Pagando el derecho a leer: el problema del copyright en las fuentes tipográficas

Por Irene Soria

Los avances tecnológicos en materia de producción de conocimiento y velocidad con la que las obras son compartidas a través de Internet, así como la democratización de los medios de producción, suponen quizá uno de los cambios más radicales para la producción editorial desde los tiempos de la imprenta, y con ello se ha dado origen a múltiples debates. Los libros electrónicos han generado discusiones sobre la posible muerte de los libros en papel y más aún, en cómo se llevará a cabo la conservación y distribución de dichos materiales que ahora, están expuestos en soportes “intangibles”1

Muchas posibilidades, una problemática.

Los múltiples soportes en los que podemos encontrar un libro electrónico, representan también muchas formas de interacción con el usuario y por lo tanto, una gran variedad de posibilidades creativas y de producción. Lo mismo podemos ver un texto adaptado a la pantalla de un smartphone, de una tablet u ocupando algún otro espacio físico, a través por ejemplo, de una videoproyección. Diseñar bajo esta premisa, ha conducido al nacimiento de tendencias de diseño adaptable a menudo reconocidas como diseño líquido o diseño responsivo.

Para lograr esta flexibilidad y capacidad de adaptación, es indispensable el uso de tecnologías basadas en estándares. En el particular caso de la web, estos estándares son especificaciones técnicas desarrolladas por la W3C (World Wide Web Consortium), consorcio internacional fundado por Tim Berners Lee, padre de la Worl Wide Web (www), que emite recomendaciones para mantener una web abierta y que incluye mejores prácticas de desarrollo tomando en cuenta la interoperabilidad, la accesibilidad y la usabilidad de sitios web. Estos estándares incluyen los lenguajes con los que está escrita prácticamente toda la www: el HTML y CSS. Para que pueda existir esta adaptabilidad, todos los dispositivos presentes y futuros deben ser capaces de entender el código fuente, lo que presupone, que éste debe estar abierto y que sea posible acceder a él.

Además del código HTML y CSS, las fuentes tipográficas son la materia prima de los textos digitales, ya que forman parte fundamental de la composición de éste; la legibilidad, el carácter y la comunicación con el lector, se encuentra en gran medida en las manos de la elección de una buena fuente tipográfica.

Problemas de las restricciones

Las fuentes tipográficas digitales son distribuidas en formatos de archivo .ttf y .ott, los cuales además de contener los diversos caracteres, poseen el documento de formación de la misma, es decir, que lo mismo podemos visualizar la fuente en un texto digital, que separarla del mismo y editarla con un software especializado2 y por lo tanto modificarla. Esto quiere decir que el hecho de tener una fuente tipográfica incrustada en un libro electrónico, significa necesariamente que el archivo se incluye en el libro y por lo tanto existe la posibilidad de que el usuario la descargue y la use posteriormente.

Algunas empresas que poseen los derechos de uso de muchas fuentes tipográficas, ven esto en detrimento a sus intereses y se han dado a la tarea de restringir su uso mediante licencias basadas en el copyright.

Los software de fuentes tipográficas que dichas empresas proveen, poseen una licencia llamada EULA, End User License Agrement (acuerdo de licenciamiento de usuario final), cuyos términos pueden variar con base al producto que se adquiera y el uso que se le vaya a dar.

Por ejemplo, la fuente tipográfica Helvética, de linotype.com puede ser adquirida con una licencia de uso en la web, en donde, el costo de una sola familia tipográfica asciende a 35 euros si las vistas de la página son menores a 250 000; el costo se eleva a 46,67 euros por 500 000 visitas y así sucesivamente. Si se usa en una computadora de escritorio, que incluye la posibilidad de imprimirla, entonces el costo es extra dependiendo de las máquinas en las que se vaya a instalar dicha fuente.

