias. Se asumen porque sí o porque ocultos pares externos lo proponen. Es muy curioso que a certificadores, pares y similares les llamen gurús en vez de científicos, aceptando tácitamente que esos “conocimientos” son parecidos a sofismas y pseudoteorías.
Siendo parte de los aparatos ideológicos del Estado, los representantes de la autoridad universitaria, proponen la globalización como proceso natural que debe ser aceptado o terminamos aplastados por ella. No dicen que existen zonas puntuales en donde anidan las grandes corporaciones, zonas que pueden ser físicas o extenderse virtualmente desde páginas web y redes sociales; allí concurren grupos financieros encargados de hacer circular capitales provenientes de la explotación del trabajo humano, del tráfico de armas, drogas y personas; también acaparan el poder político y hacen mucho mayor la diferencia entre riqueza y pobreza. Incluso, dentro de los lugares que concentran las ganancias y riquezas de la globalización las desigualdades también se presentan con dureza en forma de desempleo, exclusión social, desprecio a los migrantes y frágiles políticas públicas que intentan disminuir las diferencias. Basta comparar Detroit con Viena. Tegucigalpa y Choloma no admiten comparación con otras ciudades. Tal vez con Puerto Príncipe o Mogadiscio.
Uno de los impactos de ese movimiento del sistema puede verse en los capitales inyectados a los países atrasados que transforman personas en migrantes forzados, que pone inversión en la industria extractiva hasta fomentar atentados contra las culturas tradicionales, más desigualdad, desplazamiento de la población y represión contra quien se oponga a esa situación. En la educación y en los trabajos se exige ser competitivo y los salarios se deprimen cada día. De estas cosas no se ocupa la autoridad universitaria, tal vez crean que no son asuntos académicos. Pero, a tono con supuestas exigencias mundiales y de la mítica sociedad del conocimiento, cada año instala solemnes congresos de investigación científica con importantes ponencias locales e internacionales; en este año fueron centenares; una minúscula muestra es la siguiente:
- La memoria colectiva del pueblo hondureño en la letra C del diccionario de americanismos (2010).
- La publicación de artículos científicos y registro de patentes en la UNAH; procedencia, procesos e impacto.
- El ranqueo de la UNAH según SCIMAGO.
- Flora y fauna en el aeropuerto internacional Juan Manuel Gálvez, Roatán.
- Sentido de la vida.
- Innovación en la gestión curricular de la UNAH.
- Primera fase: el burnout laboral como factor determinante en el desempeño universitario en Francisco Morazán HN, periodo 2018-2019.
- Análisis de frecuencia de entidades nombradas en periódicos digitales de Honduras en los años 2009-2016.
Parecen ponencias curiosas e intrigantes, con ellas sabemos que hay esperanzas para generar más ciencia y pensamiento crítico desde la Aldea de Suyapa. Son bases para grandes desarrollos científicos y educativos nacionales, para el país en donde la clase política se ha desentendido de estas cuestiones.
Desde 1883 cuando el Estado hondureño toma rasgos modernos, hasta inicios de la década de 1980, los códigos, la educación, las políticas de desarrollo, las instituciones, los registros aduaneros y sanitarios, tenían un relativo sentido nacional y los gobernantes parecían trabajar para el bien común.
Después de algo más de un siglo y con el gobierno de Callejas Romero y subsiguientes se perfeccionan las políticas entreguistas de los recursos, se efectúan algunas privatizaciones y en empresas estatales, en sectores del Estado se pone a los peores administradores, a verdaderos saqueadores extraídos de la clientela política para demostrar que el Estado no tiene capacidad de gerenciar y provocan quiebras financieras, pidiendo a gritos técnicos y expertos de la empresa privada que sabrán salvar el dinero público y hacerlo eficiente gracias a las manos de gerentes calificados. Desde Callejas hacia adelante los que gobiernan imponen ajustes estructurales, se apegan a las fracasadas recetas del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, reducen políticas de beneficio social, crean alianzas que son menos públicas y más privadas a favor de inversores foráneos y locales, concesionan ríos, bosques, playas y cualquier bien común e imponen el trabajo tercerizado. El impacto es tan severo que la idea de representatividad se pulveriza, la institucionalidad queda fracturada y las personas ven al Estado como objeto extraño y agresor que no interpreta sus intereses.
En ese sistema de contradicciones la universidad pretende acreditarse, edita publicaciones de buen nivel que se esconden en bodegas, bajo las mesas, se arrinconan y por misteriosos designios burocráticos no salen a luz pública. Fantasmales entidades evaluadoras exigen investigaciones y documentos indexados y apegados a una especie de santo grial que llaman APA, como algo incomparable al que sujetarse para estar en los umbrales de la moda mundial o se corre peligro de no salir en la foto. Y eso si es delicado, necesario, para supuestos investigadores científicos, y se la creen, tan comprometidos con la academia que tiene escritos sometidos al fetiche, perdón al APA, sin lectores ni editores. Es algo similar cuando desde el Estado se pregona que Moody’s ha certificado el buen manejo de las cuentas nacionales y sólo los funcionarios aceptan religiosamente tal cuestión.
Fuente: https://criterio.hn/2018/08/11/la-ciencia-y-el-pensamiento-critico-de-la-academia/