Por: Jesús Aller
Dos catedráticos, uno de criminología en la Open University (Steve Tombs) y otro de estudios socio-legales en la de Liverpool (David Whyte), unieron sus esfuerzos para dar forma a este libro, cuya versión en castellano apareció recientemente en el catálogo de Icaria Antrazyt (trad. de D. Jiménez, I. Bernat y A. Forero). Un prólogo de los traductores y una introducción de los autores para esta edición nos presentan con claridad el objetivo de la obra. Si bien existen muchos trabajos que analizan los crímenes de las corporaciones transnacionales del capitalismo, este se dedica especialmente a mostrar el carácter irreformable de estas instituciones, que constituyen en este momento la mayor amenaza para la humanidad.
Estamos hablando de entidades que dominan todos los aspectos de nuestra vida y cuyas cifras de facturación compiten con los PIB de los estados. Su tendencia creciente es la formación de oligopolios y en este sentido, un repaso al panorama en diversos sectores de la economía de los países anglosajones pone en evidencia lo que se esconde tras el mito del “libre mercado”. Progresivamente, las grandes decisiones económicas son tomadas por las corporaciones y no por los estados, que las subsidian generosamente. Además, los gobiernos están siempre dispuestos a echar una mano a las empresas cuando su situación peligra y les permiten externalizar costos de forma habitual, haciendo que los perjuicios que su actividad ocasiona sean asumidos por los sectores sociales más vulnerables. Este es el punto de partida del libro: un cuestionamiento del mito de la eficiencia de las corporaciones, fácilmente rebatido por las cifras económicas.
El libro se concentra después en un análisis de los daños generados por las corporaciones, crímenes que en ocasiones alcanzan proporciones “monstruosas” y saltan a los titulares de los medios, pero que más comúnmente corresponden a actividades cotidianas cuyo carácter delictivo apenas es reconocido. Los autores repasan ejemplos en diversos campos: fraude, corrupción y lavado de dinero en la banca, que casi nunca arrastran consecuencias penales; delitos alimentarios y en los productos farmacéuticos de múltiples tipos; atentados contra la seguridad de los trabajadores; y por último, crímenes medioambientales, que se ensañan con los más pobres. Los daños producidos a veces ni siquiera están tipificados como delitos, pero incluso cuando lo están es difícil que acarreen sanciones penales. Capítulo aparte merece la connivencia entre estado y corporaciones en los conflictos bélicos, cuyo análisis demuestra cómo el primero ha acabado convirtiéndose en el brazo armado de las segundas. De la Alemania nazi a Iraq, los datos permiten entender la guerra como estafa y crimen corporativo.
Las primeras compañías con fines lucrativos nacen en Inglaterra en el siglo XVII para favorecer la empresa colonial, pero es en los siglos XVIII y XIX cuando las corporaciones alcanzan un desarrollo notable, creándose la cobertura legal de la responsabilidad limitada, que protege a los accionistas de los posibles delitos de una compañía (“velo corporativo”). De la East India Company al crack de 2008, la historia pone de manifiesto la enorme impunidad que ha caracterizado siempre a las corporaciones, y patentiza el conflicto irresoluble del capitalismo: se proclaman derechos individuales, pero se garantiza sobre todo el de enriquecerse de cualquier modo de una minoría.
El funcionamiento de la corporación obedece a una maximización de beneficios con criterios de racionalidad, amoralidad e insensibilidad, sometidos en el momento actual a tensiones entre propietarios (accionistas) y gestores. A la hora de enjuiciar a la persona jurídica que es la corporación, la responsabilidad se evade pues su núcleo de poder resulta estar vacío, de forma que las mismas estructuras jerárquicas complejas que provocan los desastres, son las que permiten a los culpables escurrir el bulto. La tesis del libro queda demostrada cuando un análisis de las formas de “decidir” y “actuar” de las empresas evidencia cómo estas generan necesariamente efectos antisociales que están en su ADN. Un repaso detallado y crítico a la copiosa literatura existente sobre la posibilidad de “domesticar” a la corporación y hacer de ella un ente beneficioso para la humanidad trasluce sólo buenas intenciones y retórica sin contenido real.
Qué hacer entonces con las corporaciones, seres maléficos por naturaleza. Ante la dificultad de reformarlas, abolirlas sería la respuesta lógica. Por otro lado, en el momento actual, su vulnerabilidad ante la opinión pública es innegable por la ineficiencia de muchas empresas privatizadas y la divulgación continua de sus crímenes; además, la relación simbiótica de que gozan con los estados resulta escandalosa en muchos casos. No obstante, según los autores, un programa racional de oposición a las corporaciones no implica huir de las opciones reformistas, aunque sí concentrarse en aquellas que tienen potencial transformador, como atacar las bases jurídicas de su impunidad o promover la influencia de los trabajadores en sus decisiones.
Las corporaciones son cristalizaciones de poder enormes y monstruosas, pero relativamente recientes, y esto debería animarnos, pues nada indica que sean imprescindibles ni siquiera aconsejables, sino más bien lo contrario. Por otro lado, los preceptos legales en los que se basan de ninguna forma son naturales ni inmutables. Luchar por un mundo sin corporaciones no requiere perfilar todos los detalles de cómo podría funcionar este, sino que significa sólo devolver al ser humano la libertad de decidir sobre sí mismo y gestionar su vida en condiciones de una auténtica democracia que incluya la economía.
Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=227516