Cabe señalar que al adquirir la Helvética con linotype.com, no se compra la fuente tipográfica, sino el permiso de usarla con ciertas limitaciones, lo cual implica que una empresa y/o un particular se reserva el derecho de la copia y supedita su uso a la compra de esta licencia que, entre otras cosas, impide que la obra sea compartida y usada sin permiso, especificándola en algunos apartados.

La EULA no es la única licencia que limita los derechos de los usuarios finales en materia de contenido digital, también lo es el uso de DRM (Digital Rights Management) o Gestión Digital de Derechos, que es un mecanismo de restricción de contenido digital incrustado en algunas canciones y videos, pero también en algunos libros, lo cual impide, en la mayoría de los casos que dicho contenido se comparta en otros dispositivos no asociados al de quien lo compró.

De acuerdo con lo anterior, tanto el EULA como el DRM son mecanismos basados en un sistema de producción física industrial, donde se controla la copia y la libre circulación de la misma y que en muchos sentidos se han visto rebasados por la naturaleza de la producción de los contenidos digitales intangibles. Este excesivo control problematiza severamente la accesibilidad de las obras generadas con y a partir de recursos digitales con licencias restrictivas (como lo puede ser también el software de patente); impide su adaptabilidad a múltiples formatos y consecuentemente, pone en entredicho la conservación digital en el tiempo, ya que no tenemos acceso al código fuente con el que fue realizado, en este caso, la fuente tipográfica con su imposibilidad de estar incrustada. Por otro lado, un libro con DRM no puede ser compartido ni mucho menos copiado, limitando así su distribución a quien pueda comprar el permiso de leerlo. Para sintetizar lo grave de esta problemática, quizá cabría hacernos la siguiente pregunta: ¿seríamos capaces de poner DRM a libros de textos escolares digitales?

Fuentes tipográficas libres.

Las fuentes tipográficas libres están basadas en un modelo de licenciamiento copyleft, el cual busca darle la vuelta al copyright para permitir el derecho a la copia, uso con cualquier propósito, libertad de estudio, modificación y distribución de las versiones modificadas, siempre que no se añada ningún tipo de restricción después (Stallman 2004, p.28). Esto podría ser la posibilidad de que un documento digital circule libremente sin necesidad de una restricción al usuario y con ello, garantizar su permanencia en el tiempo debido al acceso al código fuente.

Existen ya varios casos de éxito en el uso de las fuentes tipográficas libres. En el 2009, Dave Crossland, diseñador tipográfico de la Universidad de Reading, comenzó a trabajar el proyecto Open Font Library(www.openfontlibrary.org), que al 2016 alberga al rededor de 950 fuentes tipográficas libres y está abierto a cualquier persona que quiera subir una fuente y compartirla de manera gratuita. Cada fuente de la colección posee la función para enlazarla mediante código CSS a cualquier página web (Suehle 2013) .

Google hizo algo similar en el 2010 y contrató a Crossland como asesor del proyecto Google Web Fonts (hoy conocido como Google Fonts). Este proyecto es un directorio con mas de 600 fuentes de muy buena calidad y liberadas bajo SIL-Open Font License y la licencia Apache, compatible también con el copyleft. De igual forma, la plataforma permite enlazar la fuente a la página web por medio de código CSS y que los usuarios vean dicha fuente sin tenerla instalada en su equipo de cómputo. Esto ha resultado ser muy beneficioso para algunos diseñadores tipográficos como es el caso de Pablo Impallari, cuya fuente, Lobster, se ha convertido en una de las mas populares del catálogo.

The League of Moveable Type (https://www.theleagueofmoveabletype.com) es otro ejemplo de un catálogo que desde el 2009, alberga fuentes tipográficas libres licenciadas bajo SIL-OFL y disponibles de manera gratuita. De la página destaca el manifiesto de los integrantes de esta ‘liga’ en donde invitan a diseñadores tipográficos a compartir sus mejores fuentes aclarando que no pretenden que esto represente no vivir de su trabajo. Proponen que haya más diseñadores compartiendo la obra en beneficio de la comunidad sin que eso les representen pérdidas de dinero y los invitan a explorar un nuevo modelo de negocio.

Las fuentes tipográficas libres y modelos de licenciamiento permisivos basados en el copyleft, no solo permiten la conservación de la obra digital, sino que también abren la exploración a nuevos modelos de producción y de comercio que se han ido adaptando a la tecnología de nuestros tiempos y con ello la formulación de nuevos paradigmas, ya que su principio de creación colaborativa, permite que no solo expertos especializados como los diseñadores tipográficos, generen estas fuentes, sino también amateurs y/o entusiastas de la tipografía.

Lo cierto es que hacen faltan muchas más fuentes tipográficas de calidad que ofrezcan un uso libre y sigan modificándose y conservándose en el tiempo, que contrario a lo que se pudiera pensar, podría no ser una perdida económica para el autor (pues el ingreso por la venta de las licencias no representa una ganancia económica sustancial para el diseñador tipográfico hoy en día), por el contrario, liberar la fuente podría ser una estrategia para que un número mayor de personas la usen, para dar a conocer su obra y también para explorar otros modelos de negocio derivados de un trabajo en conjunto y no solo del permiso de usarlo. Por que, a final de cuentas, ¿qué es una fuente tipográfica, si no se usa?, ¿qué es de un libro electrónico que no se lee?.

1Intangibles en caso del código de programación que hay detrás de un libro electrónico, las letras ya no tienen el soporte del papel, sino ahora, de una pantalla y de los algoritmos para generar un caracter.

2Software para la edición de fuentes tipográficas como Font Lab que es software privativo, o Font Forge, que es software libre.

Fuente:https://investigacionsocial.net/pagando-el-derecho-a-leer-el-problema-del-copyright-en-las-fuentes-tipograficas/

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Cuando seamos Hacker

¿Por qué todos sabemos usar una computadora pero no sabemos programarla? ¿Cuál es el futuro de una sociedad controlada por una tecnología que al facilitarnos la vida cotidiana aparenta liberarnos? Irene Soria identifica posibles formas de opresión y nos cuestiona por qué no somos hackers.

Tan sutil que es casi invisible a los ojos, tan cómoda que ni siquiera la tocamos con los sentidos, y tan vital para algunas personas, que podrían defenderla a capa y espada. Hablar de una distopía tecnológica es hablar del presente, de nuestra rutina, de nuestra vida diaria.

Sin bien la ciencia ficción ha ofrecido durante décadas imágenes de diversos mundos posibles, donde los robots se apoderan de nuestra voluntad o donde viajamos en autos voladores, es en fechas recientes que algunas series y películas nos plantean la suerte de un futuro muy inmediato. Series como Black Mirror relatan situaciones tan escalofriantes como verosímiles (por supuesto, más logrado en unos capítulos que en otros) en un futuro tan cercano que podríamos estarlo viviendo hoy.

Si el futuro ya está aquí, o al menos una pequeña prueba de lo que podría llegar a ser, ¿qué tan conscientes somos de ello? ¿Hay manera de modificarlo? ¿Podríamos incluso decidir si deseamos vivir o no ese futuro? ¿Está en nuestras manos revertir la distopía?

 

LA DISTOPÍA QUE SE VEÍA VENIR

Si hasta aquí sospecha usted que contravendré la tan proliferada idea de que la tecnología digital ha potenciado la libertad de expresión, la democratización de los medios, el conocimiento abierto al mundo y la producción de contenido más allá de la hegemonía, permítame decirle que tiene razón. Pero antes de que me queme en leña verde, me remontaré a la década de los ochenta, cuando inició el consumo tecnológico digital en masa y cuando algunas personas comenzaron a vislumbrar un futuro bastante oscuro.

Fue en 1984 cuando salió al mercado estadounidense la Macintosh. Con ella, el fundador de la empresa que la fabricó, Steve Jobs, aspiraba a que el cómputo estuviera al alcance de cualquier persona y no sólo de algunos conocedores del lenguaje de programación (como había sucedido hasta entonces). La Macintosh era tan fácil de usar como un electrodoméstico.

Esta tendencia a «hacer todo más fácil» se apoderó del mercado de Apple y de otras empresas que se apresuraron a fabricar tecnología cada vez más intuitiva y sencilla. Esta «facilidad» que hoy ha hecho que muchas y variadas personas puedan acceder y usar computadoras en sus casas, escuelas u oficinas, así como la invención de nuevos materiales, devinieron en la necesidad de utilizar estos equipos en cada vez más actividades de la vida diaria y hacer aquellas computadoras personales más portables y pequeñas; convirtiéndose, además, en un aparato íntimo e indispensable.

Ilustración de Coral Medrano (Ciudad de México, 1985)

Ilustración de Coral Medrano (Ciudad de México, 1985)

Hoy en día estas computadoras caben en nuestros bolsillos y son parte de nuestra identidad, guardamos en sus memorias nuestra vida entera. La tendencia es lograr que sean cada vez menos visibles, al grado de traer gadgets pegados al cuerpo o incrustados en la piel.

Sin embargo, la portabilidad, la comodidad y la accesibilidad de los gadgetsse han convertido en un arma de dos filos. Estos procesos que «facilitan» la vida requieren de muchísimas acciones detrás, que siempre están veladas para las personas usuarias comunes. Dicho de otro modo, si bien la comunicación con nuestros equipos tecnológicos es eficaz e inmediata, ésta también nos oculta los procesos que ocurren detrás, lo cual vuelve estos mecanismos desconocidos para el usuario y lejanos a su entendimiento, ¿o tiene idea de la cantidad obscena de información que recolecta sobre usted una empresa, al momento que solicita su servicio de taxis por medio de una aplicación? Este pequeño detalle del «ocultamiento» del proceso, tan cotidiano e imperceptible en nuestros días, podría ser el campo de cultivo de una sociedad distópica que supere ampliamente la ficción.

Sin embargo, este ofuscamiento de procesos sólo lo es para las personas usuarias finales, pues el know how, el código o la receta de cocina con la que se hace dicha tecnología, sólo será visible y modificable para pocos agentes: el proveedor del servicio, el fabricante o la empresa, es decir, un tercero.

Así entonces, en nuestra presente-futura sociedad distópica, cada paso, actividad, palabra, conversación, canción, ubicación, signo vital, estado de ánimo, ciclo menstrual, hábito de consumo y de conducta, frustración, ruptura, reacción ante el conflicto y más, quedarán registrados en bytesalmacenados como cúmulo de datos completamente correlacionables, a la disposición de un cúmulo de intereses, los del proveedor-dueño del servicio.

 

LA DISTOPÍA PRESENTE-FUTURA

Aunque, hoy en día, esto parece no alterar mucho al inconsciente colectivo a pesar de las declaraciones de diversos personajes[1], las repercusiones de una sociedad súmamente vigilada distan mucho de poder ocultarse; es muy probable que, mientras que otras generaciones soñaron con ser famosas, nuestra sociedad distópica soñará con tener privacidad. En el «mejor» de los casos, estos datos son recolectados con fines de consumo, pero ¿qué pasaría si cruzamos esta posibilidad con contextos políticos, sociales y/o económicos de ciertas regiones del mundo? Imaginemos algunos escenarios.

En un mundo donde los datos de los ciudadanos son tan fácilmente recolectables y relacionables, es completamente posible conocer las preferencias ideológicas, sexuales y hasta debilidades psicológicas y hábitos de conducta, tanto de individuos como de masas, lo cual permitiría estudiar de manera más precisa a los votantes, por ejemplo, y lograr gracias al uso y manipulación de estos datos que un hombre millonario con nula idea de política y con claras tendencias sociópatas se convierta en presidente de una nación.[2].

En este mismo escenario, el motor de búsqueda del proveedor de servicio, (cuya infraestructura está alojada en el país cuyo presidente es el millonario sociópata) podría impedir el acceso a ciertos artículos de opinión o investigación donde esto se hace evidente, o peor aún, imposibilitaría la búsqueda de ciertos libros icónicos vinculados con teorías críticas o pensamientos libertarios.

En esta distopía presente-futura, será imposible encontrar ciertos libros digitalizados, pues los temas y las ideas políticas de las personas que hacen la búsqueda, contravendrían los intereses del poder dominante; se sabría por los registros en bases de datos, qué periodistas hacen qué tipo de investigación y a quién investigan, facilitando su desaparición antes de que completen su nota periodística.

De igual forma, cada persona tendrá una evaluación con base a sus acciones tanto sociales como privadas, permitiendo clasificarlos como buenos o malos ciudadanos y con ello permitirles o no el acceso a servicios que provengan del Estado.[3].

La neutralidad en la red, que permite que los paquetes de información que circulan en internet no sean «discriminados» por su contenido, sería regulada en nuestra sociedad distópica, impidiendo que podamos compartir videos de detenciones arbitrarias en las manifestaciones públicas, pues «no es posible enviar videos» a nuestros contactos a menos que subamos el rango de pago de nuestro paquete de internet.

En esta sociedad distópica, sería imposible ver una película producida en los dosmiles, pues habría sido retirada de todo repositorio, sin copias físicas suficientes, habría que pagar un derecho para verla una vez, cubriendo con el costo sólo la exhibición y restando la posibilidad de almacenarla, o preservarla como hicieran las antiguas filmotecas con el celuloide; mucho menos, podríamos compartirla o mostrarla en una clase.

Porque, además, se habrían hecho más rígidas las leyes de derecho de autor apoyadas en gran medida por los escritores, pintores, cineastas y artistas que creyeron el cuento de que dichas leyes «protegerían su obra» para fomentar la creación. Así fue como las corporaciones pudieron poner copyright o legislaciones similares a las fijaciones de la memoria humana en soportes físicos, una vez que los avances tecnológicos hicieron posible poner en imágenes los recuerdos de las personas.[4].

En esta sociedad distópica será más fácil acceder a una obra del siglo XVII, que a una obra digital del siglo XXI.

 

EL FUTURO LO PREDIJERON LOS HACKERS

Richard Stallman, padre del software libre.[5], ya había vislumbrado en 1983 las implicaciones que tendría en la sociedad este velo en los procesos y las recetas de cocina secretos y cerrados. Desde su visión como programador en los años setenta, y con la imposibilidad de poder modificar algunos software para mejorar su vida cotidiana, Stallman y otras personas advirtieron las amenazas de dejar la tecnología en manos de las corporaciones.[6]. La sociedad les llamó paranoicos.

Ilustración de Coral Medrano (Ciudad de México, 1985)

Ilustración de Coral Medrano (Ciudad de México, 1985)

Quizá por eso no sea gratuito que la figura del hacker, como se le ha considerado a Stallman, sea visto de manera negativa en la cultura popular. El hacker ha sido malinterpretado como un pirata informático, alguien con conocimientos profundos de computación que vulneran la seguridad digital y cometen delitos informáticos. Sin embargo, una de las aproximaciones del término hacker proviene de hack, que significa «golpe», un golpe que ayuda a que algo funcione mejor. Aunado a esto, el propio Stallman dice que hacker es alguien que usa de manera lúdica sus conocimientos y habilidades. Lo cierto es que las comunidades de hackerscontemporáneas se conciben como personas que gustan de solucionar retos informáticos por el placer de enfrentarse y solucionar problemas. Algunas de estas comunidades se han dedicado a abrir repositorios en internet para el libre acceso a libros, revistas, películas, artículos y arte digitalizados que sería imposible conseguir de otro modo.

Hombres y mujeres hackers entienden la tecnología desde otro punto de vista que no es el del consumo, el elitismo o el individualismo aislado. Su mirada es desde la soberanía, la comunidad, la apropiación y el saber cómo funcionan las cosas.[7]. Gracias a ello y a su conocimiento técnico, conocen gran parte del funcionamiento de las tecnologías digitales y la importancia del cuidado de la privacidad, la necesidad del anonimato y el acceso a la información.

Así pues, en nuestra sociedad distópica, hacker es la persona disidente tecnológica que nos ayudará a entender los problemas de la dependencia tecnológica y que, a su vez, impulsará la apropiación y conocimiento profundo de la tecnología. Por supuesto que estos hackers serán señalados y mal vistos, incluso, se les buscará por diversos medios y se hará popular el uso de la palabra hackear para referirse al robo de una contraseña o a la intromisión ilegal en un sistema con fines negativos y lucrativos.

 

SEAMOS HACKERS

Es muy probable que en un mundo distópico la resistencia esté conformada por hackers que han vivido la comunidad como una realidad posible y palpable, lo cual contraviene la idea de consumidores aislados compitiendo entre sí; sabrán que las tecnologías no se fabrican aisladamente y que han sido desarrolladas en comunidades; sabrán también que nadie inventa o desarrolla si no es a partir de los avances de alguien más. Sabrán, ¿o saben ya?, que hay que trabajar en comunidad.

La gran resistencia hacker no será fabricar tecnologías propias únicamente, sino enseñar a otros y otras a hacerlo; compartiendo y fomentando habilidades técnicas y su manera de entender y hacer la tecnología. Desde hoy, podríamos comenzar con una educación tecnológica en la infancia, vinculada con el aprendizaje de programación y no limitada al uso de una herramienta. Usted, por ejemplo, podría comenzar a usar software libre y aplicaciones más seguras y confiables en su celular (como Telegram o Signal para enviar mensajes instantáneos), leer las cláusulas de términos y condiciones de los servicios tecnológicos que usa y preguntarse si de verdad es necesario compartir todos los detalles de su vida en redes sociodigitales.

Si bien las estrategias para desmantelar la distopía aún son obtusas, comenzarán a clarificarse cuando cada uno de nosotros use su ingenio para el bien común, cuando seamos críticos y rompamos reglas injustas, pero sobre todo, cuando decidamos cambiar en cada uno de nuestros actos nuestra propia realidad… es decir, cuando seamos hackers.


NOTAS

[1] Ver el documental Citizenfour, de Laura Poitras, Estados Unidos, 2014.

[2] Para saber más: «The Data That Turned the World Upside Down», disponible en: https://motherboard.vice.com/en_us/article/mg9vvn/how-our-likes-helped-trump-win

[3] «China calificará a sus ciudadanos como en Black Mirror», disponible en: http://www.elfinanciero.com.mx/tech/china-calificara-a-sus-ciudadanoscomo-en-black-mirror.html

[4] Conferencia del Dr. Alejandro Miranda hablando de la nota: «Scientists Use Brain Imaging to Reveal the Movies in Our Mind», disponible en http://news.berkeley.edu/2011/09/22/brain-movies/

[5] Programa de cómputo cuya licencia de uso permite ser estudiado, copiado, distribuido y mejorado.

[6] Richard Stallman cuenta su anécdota con una impresora del MIT y cómo ésta dio origen al proyecto GNU y al movimiento del software libre en el libro: Software libre para una sociedad libre.

[7] Varios autores, Soberanía tecnológica 2, Barcelona, Descontrol, 2017, disponible en: https://www.ritimo.org/IMG/pdf/sobtech2-es-with-covers-web-150dpi-2018-01-13-v2.pdf

AUTORES

(Ciudad de México, 1983) es doctoranda en estudios feministas, académica y activista del movimiento de software y cultura libre.


ILUSTRADOR
Coral Medrano

(Ciudad de México, 1985). Es diseñadora editorial e ilustradora. Sus ilustraciones se han publicado para editoriales de México, Hong Kong y China. Es socia de la revista de literatura e ilustración La Peste.
Fuente: http://www.tierraadentro.cultura.gob.mx/cuando-seamos-hackers/
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